Que vuelva Pau Gasol a Granada

Qué pechá llorar, oigan. Era como para verme, sentado en el sofá sorbiéndome la moquera antes del amanecer. Empecé a ponerme blandito en cada tiempo muerto del partido entre Lakers y Memphis Grizzlies, los dos grandes equipos de Pau Gasol en su carrera NBA. En pantalla aparecía la leyenda ‘Celebrating Pau Gasol’ y veíamos momentos estelares de su ejemplar trayectoria, como jugador y como ciudadano. Los anillos, por supuesto. Su hermandad con Kobe, los All Star. Pero también le veíamos visitando a niños enfermos en los hospitales o de campaña con UNICEF.

Entonces llegó el descanso y su camiseta con el número 16 ascendió al Olimpo, junto a las dos de la Mamba Negra. Pau cogió el micrófono y… ¡Foh! El concepto de discurso inspiracional se queda corto. Qué lección de elocuencia, emoción y sinceridad. “De aquellos a los que mucho se les da, mucho se espera, así que seguiré comprometiendo mi vida para influir en los demás, marcar la diferencia, inspirar, ayudar a los otros, para hacer de este mundo un lugar más sano y mejor”. ¡Ays!

Le escuchabas y te daban ganas de ponerte a hacer algo de inmediato. Algo grande. Lo que fuera. Cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. ¡Impresionante! Pau Gasol sigue haciendo historia. 

Cuando se reanudó el partido tras la foto de familia en la que estaba su hermano Marc, me acordaba del paso del Girona por nuestro Palacio de Deportes, hace unas semanas. Llegué con muuuuucho tiempo, ocupé mi localidad y me pasé los minutos viendo cada detalle de su rueda de calentamiento. Marc, otro campeón de la NBA. Era como contemplar un roble centenario, un manuscrito medieval. ¡Qué aplauso, en la presentación del equipo! 

Seguí tirando de memoria y retrocedí hasta 2014, cuando tuvimos el inmenso privilegio de acoger los partidos de España en la primera fase del Mundial. ¡Pauuuuuuu! Imágenes grabadas en la retina por siempre jamás. 

Y así llegamos a la petición, al ruego implorante. ¿No habrá manera de que venga Pau de nuevo a Granada, en algún acto de la Fundación Gasol, por ejemplo? Dado que el Fundación CB Granada-Covirán cuida tanto y tan bien la alimentación de sus jugadores, ¿no se podría hacer algo ahí, con la cantera? 

O CaixaBank y Granada Conectada, ahora que han renovado el patrocinio con la Selección Española de Baloncesto. ¡Paco Barranco, haz tu magia y llenemos hasta la bandera el Palacio de Congresos para brindar a Pau Gasol ese homenaje que tanto se merece!

Jesús Lens

 

Willy, Rudy & Scar

Es viernes y, con la semanita que llevamos, cuerpo y mente piden un poco de sosiego, calma y relax. Cuando las noticias sobre el fuego, la sequía y la rebelión de los jueces me ponían cardiaco, me conectaba a ese reality show que, durante 24 horas al día y en riguroso directo, nos está contando las exequias a Isabel II. ¡Qué sosiego, saber que, pase lo que pase en el mundo, el funeral seguirá estando ahí, como el dinosaurio de Monterroso y la inflación subyacente!

Menos mal que septiembre ha llegado con el Eurobásket debajo del brazo, para contradecir el pesimismo reinante. Si hay un colectivo en el que podemos confiar con los ojos cerrados es el combinado español de baloncesto.  

Este año pintaban bastos, entre la retirada de las grandes leyendas y la juventud e inexperiencia de buena parte de los integrantes del equipo. Los partidos preparatorios tampoco permitían abrigar grandes esperanzas. Y la derrota contra Bélgica pareció desnudar al rey. Pero entonces aparecieron ellos. 

Personalizo en Willy, Rudy y Scariolo porque no tengo espacio para glosar los méritos del resto de integrantes de un equipo que es sobre todo eso: un equipo. Un colectivo que va mucho más allá de los doce jugadores y los técnicos que se encuentran ahora mismo en Alemania. Un equipo conformado por los compañeros que estuvieron en las duras semanas de preparación, en agosto, para quedar finalmente descartados. Y por los que se parten la cara en las Ventanas, ese invento tan raro que, como la polución en Granada, ha venido para quedarse. 

Willy está siendo el mejor jugador de España en la cancha. El más completo y decisivo. Un estilete ofensivo más fiable que un robot japonés. Rudy es la garra, el genio y la voz de la experiencia que, con su ejemplo en la pista y sus gritos en el vestuario, consigue que los más jóvenes saquen la mejor versión de sí mismos o, sin usar una expresión tan pijo-engolada, que le echen lo que hay que echarle.

