Cine Aliatar

Mis amigos saben que, cuando en la conversación sale a relucir el “¿Te acuerdas de…?”, la cosa empieza a ir mal. Porque a la segunda o tercera rememoranza de los supuestos buenos viejos tiempos, me asalta un terrible dolor de cabeza que me obliga a pedir la cuenta de las cervezas tomadas hasta el momento y a salir por piernas.

¿Cómo es posible que, partiendo de esa premisa, me haya gustado tantísimo “Cine Aliatar”, de José María Pérez Zúñiga, publicada por Valparaíso ediciones? Hablamos de una novela generacional que toca de lleno a alguien como yo, nacido en 1970 y que vivió en primera persona muchas de las cosas que cuenta el autor.

 

Una novela iniciática protagonizada por César y Lucía, una joven pareja que vive su tránsito hacia la madurez en la Granada de comienzos de los 80, acosados por el peso de la memoria y la tradición de la familia de ella y por la supuesta abulia vital de él, sin ambiciones académicas o profesionales y obsesionado por ese arte vampírico llamado cine.

¿Qué pasó aquella noche en Almuñécar, el día que todo lo cambió? Partiendo de ese hilo argumental y utilizando los estrenos de películas míticas en la historia de la cartelera granadina, José María Pérez Zúñiga teje una historia a caballo entre la realidad y la ficción en la que la fabulación desempeña un papel trascendental.

 

¿Puede una película llevarte a tomar algunas de las decisiones más importantes de tu vida? ¿Qué ocurre cuando cobras conciencia de que una persona de tu entorno más cercano es moralmente idéntico al villano de una de tus películas de referencia? ¿Es razón suficiente para abandonarle y replantearte toda tu existencia?

 

A mí me pasa como a César: podría escribir mi biografía a partir del impacto que me han ido provocando ciertas películas. De estreno o vistas en casa. Sobre todo, en la época del vídeo y las cintas de 180 minutos.

Víctor Tristante

Busquen “Cine Aliatar” en su librería. Y alucinen con la foto de la portada, de Joaquín Puga. En la memoria sentimental de todos ustedes, si tienen treinta o más años, ha de haber un cine Aliatar. Lean la novela. Y déjense conducir por Lucía y César a su pasado. Al de ellos y, por extensión, al suyo propio. Porque esta novela contiene un billete de ida y vuelta a sus propios recuerdos.

 

Jesús Lens

Matar en los Festivales

Hubo un tiempo en que había escritores adscritos al Noir que hubieran matado por participar en determinados festivales literarios dedicados al género negro y criminal. De un tiempo a esta parte, sin embargo, hay tantos festivales que Nieves Abarca ha preferido matar a los escritores que participan en los mismos. Literariamente hablando, por supuesto.

Le pregunto a Nieves por el asunto y me responde lo siguiente: “La idea principal era someter a los escritores a las mismas torturas a las que ellos someten a los personajes. Cómo reaccionarían los escritores ante la realidad de lo que ellos escriben. Qué ocurriría si, en unas jornadas negras, los escritores pasaran por lo mismo que escriben. Y de paso denunciar a los plagiadores y a los farsantes, que hay mucho de eso”. ¡Ahí queda eso!

 

Su novela “Los muertos viajan deprisa” (Ediciones B), escrita a cuatro manos junto a Vicente Garrido, comienza con la violación y asesinato de Cecilia Jardiel, joven escritora que viaja en el conocido como Tren Negro camino de Gijón, donde precisamente estos días se celebra la trigésima edición de la mítica e imprescindible Semana Negra.

Meses después, justo antes de la inauguración de la primera edición de A Coruña Negra, otro conocido escritor noir es asesinado en su habitación del hotel coruñés que acoge a la flor y nata de las letras policíacas españolas. En este caso, el sadismo empleado roza lo inconcebible, dado que el asesino utiliza un antiguo objeto empleado por la Inquisición en sus interrogatorios.

