Inquisición & frío

Me temí lo peor el pasado domingo, cuando me bajé del autobús de Málaga a eso de las once de la noche. Venía en bermudas y sandalias y me sorprendió un frío glacial. Un instante después, mientras subía las escaleras de la estación, me fijé en una la publicidad que daba la bienvenida a los viajeros. Por un lado, un cartelón de Alsa, la concesionaria de autobuses que nos sigue conectando con el mundo… a un precio razonable. ‘Atención personalizada’. Justo detrás, un mensaje algo más inquietante, en tamaño gigante: ‘INQUISICIÓN’. Seguido de una promesa que más parece una amenaza: ‘Abierto todo los días’.

Lo sé, lo sé. Se trata de una exposición del Palacio de los Olvidados, pero no me digan ustedes que no impresiona llegar a Granada y sentir que Torquemada y sus émulos están dispuestos a atenderte todos los días.

Llámenme Nostradamus, pero mientras esperaba la llegada del Metro, intuí que la fusión entre el brusco descenso de temperaturas y el frío inquisitorial no era sino la representación física de las gélidas relaciones entre Pedro y Pablo, Calvo y Echenique, PSOE y Podemos. El mismo pensamiento anticipatorio me asaltó anteanoche, cuando me desperté tiritando en mitad de la madrugada, mientras el viento aullaba por las calles del Zaidín.

Que vamos a nuevas elecciones, dicen. Y lo dicen así, en primera persona del plural. Va-mos. Yo no lo tengo tan claro. A lo de ir, me refiero. ¡Que no es por no ir, ya lo saben ustedes! Si hay que ir se va, pero ir pa ná… En las últimas elecciones, la izquierda movilizó a sus bases con la consigna de parar a Vox. Y Vox fue parado. En seco. Sin embargo, no ha servido para nada. ¡Ay, qué inútiles han resultado todas aquellas apelaciones al voto útil!

Han caído los primeros copos sobre Sierra Nevada. No tardarán en desaparecer, fundidos por el ‘veranillo del membrillo’, pero la vuelta al cole nos descubre tiesos como carámbanos, con la mandíbula descolgada y tiritando de frío. ¡A ver ahora cómo nos movilizan!

Jesús Lens

La bandera ignífuga

No dejo de pensar en metáforas, estas semanas. A mí, lo del apretón —de manos— metafórico entre Sebastián Pérez y Luis Salvador me ha trastocado. Así, cuando he visto el vídeo de un individuo vestido de negro y con el rostro cubierto por un pasamontañas, tratando de pegarle fuego a una bandera de la UE, me he vuelto a poner poético.

El protagonista es un jovenzuelo británico que enarbola un mechero, coge la bandera azul con estrellas amarillas de la Unión Europea y trata de incendiarla. Infructuosamente. No prende ni una miserable llamita. Nada. El tío se empeña en su cruzada flamígera, pero no hay manera. La bandera está fabricada con material ignífugo, a prueba de niñatos, locos e iluminados con ganas de hacer una gracieta.

Me gustaría pensar que la Unión Europea y, por extensión, las instituciones de los estados que la componen, también son ignífugos, a prueba de pirómanos inconscientes armados con una antorcha. Lo estamos viendo estos días, en Gran Bretaña, con la pugna entre Boris Johnson y el Parlamento, un duelo de alto voltaje más apasionante que la prórroga de una hipotética final del Mundial de baloncesto entre España y Estados Unidos.

Ver arder cualquier cosa siempre resulta espectacular. Y lo espectacular siempre es más excitante que la plomiza realidad. Sin embargo, la esencia de la vida, lo que nos permite seguir adelante con nuestro día a día, es la denostada cotidianeidad, supuestamente gris y aburrida.

Llegados a este punto, es necesario recordar la célebre maldición de la ancestral sabiduría china: te deseo que vivas tiempos interesantes. Con la espada de Damocles del Brexit pendiendo sobre nuestras cabezas y la economía alemana gripada, el futuro nos amenaza con una nueva recesión y los economistas vuelven a hablar de Crisis, con mayúscula. Interesante, sí. Pero jodido. Muy jodido.

Mi capacidad de atisbar un futuro que vaya más allá del próximo octubre está muy limitada, lo reconozco. Ahora sólo pienso en convertir la bendita normalidad de la vuelta al cole en algo alegre, divertido, creativo y gozoso. Lo demás, ya llegará.

Jesús Lens

Las lecturas de Paco Cuenca

Cuando llega el final de julio y los periodistas les preguntan a los políticos por sus planes vacacionales, es un clásico afirmar que van a cepillarse todos los libros que sus graves ocupaciones no les permiten leer a lo largo del año. Ya saben ustedes que la responsabilidad de los políticos es tan importante que, por mucho que se pasen la vida aconsejando a los demás que lean, ellos no tienen tiempo. Ellos están a otras cosas. En beneficio de la ciudadanía, por supuesto.

Me gustó que, el 28 de agosto, Paco Cuenca publicara una foto con sus lecturas veraniegas. No le vamos a pedir comentarios exhaustivos sobre ellas, dando por supuesto que le han aprovechado bien. El exalcalde de Granada leyó a Juan José Millás, Santiago Lorenzo, Francisco Ayala, Manuel Vilas y al japonés Yasunari Kawabata, al que en ese momento tenía entre manos. ¿Qué les parece la selección de autores?

