La primera vuelta al mundo en clave Noir

No me canso de defender la tesis de que el noir es el género mestizo por excelencia: lo mismo puede teñir la ciencia ficción más rupturista que empapar la narración histórica más rigurosa. Verbigracia ‘Nadie lo sabe’, una novela monumental de Tony Gratacós recién publicada por la editorial Destino. 

“Es nuestro deber como cronistas desvelar la verdad. Es a lo único a lo que nos debemos… La herencia que dejamos a los que vendrán detrás de nosotros”. Esto se repetirá varias veces a lo largo de la novela. Es la máxima que inspira a su protagonista, el impetuoso Diego de Soto, un joven que, al terminar sus estudios en los tiempos de Carlos V, comenzará a trabajar como aprendiz. Su maestro será Pedro Mártir de Anglería, cronista real y encargado de fijar los hechos ciertos e indubitados de la historia, lo que pasa en el mundo y es digno de pasar a la posteridad.  

Una vez escritos los textos sobre los viajes de Colón o la primera vuelta al mundo que convirtió en héroe a Juan Sebastián Elcano, Anglería manda a Sevilla a su discípulo, después de un buen entrenamiento en la corte, situada en Valladolid. Le encarga que busque documentación sobre otras expediciones de ultramar dignas de figurar en los anales de la historia. Le dará cartas de recomendación y contactos en la mismísima Casa de Contratación de las Indias.

Y para allá se marcha el zagal, todo ilusionado. Un encuentro inesperado y sorprendente, sin embargo, le hará cambiar el objeto de sus pesquisas. ¿Y si la historia sobre el viaje de Magallanes y Elcano que se ha contado no fuera auténtica? ¿Y si hubieran pasado otras cosas que, ignoradas por su maestro, sirvieran para modificar el rumbo de la historia?

Ese es el punto de partida de una novelón de muchos quilates en el que su autor nos permite hacer un doble viaje en el tiempo. Primero, a aquella Sevilla que bulle de vida, con los barcos subiendo y bajando por el Guadalquivir. A la vez, nos embarcaremos en la Victoria para conocer qué pasó, de verdad, en aquel viaje de tres años del que ahora se conmemora el quinto centenario y que enfrentó a portugueses y españoles en algo mucho más importante que la honra de ser los primeros en circunnavegar el mundo. A una cuestión de dinero, me refiero. Al control y dominio de la Especiería, la mayor fuente de riqueza de la época. Y ahí es donde entra la dimensión noir del asunto.   

¿A quiénes no estarían dispuestos a traicionar, engañar y matar los unos y los otros con tal de hacerse con semejante tesoro? En el sentido físico y en el metafórico. Porque la verdad de los hechos históricos, en un caso como el que nos ocupa, puede resultar prescindible. Y sacrificable.

Créanme: lo de Magallanes y Elcano fue un thriller de tomo y lomo, con espías y agentes dobles tratando de torcer principios y voluntades. En ‘Nadie lo sabe’ hay espionaje y corrupción. Inmobiliaria, incluso. Hay sicarios, complots y un tratante de caballos tan fascinante como Alí Bey, mi personaje favorito.     

   

Esta mañana damos a conocer el programa de la cuarta edición de Gravite, el festival patrocinado por CaixaBank con la tercera cultura y el viaje en el tiempo como protagonistas. Aprovecho para anticiparles, en su calidad de lectores madrugadores de IDEAL, que uno de los participantes será Tony Gratacós. Estará en el Ateneo y nos contará cuánto hay de real e histórico en su novela y cuánto de invención. No querrán perdérselo. Ya lo verán. Y leerán. 

Jesús Lens

Caída y auge de las plataformas

Hasta hace unos meses, cuando leía que se estrenaba una nueva serie ‘de visionado obligatorio’ en una plataforma a la que no estoy suscrito, sufría por no poder verla. Lo de sufrir, en sentido metafórico, que con el sufrimiento provocado por la pandemia, la inflación y la guerra ya tengo bastante.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, cuando alguien me dice lo de “no te puedes perder tal serie” y la ‘imperdible’ está en Amazon, Apple TV o en alguna las otras mil y una plataformas que han proliferado como las sonrisas de políticos en campaña electoral; me lamento… de boquilla mientras pienso “eso que me ahorro”. Ahorro económico y de tiempo, también.

