Adú

Estoy muy contento por haber visto ‘Parásitos’ en su momento. Así, mientras decenas de amigos andan como locos entre Kinepolis y Filmin, disfrutando y sufriendo con la familia protagonista de la oscarizada película de Bong Joon-ho; he aprovechado para ver un par de estrenos españoles en pantalla grande.

Vaya por delante que la comedia es uno de mis géneros favoritos. Y que me parece el más difícil de todos. Mucho más complicado arrancarle una carcajada al espectador que una lágrima o un suspiro. Así, ‘Hasta que la boda nos separe’ se me ha quedado escasa. Me gustó el planteamiento de la historia y la presentación de los personajes. A partir de ahí, decae. La cinta de Dani de la Orden va tan de más a menos que terminé pidiéndole la hora a un árbitro imaginario.

Mucho más interesante es ‘Adú’, la película española más vista en lo que va de año. 90 minutos de cine comprometido, exigente y actual. Terriblemente actual. ¿Están siguiendo ustedes los avatares políticos y jurídicos sobre las llamadas ‘devoluciones en caliente’ de los inmigrantes que cruzan la valla de Melilla? Pues de eso va ‘Adu’. Entre otras cosas.

Tres historias paralelas que terminan trenzándose conforman un guion ponderado, ajustado, depurado y destilado hasta su quintaesencia. Tres historias protagonizadas por guardias civiles, niños obligados a emigrar y voluntarios comprometidos con la defensa de la naturaleza. Personajes con sus luces y sus sombras.

Lo que se cuenta en ‘Adú’, no por conocido, deja de ser duro. Muy duro. Conmueve. Impacta. Emociona. La elegancia, la sutileza y la sensibilidad de la cámara de Salvador Calvo nos hacen permanecer imantados a la pantalla. No hay trazo grueso. No hay maniqueísmo. No hay inverosímiles piruetas de guion. No hay manipulación emocional, excepción hecha de una banda sonora demasiado evidente, obvia y perceptible.

Viendo ‘Adú’, la pantalla de cine se convierte en un espejo que nos devuelve nuestro propio reflejo, obligándonos a reflexionar y a tomar partido en cuestiones como las concertinas, los menores inmigrantes, el racismo y la desigualdad que obliga a emigrar a millones de personas cada año.

Jesús Lens

Otro follón de película

¡La que se está volviendo a liar con una película española! No. No hablo del asunto de Trueba, “La Reina de España” y el boicot. Ese tema ya está superado. O no. Que cada uno hace con su tiempo -y con su dinero- lo que le viene en gana. O en desgana. Pero alegrarse por el fracaso de una película, trabajo colectivo de cientos de personas y, por tanto, pan para centenares de familias; me parece sádico y cruel, con independencia de las opiniones de su director sobre el Ser o no ser español.

1898 película Filipinas

El caso es que el estreno de “1898: Los últimos de Filipinas” también está generando polémica y discusión. Quizá no tan enconadas, dado que su director, Salvador Calvo, no es tan conocido ni está tan significado como Trueba, pero está dando que hablar. ¿Y que pensar? De ello hablo hoy en IDEAL.

Empecemos por recordar que hablamos de una película. De género histórico, pero pe-lí-cu-la, al fin y al cabo. No es un documental ni un reportaje para los canales temáticos de historia. Es una película de ficción basada en unos hechos que acontecieron en 1898, durante el sitio de Baler.

Fotograma últimos Filipinas

Y como tal película, “1898: Los últimos de Filipinas” me ha gustado. No es perfecta ni una obra maestra, pero es una muy buena cinta de corte antibelicista y antiimperialista que obvia cualquier exaltación de las hazañas bélicas para convertirse una agria y amarga reflexión sobre sobre las miserias de la guerra.

El guionista, Alejandro Hernández, es un cubano nacido en La Habana, en 1970, que luchó en la guerra de Angola y tiene una poderosa y durísima novela publicada por la editorial Salto de Página, “Oro ciego”, sobre la Cuba… de 1898, precisamente. De ella escribí hace años, en este artículo.

Sin embargo, viendo la cinta de Salvador Calvo, me da la sensación de que el equipo de producción ha tomado como referente el “Platoon” de Oliver Stone y su lema: “La primera víctima de la guerra es la inocencia”. Así, hay militares buenos, malos y regulares. Solo que el malo es tan malo que resulta caricaturesco, lo que va en detrimento de la credibilidad de toda la película.

platoon

Como no quiero destripar nada sobre el argumento y los personajes, lo dejo aquí. De momento. Y les animo a ver una muy interesante película, española, que aborda un tema tan complejo como doloroso.

