CÚRATE DESPACIO AUNQUE TENGAS PRISA

Dejamos una nueva entrada del Proyecto Florens, ahora de mucha actualidad…
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La noticia saltó a los titulares en el mes de junio, para alborozo de todos los aficionados: “Garbajosa, convocado para la selección española de baloncesto”. Aunque iba acompañada de una coletilla, entre paréntesis: “en caso de recuperarse.”

Efectivamente, el conocido como “P*rno player” fue uno de los doce seleccionados que, en Madrid, fueron finalistas del Eurobásket 2007, disputando todos los partidos del mismo, aunque durante la fase de preparación no disfrutara ni de un minuto de juego.

La culpa: de su tobillo. Y de la lesión que le apartó de las canchas de la NBA en el mes de marzo anterior, en mitad de la que estaba siendo una campaña esplendorosa. El tropiezo se dio en Boston, cuando intentó taponar una entrada a canasta de Al Jefferson y, al caer, apoyó mal el pie, yéndose al suelo con ostensibles muestras de dolor.

La lesión era grave, aunque, desde el primer momento, Garbajosa intentó quitarle hierro al asunto: “La lesión es jodidilla, pero no tan grave como podría haber sido”, señalaba en una entrevista que le hicieron por esas fechas, aunque ya sabía que tendría que operarse del tobillo. La razón para ese optimismo: que quería participar con España en el Eurobásket de Madrid.

Tanto en la lesión como en la posterior recuperación de Garbajosa, todo fue bastante confuso y extraño, mediatizado por los intereses de diversos sectores que coincidían en reivindicar la presencia del ala pívot español en la selección española: cuerpo técnico, prensa y aficionados presionaron por todos los medios para que el mismo equipo que consiguiera la medalla de oro en el Mundobásket de Japón fuera el que disputara el campeonato de Europa en Madrid, en una especie de supersticioso convencimiento de que es mejor no tocar lo que una vez funcionó a las mil maravillas.

Pero en esta especie de tácito y generalizado consenso surgió una voz discordante, un teórico enemigo, al que se demonizó hasta la extenuación: el equipo de Toronto, que no daba el placet a un Garbajosa que, pagando de su bolsillo una notable cantidad de dinero, entrenaba todos los días con la selección española, pero no podía jugar los partidos de preparación del Europeo. Y la campaña mediática se dirigió, entonces, contra los rectores del equipo canadiense de la NBA, a quienes se dedicaron epítetos de todos los colores, tonos y sonoridades. El que Garbajosa participara en el Europeo se había convertido, de golpe, en cuestión de Estado.

Fue entonces cuando entró en escena la Mutua Madrileña, en plan campeón, ofreciendo una póliza que cubriera los riesgos que la participación de Garbajosa en el torneo pudiera suponer para Toronto. Teléfonos, faxes, idas y venidas, rumores, cláusulas, análisis médicos, informes, dimes y diretes… y, finalmente, la luz pareció abrirse paso entre las tinieblas y, por fin, el ala pívot español debutó en la victoria contra Portugal, aportando ocho puntos, con uno de esos fabulosos triples que tanto nos gustan a los aficionados españoles. Al final del partido señaló lo siguiente: “Estoy muy contento con los minutos que me ha dado Pepu Hernández, me he sentido cómodo, al principio un poco despistado, pero poco a poco iré encontrando el sitio.”


La pesadilla parecía haber terminado y la apuesta del seleccionador español, haber salido bien.

Efectivamente, Garbajosa disputó el Eurobásket completo, aunque el equipo español no pudo disfrutar de la mejor versión de un Jorge al que, aún dejando muestras de su clase y talento, se le notaba falto de ritmo competitivo. Al final, la medalla de plata que consiguió España, tras caer en la final contra Rusia, supo a amarga derrota, pero en ningún caso pudo imputarse la misma en el debe del jugador de Toronto.


Y llegó la pretemporada de una NBA que se presumía más espectacular que nunca, con varios jugadores españoles enrolados en distintas franquicias de la mejor liga del mundo. Y comenzaron los problemas. Porque Garbajosa no jugaba tanto como todos esperábamos. Y comenzó una nueva caza de brujas basada en la rumorología más infundada: que si le están castigando por haber desobedecido al club y que no le perdonaban su empeño en participar en el Eurobásket.


