‘Condena’ y ‘Los que merecen morir’

Quería yo seguir escribiendo esta semana de mis lecturas veraniegas de corte negro-criminal, pero se ha metido por medio una miniserie portentosa que no puede dejar de recomendarles.

En España se ha titulado ‘Condena’, es de la BBC y te deja noqueado. Son solo tres episodios, por lo que la denominación de miniserie está completamente justificada. Los dos protagonistas son Sean Bean y Stephen Graham y cuenta con un soberbio plantel de secundarios marca de la casa.

La película comienza con un tipo corriente ingresando en la cárcel. No tardaremos en saber que se trata de un profesor que, borracho, mató a una persona y ha sido condenado a pasar cuatro años encerrado. A la vez, un funcionario de prisiones plancha primorosamente su camisa antes de comenzar su turno en la misma cárcel. A partir de ahí, la ambrosía, el néctar noir.

Dentro del género negro, el subgénero de cárceles y prisiones ocupa un lugar destacado, desde el clásico francés ‘La evasión’, de Jacques Becker a ‘Fuga de Alcatraz’ o ‘Brubaker’. En España, ‘Celda 211’ fue todo un bombazo. Dicho lo cual, olviden cualquier referencia anterior y entren libres de prejuicios a ver ‘Condena’, repleta de momentazos, como el de la escritura de una carta que sirve como acicate para enseñar a leer y a escribir a un preso iletrado, además de ser una preciosa declaración de amor.

Hay personajes inolvidables como el de la monja de la prisión, que protagoniza otro momento para el recuerdo. Y el final. ¡Ay, el final! Cuántos sentidos y lecturas tiene ese final. Con tanto realismo como sensibilidad, sin eludir la crudeza y la violencia, pero sin cebarse en ellas, ‘Condena’ es la quintaesencia del género carcelario excepcionalmente traído al siglo XXI.

Hablando de series, solo me queda una temporada para ponerme al día con un clásico contemporáneo que también es de visionado imprescindible: ‘Luther’. Vayan viéndola si aún no lo han hecho y la comentamos.

Ahora, sí. Vuelvo a los libros. La novela más reciente de Carlos Salem, ‘Los que merecen morir’, publicada por la editorial Alrevés, nos trae al Salem de siempre y, además a uno nuevo. Al de siempre, pero depurado. Y el nuevo, muy salemiano. Dos Salem por el precio de uno.

Para empezar, se ha marcado un policial canónico, de ley, en el sentido de que los personajes son policías encargados de una investigación. Pero, por supuesto, ‘Los que merecen morir’ tiene el toque Salem, tan reconocible en sus novelas como el toque Lubitsch de las películas. Un asesino en serie que se hace llamar Nadie anda suelto. Sus víctimas: personas que, por una razón o por otra, son despreciables. La hez. Lo peor de lo peor. De ahí el título de la novela.

Para capturarle mandan a Severo Justo. Con ese nombre, poco más podemos añadir, ¿verdad? Se trata del policía más laureado del cuerpo y, además, el más minuciosamente apegado al reglamento. Su equipo, eso sí, estará conformado por policías y colaboradores mucho más amplios de miras que él, de un forense que habla con ‘sus’ muertos a la hacker más improbable que imaginarse pueda. Y Dalia Fierro, una psiquiatra tan prestigiosa como confusa, dado que en su cabeza son muchas y variadas las Dalias que hablan, opinan, piensan y ejecutan.

Y están las calles de Madrid, sus bares, cafeterías y habitantes. Los más visibles, pero también los habitualmente invisibles, a quienes el Salem más intimista da voz e insufla vida. ‘Los que merecen morir’ es una novela larga, de más de 400 páginas, en la que Carlos Salem construye un nuevo imaginario, pero con los ecos de siempre, saliendo airoso del envite.

Jesús Lens

Diario negro de lecturas veraniegas

Permítanme que les cuente sobre algunos de los libros que he leído estas semanas estivales mientras vamos preparando la séptima edición de Granada Noir, el festival multicultural dedicado al género negro patrocinado por Cervezas Alhambra que volverá, de forma presencial, la última semana de octubre, para enlazar con Halloween.

Comencemos por ‘Juicio letal’, de Montiel de Arnáiz, publicado por Apache Noir y protagonizada por un abogado en horas bajas. O altas, depende de como se mire. Porque a Daniel Radler le han detectado un cáncer con muy mala pinta y no se le pronostica más allá de un año de vida. Decide dejar la profesión y encerrarse a escribir sus memorias. Sin embargo, por una concatenación de circunstancias —y porque la cabra tira al monte— se verá de nuevo frente a jueces y fiscales, llevando un último caso que, en realidad, es una venganza.

