Seguiremos hablando de ellas

“Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” atesora, como primera gran virtud, uno de esos títulos con fuerza y personalidad, imposibles de olvidar. Un título que dan ganas de enmarcar con letras de oro y colgarlo en el despacho, sobre el escritorio, bien visible.

Por supuesto, la gran obra maestra de Agustín Díaz Yanes, dirigida en 1995, es más, mucho más, que un título prodigioso: si la película no hubiera sido tan grande como es, habríamos terminado olvidándonos de Gloria y de Doña Julia a las primeras de cambio.

 

Sin embargo, a comienzos de 2017, cuando el escritor Fernando Marías se planteó poner en marcha el proyecto Hnegra, en el que las mujeres serían las grandes heroínas de 22 cuentos cortos escritos por 22 autoras de género negro y que serían ilustrados por 22 reputados artistas, su referente fue “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”.

 

“—No disparen… solo soy una puta…

 

Así recuerdo que suplicaba Gloria Duque, bañada en sangre ajena, ante los policías que irrumpían pistola en mano en la pantalla del cine, aquel lejano día de 1996. Desde mi butaca, estremecido, la vi llorar. Aterrorizada y sola, con las manos en alto, de rodillas en el suelo del tugurio, rodeada de cadáveres acribillados a balazos. Esa mujer muy pobre y muy desdichada, también inocente o incluso muy inocente, inocente de casi todo, no quería, a pesar de su vida perra, que la matasen un disparo fortuito.

 

—No disparen… Solo soy una puta…

…Esta película llegó para demostrar que era posible filmar obras maestras del cine negro en idioma español, senda que, por suerte, luego seguirían otras películas y cineastas. Pero, además, de forma también novedosa y hasta insólita, concedía el protagonismo de la trama y de su intensidad emocional a las mujeres”.

 

Estos fragmentos del excepcional prólogo que el escritor y muy cinéfilo cinéfilo Fernando Marías ha escrito para el libro Hnegra, publicado por la editorial Alrevés y Ámbito Cultural El Corte Inglés, nos dan la razón a quienes pensamos que sí. Que seguiremos hablando de ellas, por siempre jamás.

Seguiremos hablando de los personajes magistralmente interpretados por Victoria Abril y por Pilar Bardem, ambas ganadoras del Goya por sus interpretaciones de Gloria y Doña Julia, y escritos por un Agustín Díaz Yanes que hacía su debut como director con una película que, efectivamente, nos sacudió a todos los espectadores en la sala de cine.

 

Yo, que no soy de mucho llorar con las películas, no puedo evitar que, cada vez que veo el final de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, me caigan lágrimas como puños mientras espero a que terminen los títulos de crédito, para rehacerme y recomponerme antes de volver a la realidad. Porque hablamos de una película más negra que el asfalto, pero con un poso de humanidad en sus personajes que, si no le conmueve, querido lector, es que está usted tallado en roca pura.

Pocos debuts cinematográficos tan deslumbrantes como “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, una película totémica y fundacional de un nuevo cine negro español que arrasó en el Festival de Cine de San Sebastián y que terminaría cosechando ocho premios Goya, entre ellos, mejor película, mejor director novel y mejor guionista; para Díaz Yanes, además de los referidos galardones a Pilar Bardem y a una Victoria Abril que definía así a Gloria, su personaje, durante el estreno de la cinta: “Es una personaje real, de hoy, del Madrid de 1995. Me siento representando a millones de mujeres de carne y hueso, no es una heroína de gimnasio. Es de las que se callan, cuya vida se desarrolla en una sociedad difícil, y más aún para las mujeres”.

Así las cosas, no es de extrañar que, más de veinte años después, sigamos hablando de Gloria Duque, ¿verdad? Sobre todo porque Agustín Díaz Yanes retomó su personaje en una extraordinaria secuela titulada “Solo quiero caminar”, en la que Gloria Duque regresa a México, viéndose enredada en la mala vida. Otra vez.