No hay espectadores para tanta plataforma. Es un hecho. De ahí que Netflix esté en crisis, perdiendo suscriptores y, de camino, pegándose un buen revolcón en Bolsa. Sus directivos, para frenar la hemorragia, se plantean medidas como poner publicidad en una modalidad low cost de la plataforma o gravar las contraseñas compartidas. O sea, atacar la línea de flotación de su hasta ahora exitoso modelo de negocio.

Si le sirve de pista a los gurús de Netflix sobre el porqué pierden suscriptores: llevo varias semanas sin entrar en su plataforma, cuyas cuotas abonamos religiosamente mis compadres y yo. No entro porque su contenido me aburre soberanamente y para encontrar algo medio interesante, tengo que abrirme paso entre los intersticios de su algoritmo a machetazo limpio. Vi ‘El poder del perro’ en Navidad. Y ‘No mires arriba’. Tengo pendiente la última temporada de ‘Ozark’, un serión, pero no hay nada más que despierte mi curiosidad, así a priori. Sigo apuntado por inercia, pero como me toquen la moral…

Mi desapego definitivo hacia Netflix comenzó cuando cancelaron ‘Mindhunter’, la serie de David Fincher que justificaba por sí sola el pago de la cuota. Aquello fue un aviso a navegantes de lo que estaba por llegar: empacho de productos clónicos y mediocridad a raudales. Mal negocio.

HBO sigue invirtiendo en series muy potentes y atractivas. Nombres como los de David Simon o Michael Mann son garantía de calidad. En Netflix prescinden de los autores en favor de la estética, el estilo y el algoritmo, siempre el jodido algoritmo, convertido en Dios catódico.

La propuesta de cine clásico y de autor de Filmin es imbatible, imprescindible, ineludible e indispensable y soy rehén de Movistar por el baloncesto y la TCM. Por supuesto, aprovecho para ver series noir de altísima calidad como ‘La unidad’, ‘Hierro’, ‘La peste’ o ‘Antidisturbios’. Estoy poniéndome al día con ‘Justified’ y disfruto con el humor negro de ‘Nasdarovia’. Me apena que cancelaran ‘Vergüenza’ y ‘Reyes de la noche’, eso sí. Y no entiendo lo de Urbizu, la verdad. Pero si no fuera por el baloncesto, más adicción que afición, no tendría problema en prescindir de todo ello.

Por lo demás, me declaro en huelga de plataformas, sin que me importe un ápice todas las maravillas mensuales que me pueda perder. Porque igual que no hay espectador para tanta plataforma, no hay retina para tantas series. Y es que hacerse mayor también es asumir que no puedes caer en su telaraña, que son unas auténticas ladronas de tiempo.

Mucho mejor ver seis películas que doce episodios de una temporada cualquiera de una serie que “tampoco está tan mal”. ¡Ya no estamos para según qué tontás! Porque en la mayoría de los casos, las series se estiran como los chicles, de forma innecesaria y artificial. De ahí el éxito de las miniseries de seis episodios. O de cuatro. O tres. Las historias contadas en un par de horas o tres. Como las películas.

Jesús Lens

Malaventura, western noir a la granaína

No se lo cuenten, pero le odié profundamente durante no menos de cinco minutos. Le odié desde las entrañas, mucho y mal. Y le envidié cosa mala, también. Estaba tomando café cuando un titular de IDEAL me hirió como una cuchillada: “’Malaventura’, un western con aires de Tarantino en una Granada entre Sergio Leone y García Lorca”. Lo firmaba, claro, ese tipo durante cinco minutos odioso: José Enrique Cabrero. (Aquí pueden leer la charla).

