DE «OBLIGADA» LECTURA

Después subo una reseña literaria muy mística o, quizá, el último cuento que he escrito. Pero ahora tenéis que leer estas dos historias: El amor lo apostó todo a una carta, una joya de M. Victoria Cobo que publica hoy IDEAL y la fantástica, diferente y muy alejada de su estilo habitual página de Pérez Reverte en el dominical del periódico: La habitación del hijo.

 

Además, me están gustando mucho las columnas deminicales de Alejandro Sanz, cargadas de humor y sentido común, como esta clarividente «Lo estoy dejando». Y sobre la crisis que nos amarga, uno de los análisis más clarividentes y con los que más conecto, de la infinidad de ellos que he leído hasta la fecha, lo hace hoy Santiago Niño Becerra en su artículo «Lo que está pasando (Reloaded)».

 

A ver qué os parecen.

 

Nos vemos.

 

Jesús Lens, adicto a la prensa.

PERDIDOS Y LA CRISIS

La columna de hoy de IDEAL, en clave televisivo-política. A ver si la hemos conseguido cuadrar…

 

En uno de los últimos episodios de la quinta temporada de «Perdidos», cuando se encuentran después de mucho tiempo, el eterno Richard le comenta al caótico Locke: «Hay algo diferente en ti». Y el calvo redivivo le responde, sin titubeos: «Sí. Ahora tengo un objetivo». Tiene tarea. A la vuelta de cinco temporadas, Locke tiene un objetivo. ¡Él, que nos las ha hecho pasar canutas con sus ideas místicas, sus súbitos cambios de opinión, su liderazgo errático y sus decisiones erróneas basadas en la inspiración del momento!

 

Sinceramente pienso que el gran mérito de «Perdidos», además de ser una serie compleja, adictiva y fascinante, es haber sido capaz de prever el actual caos internacional en que la tan traída crisis económica nos ha sumido. Y, puestos a malpensar, ¿a los gobiernos de qué país les recuerda el discurso de Locke, cuando escuchamos que se ha agotado un modelo productivo y, ahora, tenemos un nuevo objetivo en forma de I+D+i, la gran panacea del crecimiento sostenible, maná para el futuro y milagro de los panes y los peces?

 

Cuando veo a los protagonistas de la Isla desplazarse en el tiempo, intentando encontrar su destino y dar con la clave para conseguir abandonarla, me acuerdo de este neokeynesianismo en que vivimos actualmente, con ecos de Marx y con el neoliberalismo absolutamente denostado… pero con las derechas ganando en todas las citas electorales europeas. Increíble, pero radicalmente cierto. Absurdo, sinsentido y contradictorio.    

 

Y luego está, para resolución de cualquier conflicto que surge en la Isla, la permanente pugna entre Sawyer y Jack. Si uno dice blanco, el otro dirá negro. Si uno pide mar, el otro clamará por la montaña. Y ahí van los dos, con cara de permanente cabreo, trasuntos de ZP y Rajoy o de nuestro alcalde y la Junta, con los soterramientos del metro, el cierre del anillo o el Museo de la ciudad, sin ir más lejos. ¿Y qué me dicen de Ben, el antiguo líder de los Otros, caído en desgracia, vilipendiado y denostado, pero con pinta de creerse que aún tiene mucho que decir?

 

Pero hablemos de los Otros y de los Hostiles, los siempre sospechosos vecinos de los protagonistas de «Perdidos». En realidad, nadie sabe quiénes son los buenos o los malos, pero los personajes de la serie se guían por una máxima ¿infalible?: si no están con nosotros, están contra nosotros. Y, por eso, ante la más mínima dificultad, discusión o contratiempo, vuelan hondonadas de palos, tiros y puñaladas por la Isla. Como en un Parlamento cualquiera, vamos.

 

Sin olvidar la misteriosa Iniciativa Dharma de la que nada sabemos, pero ahí está, siempre presente. O el malo malísimo, Charles Widmore, que no duda en fabricar mentiras increíbles para engañar a la opinión pública y poner en marcha maquiavélicos planes que redundarán en su propio beneficio. ¿No les parece, «Perdidos», la vida misma?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CIGARRAS vs. HORMIGAS

Está Nota está rebotando de buzón de correo a buzón de correo, a través de Internet. Una fábula muy sencilla y clarividente sobre la parálisis financiera en que estamos sumidos y que demuestra que las cigarras gastosas somos mejores para la economía que las hormiguitas ahorradoras. ¿O no?