 

Otra potente historia, igualmente Noir, en la que el elenco femenino incluye a Ariadna Gil, Pilar López de Ayala y Elena Anaya, arropando a la imprescindible Victoria Abril. Y, si en la primera entrega, el villano estuvo interpretado por el argentino Federico Luppi; en este caso será el mexicano Diego Luna el personaje trágico masculino.

Uno de los temas que más me apasionan, de un tiempo a esta parte, es cómo reflexiona el cine sobre el paso del tiempo en películas que, pasados diez años o más, retoman a personajes de títulos anteriores y los sitúa en otro tiempo, en otro espacio, en otra sociedad y en otras circunstancias.

 

¿Cómo ha tratado la vida a Gloria Duque, en los cerca de quince años que median entre “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” y “Solo quiero caminar”? ¿En qué han cambiado las sociedades española y mexicana que nos muestra Agustín Díaz Yanes? ¿Qué queda de la impronta de Doña Julia en la protagonista, años después de su muerte?

 

Para el festival multidisciplinar Granada Noir es un orgullo y un placer contar este año, en su tercera edición, con la presencia del guionista y escritor Agustín Díaz Yanes, que recogerá el Premio GRN a toda una trayectoria dedicada al género negro.

Será el martes 3 de octubre, en el Teatro CAJAGRANADA, antes de la proyección de su obra maestra, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, con la que se inicia el ciclo que AulaCine CAJAGRANADA dedica a la mujer en el género negro.

 

Tras la proyección, el cineasta mantendrá un coloquio abierto con el público en el que hablará de su cine y sus novelas, de la adaptación de Alatriste, del guion de “Madrid Sur”, una cinta de ciencia ficción que no pudo ser rodada por falta de financiación; y de su película más reciente, “Oro”, que ya está a punto de estrenarse en las salas de cine.

Una película que esperamos con ansia cinéfaga sin límites.

 

Jesús Lens

Alcanzado por el futuro

Ayer fue uno de esos días decisivos. Uno de los días que conforman cómo va a ser el resto de tu vida. Un día que lo cambia todo. Porque ayer, me alcanzó el futuro. Ese futuro que venía persiguiéndome desde hacía meses.

Durante un lapso de tiempo, no excesivamente largo, pero sí muy intenso, coincidimos mi futuro y yo.

 

—¿Qué tal? ¿Cómo me ves? —me preguntó.

 

No pude contestarle. Porque el futuro es algo que siempre va por delante de ti: en cuanto lo alcanzas, se convierte en presente e, inmediatamente después, ya es pasado.

 

El futuro, una vez que llegas a él, ya es otra cosa.

 

No es habitual, por tanto, que sea tu futuro el que te alcance a ti. Y, cuando ocurre, como ayer, es complicado saber cómo reaccionar.

 

—¿Soy como te esperabas?

 

Tampoco tuve respuesta. ¿Cómo esperaba yo que fuera a ser, mi futuro? Reconozco que, desde hace tiempo, no me lo planteo. Cuando somos jóvenes, nos creemos dueños de nuestro destino. A medida que crecemos, las circunstancias nos vapulean y nos enseñan que, tal y como decía John Lennon, la vida es eso que ocurre mientras tú haces otros planes.

 

Mi futuro no se tomó a mal mi silencio reflexivo. Creo. Estuvo un rato conmigo, mirándome cara a cara. Y, de pronto, echó a correr, volviendo a ir por delante mí, como se supone que debe ser.

 

Más tarde, comiendo con el escritor Fernando Marías en ese oasis que es el restaurante Ácimo, mientras dábamos cuenta de una rica ensalada de pollo con curry, salió el tema. El del paso del tiempo. El de los ciclos que se terminan. Y los que empiezan. Porque solo cuando se cierra un ciclo es posible disfrutar plenamente del siguiente.

Durante la comida, Fernando y yo hablamos de cine. De Marlon Brando, esencialmente. Y de Coppola. De Clint Eastwood en “Gran Torino”. Y de Agustín Díaz Yanes, por supuesto. Actores que han personificado el paso del tiempo y directores que han reflexionado sobre él. Sobre los efectos que tiene en personajes como la Gloria Duque de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, un título que es, en sí mismo, una declaración de intenciones y cuya segunda parte se tituló “Solo quiero caminar”.