Después, comenzada la temporada regular, cuando apenas si disputaba algunos minutos por encuentro, todos los medios de comunicación españoles criticaban a Sam Mitchell, entrenador del equipo canadiense, convertido en el enemigo número uno de los aficionados al baloncesto. Porque, a todo esto, Garbajosa venía repitiendo, con insistencia, que su tobillo estaba perfectamente, que no notaba dolor en absoluto y que podía jugar a pleno rendimiento.

El 21 de noviembre de 2007, justo el día en que Toronto se iba a enfrentar a Memphis en un duelo histórico que reuniría a cuatro jugadores españoles sobre el parqué de una cancha de la NBA, saltó la noticia: Jorge Garbajosa estaba en la lista de inactivos del equipo y, por lo tanto, ni se vestiría de corto.

El motivo de la baja del alero internacional madrileño fue una leve «anormalidad» que los doctores de los Raptors descubrieron en el tobillo izquierdo de Jorge, en la última resonancia magnética que le hicieron. «Los doctores simplemente han dicho que han visto algo y que no están seguros de lo que es», declaró Garbajosa. «Hasta que no se sepa con exactitud, lo que debo hacer es evitar una posible lesión y tengo que descansar por cierto tiempo».

Nuevas especulaciones señalaron que no era casual la fecha de la baja: el día 30 expiraba la póliza de un millón de dólares que la Mutua Madrileña había suscrito con Toronto y la Federación Española de Baloncesto. ¿Se trataría de un subterfugio, una triquiñuela legal para exprimir a una Mutua que, con el affaire Garbajosa, había hecho una impresionante campaña de imagen y marketing?

Rápidamente, todos los sesudos analistas se lanzaron en apoyo de esta teoría economicista de la lesión de Garbo. Item más, de paso, Toronto intentaría no pagar los ocho millones de dólares del contrato suscrito con el pívot, buscando traspasarle a otro club. Sinceramente, la cosa estaba adquiriendo tintes kafkianos.

El día 11 de diciembre, Garbajosa era intervenido quirúrgicamente en la ciudad estadounidense de Baltimore de una necrosis en la tibia de su pierna izquierda. «Hoy, temprano, aquí en Baltimore, entro en el quirófano. Se trata de una operación muy sencilla. El tobillo izquierdo del que fui operado en marzo no se va a tocar, aunque aprovecharán la necesidad de tratar la nueva lesión, y que no tiene nada que ver con aquella, para implantarme una placa en el peroné», escribió Garbajosa en su columna semanal en el diario “El País”.

Aunque la operación era sencilla, la temporada había terminado para el ala-pívot español. A lo largo de aquellas semanas, toda la presión mediática se encaminó a desvincular la recaída del jugador con su participación en el Eurobásket, pero, curiosamente, ni una sola noticia se filtró acerca de si la Mutua Madrileña tuvo que pagar algo a Toronto o no. Un tupido velo se corrió sobre dicho extremo.

Así las cosas, y teniendo en cuenta que la Mutua Madrileña afrontó el aseguramiento del tobillo de Garbajosa más como una operación de marketing –que le salió a las mil maravillas- que como una operación comercial al uso; ¿no fue una mala decisión forzar la máquina, como se hizo, para que el jugador disputara, sí o sí, el Eurobásket?

Y no es una pregunta baladí. Máxime cuando, una vez vuelto a operar con éxito de su pierna izquierda, los medios de comunicación españoles empezaron rápidamente a preguntarse si Garbajosa estaría a punto para los Juegos Olímpicos de Pekín.

Teniendo en cuenta que Garbajosa nació en 1977 y que, por tanto, ya pasa de la treintena, y que, además, va a completar dos campañas seguidas prácticamente en blanco, ¿no sería hora de que le dejasen recuperar sus facultades físicas en paz, en manos de los médicos de Toronto, planificando una pretemporada que, aunque nos duela, debería comenzar en el mes de octubre, en vez de presionar para que forme parte del equipo español que concurra a Pekín?