 

 

En una pequeña ciudad todos tienen deudas y viven a base de créditos. Por fortuna, llega un ruso forrado y entra en un pequeño hotel con encanto. Pide una habitación.

Pone un billete de 100€ en la mesa del recepcionista y se va a ver las habitaciones.

El gerente del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero.

Este coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos.

A su turno éste se da prisa a pagar lo que le debe al proveedor de pienso para animales.

El del pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito.

La prostituta coge el billete y sale para el pequeño hotel donde había traído a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.

En este momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, coge el billete y se va de la ciudad.


Nadie ha ganado un duro, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas y mira el futuro con confianza!

MORALEJA: SI EL DINERO CIRCULA SE ACABA LA CRISIS

DE BANQUEROS, FUTBOLISTAS Y DARWIN

Hoy, día futbolero por excelencia, dejo este maravilloso artículo horizontal, transversal e intertextual de uno de los periodistas más preclaros del momento. A ver si les gusta la mitad que a mí.

 

 

Banqueros, futbolistas y Darwin

JOHN CARLIN

 

 

  • «Cuando le dije que era futbolista contestó:
  • ‘¿Pero de qué trabajas?».

 

Karembeu, ex del Madrid,

cuando conoció a su futura esposa,

la modelo Adriana Sklenarikova.

 

 

A los jugadores del Valencia no les hará ninguna gracia, ya que el club sufre para pagarles sus nóminas a tiempo, pero persiste el tópico de los futbolistas «peseteros», y no sería sorprendente que volviera con más fuerza en estos tiempos de crisis.

 

Últimamente nos hemos metido bastante con los banqueros al descubrir, indignados, no sólo el caos global que han sembrado, sino además los sueldos y primas descomunales que se han regalado (aunque, eso sí, más en Inglaterra y Estados Unidos que en España, hasta ahora). No pasará mucho tiempo hasta que nos empecemos a meter con los futbolistas, sector de la sociedad cuyos integrantes más dotados ganan en un día lo que chavales de su misma edad con títulos universitarios ganan en un año.

 

Para un comunista, semejante desproporción resulta intolerable. Pero ya que, para mal o para bien, este diario forma parte del todavía imperante sistema capitalista, montaremos una defensa de los jugadores, de aquellos que cobran cinco millones de euros al año, después de impuestos, sin incluir los ingresos que reciben de Nike, Adidas y el sector calzoncillos de Armani.

 

Como apoyo fundamental al argumento a favor, nos remitiremos a un interesante artículo publicado en el Financial Times de Londres el fin de semana pasado por su lúcido columnista Simon Kuper. La tesis de Kuper es que los futbolistas se apegan mucho más a las reglas del fair play capitalista que los banqueros. Hacerse rico con el fútbol exige triunfar en un contexto de dura justicia darwiniana, mientras que muchos de los banqueros parecen haberse forrado por puro azar, afortunados contactos sociales o descarado engaño.

 

El futbolista encarna el mercado libre de manera mucho más fidedigna que el banquero. El jugador que está hoy entre los mil que ganan por encima del millón de euros al año lo ha logrado tras pasar por una ardua selección natural. Son millones los niños que sueñan con jugar al fútbol profesional, y millones los que se quedan por el camino. Para llegar a la cima hay que reunir los atributos de un superhombre: talento, fuerza física, valentía, perseverancia e incluso inteligencia e imaginación. No importa quién es el papá de uno, o qué amigos tiene. Ni si nació pobre o rico. A diferencia no sólo de los banqueros, sino de todo tipo de profesiones (sin excluir a los periodistas y a los escritores), para triunfar en el fútbol hay que ser muy bueno, y punto.

 

Una vez que uno entra en un Madrid o Manchester, el éxito dependerá de su papel sobre el campo. Si flojea, pierde motivación o interés, perderá su puesto y su trabajo. (Hay excepciones: los hay que no juegan y siguen siendo ricos, como Saviola, pero son pocos). Por otro lado, aunque un jugador le caiga mal al entrenador, no tiene más remedio que ponerle. O venderle y verle prosperar en un equipo rival.

 

El jugador, en resumen, opera en un entorno de total transparencia. Se le juzga sólo por sus méritos. No se puede esconder. Está solo, desnudo ante su club, los aficionados y el batallón de opinadores que diseccionan cada elemento de su juego. Los banqueros, en cambio, han operado en las sombras. Como dice Kuper, algún día se podrá retomar la idea de pagar primas siderales a los banqueros, pero sólo cuando demuestren, con la contundencia irrefutable de las estrellas del fútbol, que se lo merecen.