 

La inspectora Valentina Negro y el criminólogo Javier Sanjuán serán los encargados de investigar el caso, hilo narrativo principal de una novela con muchas ramificaciones y que conecta con los grandes thrillers internacionales sobre asesinos en serie y desequilibrados mentales aquejados de gravísimas patologías, un tema poco tratado en la literatura española contemporánea.

 

Poco tratado con solvencia y profesionalidad, quiero decir. Que asesinos en serie de ficción hay muchos, pero creíbles y documentados, bien trazados y mejor desarrollados; apenas existen.

 

Y es que Nieves Abarca y Vicente Garrido tienen el suficiente bagaje cultural y formativo, además de experiencia laboral y vital, como para no tomar el nombre del serial killer en vano. Que, como en el caso de la obra de Bernard Minier, sus asesinos seriales son tan terriblemente creíbles que, cuando estás leyendo sus novelas, sospechas que cualquier persona de tu entorno -sobre todo las más simpáticas, hacendosas y agradables- pueden ser unos despiadados carniceros.

Pero hoy quiero destacar las dosis de humor y vitriolo que el tándem Abarca-Garrido imprime a “Los muertos viajan deprisa”, riéndose a mandíbula batiente del postureo que existe en la feria de las vanidades literarias de este país, haciendo coincidir en A Coruña Noir a escritores, editores, lectores, mecenas, empresarios, libreros, periodistas y blogueros; un cóctel potencialmente más letal y dañino de una bomba de Goma 2.

 

¿Quieren ustedes saber qué se mueve entre bambalinas, en determinados festivales literarios? Lean “Los muertos siempre viajan deprisa” y, cuando en un programa vean cenas de gala, anuncios de grandes premios, lujo, fastos y oropeles… ¡desconfíen! Que los buenos festivales son abiertos, populares y maridan con buena cerveza fría. Y si es una Cerveza Alhambra Especial, una Alhambra Roja o una Milnoh, ni les cuento.

 

Leyendo esta novela me acordé de títulos míticos de Manuel Vázquez Montalbán como “Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas” o “El premio”, de la que el propio autor dijo que es “una sátira del mundo literario, yo incluido”. Efectivamente, como MVM no tuvo empacho en reconocer, “se trataba de dar una mirada al entorno de los premios literarios, a esos otros héroes contemporáneos que son los financieros, que encuentran en el premio una coartada para limpiar su imagen”. Teniendo en cuenta que se publicó en 1996, no parece que las cosas hayan cambiado tanto, ¿verdad?

En ocasiones, Vázquez Montalbán utilizaba a Carvalho para cobrarse íntimas venganzas por afrentas recibidas, por ejemplo, con la penosa adaptación a la televisión de sus novelas. Así nació “Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas”, que el autor presentaba haciendo esta preclara declaración de intenciones: “Cualquier parecido entre los personajes de esta novela corta y personajes de la realidad es responsabilidad de la intención del lector. A mí que me registren, aunque cuando se escribe en clave de divertimento la parodia lleve inevitablemente a una cierta impresión de caricatura de rostros y espíritus realmente existentes”. ¿Queda o no queda claro?

Pero volvamos a Gijón y a su imprescindible Semana Negra, que hoy está justo en su ecuador. Recordemos que, en 2007, uno de los grandes maestros del género negro patrio, Andreu Martín, publicaba “El blues de la semana más negra” en Edebé, dentro de la colección “Asesinatos en clave de jazz”, un fascinante maridaje literario musical en el que el libro iba acompañado del disco de Dani Nel.lo, un excepcional saxofonista muy vinculado a los ambientes negro-literarios de Barcelona.

La novela de Martín es un homenaje a una de las citas literarias capitales del calendario cultural español, con la participación de personajes como Paco Ignacio Taibo II, creador de Semana Negra y director de las misma hasta hace pocos años, o de Paco Camarasa, el famoso librero de la Barceloneta que ha sido, además, comisario de BCNegra, otra de las citas imprescindibles del noir en España. También aparecen Alejandro Gallo, escritor y jefe de la policía local de Gijón y mi querida Cristina Macía, una de las grandes activistas culturales de este país.

