Érase una vez… Tarantino

No veo tráilers. No veo anuncios. No leo entrevistas, críticas o reportajes. Antes de ir al cine, trato de no saber nada sobre las películas que voy a ver. Trato de preservar la magia de enfrentarme a una proyección lo más puro, virgen e inmaculado posible. Con perdón.

La última de Tarantino se estrenó a mitad de agosto. Como es larga —casi tres horas— y yo andaba con mi verano en bermudas, viajando por toda la provincia y escribiendo a borbotones; preferí esperar a septiembre para estar más relajado y tranquilo. Quería ver bien la película. En las mejores condiciones posibles. ¡Qué duros han sido esos últimos quince días de agosto! Me sentía solo, distanciado y alejado, poniendo barreras con muros de facebook y timelines de twitter en los que se hablaba de una película muy, muy especial: ‘Érase una vez en… Hollywood’.

Cuando se estrenó en el festival de Cannes, Tarantino pidió al público que la disfrutara, pero que no contara su argumento. Algo parecido a lo que hiciera Hitchcock en su día ante el estreno de ‘Psicosis’. O lo que debió hacer Shyamalan con ‘El sexto sentido’, por mucho que hubiera tanto ‘simpático’ empeñado en arruinarnos la función con tal de hacer una gracieta.

Aunque ustedes nos se lo crean, conseguí llegar a la proyección del pasado domingo sin conocer —apenas— nada sobre la película interpretada por Brad Pitt, Leonardo DiCaprio y Margot Robbie. ¡Y menos mal! Porque es un disfrute verla sin saber hacia donde te dirige el desenlace de la historia. Llegados a este punto, déjenme decirles que me ha gustado. No tanto como ‘Reservoir Dogs’ o ‘Pulp Fiction’, pero sí más que ‘Los odiosos ocho’, por ejemplo. A falta de volver a repasar la filmografía completa de Tarantino, la situaría a la altura de ‘Malditos bastardos’ y de ‘Django desencadenado’, con las que su nueva película tanto tiene que ver.

Por momentos, algunas digresiones se me hicieron largas y los diálogos, marca de la casa tarantiniana, algo excesivos. Por banales y repetitivos. Por contra, hay secuencias y personajes memorables, de los que se te quedan grabados en la retina por siempre jamás. A partir de aquí, estimado lector, usted lee bajo su propia responsabilidad, sabiendo que vamos a destripar el argumento de la película, incluido el final, algo necesario para poder analizarla como se merece.

Entre las mejores secuencias, la de la niña y DiCaprio, que interpreta a un actor famoso de series televisión del Oeste que anda de capa caída tras su frustrado paso al cine. Durante un rodaje, consumido por sus demonios, coincide con una actriz infantil a la hora de la comida. Ambos mantienen un —este sí— maravilloso, surrealista y esclarecedor diálogo. Posteriormente, el rodaje de la secuencia que protagonizan juntos se convierte en un espectacular ejercicio de exorcismo, vital y artístico. ¡Esa mirada! Una primera carta de amor al cine. De respeto por el séptimo arte.

La segunda secuencia para el recuerdo: Brad Pitt visitando el rancho donde se refugian los miembros de La Familia, aquellos hippies que certificaron la defunción del flower power, tiñéndolo de sangre. Hasta ese momento, en la película todo era brillo y esplendor. Los coches, la música, los bares y restaurantes, los neones, la ropa… De repente, el paisaje se convierte en desolador. Existencialista. Vacío y despojado. Inquietante. Amenazador. Anticipatorio de lo que está por ocurrir.

Para mí, el gran personaje de ‘Érase una vez en… Hollywood’ es la Sharon Tate interpretada por Margot Robbie a partir de la premisa de que menos es más. Su presencia es tan brillante que llena la pantalla cada vez que aparece en escena. Bailando, cantando o, sencillamente, caminando. Resulta deslumbrante. La secuencia en la que entra al cine y se convierte en espectadora de su propia película, disfrutando con las risas de sus vecinos de proyección y recordando su entrenamiento para las secuencias de acción es, otra vez, un encendido y declarado canto de amor al cine.

Y llegamos al final. ¿Sorprendente? ¿Imposible? ¿Inapropiado? No tanto, si tenemos en cuenta que en ‘Malditos bastardos’, Tarantino liquidó que la II Guerra Mundial por la vía más rápida y expeditiva que se pueda imaginar.