Flash de última hora: “Toronto prohíbe a Garbajosa disputar los Juegos Olímpicos de Pekín”. ¿Alguien lo dudaba?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

VISIÓN DEL PORTERO ANTE LA VIDA

Volvemos al Proyecto Florens. En esta ocasión, tenemos una entrada dedicada a unos personajes singulares y sorprendentes: los porteros. Una entrada de José Antonio en que reivindica a unos personajes singulares, siempre especiales, con fama de locos, diferentes, raros y extravagantes.


Los porteros apenas participan del juego, pero su concurso es siempre esencial, a la vista de todos, cada gesto y movimiento escrutado hasta el último detalle.

Disfrutemos de esta Visión del Portero ante la vida.

INDURAIN: UNA RETIRADA A TIEMPO

Retomamos el Proyecto Florens hablando de campeones, retiradas y victorias.

Se rompió el idilio. Fue en el Tour de 1996. El Tour de la derrota. O, más exactamente, una vez finalizado el mismo, cuando los responsables de Banesto forzaron al campeón navarro Miguel Indurain a que corriera una Vuelta Ciclista a España que no podía ganar. En Banesto quisieron sacar tanto jugo de su estrella que terminaron estrellándose, propiciando la retirada ¿prematura? del mejor ciclista español de todos los tiempos.


¿Hizo bien Miguel en retirarse aquel año, sin volver una temporada más a las carreteras francesas, a intentar recuperar los laureles del triunfo, conquistando el sexto Tour que le habría hecho pasar, definitivamente, al Olimpo de los Dioses, tras superar a los Hinault, Anquetil, etcétera? ¿Debió fichar por otro equipo? ¿Reconducir su situación en Banesto?

Hagamos, muy brevemente, un poco de historia.


Indurain comenzó su andadura profesional en el mítico Reynolds, en 1984. Los ochenta fueron años duros en que los españoles asaltaban feudos deportivos que, hasta entonces, les habían estado vetados. Eran años en que las portadas de los periódicos veraniegos nos traían las fotos de Perico Delgado y Ángel Arroyo, volando por los grandes puertos franceses. Nombres como Alpe D´Huez, Tourmalet, Luz Ardiden o Mont Ventoux empezaban a hacerse populares entre los aficionados españoles más jóvenes.

Por aquellos años, Indurain era gregario del equipo, una de esas locomotoras que hacían buenas contrarrelojs (fue líder de una Vuelta a España durante cuatro días por esa razón) y que se encargaban de arropar al líder en las etapas llanas, de tirar a la caza de algún escapado incómodo y de marcar ritmos en las primeras estribaciones de los puertos.

Sin embargo, Indurain estaba llamado a ser mucho más que un gregario de lujo o un buen contrarrelojista. Ayudó a Delgado a la consecución del Tour de Francia de 1988 y, a partir del año siguiente, empezó a asomarse a lo más alto de las clasificaciones. Ganó la París-Niza en 1989 y otra vez en 1990, año en que presentó sus credenciales en la célebre y exigente etapa pirenaica de Luz Ardiden, donde ganó con una rotundidad impensable para quien, se suponía, era un contrarrelojista.

Con el transcurrir del tiempo, José Miguel Echevarri, el que fuera director deportivo tanto de Delgado como de Indurain, manifestaría que la carrera de Miguelón estuvo planificada al milímetro desde esos años 80 en que conoció a la auténtica Joya de la Corona de la escuadra navarra. Sin embargo, todos los que vimos la llegada del ciclista a la meta de Luz Ardiden, con el brazo en alto, entendimos que aquel año, la apuesta de Banesto fue equivocada y que, en vez de por Perico, deberían haber apostado por Indurain como caballo ganador.

Lo que pasó entre 1991 y 1995 ya está en la leyenda y en los anales de la historia deportiva. Uno tras otro, fueron cayendo los Tours de Francia. Los adjetivos calificativos se quedaban pequeños para definir a un ciclista frío y cerebral como un robot en la planificación y ejecución de las estrategias de la carrera, pero generoso con los rivales y amigo de sus compañeros. Un ciclista humilde que siempre hablaba en plural mayestático cuando se refería a sus victorias, haciéndonos a todos partícipes de las mismas.


