Volver a empezar

Para los amantes de las paradojas temporales, una expresión como ‘volver a empezar’ está cargada de significados. Aplicada a la actualidad política granadina y española, sin embargo, pierde toda su poesía. En este caso es sinónimo de inmovilismo, estatismo y cansinismo.

En septiembre, con independencia de que nos hayamos ido o nos hayamos quedado, más allá de haber tenido vacaciones o no; volvemos con ganas de novedades, cambios y sorpresas. Al poco tiempo nos habremos hartado de ellos o estarán incorporados a nuestra rutina, pero nos gustan. Este septiembre, sin embargo, es poco generoso en ese sentido. Los madridistas echan pestes de Florentino, el Barça está como loco por Neymar, nuestro Ayuntamiento no sabe si tiene uno o dos alcaldes y Pedro Sánchez y Pablo Iglesias siguen en plan Pimpinela: representando su desamor por todos los escenarios posibles, analógicos y digitales.

¡Qué pereza, qué aburrimiento; volver sobre estos temas! El ni contigo ni sin ti, ya cansa. En clave local, además, da la sensación de estar consumiendo fuerzas y recursos que deberían dedicarse a otros propósitos más útiles y necesarios para los granadinos. A definir el modelo de ciudad que queremos, por ejemplo. A organizar un debate serio y creíble sobre por dónde empezamos a ampliar las líneas de Metro, por el Centro o por otras zonas del área metropolitana.

Desde el cambio de poder en el consistorio, Granada ha dejado escapar un gran acontecimiento deportivo como el World Padel Tour y, este año, se queda sin concierto inaugural de la OCG. Sobre el primer fiasco, y como no podía ser menos, PSOE y Cs andan cruzando acusaciones. Los socialistas apelan al caos y al desgobierno del equipo de Salvador y Ciudadanos acusa a Cuenca de mal pagador. En este caso, y sin que sirva de precedente, ambos tienen su parte de razón.

Más extraño y misterioso resulta lo de la OCG, sin que esté claro qué ha pasado. O, más probablemente, qué no ha pasado. En el reparto de competencias municipales, Salvador se ha quedado con Cultura. Esperemos que no se nos despiste demasiado.

Jesús Lens

Algo huele a podrido

Y no es en Dinamarca, precisamente. ¿Soy yo, que me he pasado todo agosto leyendo el periódico, o resulta muy preocupante lo terriblemente mal que se ha gestionado la crisis de listeria provocada por la empresa cárnica sevillana Magrudis?

A lo largo del mes de agosto se han producido hasta cuatro alertas sanitarias diferentes, todas ellas sobre diferentes productos de la misma empresa, la referida Magrudis. El día 15 saltó la liebre con la carne mechada. No tardaron en correr como la pólvora chistes y memes a través de las redes sociales, invitando a consumirla a todo aquel que nos cayera mal.

El día 20 le tocó el turno al lomo, el día 23 a otra hartada de productos cárnicos, siempre de Magrudis. Y, por fin, el 28, le llegó su particular San Martín a los chorizos. A los de comer, me refiero. Que en este espinoso tema, que se ha cobrado la vida de 3 personas y ha afectado a casi 200 personas, hay mucho chorizo —de los otros— campando a sus anchas.

Sorprende, preocupa e indigna la actuación del consejero de Salud de la Junta de Andalucía en este caso, quitándole hierro al asunto desde el primer día. Parecía más preocupado por la imagen de Magrudis que por la salud de los andaluces. ¿Cómo pudo decir que la empresa culpable del brote tuvo ‘mala suerte’ y quedarse tan ancho? ¿Por qué se paró la fabricación de sus productos, pero no su comercialización?

Ahora, la Junta reconoce la gravedad de la situación, se echa las manos a la cabeza y denuncia el brutal volumen de bacterias detectados en la fábrica. Hace unos días, sin embargo, Magrudis fue tildada de colaboradora ejemplar en la gestión de la crisis por la propia Junta.

Pero la cosa es aún peor: Magrudis carecía de todos los permisos necesarios para su actividad, había hecho obras de ampliación en sus instalaciones sin licencia y vendía hasta 50 productos de otras firmas y con otras etiquetas de los que no informó. Magrudis. Un caso que, más que oler a podrido, apesta.

Jesús Lens

El apretón

Es muy poética la explicación que Luis Salvador ha dado acerca del pacto, acuerdo o compromiso sobre la alternancia en la alcaldía de Granada. El ya famoso 2+2 por el que Salvador y Sebastián Pérez deberían repartirse el puesto de alcalde no quedó sellado como Dios y la tradición mandan, dado que, en realidad, no hubo apretón de manos entre ellos. Aludir a aquel estrechamiento tan sólo es una metáfora.

No sé si la poesía que rezuma toda esta explicación está directamente relacionada con los rigores climatológicos del agosto recién terminado, pero no me digan que no resulta evocadora tanta alusión a las viejas costumbres y a los pactos entre caballeros. Sólo faltó decir que el acuerdo no se selló porque los dos firmantes no se escupieron en las manos antes del apretón, como mandan los cánones más rancios y machirulos.

Llevo varios dándole vueltas a lo del apretón. Sobre todo a primera hora, cuando estoy leyendo el periódico con el primer café de la mañana, acodado en la barra de mi ‘cafecina’ oficial, el Nuevo Kaoba del Zaidín. El apretón, en esos momentos, es otra cosa. La metáfora se hace realidad y se convierte en algo muy físico. El ocasiones, hasta perentorio.

Cuando el café hace su trabajo en el tracto digestivo, el apretón deviene en lo único realmente importante de tu vida. No hay asunto más urgente que resolver. Dan lo mismo el pago de la hipoteca, los abusos con la VISA, la letra del coche o las recuperaciones de los niños. Cuando el apretón se hace fuerte, el resto de la realidad palidece.

¡Casi!

Sostiene Luis Salvador que la cuestión de la alternancia en la alcaldía no preocupa a los granadinos, que estamos a otras cosas. No le falta razón. Posiblemente, los ciudadanos no andamos todo el día preocupados por el juego de las sillas que se traen los unos y los otros, pero no es menos cierto que, en ocasiones, el primer café de la mañana nos obliga a acordarnos del ya famoso apretón, entrándonos un sudor frío y helador.

Jesús Lens