Siempre he defendido que el cine tiene la virtud de transformar la realidad. El buen cine no sólo cuenta lo que pasa por la calle y se convierte en reflejo de la sociedad, también tiene el poder de cambiar las cosas. Más allá de las modas, las camisetas, los juguetes y el merchandising, hay películas que suscitan debates sociales y políticos e, incluso, que instauran nuevos patrones de comportamiento, costumbres y tradiciones.

Así las cosas, ¿por qué no puede una película reescribir la historia y hacer justicia poética? El cine es ilusión y fantasía. Diversión. Magia. Y a mí, lo que ha hecho Tarantino con Sharon Tate, me parece algo prodigioso. Un ejercicio de alquimia que convierte en inmortal a una actriz de Hollywood a la que ya nadie podrá olvidar. Jamás.

Jesús Lens

Bruna Husky: detective & replicante

También me dijo un arriero / que no hay que llegar primero / pero hay que saber llegar’. Así reza la clásica canción mexicana en una de sus estrofas, antes y después de animarnos a rodar y rodar.

Sirva la referencia musical como excusa lírica para tratar de justificar algo que no tiene mucha justificación: haber tardado tanto tiempo en leer ‘Lágrimas en la lluvia’, de Rosa Montero. Publicada por Seix Barral y subtitulada como ‘El futuro en tus manos’, es la primera entrega de la saga protagonizada por Bruna Husky, la detective más original y singular de la historia de la literatura española.

Me lo decía Charo González Herrera, una de las mejores lectoras negrocriminales que conozco: “le tenía una reticencia tremenda y luego me encantó”. ¡Justo eso! Recuerdo que, al escuchar las primeras entrevistas con Rosa Montero sobre su novela, tuve mis dudas. ¿Un remedo de ‘Blade Runner’ en el Madrid del futuro, protagonizado por una replicante que trabaja como detective privado? Demasiado. Excesivo. Improbable. Y la dejé pasar.

Después llegaron ‘El peso del corazón’ y ‘Los tiempos del odio’. Y seguí sin prestarle demasiada atención a la saga de Bruna Husky. Hasta que nos dio la locura del Gravite y organizamos un festival sobre viajes en el tiempo. Empecé a prestarle más atención, tiempo y cariño a la ciencia ficción.

Hace unas semanas, en Cádiz, entré en una librería. Y allí estaba. Sólo había un ejemplar del libro, pero el oso polar que presidía su portada me llamó desde la estantería, a modo de canto de sirena literario. No me até a mástil alguno. Tampoco me resistí. Ni siquiera miré qué lugar ocupaba aquel volumen dentro de la trilogía. Me lo llevé puesto. Y quiso la casualidad que fuera el primero de los tres títulos que conforman la trilogía de Bruna Husky. Hasta la fecha.

“En 2053 la empresa brasileña de bioingeniería Vitae desarrolló un organismo a partir de células madre, madurado en laboratorio de forma acelerada y prácticamente idéntico al ser humano. Salió al mercado con el nombre de Homolab, pero muy pronto fue conocido como replicante, un término sacado de una antigua película futurista muy popular en el siglo XX”.

El parecido argumental con ‘Blade Runner’ termina ahí, aunque el sustrato filosófico es compartido, como después veremos. Porque en ‘Lágrimas en la lluvia’ se cuenta la investigación emprendida por la detective privado Bruna Husky en el Madrid de 2109. ¿Por qué hay replicantes que enloquecen súbitamente y, antes de suicidarse, matan a otros replicantes? La asociación que representa los intereses de los Homolabs en los Estados Unidos de la Tierra encarga a Bruna que desentrañe el misterio, dado que esas súbitas explosiones de violencia están provocando miedo entre los humanos. Y el miedo es un arma muy poderosa, como cierto partido especista y supremacista no tardará en demostrar.

Como siempre ocurre en los mejores relatos de ciencia ficción, los universos imaginarios del futuro nos hablan de problemas y situaciones del aquí y el ahora. El miedo a quienes son diferentes. El racismo y la xenofobia, por ejemplo. En su investigación, Bruna contará con una serie de aliados que, sin embargo, resultan altamente sospechosos. ¿De quién fiarse? ¿En quien creer? Por un lado, un policía. Y ya se sabe que los pies planos y los huelebraguetas nunca se han llevado particularmente bien: aunque se encuentren en el año 2109, hay cosas que nunca cambian.