Dentro del género negro, los abogados, picapleitos y leguleyos varios tienen enorme predicamento en el mundo anglosajón. En España, sin embargo, no termina de estar consolidada esta variante. Le daba vueltas a la cuestión mientras leía a toda mecha ‘Juicio letal’ y lo dejo apuntado como cuestión para el debate. Tenemos infinidad de policías, guardias civiles, periodistas de investigación y detectives privados en nuestras novelas policíacas. Hay algunos jueces, también. Pero pocos abogados y fiscales. Muy pocos. ¿Por qué? Volveremos sobre el tema.

Montiel de Arnáiz, abogado de profesión, ha escrito una extraordinaria novela negra repleta de ritmo y bien apegada a la realidad judicial de nuestro país, en la que el Derecho se enfrenta a los renglones torcidos escritos por los embaucadores de las terapias alternativas, además de darle un buen repaso al mundo de las editoriales fantasma. Además, es la primera novela que leo en la que aparece el coronavirus como parte esencial de la trama. ¡Y qué bien traído está, más allá del contexto!

Cambiemos de tercio. En ‘La profecía del desierto’, publicada por Umbriel y escrita a cuatro manos por Ana Ballabriga y David Zaplana, una pareja literaria tan prolífica como bien avenida, se cuenta una sorprendente historia de aventuras cuya acción se desarrolla en Oriente Medio, pero en la que Granada desempeña un papel muy importante al comienzo de la historia. Protagonizada por Nur, una bailarina tan codiciada como experta, y por Mahmed, un cetrero de la Casa Real saudí; la novela nos conduce por paisajes muy poco transitados, como Arabia Saudí.

Hay misteriosas cartas de maestros sufíes, órdenes secretas, grandes enigmas, amenazas de atentados terroristas, sátrapas de crueldad inimaginable y el contraste que se da en una sociedad hiperdesarrollada que aún mantiene una mentalidad medieval. ‘La profecía del desierto’ es una de esas novelas con el marchamo de terminar convertida en serie de Netflix.

Les tengo que hablar de lo más reciente de Carlos Salem, que vuelve por sus fueros a la vez que se reinventa en un noir de corte clásico con ‘Los que se merecen morir’; y del bombazo que trae Fernando Marías con ‘Arde este libro’, ambas novelas publicadas por la imprescindible editorial Alrevés.

Pero quiero terminar recomendándoles encarecidamente la novela más sorprendente que he leído este verano: ‘El nudo Windsor’, de S.J. Bennett, publicada por Salamandra y protagonizada por el personaje más improbable que ustedes se puedan imaginar: la mismísima reina Isabel II herself. Aunque viene definida como un mezcla entre miss Marple y The Crown, para mí tiene mucho de aquella memorable serie titulada ‘Sí ministro’.

Y sí: es policiaca, que Su Majestad se pone al mando de la investigación de un asesinato cometido en el castillo de Windsor. Y, por supuesto, derrocha humor por los cuatro costados. Imprescindible.

Jesús Lens

La policía al habla y a la escucha

Elegí la primera película que he visto en septiembre por su triple condición simbólica: española, policiaca y clásica. ‘091, policía al habla’, dirigida en 1960 por José María Forqué, es una verdadera joya, un clásico de noir patrio más reivindicable.

Con aspecto formal de realismo documental, cuenta una serie de historias cruzadas que acaecen en una tórrida noche del verano madrileño. El protagonismo recae en uno de los coches de policía que entran de servicio al anochecer, al principio de la película, tras el prólogo que sirve para presentarnos al personaje interpretado por Adolfo Marsillach.

A lo largo de la película, la dotación del vehículo policial, en la que también se encuentra un jovencísimo José Luis López Vázquez, irá atendiendo los diferentes requerimientos que llegan a través de la radio. Las secuencias de la centralita, con una simulación de las calles de Madrid y el lugar por donde circulan los distintos vehículos policiales, es todo un canto a las bondades del cuerpo de Policía, cuyos agentes son ángeles de la guardia que velan el sueño de los españoles de bien.

A la vez, conocemos la otra cara de la moneda. A los habitantes que pasean por el lado más salvaje de la vida, comenzando por un par de pícaros a quienes prestan su rostro los incombustibles Toni Leblanc y Manolo Gómez Bur. Pasaremos por el Palacio de los Deportes de Madrid, atracado para robar la recaudación en taquilla de un combate de boxeo. Acompañaremos a unos señoritos calavera que se han quedado de ‘rodríguez’ en Madrid para frecuentar a chicas de vida alegre y asistiremos a la actividad asistencial de la Policía, que luchará por salvar la vida de un chaval al que se le termina la bombona de oxígeno que necesita para respirar frente a la impotente mirada de sus padres. Y ojito al desenlace, en un inédito aeropuerto de Barajas.

