SCARFACE: EL PRECIO DEL PODER

Se cumplen veinticinco años de «El precio del poder», una película que, con el paso del tiempo, ha ido engrandeciendo su memoria, convirtiéndose en uno de los iconos culturales para buena parte de una juventud que, en el personaje de Tony Montana, encuentra un modelo, un ideal, al considerarlo como un rebelde que desafía a todo y a todos y que pelea con uñas y dientes por conseguir las riquezas y el poder de los que se considera merecedor.

 

Lo podemos ver, sin ir más lejos, en la película italiana «Gomorra», en la que los jóvenes aspirantes a delincuentes se deleitaban representado el papel de Al Pacino, recitando algunas de las frases más famosas de «El precio del poder». O, por ejemplo, con la edición en el año 2003 del álbum «Música Inspirada por Scarface». Se trata de un álbum recopilatorio de diversos artistas de hip-hop, directamente inspirados por distintos aspectos de la película.

 

«Scarface», como se titula originalmente, parte de un guión de Oliver Stone y fue dirigida por Brian de Palma a comienzos de los años ochenta. Un rodaje tempestuoso que tuvo que trasladarse de Florida a Los Ángeles por la contestación que el proyecto tuvo desde el principio en la comunidad cubana de Miami, dada la negativa visión que de la misma ofrecía la película.

 

Veinticinco años después, «El precio del poder» sigue siendo el más efectista, grandioso e impactante filme sobre el narcotráfico que jamás se haya rodado, hasta el punto de que en los mercadillos más punteros de Londres se venden todos los días centenares de camisetas con la efigie de Tony Montana e, impresas, las leyendas más famosas de la película: «En este mundo, lo único que da órdenes son los cojones. ¿Tú tienes?», «En este mundo sólo tengo mi palabra y mis pelotas, y no las rompo por nadie» o «Querer joderme a mí es querer joder al mejor».

 

Protagonizada por un Al Pacino gloriosamente pasado de vueltas, no en vano «El precio del poder» acumula hasta 218 utilizaciones de la palabra «fuck», este homenaje a Howard Hawks y Ben Hetch supuso la actualización de la figura de Al Capone, Scarface, cara cortada; otro mítico traficante de sustancias ilegales, alcohol en este caso, y cuya biografía filmada también fue muy polémica al considerarse que «ofrecía una visión negativa de la carrera empresarial americana».  

 

Tony Montana es un delincuente cubano que, tras ser expulsado de la isla por Castro en el famoso barco Mariel, se afinca en Miami, donde, gracias a ese valor casi suicida que tanto se le alaba, comienza a prosperar entre narcotraficantes y delincuentes. Las conexiones entre éstos y los políticos, banqueros y policías del momento quedan perfectamente puestas de manifiesto en una película a todas luces exagerada, desmedida y excesiva, pero igualmente apoteósica, memorable y singular.

 

En este sentido, cuando la película fue calificada con una X en Estados Unidos (exclusivamente para mayores de 18 años por tener contenidos bastante fuertes) los productores organizaron un pase para un grupo de expertos, incluidos algunos oficiales reales de estupefacientes, que terminarían señalando que la película es un retrato exacto de la vida real en el submundo de drogas y que debía ser vista ampliamente, por lo que finalmente se estrenó sin la polémica X, convirtiéndose en un éxito de taquilla.

 

De hecho, Oliver Stone contó con el asesoramiento de la DEA, la agencia antidroga norteamericana, a la hora de escribir el guión de la película y una de las secuencias más salvajes de «El precio del poder», la de la motosierra, está estrictamente basada en unos hechos reales acontecidos en Miami, cuando unos traficantes que estaban vendiendo cocaína en grandes cantidades mataron a otro traficante y mutilaron su cuerpo, incinerándolo en el mismo apartamento en que se encontraban, para robarle el dinero que llevaba.

 

En unos tiempos en que lo políticamente correcto aún no existía, «Scarface» se erigió como una excelente epopeya que, con sus defectos, no se dejaba contaminar por esa insidiosa y casposa moralina que después se hizo tan popular en el Hollywood de fin de siglo. Tony Montana moría al final de la película, cierto, pero no por el famoso «el crimen siempre paga», sino porque era la manera de subir, directamente, al Olimpo de los Malos, para sentarse a la derecha de los Al Capone, Bonny & Clyde o John Dillinger que tan buenos ratos nos depararon… en la oscuridad de las salas de cine. 

 

La edición especial editada en DVD, en dos discos cargados de extras, nos devuelve lo mejor de un Miami vicioso y las entrevistas al productor, director y actores principales, sirven para contextualizar una película mítica de la que, veinticinco años después, siguen hablando maravillas los raperos yanquis más en boga.

 

Estéticamente rompedora y con una exquisita banda sonora de Giorgio Moroder, realizada con sintetizadores y que está a la altura de los poderosos fotogramas que ilustraba musicalmente, «El precio del poder» no ha perdido un ápice de su fuerza y de su magnetismo. Michelle Pfeiffer nunca estuvo más hermosa que aquí y, ni Maria Elisabeth Mastrantonio o Steve Bauer han vuelto a lucir palmito con tanta fuerza y energía, por lo que no debe extrañarnos que el pasado mes de junio, el American Film Institute la eligiese como la décima mejor película de gángsteres de la historia.

 

«El precio del poder» o la satisfacción del exceso. Feliz cumpleaños.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PROCRASTINACIÓN

No. No es un insulto. De hecho, tiene su entrada en la Wikipedia, la procrastinación. Y es un problema. Muchos denominados «hombres del Renacimiento» o, en román paladino, aprendices de todo y maestros de nada, en realidad son unos procrastinadores de tomo y lomo. Procrastinar. Qué palabra.