Por otro, un memorialista, personaje que nos sirve para enlazar con la parte filosófica de la excelente novela de Rosa Montero y sus conexiones con los clásicos de Philip K. Dick y Ridley Scott. Hagamos memoria. ¿Se acuerdan de qué adolecían los replicantes? Sí. Justo eso. De memoria. A fin de cuentas, eran máquinas creadas en serie.

 

Para que fueran lo más parecidos posibles a los humanos, a los replicantes se les implantaban recuerdos. Se les construían biografías ficticias que, aunque fueran falsas, tenían que ser creíbles. De ahí que el trabajo de los memorialistas fuera tan importante. Y de ahí que existan redes de tráfico de memorias pirata, de calidad discutible.

También está el tema de la fugacidad de la vida, por supuesto. Porque los replicantes están condenados a morir pronto. Demasiado pronto. Y con ello volvemos al desenlace de ‘Blade Runner’ y al célebre monólogo de Roy sobre Orión, la puerta de Tannhäusser y los momentos que se perderán como lágrimas en la lluvia; homenajeados por Rosa Montero en el precioso, poético y evocador título de la novela.

‘Lágrimas en la lluvia’ es una novela negra futurista con muchas y diferentes lecturas y con diversos hilos narrativos que gustará a los amantes de la ciencia ficción en general y a los aficionados a ‘Blade Runner’ en particular. Y que, como novela policíaca, funciona a la perfección. Tanto por la trama, magníficamente urdida, como por los personajes, perfectos en sus papeles. Les dejo. Salgo disparado a la librería, en busca de las dos siguientes novelas protagonizadas por Husky.

Jesús Lens

Grupo salvaje y su influencia en el Noir

Terminé de atar cabos al ver un antiguo póster de la película. “¡Grupo salvaje es Río Bravo más Bonnie y Clyde!”, rezaba el reclamo publicitario del cartel, con las sombras de los protagonistas dirigiéndose a su incierto destino, difuminadas en un intenso fondo azuloscurocasinegro.

Hay que reconocer que el autor del lema estuvo fino al vincular tres obras maestras de la historia del cine. Tres películas que, para mí, atesoran una significación especial, además. Pero, ¿qué tiene ‘Grupo salvaje’, un western de libro, para asomarse a esta sección, dedicada al género negro?

En primer lugar, es una película killer, como defendí en mi ensayo ‘Muerte, asesinato y funeral del western’, tesis de la que también participa Javier Márquez Sánchez, uno de los grandes especialistas en Peckinpah, cuando escribe en el número de verano de Tinta Libre que se trata de: “un western aparentemente clásico, protagonizado por actores de toda la vida que, sin embargo, habría de remover para siempre los cimientos del género y de Hollywood… Nadie podía pensar por aquel entonces que Sam Peckinpah iba a convertirse en el hombre que mató (conceptualmente) a John Ford”. Efectivamente, después de ‘Grupo salvaje’, el western jamás fue volvió a ser igual. Ni el cine negro tampoco.

La época a la que hace referencia Márquez Sánchez es otro dato básico para comprender el impacto que tuvo ‘Grupo salvaje’. Nos encontramos en 1969, hace exactamente 50 años. Estados Unidos estaba en plena efervescencia, dividida entre los movimientos por los derechos civiles, los hippies y la guerra del Vietnam. Y el cine, férreamente controlado hasta entonces por el sistema de estudios, empezaba a reventar sus costuras.

El mejor ejemplo lo encontramos en ‘Bonnie and Clyde’, otra película disruptiva que, en 1967, convirtió a dos gángsteres en héroes románticos, imprimiéndole a la historia unas dosis de violencia nunca vistas en el mainstream. Y esa era una espinita que Peckinpah tenía clavada muy adentro: en ‘Mayor Dundee’ ya quiso imprimir una brutal fisicidad a las secuencias de acción, haciéndolas lo más explícitas posible, pero la censura se cebó con ella y el montaje que se exhibió en las salas era muy diferente del previsto por el irascible director, que terminó orinando sobre la pantalla tras un pase privado con sus productores.