Jesús Lens

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El Niño

El fenómeno de “El Niño”, que es un concepto vinculado al cambio climático, tiene una nueva acepción desde hace un par de semanas, relacionada con el séptimo arte y, en concreto, con el cine español.

Porque la película de Daniel Monzón es, efectivamente, un fenómeno; además de ser una fenomenal película.

Vamos a dejar claro y desde el principio, que “El Niño”, cinematográficamente hablando, es una joya. Si hablamos de cine de acción, claro. Tiene ritmo y emoción y, en este caso, el diseño de producción está perfectamente adecuado a la historia, contando con una exuberancia de medios que para sí lo quisieran muchas grandes producciones internacionales.

 El niño

Y ahí comenzamos a hablar de esas otras cosas que flotan alrededor del fenómeno de “El Niño”.

Para seguir leyendo la reseña, date un saltillo rápido a mi espacio Lensanity, de la web de Cinema 2000, a través del enlace marcado.

Jesús Lens

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Una pistola en cada mano

Desde que Ben Stiller dirigiera allá por 1994 una deliciosa comedia titulada “Reality bites”, a películas como “Una pistola en cada mano”, de Cesc Gay, me gusta aplicarles esa etiqueta: bocados, pedacitos de realidad, trozos de vida trasplantados al celuloide.

 Una pistola en cada mano

Pocas veces como en “Una pistola en cada mano” sería aplicable dicha definición: dos personas que se encuentran y hablan. O que se buscan, y hablan. O que han quedado, para hablar.

Siempre de dos en dos. En episodios independientes. En lugares y espacios diferentes. En situaciones inesperadas. Inapropiadas, incluso.

En “Una pistola en cada mano” está lo mejor del cine español del momento. En primer lugar, por la nómina de actores. ¡Atentos!: Ricardo Darín, Luis Tosar, Javier Cámara, Leonor Watling, Eduardo Noriega, Leonardo Sbaraglia, Candela Peña, Eduard Fernández, Alberto San Juan, Cayetana Guillén Cuervo, Jordi Mollà, Clara Segura… y seguro que alguno más.

 Una pistola en cada mano

Pero lo mejor no es solo el reparto, sino también el guion, del propio Gay y de Tomás Aragay. Un guion que es como un collar de perlas: cada pieza es preciosa, pero el conjunto es… ¡perfecto!

Una historia coral porque, como señala el propio director: “así puedes contar distintas facetas de los seres humanos… y porque vivimos en sociedad, ¿no?”.

Una película de la que sales pensando que ser hombre no es lo mejor del mundo, precisamente. Hombre, en el sentido genérico del término. Genérico de género. Masculino: sujeto más o menos peludo, dotado de dos bolitas y un palito, pero que, de cerebro, lo justo. Muy justo. ¡Justísimo!

 Una pistola en cada mano

Tienes treinta y tantos, o cuarenta y pico; vas a ver esa película con una mujer y, al salir, casi que dices eso tan socorrido de “¡Uy! Pero qué tarde se ha hecho. Habrá que irse, ¿no?”

Porque como te metas en un bar, a tomarte tu Alhambrita de rigor… la has liado. Chungo, colega. Mala idea. Peor, incluso. ¡Pésima!

– ¿Y tú que piensas del personaje de Fulanito? ¿Y qué te parece lo de Menganito? Anda que si te encontraras con Zutanito…

Y tú, hombre, mirando al tendido. O estudiando la carta de las tapas, como si escondiera un arcano indescifrable, más complejo que las conexiones neuronales del cerebro de Einstein.

“Una pistola en cada mano” es una de esas películas que, en 95 minutos, consiguen algo tan difícil como es hacerte pensar. Y, para ello, una única herramienta: la palabra. El diálogo. La sugerencia. El apunte. El esbozo. La sutileza. Una palabra por aquí, un gesto por allá, una sonrisa, un silencio…

 Una pistola en cada mano

Sostiene Gay: “Me puse a escribir encuentros inesperados, cosas concretas, porque pienso que, en la vida, los momentos más importantes pasan sin que no solo los pensemos, sino que ni siquiera nos los llegamos a plantear”.

Es curioso que otra película española, radicalmente distinta a esta, “Lo imposible”, también parte de uno de esos momentos inesperados e imprevistos. ¿Por qué, la comparación? Porque cualquiera de los encuentros, las conversaciones y los diálogos de “Una pistola en cada mano” tiene los devastadores efectos de un tsunami emocional.

Ayer hacíamos balance de 2012, con las nominaciones a los Goya, lamentando que el guion de “Una pistola en cada mano” no hubiera sido destacado. Concluíamos que ha sido un año excepcional para el cine español. Muchas propuestas, muy diferentes entre sí. Muchos modelos tan distintos como complementarios de hacer, distribuir, exhibir, publicitar y vender un producto, el cine español, por que el deberíamos apostar todos, cada vez con más fuerza.