En estos años de victorias ininterrumpidas, sólo hubo dos momentos delicados en la carrera de Miguel I de Navarra. El primero, cuando perdió un Giro de Italia contra un ruso, hasta entonces desconocido: Eugeni Berzin. Recuerdo a un amigo que, simplificando las cosas hasta el extremo, cerró una discusión con la siguiente frase: “Ha aparecido un ciclista que es mejor que él. No hay que darle más vueltas.”

A la vuelta del tiempo, da risa recordar aquella aseveración, vista la efímera carrera del impetuoso y rubio ruso volador. Indurain siguió ganando Tours de Francia, batiendo el récord de la hora y ganando medallas en los Mundiales de Ciclismo, aunque en Duitama, Colombia, se viera obligado a dejar ganar al supuestamente llamado a sucederle, un Abraham Olano que tuvo su mejor aliado en el percherón navarro.

Y así llegamos al año 1996, el de la consagración definitiva de Indurain, como campeón y como persona. Hasta entonces había enterrado las ilusiones de decenas de ciclistas de dos generaciones, ganando a sus competidores en todos los terrenos, de la montaña a la contrarreloj, en los abanicos contra el viento, en los descensos más suicidas o en aquella célebre subida en que, sin levantarse del sillín, fue descolgando a todos sus rivales hasta llegar solo a meta. Y por todo ello, empezó a parecer que Miguel ganaba sin esforzarse, por inercia, porque estaba en el guión de la carrera. Como si una genética y unas condiciones físicas privilegiadas le condenasen a ganar esas carreras.

Por eso, la derrota en el que hubiera sido su sexto Tour de Francia consecutivo fue tan importante: nos sirvió para valorar en su justa medida la enormidad que suponía la consecución de los cinco Tours anteriores. Una derrota que escoció especialmente porque, cruzando los Pirineos y el célebre puerto de Larrau, llegaba hasta Pamplona, en lo que debía ser un homenaje al campeón. Que lo fue, por supuesto, pero teñido por la tristeza y la melancolía de la derrota.

Lo que nadie pensó que podía ocurrir, ocurrió: Indurain dejó de ser un extraterrestre para convertirse en un hombre, en un ciclista. En un ser infinitamente humano. Ríos de tinta se escribieron entonces. Y más cuando se obligó al mito a “ganarse” el sueldo corriendo la Vuelta a España, después de hacerse con la medalla olímpica de Atlanta, sin estar preparado ni mentalizado para ello.

Había comenzado el principio del fin.

Rota la confianza con la gente de Banesto, la ONCE hizo una oferta mareante a Indurain. Y es que sus jefes de filas nunca eran españoles por lo que, cuando ponían en jaque el dominio del navarro, la Asociación Nacional de Ciegos sufría en sus carnes una virulenta ola de antipublicidad. Incluso se habló de que el combativo Kelme podría estar en la puja por los servicios de Miguel.

Pero el hecho es que, en una multitudinaria rueda de prensa, el día 2 de enero de 1997, Indurain anunció su adiós, rotundo y definitivo, al ciclismo profesional. Sin rencores, sin una mala palabra, sin buscar culpables; Miguel se bajaba de la bicicleta sin intentar reconquistar los laureles del triunfo, aunque existía un convencimiento generalizado de que su derrota ante Bjarne Riis en el Tour no había sido más que un accidente y que seguía siendo, de largo, el mejor ciclista del pelotón.

De hecho, a Riis le desposeyeron de su título después de confesar que corrió dopado, Ullrich terminó quedándose en un permanente quiero y no puedo y la historia del siguiente ganador de la ronda gala, Marco Pantani, es de todos conocida. Hasta que llegó el dominio de Armstrong en el Tour, un dominio tan abrumador y tan brutal que consiguió domeñar a una prueba centenaria que siempre había devorado a sus hijos. El texano ganó siete Tours antes de retirarse y, con ello, dejó herida de muerte a la prueba estrella del ciclismo mundial, acabando con buena parte de su mística. Una herida en que el dopaje ha venido a cebarse y que, por tanto, tiene como último gran héroe mítico, grande en sus victorias y aún más grande en sus derrotas, a un Miguel Indurain que supo cuándo retirarse de un deporte que estaba a punto de iniciar una imparable y trágica espiral descendente que, de momento, no parece encontrar fin.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

GEBRE: PEQUEÑO GRAN HOMBRE

Hay proyectos que, de tan ilusionantes, se retroalimentan a sí mismos con la fuerza de un volcán y uno de ellos es el ya conocido como El Proyecto Florens , que ha arrancado fuerte, con la historia de Haile Gebreselassie, a la que hemos titulado “Nacido para correr.”