Terminé de leer el resto del periódico y volví a esa página. Había tomado una decisión: perdonar a Cabrero. Si no, “estaba claro cómo iba a terminar tó. Mal. Que es como siempre terminan las cosas”. Pedí otro café y leí despacio y bien, paladeando cada palabra, la conversación con Fernando Navarro, autor de ‘Malaventura’. ¡Foh!

Odié y envidié a José Enrique por haberla leído antes que yo. Por haberle echado el ojo primero. Por haber sido el más rápido a esta orilla del Genilsisipi. Porque hasta esa mañana, yo no sabía nada sobre ‘Malaventura’, una novela que, a final de año, aparecerá en toda selección que se precie con ‘Lo mejor del 2022’.

Fui a la presentación del libro al Centro Lorca en uno de aquellos días en que llovía barro. ¡Qué oportuno! Llenazo hasta la bandera para escuchar a un escritor nacido en Granada, en 1980, y autor de varios guiones, dos de ellos nominados a los Goya. Es su primera novela. ¡Y qué novela!

Ese mismo día, Impedimenta, la editorial que ha tenido el tino y el acierto de publicar ‘Malaventura’, había subido a redes una imagen que me provocó taquicardia. La portada de ‘Malaventura’, con una serpiente bicéfala sobre un lecho de flores rojas, aparecía junto a las de ‘Basilisco’, de Jon Bilbao, y ‘A lo lejos’, de Hernán Díaz; dos western noir prodigiosos que me hicieron muy feliz en los tórridos meses de verano. Afinidades electivas, efectivamente. 

Porque, digámoslo ya, ‘Malaventura’ es un “acid western de aires tarantinescos. Un abanico de historias con el sur como obsesión. Un híbrido de Lorca y Cormac McCarthy, que bebe tanto de las letras de la tradición flamenca como de Sergio Leone, y que se lee como una novela de iniciación y muerte”. ¡Qué buena, la descripción del libro que hace la propia editorial! Les confieso que por un momento pensé que se habían pasado de frenada, pero tras una noche de insomnio y lectura compulsiva, les aseguro que para nada. En absoluto.  

“Matar se convierte en algo que uno hace como si bebiera anís: calienta el cuerpo porque lo alimenta”, escribe Fernando Navarro. O esta joya de aliento lorquiano: “Entonces, el brillo del metal: el filo de la navaja golpeado por el sol que entraba a través de la ventana. El resplandor plateado seguido de un silbido. Seco. Como un pájaro antes de morir”. Esto lo lee Michael Cimino y lo mete en ‘La puerta del cielo’ fijo. 

También hay terror gótico: “Cuando los fantasmas nos miran en silencio no nos miran: nos comen por dentro. Nos muerden el corazón, que empieza a latir más lento, más pesado. Como un reloj estropeado”. 

Fino trabajo de estilista de Sergio García

¿Pero de qué ‘Malaventura’? ¿Cuál es el argumento? ¿Y los protagonistas? Pues la verdad es que no sabría decirles. Es decir, podría intentar explicarlo, pero no le haría justicia a esta suerte de relatos encadenados que describen un territorio mítico, una Andalucía fuera del tiempo y el espacio en la que los personajes comienzan montando a caballo y acaban conduciendo un Mercedes Colas y queriendo aparecer en el cine. 

Como aquel chavea de Níjar. No se enfaden ni Fernando Navarro, ni la editorial… ni el director del periódico, pero hoy voy a abusar del espacio que me brinda IDEAL para relatarles su historia. “Contaban en la escuela que había un zagalico de Níjar muy guapo y muy echao palante que quería salir en las películas. No pensaba en otra cosa. Yo lo vi un par de veces en el Jurelico y era lo único de lo que hablaba. Estuvo dos semanas en las cuevas, probando con un caballo para cuando viniera el de las gafas de sol de Madrid. Una tarde se cayó montando. Se rompió el cuello y ya no salió en ninguna película ni en ningún lao. Su madre se volvió loca y se iba a los rodajes y a la puerta de los cines, enlutá y llorando como una descosía”. 