Si no pueden ir a Semana Negra estos días, maten el gusanillo leyendo novelas que transcurren en ambientes literarios. Y, a primeros de octubre, vengan a Granada Noir, a comprobar en primera persona qué hay de cierto en lo que cuentan autores imprescindibles del género como Martín, Abarca o Garrido.

 

Jesús Lens

Salobreña la Bella

Me gusta cuando mi querido Colin Bertholet nos da los buenos días desde su muro de Facebook, a través de uno de sus garabatos digitales, mostrando algún rincón perdido de Salobreña. Salobreña la Bella, como la llama él.

La última vez que estuve en la blanca y empinada Villa fue hace un mes, en la presentación de la última –y portentosa- novela de Juan Madrid, pero llevaba varios meses sin visitarla. Me da rabia no bajar tanto como antes a nuestra Costa, sea a Salobreña o sea a la Chucha, pero a medida que me hago mayor, valoro cada vez más el placer de pasar los fines de semana refugiado en el Zaidín, encastillado entre libros, series, películas y otros placeres sencillos de la vida.

 

En Salobreña, es un hecho constatado y constatable, fluye la creatividad. Lo hemos comentado otras veces en estas mismas páginas. Cuando no es la puesta en marcha de una revista es un proyecto sobre viajes y aviones. O la garabatería. O los libros-objeto. Y las veladas musicales, cinéfilas, literarias o deportivas. Y las gastronómicas. Y algunas etílicas, por supuesto.

Fines de semana creativos en los que acumulaba ideas, anotaciones en servilletas y pintarrajos en manteles de papel, entre los espetos del Bahía, los platos del Aráis, las tapas del Mesón de la Villa, las novelas de 1616 Books, los conciertos del Fusión o las cenas en el Pesetas y en la Traviesa. Fines de semana que eran inyecciones de vitalidad, sacudidores de neuronas, activadores sensoriales.

 

Ayer, la Junta de Andalucía inscribía a esa Salobreña mágica en su Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, por el valor paisajístico de su Casco Antiguo, dentro de la tipología de Conjunto Histórico. Más que merecido, que la Salambina clásica está ahí desde los tiempos de Ptolomeo y Plinio el Viejo, viendo pasar el tiempo.

No tardaré en volver a Salobreña, para la inauguración de la Exposición “Tributo al Casete”, del infinito Colin, en el marco del festival Nuevas Tendencias. Pasaremos bajo la Bóveda, buscaremos la Música en los Rincones y aprovecharemos para brindar con los muchos y buenos amigos de la Villa por la consecución de una distinción que hace justicia a la proverbial belleza de un pueblo nacido para ser visto, vivido… y paseado. Y un compromiso: salir más de casa para conocer y disfrutar de nuestros paraísos cercanos.

 

Jesús Lens

 

Carchuna & Corto Maltés

Quiso la casualidad que, ayer lunes, día en que se celebraban los 50 años de la publicación de la primera aventura de Corto Maltés, estuviéramos en la Costa Tropical, con Concepción Abarca y CAJAGRANADA Fundación, entregando unas sillas anfibias para las playas de Carchuna y Calahonda.

50 tacos ha cumplido ya el marinero surgido de lo más profundo del océano -y de la fértil y portentosa imaginación de Hugo Pratt- una ocasión extraordinaria para reflexionar sobre un tema en el que no solemos reparar: la dificultad de acceso al mar para miles de personas de movilidad reducida.

 

El mar, sinónimo de goce y disfrute, de aventuras náuticas, de intrépidas singladuras, de catamaranes que surcan las aguas a toda vela, del descubrimiento submarino de los fértiles fondos marinos o del surf más espectacular; es terreno vedado para personas que, por su avanzada edad o por accidentes y desgraciados avatares de la vida, no pueden valerse por sí mismas. Para miles de personas, algo tan aparentemente sencillo como darse un chapuzón, en la orilla del mar, es imposible.

