YAGO LAMELA SALTA AL PROYECTO FLORENS

Tenemos una nueva entrada del Proyecto Florens. Nuestro Alter Ego en este proyecto, José Antonio Flores, alias Corricolari, ha colgado en su Diario de un Corredor una fascinante entrada sobre Yago Lamela: saltando en nuestra imaginación.

Una entrada muy humana, en la que la afilada pluma de José Antonio trasciende el ruido y la furia mediáticas para, desde las alturas del éxito, descender al infierno de las lesiones y el sufrimiento, dejando abierta una puerta a la esperanza de un deseable renacer.

No dejen de leer esta entrada del Proyecto Florens, y recuerden que tenemos también entradas sobre Haile Gebregelassie, Pau Gasol y el Real Madrid.

Antonio Jesús Florens.

LA MARCA BLANCA DE LA CASA

Subimos una nueva entrada al Proyecto Florens, que en castellano suena mejor. El proyecto, ya lo sabéis, lo llevamos de la mano con nuestro Alter Ego, el intratable Corricolari. En este caso, va de fútbol.

Hace unos días, los madridistas se regocijaban grandemente –y, con ellos, una de las mitades de este Florens, dual y binario- con la noticia de que Raúl y Casillas habían firmado sendos contratos a perpetuidad con su club de toda la vida: el Real Madrid.


En un mercado como el del fútbol, en el que ser mercenario cotiza al alza, con jugadores como Anelka, Ronaldo o Vieri, desfilando por una infinidad de clubes, siempre a la búsqueda de la oferta más alta; da gusto encontrarse con noticias como la señalada, que te reconcilian con algo parecido al romanticismo y al amor por unos colores, por un club, por una afición.


Esta decisión compartida por Raúl, Casillas y el Real Madrid entronca con otra época gloriosa del equipo merengue. Eran los años de la Quinta del Buitre. Los Sanchís, Míchel y Butragueño eran ídolos de masas y ganaban las ligas españolas con una pasmosa regularidad. A sus puertas llamaban los clubes italianos, por entonces inmensamente más ricos que los españoles. Pero todos ellos se quedaron en el Madrid. Bueno, todos no. Martín Vázquez hizo las Italias… y no le fue especialmente bien en su aventura.

No estábamos entonces en los años de la globalización y el mundo todavía parecía grande. Aún así, en la decisión de los jugadores pesó enormemente el cariño por la elástica blanca. Sin morirse de hambre, por supuesto. No nos vamos a llamar a engaño y a sostener que con su decisión pasaran penurias, pero sí es verdad que renunciaron a mareantes ofertas económicas y que se quedaron en el Madrid más por compromiso con la Real Madrid que por amor a la pasta gansa.

Si Casillas se pusiera en el mercado, clubes como el Chelsea o el mismo Barça le darían lo que pidiese ya que su fichaje sería un triple torpedo en la línea de flotación de la Casa Blanca: por un lado, reforzarían la plantilla de un equipo rival con, posiblemente, el mejor portero del mundo. Por otro, se despoja al enemigo de una de sus piezas capitales. Y, en tercer lugar, se produciría un efecto mediático tan brutal que afectaría enormemente a la masa social del club, a la que quedaría un enorme sentimiento de orfandad, derrota y miseria.


Recordemos jugadas maestras en las que el Real Madrid fichó a jugadores como Laudrup, Zidane y, para su sección de baloncesto, a Petrovic o a Sabonis. Una auténtica revolución que, más allá de vestir al equipo blanco de smoking, desnudaba a sus mayores y más directos enemigos, haciéndoles más débiles y vulnerables.

Porque hay jugadores que son más que deportistas. Mucho más. Hay jugadores que son iconos que conectan con la sensibilidad de la afición, que representan los valores del club y con quienes es posible sentirse identificados.

Calderón lo ha visto claro y ha apostado por reforzar la imagen de una institución que también es más que un club, a través de la vinculación de por vida de dos de esos iconos: Casillas y Raúl. Jugadores bravos y comprometidos; pura pasión, fuerza, garra y determinación. Jugadores con los que la chavalería se identifica y a los que idolatra como a algo más que jugadores. El siguiente, más controvertido, será Guti, el artista del pase perfecto.


Porque Beckahm era muy guapo, Ronaldo era un fenómeno y Zidane un genio. Pero, en el imaginario colectivo de los madridistas, sus jugadores son los Casillas y Raúl que enlazaban con los Hierro, Sanchís, Míchel, Butragueño, Valdano, Santillana… de antaño. Jugadores que dieron sus mejores años de fútbol para un club que, después, se ha portado mejor con unos que con otros.