Fernando Navarro

Esta ha sido una de las entregas de El rincón oscuro que más he tardado en escribir. Por larga y porque a cada rato paraba de teclear, cogía el hermoso libro de Impedimenta y, además de acariciarlo —ese gramaje y ese tacto son únicos— releía las historias de ‘Malaventura’ de forma anárquica y salteada, volviendo a mascar la prosa de Fernando Navarro mientras afuera no dejaba de jarrear agua, la tarde de un sábado de primavera. Leer, escribir, siempre soñar… ¡Qué placer!

No sé qué más buenas lecturas nos traerá este 2022, pero tengo claro que, como ‘Malaventura’, no habrá otra igual.

Jesús Lens

Ser espía es perjudicial para el alma

Se llama Thomas Kell y está en crisis. Existencial, de identidad y de la mediana edad. Un tipo que, frisando los cincuenta, no sabe qué hacer con su vida. Como tantos otros. En vez de comprarse una moto de gran cilindrada o hacer una larga e introspectiva ruta de senderismo, Kell ha dejado el alcohol, el tabaco… y al MI6 británico, institución para la que trabajaba. Y es que el bueno de Thomas es espía. O miembro de los servicios secretos, como prefieran.

El escritor Charles Cumming

“Kell contempló los ordenadores, los teléfonos, los blocs de notas y las tazas de café semivacías, toda la parafernalia del escrutinio y la vigilancia, y se preguntó una vez más si todo aquello terminaría valiendo la pena”. Como les digo, Thomas Kell es un espía en horas bajas y sumido en un mar de dudas. No les contaré por qué. ¡Descúbranlo ustedes! A cambio, una advertencia: si no han leído ninguna de las novelas de Charles Cumming protagonizadas por Kell y publicadas por Salamandra Black… ¡Enhorabuena! Tiene usted suerte. Porque estamos frente a una de las grandes trilogías contemporáneas dedicada al mundo del espionaje y los servicios secretos, compuesta por ‘En un país extraño’, ‘Complot en Estambul’ y esta fascinante e imantadora ‘Conexión Londres’ que comentamos hoy. Su lectura compulsiva es de lo más recomendable. Afectará a su vida social, dado que cancelará planes, citas y compromisos, pero recuerde que como en casa, leyendo, en ningún sitio.

Al comienzo de ‘Conexión Londres’, Kell es un hombre sin rumbo por culpa de un terrible episodio de su pasado más reciente. Y de las dudas que le ofrece una profesión que, como tantas otras, está en plena transformación. “¿Qué puede hacer un espía que no pueda hacer un dron hoy en día? ¿Acaso somos más útiles que un virus software, que un malware, que una cámara de seguridad o que un satélite o un teléfono móvil?” Jodida digitalización…

Quiere el destino que en su camino se cruce un homólogo del espionaje ruso con el que mantiene una relación que podríamos definir como contradictoria. “Nada de piedad, nada de compasión, nada de amabilidad. Tal vez había un código de honor entre ladrones. Pero entre espías, jamás”.

A la vez, en otro hilo argumental de la novela, un sujeto bastante sospechoso entra a Inglaterra de manera irregular. Se llama Shahid y parece albergar aviesas intenciones. Está muy adoctrinado, ha combatido en Siria, es firme partidario de la Yihad y ha vuelto a casa.

Si a usted le gustan las novelas clásicas de espías, el escocés Charles Cumming está en la estela de John LeCarré. Después de licenciarse en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo, el MI6 le hizo una de esas ofertas que sí se pueden rechazar, pero que despiertan el gusanillo. Aunque no se enroló en los servicios secretos, Cumming empezó a escribir una ficción muy apegada a la realidad. Y es que en ‘Conexión Londres’, como en ‘La violonchelista’ de Daniel Silva, de la que les hablé hace un par de semanas, también hay oligarcas rusos que trabajan para la mafia que Putin ha instaurado en el Kremlin. Yihadismo y mafia rusa. ¿Se puede escribir de asuntos más radicalmente contemporáneos?

A la vez, estamos ante una novela de aliento clásico, insisto, en la que el autor no deja de reflexionar sobre la esencia del espionaje, con perlas como esta: “Estar mintiendo todo el rato, valiéndote de subterfugios, de ocultaciones, tratando de anticiparte al otro, es un proceso agotador. Es perjudicial para el alma”.