En ‘Grupo salvaje’, Peckinpah sí pudo explayarse, convirtiendo la famosa secuencia del paseíllo de los protagonistas en un baño de sangre. La cámara lenta se recrea en la muerte, mostrando los cuerpos en escorzos imposibles y las balas desgarrando las vísceras. Sin embargo, no es una violencia exhibicionista, como no tardaríamos en ver en infinidad de émulos de Peckinpah. Es una violencia trágica y dolorosa que trata de llamar la atención del espectador sobre sus brutales efectos.

Tal y como escribe Ramón Alfonso en uno de los artículos que forman parte del libro del 50 aniversario de ‘Grupo salvaje’, publicado por Notorius ediciones: “El fin de ‘Bonnie and Clyde’ representa en definitiva un inmejorable anuncio-boceto de la batalla de ‘Grupo salvaje’”.

Una violencia que también impresionó a Martin Scorsese, que recuerda así su primer visionado de la película: “La violencia era estimulante, pero te sentías avergonzado por estar estimulado, principalmente porque reflejaba lo que estábamos haciendo en la realidad en Vietnam, lo que veíamos en las noticias de las seis”. Y ya sabemos lo importante que fueron tanto la violencia como Vietnam para el director de ‘Taxi Driver’.

Y está el determinismo planteado por la historia, otro tema clásico tanto del western como del cine negro. Así lo reflejaba el crítico de la revista Sight & Sound, en 1969: “Pike Bishop, como el pistolero de ‘El silencio de un hombre’, de Melville, arregla la ceremonia de su propia muerte; es un hombre muerto desde el principio”. Como el mismísimo Tony Montana interpretado por Al Pacino. ¿Hubiera sido posible el final de ‘El precio del poder’ sin la secuencia de la ametralladora de ‘Grupo salvaje’?

Y ahora que hablamos de locos y descerebrados, no podemos olvidar el corto, pero intenso papel de Bo Hopkins, un psicópata de manual que anticipa lo que estaba por venir, con villanos más retorcidos que los cables de los antiguos auriculares. Un zumbado al que sus propios compañeros dejan abandonado a su suerte sin tener siquiera un pensamiento para él.

‘Grupo salvaje’ también sentó las bases para la filmación de las secuencias de atracos en el cine del futuro. En este sentido, por ejemplo, Michal Mann siempre ha reivindicado la influencia de la película de Peckinpah en su forma de afrontar las secuencias de acción de ‘Heat’… sin necesidad de acudir a la ralentización de las imágenes. La influencia de ‘Grupo salvaje’ es perfectamente reconocible, en fin, en guionistas y directores de películas policíacas como Paul Schrader, John Millius y, sobre todo, Walter Hill. De hecho, ‘Traición sin límites’, protagonizada por Nick Nolte, se sitúa en la estrecha franja que separa el homenaje del plagio.

Celebren como se merece el 50 aniversario de una película mítica de la historia del cine y entréguense al rastreo de las influencias de ‘Grupo salvaje’ en el cine policíaco de este medio siglo. Verán qué cantidad de sorpresas les aguardan.

Jesús Lens

Western Noir en los Apalaches

Les descubrí en Lyon, en el Quais du Polar de este año. A Chris Offutt y Ron Rash. Nunca había oído hablar de ellos y me encantó su discurso, repleto de humor y misantropía. Fue genial cuando Rash confesó que lo primero que les pregunta a sus alumnos de escritura creativa es si se llevan bien consigo mismos, si soportan la soledad. Porque escribir demanda un montón de horas mirando hacia dentro.

Lo más curioso de todo es que ambos viven y escriben sobre los Apalaches, una enorme sierra de los Estados Unidos que se extiende entre Terranova y Alabama, al sur de los Estados Unidos. Y digo que es curioso porque, cuando les escuché, acababa de terminar el libro ‘En los senderos’, de Robert Moor, publicado por Capitán Swing, en el que la gran senda de los Apalaches ocupa un lugar destacado.

Tanto Offutt como Rash estaban encantados de vivir en un lugar orográficamente complicado y muy montaraz. Una tierra donde la caza no es un deporte, precisamente. Una comunidad regida por unos códigos propios y particulares, lo que le imprime a las tramas y personajes de sus novelas una identidad muy especial.

“—¿Y ustedes sólo escriben de los Apalaches? ¿No les apetece escribir sobre otros lugares, dado que han viajado y se han movido por el mundo?—“ preguntó alguien de entre el público. Ambos autores se miraron y prorrumpieron en sonoras carcajadas. “—Si usted conociera los Apalaches, no nos haría esa pregunta—“ vinieron a decir.