Toda la película es una loa a la labor de la Policía y su tono moralizante nos sitúa perfectamente en el tiempo y en el espacio, advirtiendo a los espectadores de los riesgos de conducir bajo los efectos del alcohol o animándoles a cuidar más y mejor a la familia. Pero más allá de ese tufillo, la película es extraordinaria y toca la cuestión de la violencia contra la mujer. El ritmo, las interpretaciones y esa fotografía en blanco y negro de Juan Mariné que nos muestra una Madrid nocturna a la altura de las Nueva York o Chicago del cine negro norteamericano, incluidos sus suburbios y extrarradio.

Excelente, también, la banda sonora de Augusto Algeró, con toques de jazz en clave de big band. Sobre el final, con inspiración en clásicos como ‘La ciudad desnuda’, no les digo nada. Anímense a ver ‘091, policía al habla’ y tengan en cuenta que el cine de todo el mundo ha tratado de influir en los espectadores.

Por pura casualidad también he visto estos días ‘La jungla de asfalto’, el descomunal clásico de John Huston basado en la novela de W.R. Burnett. Los protagonistas conforman una banda de delincuentes y el policía principal de la historia es corrupto. Al final de la película, en una comparecencia ante la prensa, el comisario hace un enfervorizado discurso sobre el papel de la Policía, para lo que enciende las emisoras conectadas a varios coches patrulla.

¿Qué pasaría sin enmudecieran esas radios policiales?

Los plumillas escuchan las llamadas que los vehículos reciben desde la centralita, solicitando su intervención urgente en diferentes zonas de la ciudad. A continuación, el comisario va apagando todas las emisoras, dejando la sala sumida en un silencio que sería sinónimo de barbarie, salvajismo, muerte y destrucción: si la policía no estuviera al habla y a la escucha, a pesar de sus fallos, errores y corruptelas, ¿qué le terminaría ocurriendo a esa gente que espera su inmediata presencia?

Jesús Lens

Manual práctico de corrupción contemporánea

El título de la novela de Alexis Ravelo es ‘Un tío con una bolsa en la cabeza’ y la publica la editorial Siruela en su colección Policíaca. Yo le habría puesto, aunque fuera como subtítulo, ‘Manual práctico de corrupción contemporánea’. Además, si fuera responsable de un partido político, sea del color que sea, se lo regalaría a todos los miembros que ingresaran en las Juventudes y/o Nuevas Generaciones y, al mes, organizaría un club de lectura con ellos para asegurarme de que lo han entendido e interiorizado.

‘Un tío con una bolsa en la cabeza’ comienza con un tío con una bolsa en la cabeza que se asfixia, literalmente hablando. No es nada erótico o sexual, sino un modo de tortura… o algo peor.

El tío con la bolsa en la cabeza, además, está maniatado. Y así no hay forma de respirar. Mientras boquea e intenta librarse de su siniestra mordaza, el tío con una bolsa en la cabeza trata de entender qué le está pasando y por qué. En realidad, se centra en el por qué. Lo que le está pasando es fácil de entender: se está ahogando. La cuestión, como siempre ocurre con las cosas importantes de la vida, es saber por qué. ¿Se trata de un atraco que se le ha ido de las manos a los delincuentes o hay algo más?

Es entonces cuando empieza a repasar su vida, desde que era un chavea. O un chacho, que estamos en Canarias. Una vida marcada por una decisión: dedicarse a la política. En cuerpo y alma. Entregarse a ella y ser consecuente con la decisión tomada. Lo que no es fácil. Nada fácil. O sí. Quizá. ¿Quién sabe?

El chacho se llama Gabriel Sánchez Santana, conocido como Gabrielo por los amigos. Que son muchos. Muchísimos, en realidad. Aunque quizá no tanto. Quizá no tantos. En el momento de comenzar la novela, Gabrielo, además de ser un tío con una bolsa en la cabeza, es el alcalde del municipio de San Expósito. Una localidad que podría ser la Poisonville de ‘Cosecha roja’, el clásico de Dashiell Hammett, pero a comienzos del siglo XXI. Una localidad corrupta, por tanto.

¿Pueden una ciudad, un pueblo, una comunidad, un partido o un país; ser tildados de corruptos? Tema espinoso, porque corruptas son las personas. Pero cuando demasiados individuos de una misma organización hieden a corrupción es que algo pasa.

Alexis Ravelo, libra por libra uno de los mejores escritores de género negro de nuestro país, nos vuelve a noquear con una novela que no hace ni una maldita concesión y que golpea fuerte y duro en la cabeza. Una novela que llama al pan, pan y al corrupto, corrupto; sin ambages ni disimulos.