Y ahí resultó estar mi respuesta, de cara al futuro. En una sencilla actitud: solo quiero caminar…

 

Jesús Lens

Conversación con Fernando Marías

En Granada Noir sabemos que esto de los Encuentros Especiales con gente de la cultura negra y criminal es una anomalía que va contra el signo de los tiempos. Porque, de lo que se trata, es de hablar. Largo y tendido. De conversar. Para aprender, descubrir y disfrutar.

En estos tiempos de inmediatez y dispersión, de fugacidad, prisa y culto a la velocidad; retransmitir a través de Facebook una conversación de una hora de duración entre dos personas puede parecer una osadía, una temeridad. Casi una provocación.

 

Pero es lo que nos gusta hacer en Granada Noir. Cosas originales, diferentes y a contracorriente. Organizando presentaciones de escritores y dibujantes en bares de Granada, por ejemplo. Que la cultura, acodada a la barra de un garito que se precie de ser especial, llega.

 

O combinar disciplinas. Que el cine, la fotografía, el cómic, la literatura, la música, el teatro y la gastronomía, mezclados -y agitados- en sus justas proporciones, pueden ofrecer cócteles de lo más sorprendente, sabroso y atractivo.

 

De esta filosofía nacen los Encuentros Especiales que, con Cervezas Alhambra, venimos organizando a lo largo de todo el año. Fernando Marías es el cuarto invitado. Vean en YouTube las conversaciones con Alejandro Pedregosa en el kiosco Las Titas, con Enrique Bonet en el Mesós San Cayetano de Cgurriana de la Vega y con Carlos Salem en el Caradura Bistrot de Álvaro Arriaga; a ver qué les parece ese homenaje a la palabra que hacemos en cada charla.

 

Y hoy, a las 18 horas, abran la página de Facebook de Granada Noir. Ahí estaremos Fernando Marías y un servidor, en el hotel Alhambra Palace, prestos y dispuestos a hablar de literatura. Haremos un repaso por la obra de un autor que, entre otros premios, atesora el Primavera, el Biblioteca Breve y el Nadal. ¡Ahí es nada!

 

Charlaremos de sus múltiples proyectos, que Fernando es una de las personas clave de la cultura española contemporánea, polifacética e incansable y, por supuesto, será inevitable que hablemos de cine. La pregunta es: ¿cuánto tardará en surgir “Grupo salvaje” en la conversación? Se admiten apuestas…

 

Hoy lunes volveremos a practicar el arte de la conversación, una disciplina cada vez más en desuso. Y lo haremos a través de esas fascinantes tecnologías de la comunicación que, bien usadas, nos abren posibilidades infinitas.

 

La conversación con Carlos Salem, en el Caradura bistrot, tuvo más de tres mil conexiones. ¡3000! ¿Y si, en realidad, el gusto por hablar no estuviera tan pasado de moda?

 

Jesús Lens

De almas, diablos y contratos Noir

Estaba tomándome una Alhambra Roja, paladeándola despacio mientras degustaba una inenarrable tapa de sangre frita, cuando se sentó frente a mí. No lo había visto entrar al bar, aunque estaba sentado junto a la puerta. Tampoco le conocía. Pero eso no le impidió sentarse a mi mesa y preguntarme si yo era el Jesús Lens que escribía “El Rincón Oscuro” de IDEAL, todos los miércoles.

Le contesté que sí, removiéndome en mi asiento. Reconozco que me incomoda que la gente me pregunte por mis artículos, libros y columnas, pero va en el sueldo. Supongo.

 

—¿El Lens que escribió hace un par de semanas sobre Robert Johnson, el Club de los 27 y la venta del alma al diablo? Lee AQUÍ, esa entrega.

 

Estuve a punto de echarme a reír.

