ÉXODO

Seguimos Sacudiendo letras. Ya tenemos ganador de la primera entrega de este concurso literario, sobre el Éxodo de los gitanos. Las votaciones de la encuesta que tenéis a la Derecha así lo acreditan. Y AQUÍ, los relatos recibidos.

Ahora os dejo mi cuento, cuyo final no ha gustado nada a quiénes lo han leído. Pero no se me ocurre otro. Porque es el final que quiero darle. Jejejeje.

Sabéis que, hasta final de mes, tenéis de plazo de para la segunda entrega, ¿verdad? 2.500 caracteres, con espacios, sobre ESTE tema. ¡Y que cada uno le de el tratamiento que quiera!

Venga, venga. A escribir. Pero antes… ¡leed! (Y comentad)

Alguien se había dejado el periódico en el asiento del autobús. Rafael lo cogió y empezó a leerlo de atrás hacia delante, como le gustaba hacer. La prensa estaba pensada para eso: empiezas por los cotilleos, los deportes, el cine y los espectáculos y después vas llegando a la parte seria: la política y tal.

El recorrido de la línea 1 se hacía largo, aunque ya fuera entrada la noche y no hubiera mucho tráfico. Rafael miraba a los pocos viajeros que cogían el último autobús de la jornada. La mayoría se irían bajando por la Avenida de la Constitución y La Caleta. Estudiantes que habían estado de cañas al salir de clase, algún currante al que se le había echado la hora encima y cuya pareja le esperaba para echarle la bronca, una enfermera con turno de noche en el Clínico…

Sólo veía a dos viajeros que, como él, se bajarían en la última parada. Uno era el capullo del Perico, que antes de putearle la noche a su madre, iría a pillar a lo del Cani y a ponerse ciego en el chamizo del Miguel. La otra era la Lucía, que había encontrado un curro como cajera en el Mercadona de los Sánchez. Un buen trabajo, por fin, con toda la mierda que había tenido que tragar, la pobre. A ver si tenía suerte y se podía mudar: si seguía viviendo en el Polígono, la Luci era carne de aguja.

Y él mismo, que había sacado bastante guita ese día, tocando la guitarra y echándose un cantecito por los bares de la calle Navas. En septiembre, las terrazas del Centro estaban a reventar de gente, sobre todo, de turistas que visitaban Granada cuando ya no hacía tanto calor.

El Centro de la ciudad, cada vez más bonito, cada vez más jodido. Con las ordenanzas municipales intentando cargarse a los gorrillas, a las gitanas lee-manos o a los músicos buscavidas como él. ¡Y esos cabrones de camareros, que se creen que van a heredar el negocio y le echan con cajas destempladas de las terrazas de los bares! Tanta farolita de diseño y tanto floripondio… ¡cuánta mala follá!

Volvió al periódico. Y se entretuvo con la noticia de la deportación de los gitanos franceses. Qué vergüenza. En pleno siglo XXI, en Europa, expulsados del paraíso para volver al arroyo, estigmatizados, humillados…

En esas estaba cuando el Perico le dio una colleja, sacándole de su ensimismamiento:

– Espabila Rafa, que ya hemos llegao. Última parada: El Polígano.

La farola junto a la parada, la única que había, estaba rota. Apedreada. Otra vez. Tampoco pasaba nada. Acostumbrado a andar a oscuras, sorteando hábilmente los charcos, encaminó sus pasos hacia su casa, procurando no mancharse los zapatos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.