 

Hay que cuidarse de ello. Sobre todo, las personas a las que nos gustan mucho muchas cosas. Y a la vez. Porque corremos el riesgo de perdernos en los laberintos de la improductividad.

 

Para ver más claro qué es y cómo huir de ella, Jomanalle me hace seguir este ilustrativo vídeo.

 

Ya saben… procrastinación.

 

Jesús Lens.  

LÍBANO

Ayer anticipábamos este fin de semana que vamos a dedicar al Líbano con una foto muy sencilla. Las de hoy, ilustrando la columna de IDEAL, no lo son tanto, por desgracia. Mañana sí tocamos una cara más amable del Líbano. Por cierto, ¿han comprado la edición impresa del periódico? ¿Han reparado en un importante detalle?

 

Lo escuché mientras me lavaba los dientes, en el boletín radiofónico de la mañana: «Líbano lanza tres misiles contra Israel». Y me dio un escalofrío. Porque sólo hacía tres días que había regresado de mi viaje por aquellas tierras mediterráneas. Después, a lo largo de la mañana, las webs de los periódicos abundaban en ello: «Israel responde al ataque con misiles lanzado desde Líbano.»

 

Cuando decidí pasar las Navidades en el Oriente Próximo, nada hacía pensar que se iba a producir una escalada bélica como ésta, aunque la verdad sea dicha, Oriente Próximo, violencia y odio cerval parecen ser sinónimos desde tiempos inmemoriales.

 

Las sensaciones vividas a lo largo de estas dos semanas han sido extremas. Por un lado, la magia de una ciudad milenaria como Damasco, cargada de historia y una belleza todavía suspendida en el tiempo. Después, la singular orografía libanesa, el súbito tránsito de los bosques de cedros cubiertos por la nieve a la paz de un Mediterráneo en calma. La quietud de las majestuosas ruinas romanas de Baalbek y los paseos por los zocos medievales de ciudades como Tiro y Sidón. Y la radical modernidad más chic y cool de una Beirut vibrante, divertida e hiperactiva.

 

Pero, por la noche, en la seguridad del hotel, poníamos la televisión y sus imágenes nos ponían los pelos de punta. Porque si, en general, los informativos occidentales suelen mostrar a los árabes furibundos, clamando venganza y poco menos que echando espumarajos por la boca, los noticieros del país mostraban los cadáveres de los niños palestinos, muertos por los misiles israelíes.

 

Y, por la mañana, te levantabas y salías de nuevo a hacer turismo por las tierras que vieron nacer la historia de la humanidad, tal y como la conocemos, de una belleza sin igual, pero tristemente situadas en un lugar muy próximo al centro del infierno.

 

Esquizofrenia viajera (así lo contamos en su día, desde Damasco), como la que nos asaltó cuando arribamos a la ciudad de Trípoli y subimos al famoso castillo de Saint Giles, construido durante las Cruzadas, y nos lo encontramos literalmente tomado por el ejército libanés. No es que hubiera unos cuantos militares por allá. Es que el ejército parecía haber instalado en el mismo su cuartel general. En la puerta, tres tanquetas perfectamente equipadas con sus ametralladoras y, circulando por el interior del castillo, decenas de soldados impecablemente pertrechados, con sus chalecos antibalas, sus cascos y, por supuesto, sus armas reglamentarias.

 

Aunque no decían nada, nos miraban extrañados, ataviados con nuestros vaqueros y forros polares, armados de nuestras diminutas cámaras digitales. Y, entonces, surgía la famosa pregunta que, en algún momento, se hace todo viajero y que fuera inmortalizada por Bruce Chatwin: «¿qué hago yo aquí?» Y, la verdad, de vuelta en casa, horrorizado antes las noticias que nos llegan de Oriente Próximo, todavía no he terminado de encontrar una respuesta.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

IMÁGENES DEL LÍBANO I

A modo de anticipo de la columna de mañana de IDEAL y de un reportaje que espero publique el periódico el sábado, en la sección Vivir, sobre el reciente viaje al Líbano, subo esta foto.

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Me gusta porque, sobre el sol del Mediterráneo, aparece una bandera que incorpora un cedro. Me gusta porque, en tiempos de oscuridad, es una foto luminosa. Me gusta porque la pesca está en el origen del hombre, porque me gusta el mar, adoro los puertos y, bueno, porque es una imagen muy sencilla.

Jesús Lens.  

STAND BY ME

Poníamos este vídeo del «Stand by me», como celebración de la amistad, que tantas lágrimas está haciendo derramar.

 

Pero podemos ir más allá.

 

¿Saben ustedes quién es Kanouté? Ayer marcó un gol con el Sevilla en la Copa del Rey y, en la celebración, se levantó la elástica de su equipo, dejando ver una camiseta negra con una leyenda muy especial.

 

Su gesto le costó una tarjeta amarilla y, además, le van a multar por pronunciarse acerca de cuestiones políticas y sociales en el campo, habiendo sido muy criticado su gesto en distintos medios. Es curioso. Por lucir la publicidad de un Casino Virtual que fomenta la ludopatía, los jugadores del Sevilla cobran una pasta. Por solidarizarse con la causa palestina, Kanouté será multado.

 

¿Por qué será, sin embargo, que a mí me ha encantado su gesto?

 

Quizá porque es un grito como el de El Roto, por fortuna menos dramático, pero que ha conseguido llegar muy lejos.

 

¿No piensan que Kanouté estaba cantando, él también, el Stand by me, dedicándolo a las víctimas inocentes que estos días están muriendo en Palestina?

 

Jesús Lens