Releyendo la historia de Gebre, a través de la evocadora prosa de mi alter ego y buen amigo José Antonio Corricolari, me resulta imposible evadirme de algunos momentos, vivencias y sensaciones provocadas por este pequeño gran hombre, cuya sempiterna sonrisa es la mejor carta de presentación, el mejor aval de una personalidad extraordinaria.

Me gustaría empezar mi semblanza íntima de Gebre en la noche de un mes de noviembre de hace ya algunos años. Acababa de llegar a la ciudad de Addis Abeba e IBERIA me había perdido la mochila. Cuando todavía era noche cerrada, un coche me llevaba al hotel. Y me quedé dormido. Un bache me despertó de golpe. Abrí los ojos y me llevé un susto morrocotudo al encontrar los márgenes de la carretera repletos de sombras que pasaban corriendo, a ambos lados del coche.

Foto Lens

¿Qué era aquello?

Atletas. Corredores.

Antes de que la primera claridad de la mañana hubiera roto por el horizonte, las calles principales de Addis ya estaban abarrotadas por centenares de personas que comenzaban la jornada calzándose unas zapatillas y echándose a correr.

Me quedé impactado. Porque, antes de llegar a Etiopía ya sabía que iba al corazón del Fondo mundial, a esa franja del Rift que es una verdadera factoría de extraordinarios atletas de fondo y medio fondo. Pero nunca me había imaginado que el atletismo, más que un deporte o una sana afición, fuese una auténtica religión, profesada con entusiasmo por miles de personas.


Foto Lens

Quiso la casualidad que, veinte días después, cuando terminaba mi periplo por tierras etíopes, me enterara de que el mismo domingo en que volvía a España, se celebraba en Adis una carrera popular contra el SIDA, organizada por el propio Gebre. Aunque no tenía unas buenas zapatillas para correr, sino unas de esas mixtas entre zapatilla y bota de montaña, con suela rígida, pensé que podría apuntarme a trotar un rato en una iniciativa tan encomiable.


Foto Lens

Utópico. El máximo de posibles registrados era de 12.000 atletas… y hacía varios días que se había alcanzado el tope. Aún así, y como la salida de la carrera me pillaba cerca del hotel, me acerqué a ver el ambiente. Y aquello era una cosa bárbara, tremenda y descomunal. Miles de personas atestaban las más populosas arterias de la ciudad.

Pero, y seguimos con las casualidades, mira por donde, de repente, se organiza un revuelo a nuestro lado. ¡Oh sí! ¡Es él! El pequeño Gebre en persona estaba a junto a nosotros, sonriendo a diestro y siniestro. Iba a dar la salida a su carrera, una carrera que resultó ser un puro espectáculo para los sentidos.


¡Oh, es él! El pequeño gran hombre en persona

Foto Lens

Volví al hotel y terminé de hacer el petate. Inmensamente entristecido por tener que regresar a casa después de un viaje tan largo y cansado como enriquecedor. Llegamos al aeropuerto y mientras íbamos hacia la salida de “Internacional”, un todoterreno negro aparcó junto a la puerta. Y de él se bajaron Gebre junto al altísimo Paul Tergat y los atletas kenianos que habían venido con Paul para participar en la carrera contra el SIDA.

Es lo que tienen los amigos. Que están cuando se le necesitan y Tergat apoya incondicionalmente a su rival y amigo. Una cosa llamativa: en el aeropuerto, todo el mundo trataba a Gebre con el mismo respeto que cariño. Por su puesto, no tuvo que presentar ningún papel para que le dejaran pasar y ayudar a sus colegas a pasar los bultos por el scáner y el control de pasaportes. Nada de ayudantes, chóferes ni mandangas. Hombre humilde, activo y colaborador, como cualquier persona, lleva a sus amigos al aeropuerto y les despide amablemente.

