CON ALMA

Lo que tiene alma se distingue de lo que no la tiene

por el hecho de vivir.

 

Aristóteles.

 

No es fácil la propuesta de María. Que hablemos del alma.

 

Uno de sus chavales, viendo un capítulo de Los Simpson, se quedó intrigado por algo que dijeron en la serie de Matt Groening. Y le preguntó a su madre, angelito:

 

– ¿Qué es el alma? Y, lo que es más importante, ¿se puede comprar?

 

Y María… pues eso. Que nos dice que si le echamos una mano para explicarle a su hijo de qué va eso del alma.

 

Reconozco que he estado varios días dándole vueltas al tema, que no soy especialmente espiritual y no es algo que me hubiera planteado, la verdad. Para mí, el alma es pasión, amor, fuerza y energía. Siempre digo que un sitio, un lugar, un bar o una película tienen alma cuando transmiten sensaciones. Buenas sensaciones. Feelings. Buenas vibraciones. Como esta imagen de Nefertiti, por ejemplo. Por eso me identifico tanto con la cita de Aristóteles con que empiezo este artículo.

 

De hecho, hasta que hemos comenzado esta serie de reflexiones on line (a través de ESTE enlace podéis acceder a todas ellas), no me había dado yo cuenta de lo muy aristotélico que me estoy volviendo. «El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos». ¿No es un prodigio de definición, esta otra del sabio griego?

 

Yo había pensado definir el alma como ese algo interior e inmaterial que nos hace ser como somos. Pero, a la vista de la definición aristotélica, mejor me callo. Y doy la palabra a Antonio Machado, que escribió esta estupenda poesía:

 

«Moneda que está en la mano,

tal vez se deba guardar.

La monedita del alma

se pierde si no se da.»

 

Efectivamente. Eso que tenemos dentro y que nos conforma como las personas, como los individuos únicos y singulares que somos, ¿de qué sirve si no se comparte? Por eso hay que ser generosos, por encima de todo. Aquello que se disfruta en compañía es mucho más agradable que lo que se disfruta en soledad.

 

Y me acuerdo del gran clásico de Extremoduro, «Jesucristo García»:

 

«Y perdí

la cuenta de las veces que te amé.

Desquicié

tu vida por ponerla junto a mí.

Vomité

mi alma en cada verso que te di.

Olvidé

me quedan tantas cosas que decir.»

 

Por eso me gustan estas entradas blogueras tan especiales. Porque ponemos el alma en cada una de ellas. Palabrita de Niño Jesús.     

 

A todo esto, como no las tenía todas conmigo, pregunté a través del Twitter, por el asunto del alma. Y recibí una buena respuesta, aunque un poco triste, de una de las personas que se han hecho imprescindibles en este espacio virtual, Kaperusita: «Lo que queda cuando todo lo demás pierde sentido». ¿Qué os parece?

 

Yo no sé si todo esto le servirá a María para explicarle a su pequeñuelo que no es lo mismo malfreír un par de huevos que ponerle el alma a la elaboración de una buena cena. Que no es lo mismo ir a trabajar que ponerle cariño a tu trabajo. Que no es lo mismo salir del paso que apasionarse a cada paso.

 

Que el alma es lo que nos hace crecer, evolucionar. Lo que nos convierte en mejores personas. Porque, como dijo Pitágoras, «en tres partes se divide el alma humana: en mente, en sabiduría y en ira». La ira. Algo de lo que habría que hablar más despacio.

 

Por tanto, y vamos con la segunda cuestión, ¿se puede comprar alma?

 

Creo que no. Pero sí se puede vender. El alma se puede cultivar y engrandecer. Se puede descuidar, echar a perder y dejarla pudrir. Se puede malbaratar y vender. Pero no comprar. Porque el alma es algo demasiado precioso, demasiado delicado, demasiado personal como para podérsela trasplantar a un semejante. No. El que pretenda vivir del alma de los demás no es más que un vampiro, un zombie, un muerto viviente.  

 

Amiga María, no sé si todo esto te habrá servido de algo. Aprovecho para pedir a los amigos que estáis ahí para que aportéis un poco de lucidez a esta cuestión. ¿Qué os parece? ¿Cómo lo veis? ¡Animaos!

 

Jesús Lens, que detesta a los desalmados.

NEFERTITI: INOLVIDABLE AMOR

Frente a la Puerta de Ishtar me quedé pasmado. Pero fue frente al busto de Nefertiti donde, creo, me enamoré por primera vez de una obra de arte. Pasé ni recuerdo cuánto tiempo frente a ella, hipnotizado, imantado, embrujado. Me alejaba cada vez que un grupo de visitantes se acercaba a ella, pero volvía inmediatamente a su vera apenas se quedaba sola.

 

De hecho, cuando ya me iba del Museo, sentí la perentoria necesidad de regresar nuevamente a ella y echarle un último vistazo, a modo de despedida. Un hasta luego, por supuesto. Jamás un adiós.  

 

Nefertiti, belleza atemporal, inmortal, divina y sobrehumana.

 

Desde ayer luce con todo su esplendor en el Neues Museum de la capital alemana.

 

Ni lo dudéis. Sólo por verla de cerca, merece la pena viajar a Berlín. Cuando vayáis, dadle recuerdos de mi parte y decidle que pronto, muy pronto, volveremos a vernos. Que nunca la pude olvidar y que la llevo incrustada en el centro del pecho. Hondo. Muy hondo. Aunque sus eternas y hieráticas frialdad e indiferencia pongan distancia de por medio, en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, imborrables momentos que siempre guarda el corazón…    

 

Jesús Lens, inolvidablemente enamorado.