Al volver a España, busqué traducciones de sus libros. Siruela había publicado a Ron Rash en 2018 y… ¡sorpresas te da la vida! Sajalín anunciaba para la primavera la edición de ‘Kentucky seco’, una colección de relatos de Offutt. Así pues, he pasado dos semanas de lo más interesantes, recorriendo los Apalaches literarios de la mano de dos autores inéditos para mí.

Comencé por los cuentos de Offutt, cuya biografía me impactó. Nacido en 1958 y criado en un pueblo minero de doscientos habitantes que ya no existe, tras licenciarse en la Universidad de Morehead se dedicó a recorrer los Estados Unidos de cabo a rabo. Hasta 50 trabajos llegó a desempeñar en aquellos años. Trabajos alimenticios y por horas que le permitían seguir viajando.

En Iowa, estudió escritura creativa con James Salter y publicó su primera colección de relatos, ‘Kentucky seco’, en 1992. Establecido en Mississippi, alterna la escritura de cuentos y novelas con guiones para series de televisión tan reputadas como ‘Treme’, ‘True Blood’ y ‘Weeds’.

A la espera de la publicación de una de sus novelas, ya anunciada por la propia Sajalín, la editorial que mejores portadas negro-criminales hace en este país; no deben perderse los relatos que conforman ‘Kentucky seco’. Transcurren en una zona de los Estados Unidos donde tener estudios no está precisamente bien visto. Muy al contrario, es un síntoma de ir de sobrado. De creerse mejor que los demás. “Nadie de esta ladera acabó el instituto. Por aquí se valora a un hombre por su actos, no por su supuesta inteligencia. Yo no cazo, ni pesco, ni trabajo. Los vecinos dicen que le doy demasiado al coco. Dicen que soy como mi padre y a mamá le preocupa que puedan estar en lo cierto”.

En Kentucky, la vida parece valer menos que en otros sitios y perder una pierna al talar un árbol se considera un gaje del oficio.

“—Hay días en que no sé ni lo que hago aquí.

—Como todos. Por aquí lo único que esperamos la mayoría es la muerte”.

La gente conduce camionetas en vez de montar a caballo, pero la herencia de los antiguos cowboys sigue muy presente en el imaginario colectivo de la comunidad. Y están el bourbon y la marihuana, por supuesto.

‘Un pie en el paraíso’, por su parte, cuenta la historia de una familia que parece marcada por la huella de Caín. Ron Rash se centra en una comarca que va a ser inundada tras la construcción de una presa y en los últimos días de sus vecinos. Nuestro guía será, en primera instancia, el sheriff del condado, encargado de encontrar a un veterano de la guerra de Corea que ha desaparecido. Estamos a comienzos de los años 50 del pasado siglo y las cosas no son nada fáciles en un terruño dejado al albur de los caprichos del clima, abrasado por la sequía o, más adelante, sacudido por una lluvia de proporciones bíblicas.

Y el destino, siempre tan presente en la literatura norteamericana. “Ahora supe que lo haría. No era algo que quisiera hacer, pero sabía que debía hacerlo porque no saber era mucho peor que saber. O al menos eso me decía a mí mismo”.

Si les gustan el género negro y el western, estos libros son de lectura obligatoria. Ojalá que se siga traduciendo la obra de Ron Rash y Chris Offutt, dos autores imprescindibles del western noir contemporáneo.

Jesús Lens

Lecturas para un verano negro y criminal

‘Soledad’, de Carlos Bassas del Rey. Si solo vas a leer un libro de género policíaco y buscas algo diferente y original, que sea éste, recién publicado por la editorial Alrevés.

Bassas, nominado al Hammett de este año por su novela anterior, ‘Justo’, ha dado un paso más en su evolución como escritor y se ha descolgado con una historia negra como el alquitrán. Y dura, muy dura. Sin concesiones. Quiero decir: si tu idea para una lectura de verano es algo sencillito, liviano y que no deje poso, ‘Soledad’ no es tu novela.

En menos de 200 páginas, Carlos escribe sobre el dolor más grande que pude sacudir a una familia: la muerte de un hijo. Una muerte violenta. Enigmática. Cruel. El inspector Romero es el encargado de aclarar qué pasó aquella noche. Va a ser una investigación particularmente dolorosa. Como dolor siente la madre de la niña muerta, Soledad, una inmigrante sudamericana que se sentirá desamparada.