Es lo que tienen los grandes campeones. Que también son grandes personas. No es de extrañar, pues, que Gebre sea un mito en su país. Porque, aún habiendo ganado títulos mundiales y olímpicos y haber batido todos lo récords mundiales del fondo que se podían batir, el pequeño gran hombre se quedó en su país, Etiopía, invirtiendo su dinero en uno de los países más pobres del mundo, contribuyendo a generar riqueza para sus compatriotas.

Gebre es un ejemplo para su pueblo, un mito viviente en una sociedad que idolatra a sus atletas, un país en que a Bekele se le conoce, sencillamente, como Kenenisa. La etíope es una nación orgullosa de la que surgen extraordinarios atletas, en cuyo ascendiente Haile Gebreselassie, el pequeño gran hombre, juega un papel determinante.

Antonio Jesús Florens.

ESCRIBIR, CORRER, SOÑAR

Dejamos una entrada diferente en el Proyecto Florens, unas palabras que José Antonio y yo hacemos nuestras, que contienen sensaciones compartidas que, esperemos, sean de vuestro agrado.

Escribir es la manera más profunda de leer la vida.
Francisco Umbral. Escritor español.

El deporte no forja el carácter, lo pone de manifiesto.
Heywood Hale Broun. Periodista deportivo y escritor estadounidense.

Dedicado José Antonio Flores.
Hombre de acción,
hombre de reflexión.

Considera uno que la creación literaria, como cualquier otra actividad del ser humano, es un proceso largo y exigente, arduo y complejo, pero a la vez, profundamente satisfactorio. Y al que, además, conviene quitar hierro y sacarle de encima esa especie de sambenito cultureta que tanto lastra al acto de escribir. Podríamos decir, tirando de la mayor simplicidad, que empezar a escribir es como ser un gordo. Como un tipo que contempla en el espejo sus kilos de más y decide que ha llegado el momento de poner fin a su obesidad.

En un momento

dado, como escritor vocacional, decides que, además de escribir en tus diarios, en tus cuadernos íntimos o en tus correos electrónicos, quieres dar salida a tu creatividad por medio de la escritura. Estás harto de que tus ínfulas literarias queden para unos informes comerciales bien redactados o en memorándums administrativos más fríos que el Ártico en pleno invierno. Pero ¿cómo empezar?

Lo mismo le pasa a nuestro obeso amigo. Sólo pensar que ha de ponerse un chándal le da urticaria. Pero el desafío está ahí. Y un buen día, se calza las zapatillas de deporte y se echa al camino. Comienza a trotar y cuesta, vaya que si cuesta. Se sofoca, se angustia, se asfixia… y piensa que aquello no tiene sentido. Le adelantan los cuarentones musculosos, los treinteañeros fibrosos y los espigados jovencitos llenos de espinillas. Es duro. Joder, si es duro. Pero, de repente, uno de esos atletas con los que se cruza y que parecen correr más rápido que el AVE, le guiña un ojo, le echa una mirada de complicidad y comprensión, le manda un gesto amable. Y nuestro hombre, aunque sabe que hasta un niño de pecho podría ganarle en una carrera, se siente bien. Se siente bien consigo mismo.

Y eso le pasa al escritor vocacional. Las diez primeras palabras que pones juntas, te parecen ridículas y estúpidas, que no combinan, que no tienen sentido y que nada transmiten. El fondo es aburrido, manido y absurdo. La forma, afectada, cursi e incorrecta. Pero bueno. Te obligas. Sigues obligándote.

La mañana siguiente es terrible. Las agujetas son tan brutales que nuestro hombre apenas se puede levantar de la cama. ¿Hay tantos músculos en el cuerpo? Bueno, a medida que el cuerpo va entrando en calor, los dolores bajan de intensidad. No hay excusa: chándal, zapatillas y a correr. El deporte se va convirtiendo, poco a poco, en una rutina. Y, eso sí, ¡los resultados son brillantes! Para poco que ha hecho, la báscula es generosa. Normal. Los resultados son abrumadores. Cada día corre un poco más rápido y cada día pesa un poco menos. Partiendo desde lo más bajo, por poco que se asciende, da vértigo.