Si no, vayan a ver dos películas españolas como “El cuerpo” y “Una pistola en cada mano”. Un programa doble. Dos películas de hora y media que son una delicia y que te reconcilian con las muchas dimensiones que puede alcanzar esa entelequia conocida (y tantas veces desprestigiada y vilipendiada) como “cine español”.

Jesús Lens

A ver, los 9 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012

CELDA 211

Ganadora del Goya a la mejor película del Año así como ganadora de otros varios premios gordos, la traemos de nuevo al primer plano de este Blog. Lo sabéis. «Celda 211» es muy importante para mí, desde que hace unos años le dimos uno de los premios literarios de Semana Negra a la novela en que está inspirada. Hoy, un trocito de Goya lo siento mío. 😀

 

 

Al principio de la película, en la primera secuencia, pensé que me mareaba. Dado que tenía a mi lado a un tipo duro, mi amigo Jorge, hice de tripas corazón, le di un sorbo a la coca cola, y seguí mirando a la pantalla. Y es que, para no quepan dudas sobre lo que el espectador va a ver en las salas en que se proyecta la extraordinaria «Celda 211», la primera secuencia es dura, áspera y doliente como asfalto cubierto de sangre después de un accidente. Brutal.

 

Después llega la introducción. Dos funcionarios de prisiones enseñan a un novato las instalaciones de una cárcel sevillana. Se oye un tremendo portazo y, ante el sobresalto del nuevo, que ha adelantado un día su visita a la prisión para causar buena impresión, los veteranos le dicen que se acostumbrará pronto ya que, a fin de cuentas, los presos terminan saliendo algún día, pero que ellos se quedan allí dentro para siempre. Uf.

 

Y aparece él. El hombre. El único, brutal, impactante y sobrenatural Malamadre, encarnado por un Luis Tosar al que, como él mismo dice en una entrevista, ahora le espera un buen chorro de ofertas para que interprete a todo tipo de hijos de puta cachas, tatuados y dotados de una amenazante voz ronca de cojones; carismático, escurridizo como una serpiente, letal como un tiburón blanco y con la sabiduría ancestral de las bestias acorraladas.

 

Malamadre.

 

¿Os acordáis? Lo contábamos hace unas semanas, cuando hablábamos en ESTA ENTRADA de los prolegómenos de la peli y del especial cariño que le tengo a la misma, desde que la novela homónima «amenazó» con convertirse en celuloide: ¿qué actor hubiera sido el mejor y más indicado para interpretar al personaje surgido de la imaginación de Francisco Pérez Gandul?

 

Una vez vista la excepcional película de Daniel Monzón, la respuesta sólo puede ser una: Luis Tosar, un tipo de da miedo, impresiona y resulta enormemente atractivo, todo a la vez. Y que, a buen seguro, ganará el Goya. Debería. Anunciadas las Candidaturas a los Goya, junto a «Ágora», es la más prometedora.

 

Ahora bien, que si Tosar está de lujo, el resto del reparto penitenciario y patibulario no le anda a la zaga. Sobre todo el inquietante Luis Zahera, el preso con gorra y muñequera de España que, desde su primera aparición, hiela la sangre de los espectadores. ¿Alguien sabe si es actor profesional o es uno de los presos figurantes y, sobre todo, si esa voz es la suya? Porque, más que miedo, da pánico.

 

El elenco de guardias, sin embargo, está menos conseguido. Todo lo que tiene que ver con ellos es más maniqueo e incluso el siempre solvente Resines palidece, en comparación con los presos, además de que su personaje es demasiado, demasiado…

 

Pero da igual. Porque «Celda 211», partiendo de una novela estupenda, ha desembocado en una película genial, cuyo ritmo no decae apenas un instante en sus dos horas de metraje, con secuencias de una fuerza tsunámica y, como hemos dicho, con varias interpretaciones magistrales y abrasadoras. Todo lo que ves en pantalla es creíble, aunque a veces sea tremebundo. Daniel Monzón consigue trasladarte a esa cárcel sevillana y hacerte partícipe del motín, las lealtades, las palizas, las fidelidades y las traiciones.

 

Un P-E-L-I-C-U-L-O-N.

 

Con mayúsculas.

 

Valoración: 8

 

Lo mejor: Inevitablemente, Malamadre.

 

Lo peor: Algunas interpretaciones y alguna parte demasiado forzada en el guión.

 

 

PD.- «Celda 211», como «After» o «Agallas», también es cine español. Y cine bueno, comprometido y de altísima calidad. A ver si el público que defendía el heroísmo españolista de ver «Ágora» responde de la misma manera, yendo en masa a ver este películón.