Una novela, eso sí, que explica muy bien explicado cómo y por qué un chaval joven y prometedor termina convertido en un político vendido al que no le tiembla el pulso a la hora de introducir en su pueblo a la mismísima mafia rusa. Un político brillante y ambicioso, como tantos otros, que no tarda en vincular el supuesto progreso de su comunidad a su propio enriquecimiento personal.

Un político con visión de futuro que sabe en qué momento hay que de bajarse de un caballo que ha dejado de ser ganador para subirse a un purasangre que le lleve a la meta a una velocidad vertiginosa. Que intuye con quién hay que juntarse y a quién hay que acuchillar en un momento dado, metafóricamente hablando. O quizá no.

Un político que, al acabar con una bolsa en la cabeza, trata desesperadamente de luchar por su vida a la que vez que intenta entender cómo y por qué ha terminado así… mientras regala al lector una inestimable guía práctica sobre la corrupción contemporánea.

Jesús Lens

Del periodismo como objeto del Noir

La pasada primavera comentábamos dos novelas negras con el periodismo como eje central de la trama. Una, ’La ciudad de las almas tristes’, de Javier Márquez Sánchez, de la que insisto en destacar este párrafo: “Si se ha inventado algo absurdo en este mundo, además de la cerveza con limón y la televisión 3D, es la carrera de periodismo. Para ser periodista hay que tener curiosidad, instinto de investigación y capacidad para narrar. Y desde luego ninguna de esas tres cosas las enseñaban en la carrera cuando yo estudiaba… El hambre por contar historias, como por las manitas de cerdo, se tiene o no se tiene. El periodismo fue y será un oficio. Lo de la filigrana universitaria es otro cantar”. (AQUÍ la reseña entera)

La otra novela reseñada, igualmente recomendable para lectores con pasión por el periodismo, fue ‘El pozo’, Berna González Harbour, una de las mejores periodistas de este país. A lo largo de la narración, la autora desgrana una serie de reglas básicas de la profesión a partir del proceder de sus personajes. “De esta forma, además de una excelente novela y de una reflexión sobre los límites entre el periodismo y el espectáculo, la autora muestra algunas de las claves esenciales de un oficio para el que, nunca olvidemos a Kapuscinski, los cínicos no deberían servir”, escribía entonces. (Leer AQUÍ la reseña entera). Y recuerden también la interesantísima ‘Regeneración’, de Javier Sanclemente, de la que escribí AQUÍ.

Sigamos avanzando en la relación entre noir y periodismo con ‘Memorias de un reportero indecente’, de Pedro Avilés. Subtitulado como ‘Andanzas, tretas y algún ajuste de cuentas de uno de los últimos periodistas de sucesos’, es un libro de memorias contado el primera persona por uno de los cronistas de nota roja con más pedigrí de nuestro país. Pedro Avilés trabajó muchos años en El Caso, un semanario al que define como “escuela de periodismo de investigación”, y en Interviú.

Hizo cientos de reportajes sobre algunos de los crímenes más macabros de nuestra historia negra y criminal y cubrió temas tan escabrosos como Puerto Hurraco, el crimen del rol o Alcàsser, que marcó un antes y un después en el tratamiento de la información de Sucesos, primando cada vez más el show y el espectáculo, como denuncia Berna.

Lo más interesante: cómo hacían su trabajo los periodistas y qué trucos usaban para conseguir una información especialmente sensible y delicada. Con un estilo directo y sin concesiones, Avilés no se guarda nada en el tintero y ajusta las cuentas, efectivamente, con algunos empresarios de la comunicación sin demasiados escrúpulos. ‘Memorias de un reportero indecente’ es un estupendo ejemplo de literatura de no ficción imprescindible para interesados en el periodismo de verdad, y no en el académico, retomando el principio de esta entrega de El rincón oscuro.

¿Y el futuro de la profesión? Si hacemos caso a Carlos Augusto Casas y su ‘El ministerio de la verdad’, chungo. Pero que muy chungo. Imaginemos que la pandemia no ceja y que, con la excusa de combatirla, llegamos a un 2030 con las libertades cercenadas y las redes sociales convertidas en una inquisición de nuevo cuño, valedoras de la censura 2.0. Existiría un Ministerio de la Verdad encargado de velar por la ‘veracidad’ de cualquier información publicada o emitida. Y todo lo que se saliera de esa versión oficial sería sospechoso o directamente perseguible.

Julia Romero es una joven periodista que cree en el sistema y considera que los viejos periodistas de raza, como su padre, ven fantasmas donde no los hay. Sin embargo, el teórico suicidio de su progenitor le hará cuestionarse todo lo que creía y empezará a investigar. Y lo que va a descubrir da miedo. Mucho miedo. Hasta el punto de que el control exhaustivo de la información puede comprometer al mismísimo régimen democrático.

Jesús Lens