Y nos queda Scar, ese genio de los banquillos que convierte su libreta en la lámpara maravillosa que ilumina a los jugadores cuando se les apagan las luces.

Les llaman la Familia, una expresión que, personalmente, no me gusta. Para Familia, los Corleone. Yo los veo como los Hermanos de Sangre de aquella maravillosa serie sobre la II Guerra Mundial, Band of Brothers. 

Una vez más, el equipo español está en semifinales. Da lo mismo si consiguen el Oro, la Plata, el Bronce o la medalla de chocolate.  Han vuelto a superar nuestras expectativas y nos han hecho sufrir y mordernos la uñas para terminar gritando de emoción con sus victorias. Y eso, en tiempos tan inciertos, vale su peso en oro. 

Jesús Lens

Una de básket noir

Hay deportes más literarios, periodísticos y cinematográficos que otros. El boxeo sería el Top 1. Más allá de la cantidad de novelas y películas que ha inspirado, muchas expresiones boxísticas forman parte de nuestro lenguaje cotidiano, del KO a bajar la guardia, tirar la toalla o estar contra las cuerdas. 

Con el ciclismo pasa igual. Aunque su narrativa queda más reducida a las crónicas periodísticas que a la ficción; apelar a la sangre, el sudor y las lágrimas es una constante en el lenguaje de un deporte tan sufrido como exigente. Lo hemos podido ver en la recién terminada Vuelta a España, con nuestro paisano Carlos Rodríguez hecho un ecce homo sobre la bicicleta.

El deporte es poco cinematográfico, por lo general. Será porque es muy televisivo. Funcionan bien las historias de redención y superación, eso sí. Hablando de películas sobre baloncesto, ahora que estamos en pleno Eurobásket, muchas veces se ha puesto el acento en la importancia del trabajo en equipo por encima del talento individual. 

De superación va precisamente ‘Garra’, la película baloncestística más reciente que Adam Sandler y LeBron James han producido para Netflix. Y es que el actor y comediante norteamericano es un gran aficionado al básket y es fácil encontrarle jugando en los playgrounds estadounidenses y, por supuesto, como espectador en los pabellones de la NBA. 

Me ha gustado ‘Garra’ y su protagonista, nuestro Juancho Hernangómez, está muy bien. Da el perfil del personaje. Curiosidad: no se decidió a rodarla hasta que la pandemia paró el deporte profesional. Interpreta a Bo Cruz, un obrero de la construcción que redondea su magro salario jugando en las canchas callejeras de Madrid. Allí le descubre un cazatalentos de los Philadelphia 67ers, que lo apuesta todo por ‘Misil’ Cruz. A destacar el momento en que entrena con jugadores de la Selección Española dirigida por Sergio Scariolo, logo de Caixabank incluido. ¡Realismo a tope!

Aunque ‘Garra’ tiene algunos de los tópicos habituales de este tipo de cine, no tenemos que soportar la clásica secuencia del balón que, a cámara lenta, duda si entrar o no en la canasta para convertir en héroe o villano al protagonista de la función. Va de otra cosa. Ojo a la nómina de jugadores que aparecen en la pantalla interpretándose a sí mismos, con el mítico Dr. J a la cabeza, y a la importancia que el guion concede al poder de las imágenes, los vídeos y las redes sociales. Más contemporaneidad, imposible, insisto. 

Pero la que sí es negra y criminal, de verdad, es la anterior película con trasfondo baloncestístico que Sandler protagonizó para Netflix. Se titula ‘Diamantes en bruto’ y en ella se cuenta la historia de Howard Ratner, un apostador empedernido con una deuda de 100.000 dólares que regenta una joyería. Por haces del destino, le llega un raro ópalo negro con el que espera pegar un pelotazo a través de una subasta. Entonces entra a su tienda el mismísimo Kevin Garnett, estrella de los Boston Celtics, que se queda prendado de la joya. KG, que hizo la película cuando ya se había retirado de las canchas, está espléndido.  

La vida de Howard es una tortura. Como adicto al juego, un ludópata de manual, parece apostar por castigo. Además de por necesidad. Sus andanzas por las calles de Nueva York, de un realismo extremo, son angustiosas. Siempre en busca de dinero, de un aplazamiento, de una prórroga. ¡Qué tensión! Por no hablar de su relación con su ex mujer y con su actual pareja. Y ojo al desenlace de la película. Es de los que no se olvidan.