Por eso, cuando los amigos y conocidos leen lo que les mandas, te hacen comentarios, y te dan su opinión; cuando te dedican algo de su tiempo, empiezas a ganar confianza. Después de todo, quizá el fondo no es tan soso ni la forma tan pretenciosa. Te atreves a escribir sobre las cosas que conoces, las películas que ves o los libros que lees, pero también te adentras en universos imaginarios. Inventas historias y personajes y ves cómo, poco a poco, ellas ganan en agilidad y vitalidad, en realismo e interés; y cómo ellos se hacen más humanos, más mayores, más interesantes.

Un día, de repente, nuestro amigo, ya no tan obeso, adelanta al tipo de la camiseta amarilla. Es lo que tiene la constancia. El de amarillo corre un par de días a la semana. Él sale casi a diario, y empieza a recoger los frutos del esfuerzo y la constancia. Lo mejor es que ya no le cuesta salir a correr. Ya no tiene que obligarse. Correr se ha convertido en una necesidad. Como el comer, el dormir o el beber. Más importante incluso, y mucho más satisfactorio. De modo que un día se inscribe para la “X Milla Urbana” de su ciudad. Y vale que no queda ni entre los quinientos primeros, pero lo ha pasado de coña. Así que, al mes siguiente, corre los “Cinco kilómetros de Almuñécar” y al otro los “Diez kilómetros de Isla Cristina”. De hecho, para la temporada siguiente se apunta a correr todas las carreras del Circuito de Fondo de la Diputación. No queda ni rastro de aquella triste morbidez en su cuerpo. Cuando camina por las calles, se ve reflejado en los escaparates de las tiendas y, aunque no es un Adonis ni un Robert Redford, le gusta lo que ve.

Tras los relatos, los cuentos, los sonetos y los versos, hay un gusanillo que te va picando por dentro. No quieres ni pronunciar la palabra en voz alta: novela. Tienes una historia, tienes unos personajes, tienes varias ideas que quieres ensamblar en una narración larga. Sólo de pensarlo te dan mareos. Horas y horas de soledad, de encierro y de angustia te esperan por delante. Pero piensas en ese policía, en esa mujer fatal o en ese bombero que piden a gritos, que exigen y claman por una oportunidad… y no lo puedes evitar, no les puedes dejar en la estacada.

¿Será capaz de terminar la maratón? Qué locura. La maratón. La prueba de entre las pruebas. La más dura y exigente. Pero las piernas llevan tiempo pidiéndoselo. Quieren probarse, quieren aceptar el desafío. ¿Cómo no concederles el deseo? Nuestro amigo, que se ha analizado y estudiado, cronómetro en mano y pulsómetro en el corazón, sabe de qué es capaz. Nunca batirá el récord del mundo. Tampoco tiene dicha pretensión. Para batir un récord has de haber nacido con un talento innato, con un soplo de genialidad que ni miles de horas de entrenamiento podrían suplir. Él no está tocado por los dioses. La Fortuna no le coronará de laurel. No importa. Con acabar la maratón ya se dará por satisfecho. Aunque, bueno, una vez que terminó la de Sevilla en 4.07.10, ya está entrenando para bajar de las tres horas y media en la de Barcelona. Eso sí, los 2.05.00 son inalcanzables, pero ¿qué cuesta soñar? Él, que ahora pesa 77 kilos… joder, si hace unos años pesaba ¡¡ 117 kilos!! Bajar cuarenta kilos sí que era un sueño inalcanzable y… míralo ahora. Mejor no adelantar acontecimientos. Soñar es tan bonito, tan dulce…

Se suele decir que un hombre ha cumplido su misión en este mundo cuando ha plantado un árbol, ha tenido un hijo y ha escrito un libro. Pienso que, entre esos objetivos, debería estar el de terminar una maratón… aunque sea una vez en la vida. Es un buen objetivo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

8 de Octubre de 2003 / 3 de Marzo de 2008.