La toma de Las Dos Colinas

Ya lo decíamos ayer, que lo habíamos escrito… y aquí vienen, unas notas atléticas para esta perezosa mañana de lunes.

Me ha hecho falta participar en la exigente, desaforada, durísima y preciosa carrera de Las Dos Colinas, brillantemente organizada por las Fuerzas Armadas, para darme cuenta de lo grande, largo y extenso que es el Albaycín, con sus calles estrechas, cuestas, empedrados, escalones, vueltas, revueltas, esquinas y callejones.

Hay carreras que, sencillamente, hay que correr. Al menos, una vez en la vida. Y la oportunidad de subir por la Cuesta de Gomérez, todos mudos y acomodando las respiraciones entrecortadas, o la de tirarse por la Cuesta de los Chinos abajo, algunos como ciclones, no se puede dejar pasar.

Lo mejor de esta carrera es que, dada su orografía y recorrido, hacer buenas marcas es sencillamente imposible, lo que te permite disfrutar de una serie de sensaciones irrepetibles en cualquier otro lugar del mundo. Como recorrer, en el silencio de la mañana, la habitualmente bulliciosa calle Elvira. O la de atravesar el Arco de Elvira como si fueras el vencedor de una lejana guerra que vuelve a casa para celebrar la victoria.

Momentos mágicos, como el de disfrutar del Ave María, un remanso de paz, sosiego y tranquilidad. O, por supuesto, correr frente a la Alhambra, por un Sacromonte cuyas Ventas y Zambras aún rezuman a la juerga de la madrugada. Alhambra eterna, Castillo Rojo, testigo impávido del correr de cientos de atletas que, frente a ella, frenan obligatoriamente la cadencia de sus zancadas, a modo de rendido homenaje.

Y los espectadores. Ese tipo rubio que, en la puerta del bar, te anima diciendo que ya estás en lo más alto, cuando te encaminas hacia el mítico Arco de las Pesas. ¿O era después? Y esas monjas y esas niñas que, con sus gritos, te hacen sentir poco menos que campeón olímpico. O el guiri con aspecto de Hemingway, animando y haciendo fotos. Detalles, muchos detalles.

Y, por supuesto, las campanas. Esas campanas que, a las 10 de la mañana, saludan a los corredores con su algarabía y nos permiten terminar estas impresiones parafraseando a Hem y a John Donne: “corredor, cuando participes en la carrera de Las Dos Colinas, no preguntes por quién suenan las campanas alborozadas: suenan por ti.”

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

En pocas palabras: domingo

Ojalá, hoy, gane Ollanta Humala en Perú. Ahora estarán votando. Perú. Ya sabéis lo que me fascinó.

Hoy hicimos la fantástica pero durísima carrera de Las Dos Colinas, organizada por las Fuerzas Armadas. Y vamos a escribir sobre ella. De hecho, ya hemos escrito. Pero lo dejamos para mañana. Ahora, sólo la foto que me hizo Néfer. A la pobre, tras darle al gatillo, se le agrietó el objetivo de la cámara, visto lo visto 😉

Macarrones y “Los mercenarios”. ¡Qué mezcla!

Opositando al casting de "Los Mercenarios" 😉 Foto: Néfer

Quiero dormir. Un rato. Pero no puedo. El cansancio extremo, es lo que tiene.

Leo la prensa. Acusan a la Academia de la Historia de vivir en el pasado. Joder. Pues claro. Si viviera en el futuro, sería la Academia de la Ciencia Ficción. Y, de vivir en el presente, sería la Academia de la Indignación. O debería serlo.

Nadal, gana.

Veo posibilidades de viaje para verano. Lejos, muy lejos. Para que cuando aquí sea ahora, allí sea ayer. O mañana.

Veo esta imagen en el periódico. ¿A qué día se la semana evoca? A domingo. Por la tarde. Claro.

Sin título. ¿Y la manía de los "Sin título"? 😉

Cines del Sur. Me gustó “La cometa”. Por la estética, no por la historia, tan, tan sin historia… podría aprender, la Academia.

Sed.

Y el agua no basta.

El e-mail, qué gran invento.

Hablar con mi Álter, ¡casi un año después! y con Edu. Enorme placer. Enigma: ¿dónde se escondieron Las Verdes? Es que yo no estaba para nada.

Jesús parco-en-palabras Lens

5 Cines del Sur

Cinco ediciones cumple ya Cines del Sur, el Festival de cine de Granada por excelencia.

Cinco años trayendo a nuestras pantallas ese cine que jamás se proyecta en cartelera y que, por tanto, obra un milagro: hacer visible lo invisible. Y con el que compartimos esta Filosofía, desde luego.

No sé cuántas películas podré ver a lo largo de esta semana, pero me encantaría asomarme a todas las posibles del ciclo “Premiadas en FESPACO”, el Festival de Cine africano más reputado del mundo, con sede en Ouagadugu, Burkina Faso.

África, el Sur, Oriente… también existen. Y el Bollywood noir, negro y criminal, aunque sus protas cambien de vez en cuando las pistolas por micrófonos, para soltarse algunas de esas canciones que tan famoso han hecho el cine made in India.