Jesús Lens

Un prodigio llamado Anteto

Hace no mucho tiempo, hablando de baloncesto con Gonzalo Cappa, me comentaba que le gusta tanto la NBA que era capaz de ver partidos hasta de los Milwaukee Bucks. Aquello era mucho decir, que se trataba de uno de los peores equipos de la competición y, además, no tenía carisma alguno.

A estas horas, los Bucks son campeones de la NBA. Les confieso que me quedé en la Granada abrasada del pasado fin de semana para ver el decisivo Game 5 de las finales. Empezaron perdiendo 0-2 y ganaron 4-2. Inapelable.  ¿Por qué les cuento todo esto? Porque el artífice de la transformación de la franquicia de Wisconsin ha sido un jugador griego llamado Giannis y apellidado Antetokounmpo al que un compañero y colaborador de IDEAL, José Manuel Puertas, ha dedicado una monumental y premonitoria biografía. Subtitulada como ‘El MVP que surgió de la miseria’, está publicada por Ediciones JC, es de lectura obligatoria para todos los aficionados al baloncesto y muy recomendable para quienes no sean fans furibundos del deporte de la canasta.

Más allá de lo estrictamente deportivo, el libro de Puertas cuenta una historia con final feliz que, sin embargo, tenía todas las posibilidades de quebrarse en el camino. El padre de Anteto, inmigrante de los mal llamados ilegales, es un nigeriano que viajó a Grecia para buscarse la vida. Allí nacieron sus hijos, a los que trataba de sacar adelante en unas condiciones muy precarias. Y por ahí comienzan los contrastes que caracterizan la biografía de Anteto, con cinco chavales que viven en una de las capitales del igualmente mal llamado primer mundo, pero están al borde de la desnutrición.

En la biografía de uno de los mejores jugadores de baloncesto del mundo se cruzan personas magníficas con algún arribista que otro. En cualquier caso, el factor humano pesa por encima de todo. Las partes del libro sobre el fichaje de Anteto por el CAI Zaragoza o el secretismo con que los Bucks gestionaron su elección en el draft son dignas del mejor thriller de espionaje y tensión.

Y está la parte deportiva, claro. Lean el libro de Puertas para descubrir cómo el afortunado, que no casual, fichaje de un jugador en formación no solo cambia el rumbo de un club deportivo, sino el de una ciudad entera.

Jesús Lens

Las prisas de Marc Márquez

Es una máxima que siempre nos hemos aplicado quienes salimos a caminar por la montaña: paso a paso. Despacio. Piano, piano; como dicen en Italia. Pole pole, en swahili. Calmados. Sin prisas. Fue la frase más escuchada durante los días de ascenso al mítico Kilimanjaro, tantos años ha. Cada vez que nos veníamos arriba y empezábamos a caminar con más ligereza, el guía nos invitaba a ralentizar el ritmo: pole pole. Y así fue como conseguimos coronar el mítico Uhuru Peak, el Pico de la Libertad.

Más expeditivo era nuestro guía por el Atlas marroquí: durante la ascensión al Jbel Toubkal no dejaba de insistir: “tranquilo, tranquilo; que la prisa mata”. Me lo grabé a fuego aunque, en general, ya era poco amigo de bullas antes. Bastante tengo con ser embarullado y caótico como, para encima, ir a toda mecha.

Me acordaba de todo mientras leía el calvario por el que está pasando Marc Márquez, el campeonísimo de Moto GP, desde su accidente de Jerez. Se fracturó el húmero y pasó por el quirófano. Cuatro días después trató de volver a la competición. Fracasó en el intento. Para colmo, un accidente doméstico terminó de jorobar las cosas. A partir de ahí, todo ha ido de mal en peor y, además de perderse esta temporada, llegará tarde a la que viene. Y a saber en qué condiciones.

Marc Márquez trató de volver a toda mecha y se estampó, metafóricamente hablando. El más veloz sobre la moto, el más rápido de los circuitos, no tuvo la paciencia necesaria y se quedó en el dique seco. Las prisas no fueron buenas consejeras.

En unas declaraciones recientes, al piloto no le ha temblado el pulso a la hora de buscar un culpable: el médico que, según él, no le paró. El galeno que le permitió la machada de tratar de conducir una moto a toda velocidad cuatro días después de instalarle una placa de titanio en el brazo roto.

¡Ay, la historia, qué veleidosa puede llegar a ser! A la vista de todo lo que le ha pasado, Marc Márquez se muestra convencido de que aquello fue una temeridad. Un error. Que debió tener más cuidado. Más paciencia. Más sentido común, posiblemente. Una lección aprendida.

Porque con la experiencia acumulada, ni Marc Márquez ni el médico habrían repetido los errores y las precipitaciones que tan fatales consecuencias han tenido para el piloto.

Jesús Lens