 

—Mira chaval, creo que llegas tarde. En concreto, veinte años. Que en junio me caen los 47 palos. ¿No soy un poco mayor para venderle mi alma a Satanás y tú, para andarte con estas pollaícas?

No sonrió. Ni movió un músculo de la cara. Y más risa me dio, claro, verlo ahí plantado, impertérrito, tan serio y sin descomponer el gesto.

 

El caso es que era un tipo interesante y bien parecido con un corte de pelo cool, pero nada estrambótico. Ropa moderna, pero en absoluto estridente. Perfectamente afeitado, apenas lucía unas incipientes patas de gallo. Le eché treinta años, bien cuidados y mejor aprovechados.

 

Reconozco que ya llevaba un par de birras encima, por lo que la situación me puso de buen humor. —Venga va. Hazme una oferta que no pueda rechazar, asegúrame el Pulitzer o, en su caso, que mi primera novela negra vaya a vender tanto como las nórdicas. Pero rapidito, que mi Cuate Pepe está a punto de llegar y nos vamos al Magic, a escuchar jazz.

 

—Imagino que esto es lo que llaman la malafollá granaína, ¿no? —me preguntó el tipo con un cierto deje de decepción—. ¿O es su forma de ser simpático, gracioso y amigable? Creía que estos temas le interesaban realmente, pero si no es así…

 

Dejé de reír y pedí dos cervezas más. Y empezó a contarme. Que lo de Robert Johnson firmando un contrato con el Diablo en un cruce de caminos, por supuesto, jamás ocurrió. Que, como las historias de la Biblia -y la mayoría de todas las buenas historias- no es más que una alegoría.

—Ya imagino. La cultura popular es así. Convierte en historia lo que no es más que una vieja leyenda. Como dijo John Ford en “El hombre que mató a…”

 

—Y, sin embargo, sí es cierto vendió su alma a Satanás —me dijo igualmente serio aquel tipo, cortando de raíz mis alardes cinéfilos.

 

Cuando intenté darle la réplica, me hizo callar. Y siguió contando.

 

—Quizá, el cruce de caminos al que hace referencia la historia sí existió. ¿Quién nos asegura que no era un garito que, en mitad de ningún sitio, acogía a los borrachos de cuatro condados, y de ahí su nombre, “Crossroads”?

 

No sabía si aquello era una pregunta retórica, una suposición o, sencillamente, aquel individuo me quería decir algo. Por si acaso, le dejé continuar.

 

—¿Y si el demonio al que Jonhson vendió su alma era, en realidad, un empresario de la industria musical que descubrió el talento de aquel bluesman y le hizo firmar el contrato de su vida? ¿Y si aquel contrato fue lo que permitió que su música empezara a sonar en las emisoras de radio y de ahí su fulgurante éxito?

 

Apuré mi cerveza de un trago largo y le pedí otra a Pablo, el camarero. Mi interlocutor llevaba la suya por mitad. Opté por seguir sin decir nada, escuchando.

—Sé lo que está pensando. Lo de su temprana y trágica muerte, a los 27 años. Pero… ¿y si llegó un momento en que Robert Johnson empezó a ser demasiado conocido, complicándosele la vida? ¿No pudo ocurrir que, sencillamente, se hartara de todo aquello y decidiera desaparecer, simulando su muerte para que le dejaran en paz? ¿Y si aquel mismo empresario le ayudó en el empeño, alumbrando de esa manera una leyenda que lo convertiría en inmortal, pero manteniéndolo alejado las sevicias de la fama? ¿Y si, además, con su muerte prematura en la cima de su carrera, tanto el empresario como el artista se aseguraban el éxito de su música, por siempre jamás?

 

—De esa manera, siempre podría aparecer una nueva grabación inédita, descubierta casualmente en algún ignoto estudio del sur de los Estados Unidos o en el cajón de un escritorio arrumbado en la casa de algún familiar…

 

—Efectivamente. Un negocio redondo. Pero vayamos un paso más allá. ¿Y si, dado su éxito, aquella iniciativa fue imitada posteriormente por otros artistas, dando lugar al mítico Club de los 27?