Y está la sección a concurso. Y las películas rescatadas por Scorsese, y las retrospectivas, y los homenajes…

Y todo ello con un exiguo y menguante presupuesto. Pero con ilusión, trabajo y dedicación, personalizados en José Sánchez Montes, el mentor, impulsor y director de un Festival que, entre todos, tenemos que conseguir que siga creciendo, una vez que las raíces parecen sólidamente asentadas en esta tierra granadina nuestra.

¿Nos vemos en las salas? Aquí, toda la programación.

Jesús altercinéfilo Lens

Nuestra Josefina y su Sami

Mi amiga Josefina es tremenda. Quiénes la conocemos, asumimos sus deliciosas rarezas con naturalidad: como es sueca, le achacamos sus monumentales despistes y mágica ausencias a su norteña y peculiar nacionalidad.

Se lo decimos, con todo cariño, como si fuera el lema de alguna de esas series que tanto nos gustan:

– “Es sueca. Es rara”.

Y ella ser ríe, claro.

Josefina tiene un hijo. Su nombre: Sami.

Siempre me gustó ese nombre. En parte porque cuando lo conocí, me vio y se partió de risa. ¡Era un cachondo! Como Sammy Davis Jr., uno de los compañeros de correrías de Sinatra, Martin & co.

El caso es que Josefina eligió el nombre de su hijo porque una vez, en un viaje, conoció a un Sami que se portó muy bien con ella y le echó una mano cuando más le hacía falta. Y porque sonaba bien. Y porque tenía que decidirse por un nombre, sobre la marcha y en un momento dado, sin tiempo para pensar, sin tiempo para meditar.

Hace unos días estaba leyendo cosas sobre Europa en la Wikipedia, por cuestiones de trabajo, cuando me encontré con la siguiente foto en la página principal de la entrada dedicada al Viejo Continente:

Familia sami. 1900

Me llamó la atención, pero como iba con prisa, no le presté atención ni me detuve a profundizar en eso de una familia sami…

Sin embargo, hace un par de días que me llegó al buzón de casa el último ejemplar de la revista Altaïr, dedicado en exclusiva a Noruega, uno de esos países nórdicos tan desconocidos como atractivos, famoso por sus auroras boreales.

Mientras subía en el ascensor, vi el listado de artículos y reportajes que traía la revista. Uno de ellos estaba dedicado a los Sami, uno de los pueblos nativos de Noruega, Suecia y Finlandia, de ascendencia lapona, que viven al norte del Círculo Polar Ártico.

Sin quitarme el traje, me senté en el sofá, a leer sobre uno de esos pueblos que, viviendo en condiciones hostiles y dificilísimas, han conseguido sobrevivir a lo largo de la historia. Un pueblo mágico, dotado de una cosmogonía propia, única y fascinante. Un pueblo nómada, libre y salvaje (en el mejor sentido de la expresión), que caza y pesca como ninguno y que se dedica a la cría del reno como actividades básicas para la supervivencia.

Los Sami son uno de esos pueblos indómitos que, cuando las autoridades nórdicas intentaron asimilarlos y quitarles su individualidad, se levantaron en armas para conservar sus raíces y peculiaridades.

Nobles, luchadores, nómadas, viajeros… ¡así son los Sami! Y estoy seguro de que así le gustaría a Josefina que fuera su pequeño Sami.

Quiénes la conocemos, estamos seguros de que lo conseguirá. Porque una persona tan especial como ella, siempre hace posible todo lo que se propone.

Querida Josefina, a continuación te dejo un corta y pega de la Wikipedia en que se cuenta una preciosa historia-leyenda sobre los Sami y una de sus celebraciones. Estoy seguro de que te va a gustar.

“Beiwe es la diosa de la fertilidad y del amor, la primavera, el Sol y la cordura venerada por los lapones. En el mito sami, viaja con su Beiwe-Neia a través del cielo en un recinto cubierto por huesos de reno, con lo que vuelven las plantas verdes en la tierra después del invierno, para que los renos puedan comer. También era llamada a restaurar la salud mental de los que se volvieron locos debido a la continua oscuridad del largo invierno.


Los adoradores de Beiwe sacrificaban renos blancos hembras, y con la carne, hacían hilos y palos, adornando la cama con cintas de anillos. También cubrían sus puertas con mantequilla para que Beiwe pudiera comer y así comenzar su viaje una vez más.

 

Esto se llama el Festival de Beiwe.

 

Está asociada a la fertilidad de plantas y animales, en particular, el reno.”

Con todo cariño, dedicado a una mujer clarividente e intuitiva como pocas, que conectó dos culturas aparentemente inconexas y distantes miles y miles de kilómetros con la elección de algo tan aparentemente banal como es un nombre…

Para que el viaje de tu vida siga siendo tan excitante como hasta ahora, querida Josefina, ahora, de la mano de tu pequeño Sami. Y apunta, apunta otro viaje pendiente.

Jesús casualista Lens