Hoy martes, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir y Librería Picasso, hablamos de ‘Conexión Londres’, Cumming y espionaje. Va a ser una gran tarde, ya lo creo que sí.

Jesús Lens

Murder Ballads en formato de cómic

Me encantó, al final del prodigioso tebeo publicado por Norma Editorial, leer un texto de Jan Donkers que arranca así: “¿’Murder Ballads’? Si eso es el disco de Nick Cave, ¿no? Por supuesto, y es una auténtica joya en su género, pero el título abarca mucho más”. 

¡Ya te digo yo que sí! Por ejemplo, un cómic titulado ‘In the pines’. Y que lleva como inequívoco subtítulo ‘5 Murder Ballads’, para que tengamos claro de qué hablamos. 

“In the pines, in the pines, where the sun never shines and we shiver when the cold wind blows”, reza una canción folk norteamericana, anónima y datada hacia 1870. Entre los pinos, en el fondo del bosque donde no alcanza la luz del sol y temblamos en cuanto empiezan a soplar los fríos vientos del norte… Paisajes como los de la bruja de Blair. A caballo entre el Noir y terror gótico, estas Murder Ballads dibujadas nos cuentan cinco historias de crímenes, como manda el canon.

 

Son historias aparentemente carentes de épica. Narraciones sencillas, crudas, austeras y despojadas. Historias de muerte y dolor, de traición, celos, dominio y desamor. De locura y arrebato. Las hay, incluso, de fantasmas y desaparecidos, en la línea de la leyenda urbana de la chica de la curva, mito universal que lo mismo nos encontramos en las carreteras comarcales de la Andalucía profunda que en una de las grandes canciones de Tom Waits: ‘Big Joe and Phantom 309’. 

De las cinco historias del tebeo de Erik Kriek, les hablo de la quinta, ‘Donde crecen las rosas silvestres’, protagonizada por dos presos en fuga y una delicada joven. Transcurre en uno de esos parajes de la América profunda donde nunca pasa nada. Hasta que pasa. Si son ustedes melómanos y aficionados al noir, recordarán una de las canciones de ‘Murder Ballads’, el referido disco de Nick Cave and the Bad Seeds. 

Busquen el video de ‘Where the wild roses grow’, que comienza con el cuerpo de una chica bajo el agua, y deléitense con el juego de voces entre el cantante australiano y una maravillosa Kylie Minogue. Después, lean la versión dibujada por Kriek que, partiendo de la misma leyenda, le da una interpretación completamente diferente. ¡Arte total!

Y es que Erik Kriek, nacido en 1966 en Ámsterdam, es justo eso: un artista total. Estudió ilustración y artes gráficas en la Academia Rietveld de Arte y Diseño de su ciudad natal y una vez graduado, en 1991, ha trabajado como ilustrador independiente, de forma que su trabajo ha adornado casi todas las superficies imaginables y algunas, hasta inimaginables: patinetes, tablas de snowboard, carteles, portadas de discos, zapatillas de deporte y, por supuesto, libros, periódicos y revistas. Ha colaborado con sus ilustraciones en la edición de libros infantiles y también interpretó gráficamente algunos relatos de Lovecraft.

A lo largo de su carrera, Kriek ha conseguido un reconocimiento internacional como autor de cómics, hasta el punto de que el 2008, recibió el premio prestigioso premio ‘Stripschapsprijs’ por el conjunto de su obra. 

Las Murder Ballads son un género en sí mismo, al estilo de nuestros Romances de ciego. Literatura oral, narrada, recitada o cantada, en la que se cuentan hechos truculentos, historias de sangre, de fantasmas y aparecidos. 

Kriek ha hecho una magistral interpretación gráfica de cinco de estas Murder Ballads en tonalidades diferentes, pero siempre tirando a sepia, como las fotos antiguas; y con unas viñetas de diseño muy original que convierten cada página de este álbum de Norma Editorial en una auténtica obra de arte. 

Jesús Lens