 

“¡Joder! ¡Pues claro!”, pensé para mis adentros. “Vive deprisa, finge tu muerte joven y, además de un bonito cadáver, dejarás una lucrativa leyenda a tus espaldas…”. Pero aquello, de ser cierto, requería de una enorme infraestructura. Que no es lo mismo simular una muerte en los años 30 o 60 del pasado siglo que en el hiperconectado siglo XXI. ¿Sería posible que estuvieran vivos, de verdad, Janis Joplin, Jim Morrison o Kurt Cobain? ¿Se habría operado el rostro Ami Winehouse y estaría llevando una apacible vida en el trópico, ajena al Brexit?

Cuando levanté la vista, no había nadie frente a mí. Quedaban los restos de una cerveza, violentamente roja. Y bajo el vaso, una tarjeta. No tenía dirección, correo electrónico ni teléfono de contacto. Solo un nombre: La Corporación.

 

(En El Rincón Oscuro ya hemos hablado antes de La Corporación, por si quieres conocer un poco más sobre esa siniestra organización. Por ejemplo, cuando aparecieron unas grabaciones inéditas de Enrique Morente. Léelo AQUÍ.

 

Y en este relato, en Moon Magazine, ya se avanzaba la posibilidad de que todo esto estuviera ocurriendo, desde hace tiempo, y no solo con músicos… Que París bien vale una tumba.

 

Jesús Lens

Villa Diodati en Granada

Hace 200 años, un grupo de románticos creadores alquiló Villa Diodati, en Suiza, a orillas del lago Lemán. Su objetivo era disfrutar de la naturaleza y la montaña, pero un tiempo inusualmente frío les obligó, aquel verano, a encerrarse en la casa. Y, para que el tiempo pasara más rápido, se retaron a inventar las historias más aterradoras que pudieran imaginar. (Toda la información sobre esas míticas veladas, en este enlace).

Así fue como en el seno de Villa Diodati, durante el verano de 1816, surgió la chispa que alumbraría mitos capitales de la historia de la literatura, como Frankenstein o el mismísimo Vampiro.

Aquellas veladas en Villa Diodati pasaron a la historia como ejemplo del poder creativo latente en un grupo de personas que se reúne con ganas de disfrutar de la cultura, las artes y las letras. Ejemplo de lo productivo que resulta disfrutar de la compañía de gente interesante en un entorno especial, con tiempo por delante, compartiendo mesa, mantel y buenas viandas de la tierra.

Sobre esa base, Rosa Masip y Fernando Marías han puesto en marcha el proyecto “Diodati se mueve”, trasladando ese espíritu romántico y creativo a diferentes puntos de España. El proyecto arrancó, el año pasado, en entornos acuáticos de Madrid y Aragón. Y, ahora, llega a Granada.

El próximo fin de semana, la hospedería “El Ventorro” de Alhama de Granada se convierte, durante tres días, en la Villa Diodati suiza, acogiendo a reconocidos escritores como el propio Fernando Marías y la poeta Raquel Lanseros, a músicos como Josete Ordóñez y Neomymus y a un científico como Manuel Masip.

Y, por supuesto, a todos aquellos de ustedes que quieran sumarse a un fin de semana artístico, cultural y creativo muy especial, en el que habrá música, literatura, cine, conversación, la mejor gastronomía local, baños en las termas y, sobre todo, una convivencia muy cercana con los anfitriones.

Y todo ello con un leit motiv único y particularmente estimulante, el Viaje en el Tiempo, disciplina en la que Granada debe ser pionera: mirando hacia atrás, todas las grandes civilizaciones han dejado su impronta en nuestra tierra. Y, hacia delante, la vanguardia científica en el sector biosanitario y la posible llegada del acelerador de partículas nos hacen encarar el futuro con optimismo… y enigmática curiosidad.

Ya lo saben. El próximo fin de semana, es posible viajar en el tiempo. Los pasajes, en www.diodatisemueve.com

Jesús Lens