EL BULEVAR DEL MIEDO

“El bulevar del miedo” es una apreciable novela de la escritora Juana Salabert, publicada por Alianza Editorial que, por lo primero que destaca es por la extraordinaria foto de su portada, titulada “Embajador nazi en España”, presidida por una enorme cruz gamada, un grupo de los temidos moros de Franco a caballo y, al fondo, uno de los más emblemáticos edificios de Madrid. Una fotografía en blanco y negro cargada de simbología y fuerza. Una ilustración que te ayuda a meterte en la historia cada vez que coges el libro y continúan la lectura.

Una lectura que nos lleva a dos ciudades muy diferentes, casi contradictorias, en dos épocas muy diferentes, pero a las que la autora ha sabido encontrar un hilo conductor muy especial: el de los sueños frustrados, las promesas incumplidas y las esperanzas rotas.

Por un lado, el Madrid de los primeros años cuarenta en que Europa se desangraba en una Guerra Mundial cuyo salvaje prólogo ya se había cerrado en España, en la Guerra Civil. Una España en la que los nazis campaban a su antojo, no obstante la teórica neutralidad dispuesta por Franco. Una neutralidad que se demostró partidista, interesada y, sobre todo, muy inteligente, para desgracia de los españoles.

La segunda ciudad protagonista de “El bulevar del miedo” es el París que, en mayo del 68, hacía pensar que otro mundo podría ser posible. Ese París que, como escribiera Vila Matas, no se muere nunca. Una ciudad que sería la capital oficiosa de un mundo enamorado del arte, la creatividad, la belleza y la hermosura.


Y por esas dos ciudades transita, en momentos muy diferentes de su vida, Federico Fernet, hijo de un pintor republicano al que las circunstancias sitúan en unas situaciones y compañías muy paradójicas. Desde la hermosa, intrigante y fascinante Frieda al engañoso y sibilino Mosieur Maurice, quiénes tienen montado en Madrid un jugoso tinglado de tráfico de obras de arte provenientes del expolio que los nazis estaban haciendo en Francia.


Las relaciones vampíricas que se establecen entre ellos y esa mezcla de atracción/repulsión con que el mal siempre trata de seducir a los espíritus jóvenes, idealistas, sensibles y con amplitud de miras.

En “El bulevar del miedo”, Juana Salabert sube al joven Fernet a un alambre, muy alto, en mitad de la Gran Vía madrileña, y le obliga a bailar sobre él, ante la miranda atenta de unos lectores que ven sus heroicos esfuerzos y sus apurados escorzos, intentando no perder el equilibrio. Una narración tensa, con unas descripciones muy poderosas y que denota la exquisita sensibilidad de su autora. Una novela de lectura continua en la que su autora es muy exigente con el lector, no dándole tregua en ningún momento, por lo que quedado entre las finalistas del Premio Hammett de Semana Negra junto a «Chamamé», «Pájaro en mano», «El imán y la brújula» y «Delincuente argentino».

Una novela compleja en que la tormentosa situación internacional contribuye a generar unas apasionadas relaciones entre los personajes, para quiénes parece cumplirse una de las más célebres maldiciones de la milenaria cultura china: “te deseo que vivas tiempos interesantes”.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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PÁJARO EN MANO

Lo más curioso de la Costa del Sol es que, en ella, nada es lo que parece. Hay alcaldes delincuentes que acaban enchironados, valientes jefes de la oposición… que terminan siendo estafadores sistemáticos, policías corruptos expedientados, jueces prevaricadores expulsados de sus carreras judiciales, banqueros blanqueadores de dinero… La Costa del Sol es uno de esos territorios míticos que está pidiendo a gritos que un novelista de raza le meta mano, a fondo y hasta el final.

Uno de nuestros grandes clásicos de la novela negra y criminal, Juan Madrid, le pega unos cuantos picotazos a esa Marbella de los paparazzi, las mafias rusas y el blanqueo de dinero a través de su última novela, “Pájaro en mano”, aunque, más pendiente de los personajes y de una trama paralela a la de la corrupción, no termina de hacer toda la sangre de podría -y debería- haber hecho.

A través de una narración ortodoxa y lineal, con varias tramas protagonizadas por diversos personajes, Juan Madrid nos conduce por los vericuetos de una Marbella canalla y corrupta en la que, como dijimos, nada ni nadie son lo que parecen. Los abogados sólo defienden sus intereses pecuniarios, los ex policías son investigadores privados que nadie entiende cómo tienen licencia, las azafatas de congresos son chicas guerreras que buscan pegar un braguetazo, los fotógrafos pueden tener remordimientos, las putas, albergar un buen corazón, los ex-boxeadores están como cabras locas y los policías cobran de bastantes más presupuestos que los generales del estado.


Hay chiringuitos con reservados en que, a las seis de la tarde, pueden pasar cosas increíbles. Mujeres de bandera que se ponen el mundo por montera y profesores de tenis con vocación frustrada de play boy. La Costa del Sol está llena de lupanares y casas de lenocinio, por supuesto, pero las (y los) meretrices pueden practicar el oficio más antiguo del mundo en bastantes sitios más, incluyendo algunas de las más señoriales edificaciones de la Milla de Oro.