Escrita a través de dos voces tan distintas como complementarias, ‘Soledad’ es una novela despojada de cualquier artificio. Áspera como la lija, cuenta una historia en absoluto complaciente que les dejará tan helados como un baño en el mar después de un temporal de poniente. Y precisamente por eso es una de las lecturas imprescindibles de este año.

Otra novedad recién aparecida en las librerías es ‘Naturaleza salvaje’. Publicada por Salamandra Black, la novela más reciente de la australiana Jane Harper nos invita a participar en las labores de búsqueda de una mujer desaparecida en circunstancias muy particulares y en un entorno hostil.

Un grupo de ejecutivas participa en unas jornadas para potenciar los valores de grupo. Se trata de pasar un fin de semana en mitad de la naturaleza, completamente desconectadas, haciendo actividades manuales tan básicas como montar tiendas de campaña, encender fuego para cocinar y orientarse correctamente utilizando mapas y brújula. Un fin de semana para fomentar la cohesión que, sin embargo, no tardará en complicarse.

La acción de la novela transcurre a caballo entre la cordillera de Giralang Ranges por donde vagan las mujeres perdidas, los aledaños del propio parque nacional desde donde se coordina la búsqueda y la ciudad de Melbourne donde se encuentra la empresa para la que trabajan.

Radicalmente contemporánea, ‘Naturaleza salvaje’ es una novela que demuestra que, cuando aparcamos nuestra carcasa más tecnológica y civilizada y nos enfrentamos a los elementos, la naturaleza humana puede ser auténticamente salvaje.

Más novedades: RBA acaba de publicar un nuevo Pelecanos. Y, ¡oh sorpresa!, son sólo 300 páginas. Saben ustedes que Pelecanos, Richard Price y Dennis Lehane conforman una Negrísima Trinidad que lo mismo te escribe los guiones de ‘The Wire’ que te produce ‘The Deuce’ o te escribe novelones de cerca de mil páginas. Aún no he leído ‘El hombre que volvió a la ciudad’, pero ardo por hacerlo. En cuanto termine el atractivísimo noir de ciencia ficción que tengo entre manos, ‘Lágrimas en la lluvia. El futuro en tus manos’, de Rosa Montero, publicado por Seix Barral; me lanzo de cabeza al nuevo Pelecanos.

True Crime. Crimen real. En el próximo Granada Noir vamos a hablar mucho sobre este género, que está pasando por un extraordinario momento. También en RBA podemos leer ‘Devoradores de sombras. El caso de la joven inglesa que encontró el infierno en Tokio’. ¿No les parece de lo más enigmático el título elegido por Richard Lloyd Parry?

Tengo pendientes ‘Tiempo de siega’, de Guillermo Galván; y ‘Él dice, ella dice’, de Erin Kelly, ambos publicados por Harper Collins, y la última novela traducida al español de Marin Ledun, ‘Descansar o ser libre’. Publicado por Off Versátil, Ledun es uno de los autores franceses más interesantes del momento, conoce al dedillo el funcionamiento de las multinacionales y su capacidad para triturar trabajadores, por lo que sus tramas conectan con el aquí y el ahora de la sociedad europea contemporánea. Nos acompañará en Granada Noir, gracias al apoyo de la Alianza Francesa de Granada. En este sentido, recuerden que Salamandra Black acaba de sacar la tercera entrega de la saga de Yeruldelgger, el detective de Mongolia creado por Ian Manook, la apuesta francófona de Granada Noir del pasado año.

Y una apuesta independiente muy interesante: la editorial Milenio ha publicado una novela distópica de José Ramón Gómez Cabezas, ‘Metástasis’, sobre el complicado futuro de desigualdad rampante que espera a la humanidad si las cosas no cambian en los próximos años. A la vez, Milenio también ha publicado a Paco Gómez Escribano y su realismo crudo, con ‘Prohibido fijar carteles’. ¡Otro candidato al Hammett estrenando novela negra!

Terminamos este repaso por las novedades negras y criminales para el verano con ‘Marionetas sin hilos’, un thriller de Tadea Lizarbe que transcurre en San Sebastián y que toca un tema tan complejo como el de la salud mental.

Jesús Lens