En este caso, la palabra ‘autores’ no da permite interpretaciones sobre la inclusión de género: son todo hombres. Y eso no es bueno. ¿Es consciente Cuenca de este dato? ¿Y nosotros? ¿Cuántos libros leemos al cabo del año escritos por hombres y cuántos por mujeres? ¿Qué nos lleva a elegir mayoritariamente libros ‘masculinos’, una y otra vez? ¿Por qué las novelas de ellas siguen siendo invisibles? Dicho lo cuál, me alegra ver que Cuenca lee: el resto de nuestros líderes políticos muestra en sus redes un perfil lector más bien bajo.

Pero lo mejor de la lista son los títulos de las novelas elegidas por el político socialista. A ver qué les parecen, así ordenados. Empezamos por ’Desde la sombra’, seguimos por ‘Lo bello y lo triste’, continuamos con ’Los asquerosos’ y ‘Los usurpadores’ y terminamos con ‘Los inmortales’. ¿No constituye esa concatenación un relato en sí misma? ¿No parece una declaración de intenciones?

No sé ustedes, pero yo me imagino a Cuenca encerrado en su despacho a la caída de la tarde mientras se debate entre la melancolía y la esperanza. Entonces mira torvamente a sus rivales y les manda un mensaje: ‘volveré’.

Jesús Lens

La mujer, protagonista en Málaga

Tras pasar el mes de agosto caminando por nuestra provincia, despacito y con buena letra, para el primer fin de semana de septiembre decidimos cambiar de horizontes cercanos y, haciendo de la necesidad virtud, nos vinimos a pasear por Málaga, una ciudad que cada vez me gusta más, aunque empieza a tener unos precios ciertamente complicados.

Cada vez disfruto más, cuando visito otras ciudades, dejándome llevar, improvisando sin tener planes prestablecidos. Por ejemplo, el mercado. Visitar uno de los grandes mercados malacitanos un sábado a mediodía es toda una experiencia. Como el nuestro de San Agustín, alterna los puestos de comida de toda la vida con pequeños garitos gastronómicos en los que degustar diferentes especialidades. A destacar los puestos de fruta y verdura en los que los productos tropicales como la fruta del dragón, los lichis o la pitaya ocupan un lugar preeminente.

La ciudad, que sigue levantada por obras, nos recibe con bochorno y algún chapetón, pero invita a pasear tranquilamente y con galbana. Nos dejamos caer por el Thyssen, en el que está a punto de terminar una exposición temporal de lo más atractiva y sugerente: ‘Perversidad. Mujeres fatales en el arte moderno. 1880-1950’, que representa un cambio de paradigma en el que la mujer deja de ser un sujeto pasivo y sexualizado para convertirse en símbolo y referente de la emancipación y la libertad. De la femme fatale icónica del cine negro a la mujer moderna que pelea por tener su propio espacio, siguiendo la estela de Virginia Woolf y su habitación propia.

Tomamos una Milnoh en el coqueto café del Thyssen, en una terraza que es un remanso de paz en medio del bullicioso marasmo del centro de Málaga y completamos nuestra jornada artístico-deambulatoria visitando el Museo Ruso y su exposición ‘Libres y decisivas. Artistas rusas, entre tradición y vanguardia’, cuyo objetivo es dar a conocer el papel de la mujer en el arte ruso, antes y después de la revolución de 1917, con todo lo que ello conlleva. Dos elecciones temáticas tan imprescindibles como complementarias.

Jesús Lens

Entrar a la Alhambra

No conozco a nadie que haya dejado de visitar la Alhambra por el precio de la entrada. A la entrada normal, me refiero. A las otras, las de reventa, guiadas o de última hora no quiero hacer referencia en esta columna. Entrar a la Alhambra, de hecho, está tirado. En el sentido pecuniario del término. Así las cosas, las autoridades competentes parecen haberse puesto de acuerdo en subir el precio de la entrada al monumento nazarí, joya de la corona de nuestro patrimonio histórico-artístico.

Una visita a la Alhambra medio en condiciones te lleva el día entero. Eso lo convierte en uno de los monumentos más baratos de España. Subir el precio de la entrada es, por tanto, lógico y normal. De hecho, resulta incomprensible que no lo hiciera antes cualquiera de los gobiernos socialistas de la Junta.

Será importante dejar claras dos cuestiones: ¿qué destino tendrá el dinero de más recaudado? Ya no sé oye a la gente del Partido Popular decir que la pasta se va a Sevilla, uno de los mantras frentistas que tanto usaron en su momento, contribuyendo a partir en dos, emocionalmente hablando, esta Andalucía nuestra. Para empezar, los trabajadores del monumento ya han reclamado una mejora en sus condiciones laborales. ¡Aviso para navegantes!

Y está la siempre espinosa cuestión de las entradas para los locales. Para los granadinos que, a pesar de serlo, suben a la Alhambra. En compañía de otros, cuando vienen visitas con afán cultural; o incluso solos. Que haberlos, haylos.

¿Es suficiente lo de las visitas gratis los domingos por la tarde? A mí, qué quieren que les diga… sólo escuchar ‘tarde de domingo’ me da pereza. Yuyu. Mal rollo. Suena a castigo. A resaca, a café recalentado con bollos rancios y a barba de tres días. El alcalde Granada exige que la subida ‘no afecte a los granadinos’. Tengo ganas de saber cómo se arbitrará el trato preferencial a los oriundos. De hecho, sería bueno que el Patronato le diera una vuelta a cómo animar a los granadinos a visitar la Alhambra más a menudo.

Jesús Lens