Una sociedad es tanto más avanzada cuanto mejor cuida y protege a su gente más necesitada y vulnerable. Y hacer posible que ancianos y personas parapléjicas o tetrapléjicas se bañen en las aguas del Mediterráneo, con seguridad y en unas condiciones dignas, es justo y necesario.

 

Lo decía David, responsable de Serviola que gestiona el servicio de sillas anfibias: las caras de satisfacción de gente que lleva años sin tocar las aguas del mar, cuando por fin consigue bañarse, no tiene precio. “Los hay que lloran, que te abrazan y que hasta tratan de invitarte en el chiringuito más cercano”.

 

Como chuchero de toda la vida, aunque últimamente ejerza poco, me produce una íntima a la vez que inmensa alegría que dos de nuestras playas más cercanas sean accesibles. Ha sido un empeño feliz de Conchi Abarca, peleona presidenta de la ELA Carchuna Calahonda, que se ha anotado un importante tanto para la comunidad.

Me gusta esta mujer, su carácter y su claridad de ideas, que dejó pasar las Banderas Azules –y la consiguiente foto- por no entrampar a Carchuna y a Calahonda en unos gastos inasumibles; ejemplo práctico de cómo no sobrepasar eso que se ha dado en llamar “el techo de gasto”. ¡Enhorabuena y a celebrarlo, con un baño… y un álbum de Corto Maltés!

 

Jesús Lens

Cortedad de miras

Hay gente que, sencillamente, es corta de miras. Te das cuenta porque, cuando hablas con ella, no termina de enfocar bien, mostrando una mirada entre perdida y errática, paseando más por los cerros de Úbeda que por los paisajes que tú tratas de describirle y mostrarle.

La gente corta de miras no está cortada por el mismo patrón. Hay miopías provocadas por la incapacidad de ver más allá del aquí y el ahora, de trascender lo aparente, de imaginar que hay vida fuera de lo inmediato. Esta miopía está provocada por una galopante falta de imaginación que, apelando al realismo y a la cercanía, es incapaz de asomarse a un campo visual más lejano, amplio y multicolor.

 

La cortedad de miras puede venir dada, también, por atrofia ocular: hay gente que, de tanto mirarse el ombligo, pierde la capacidad de mirar fuera de sí. Se trata de una ceguera de corte narcisista causada por el deslumbramiento que provoca estar todo el tiempo contemplando el propio reflejo, extasiado ante su imagen. En estos casos, la mirada roma aumenta exponencialmente cuando el cegado se rodea de personas que le dicen que, efectivamente, su visión es imprescindible, sagaz y única.

Y luego nos queda la cortedad de miras derivada de otra carencia: la de entendederas. Este caso es, por supuesto, el peor. El más grave y lesivo. Porque, en este caso, el paciente suele estar convencido de tener vista de lince… cuando no es más que un topo aquejado de cataratas.

 

La cortedad de miras provocadas por el poco seso hace que el paciente no sea capaz de identificar un tesoro aunque le pongan una esmeralda, brillante y reluciente, enfrente de sus ojos. Dará lo mismo lo que le digas y le expliques, los argumentos que utilices y los datos que aportes: una mirada vidriosa y una sonrisa bobalicona te demuestran que no. Que ahí no hay nada que rascar.

En Granada tenemos una necesidad imperiosa de contar con gente con amplitud de miras en los puestos de responsabilidad. Sí. Es cierto. Resulta aventurado y peligroso querer ir más allá de los caminos habituales, de los trillados y conocidos. Es más cansado abrir brecha que seguir la hoja de ruta trazada por otros. Y es más fácil dar un tropezón. Pero es la única forma de llegar lejos y conseguir logros significativos y perdurables.

 

Jesús Lens