Y en este decorado es en el que Juan Madrid sitúa la trama de su novela. Una trama aparentemente sencilla, pero que tiene muchas ramificaciones y que, sobre todo al final, alberga un buen puñado de sorpresas, consiguiendo una espectacular e imprevisible resolución de todas las historias que ha contado. Sus personajes son muy potentes y están bien trazados, de una forma tan sencilla como efectiva. Y, sin embargo, nos queda la sensación de que el autor ha dejado escapar con vida a su presa… otra vez.

Hace ya algunos años, tras leer otra de las novelas de Juan, escribíamos lo siguiente: “Sinceramente, no pienso que «Grupo de noche» sea de las mejores novelas de Juan Madrid. Intenta abarcar demasiados temas en apenas doscientas páginas y, en muchos casos, acaba yéndose por las ramas, quedando en el lector una cierta sensación de insatisfacción, de estar ante una novela fallida porque, para que hubieran encajado todas las piezas de forma coherente, habrían sido necesarias otras trescientas páginas más.”

Punto por punto, es casi lo mismo que podríamos decir sobre este “Pájaro en mano”, finalista del Preimio Hammett de Semana Negra junto a «El imán y la brújula», «Chamamé», «El bulevar del miedo» y «Delincuente argentino», que se lee muy bien, es muy correcto, ortodoxo y está extraordinariamente bien escrito, con historias y personajes muy potentes… pero que termina resultando insatisfactorio. Quizá porque a los maestros, y no cabe duda de que Juan Madrid lo es, hay que exigirles siempre lo mejor.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

RUFO Y CARTEL DE SEMANA NEGRA 2008

Tras la presentación del Programa Provisional, con la publicación del Cartel y el descubrimiento del Rufo de este año, la Semana Negra 2008 no es que ya caliente motores… es que empieza a despegar.


No sé qué les parecen, el uno y el otro.

A mí, desde la distancia en kilómetros y la cercanía temporal, tanto el cartel (que un cartel no es cosa baladí, ni mucho menos) como el Rufo piadoso me ponen de lo más ansioso.

Jesús Lens.

CHAMAMÉ

Sí. Efectivamente, “Chamamé”, de Leonardo Oyola, es un western. Y una road movie. Y una novela salvajemente negra y criminal. Y una historia carcelaria. Que nos cuenta un abrasador amor fou. Y una tensa relación de amistad, traición, odio y venganza. Y un extraordinario repaso musical por las canciones de hoy y de siempre que más petan en una zona del mundo muy especial: la parte norte de Argentina, que linda con el área conocida como las Tres Fronteras.


Una road movie, un western salvaje en que los caballos han sido sustituidos por coches, pero en que están todas las claves del género, tal y como hemos señalado anteriormente. Una novela tan cargada de referencias de la cultura popular que, si las desgranáramos, nos harían falta cinco folios.


Y, sin embargo, Leonardo Oyola, aún siendo muy tarantiniana, ha dotado a su “Chamamé” de una originalidad y una fuerza que la convierte en una novela profundamente personal, escrita a través de un poderoso e hipnótico estilo, libre, único e intransferible. “Chamamé” es una de esas novelas que se devoran, más que leerse, de forma que sus poco más de doscientas páginas vuelan a un ritmo vertiginoso. De hecho, a mí que me gusta poner en la margen derecha de mi Bitácora los libros que estoy leyendo, la portada del “Chamamé” apenas si me aguantó ahí un par de días.


Estamos ante una de esas novelas que no esperan tranquilamente, en la mesilla de noche, a que la cojas al irte a la cama, para leer un par de páginas antes de caer en los brazos de Morfeo. Es una novela excitante y calentorra que te provoca para que, siempre que puedas, a cada rato, busques un hueco para cogerla, sí, pero en el sentido lúbrico y “argentino” de la expresión.


Uno se mete entre las páginas de “Chamamé” y ya no quiere dejar de acompañar al Perro Ovejero y al Pastor Noé en sus viajes por las carreteras argentinas, a bordo del Arca. Y pararse con ellos a tomar café y, llegado el caso, contemplar (de lejos) cómo utilizan al Hermano Fal o al Pastor Jiménez, nombres con que han bautizado a sus armas. A uno le encantaría conocer a la novia del Perro, escuchar con ellos unas canciones en el Jukebox y, por qué no, enfrentarse a los paracas que, recién salidos de la cárcel, acosan a nuestros antihéroes.


No sé cómo hace la gente de la editorial Salto de Página para encontrar a autores tan potentes como Leonardo Oyola o Carlos Salem, del que tanto hemos hablado estas semanas, pero hay que reconocerles un olfato extraordinario para descubrir voces nuevas y diferentes, personales y adictivas, en el mundo de la literatura negra y criminal.

De momento, los dos autores de su catálogo que hemos leído han resultado ser sobresalientes, no en vano, ambos son finalistas de los premios literarios de Semana Negra. Salem, del Silverio Cañada a la mejor primera novela de género y Oyola, del Hammett, el premio de literatura negra y criminal escrita en castellano más importante de nuestras letras. Con este aval, desde luego, seguiremos confiando en Salto de Página.


Jesús Lens Espinosa de los Monteros.