Posiblemente, ése fue el mayor error de Florentino Pérez durante su mandato como máximo responsable de la Casa Blanca: no haber sabido convertir a los jugadores más queridos y emblemáticos del Real Madrid en los protagonistas de las victorias del equipo. Su relación con Hierro fue tormentosa y siempre parecía reivindicar con más fuerza y cariño el trabajo de las estrellas mediáticas que él había fichado.

Jugadores como Raúl o Casillas, más allá de su trabajo y maestría sobre el terreno de juego, aportan a una entidad deportiva eso que ahora se conoce como “intangibles” y que ya hemos descrito antes: determinación, compromiso, garra, fuerza y amor por unos colores.

Que un club como el Real Madrid haya sabido capitalizar lo mejor de sus recursos humanos para dar continuidad a estos grandes jugadores dentro de la estructura de la entidad, incluso cuando dejen el ejercicio activo de la práctica deportiva; demuestra que se están haciendo las cosas bien, con criterio, talento y lógica empresarial. Porque el orgullo de pertenencia es uno de los logros a los que debe aspirar cualquier entidad que quiera ser realmente especial, singular y, sobre todo, grande.

La grandeza se empieza a construir, más allá de los logros deportivos, económicos o empresariales, desde el factor humano. Vivimos en tiempos vertiginosos y acelerados en que todo cambia a la velocidad del rayo. Por eso, las instituciones que quieran ser visibles, reconocidas, seguidas y respetadas, sin quedarse obsoletas, han de anclarse bien fuerte en el imaginario colectivo de las personas. Y para conseguirlo, más allá de un escudo, unos colores, un himno, un logotipo o un imagotipo; es necesario apelar a lo mejor del factor humano que hace posible el funcionamiento diario y cotidiano de la institución.

Antonio Jesús Florens.

FIN DE CICLO. PARTE I: PAU GASOL

Seguimos con el ya conocido The Florens Project, escrito a cuatro, pero con un sólo corazón, que presentamos hace una semana y que ya tuvo su primera parte con la Entrada dedicada a Haile Gebreselassie.


Queremos dedicar esta Entrada, sobre Pau Gasol, a Pedro, que está hecho un chaval, que nos regaña mucho durante los partidos, pero que nos aprecia y nos quiere un huevo. Que yo lo sé. Tanto como nosotros a él. Muchas felicidades, Perico.

La trayectoria de Pau Gasol es lo suficientemente conocida como para que resulte ocioso, en este momento, volver a recordarla con detenimiento. Su medalla de oro con los Golden Boys en Lisboa, su paso por el Barcelona, el draft y su salto a la NBA se pueden seguir en decenas de webs, con sólo poner Gasol en un buscador cualquiera de Internet.

Pero nos gustaría situarnos, en un ejercicio de empatía, en dos o tres momentos de la carrera de Pau.

El primero, cuando los Grizzlies, el equipo en que militaba en la NBA hasta hace unos días, perdieron el cuarto partido del play off de la temporada 2005-2006 frente a los Dallas Mavericks.

Hasta ese momento, todo había sido espectacular en la carrera de Pau. Sus impresionantes números y prestaciones habían hecho crecer a los Grizzlies hasta límites insospechados. El sólo hecho de alcanzar los play off por el título era un logro, aunque la primera vez que lo hicieron, terminaran cayendo por 4 a 0 frente a San Antonio, uno de los grandes equipos de la liga. Un éxito. De hecho, una proeza. Y gran parte de ese éxito era imputable a Pau, por lo que los responsables del equipo le ofrecieron una renovación del contrato, que le ligaría al club de Memphis hasta 2011, a cambio de unos 70 millones dólares.


La temporada 2004-2005 también fue buena. Los números de Gasol no fueron tan espectaculares como en los años precedentes, pero el equipo alcanzó los play offs con suficiencia. Esa fue la cara de la moneda. La cruz: volvieron a perder, 4-0, contra Phoenix.

El culmen en la carrera de Pau llegó en la temporada 2005-2006, cuando fue elegido para jugar el All-star game de la NBA, el partido de las estrellas. Otra buena temporada regular y, sin embargo, otra cruel decepción en los play off: 4 a 0 frente a Dallas.


Y a este punto de la historia nos queremos referir. Porque, si bien ese verano Pau ganaría el Mundial de baloncesto, en Japón, con la selección española -del que volvió lesionado- ya había en el aire una cierta sensación de fin de ciclo. Después de haber jugado doce partidos de play offs con los Grizzlies, la superestrella no había conseguido ganar ninguno y, lo que era peor, el equipo iba a iniciar una espiral descendente que, en la decepcionante temporada 2006-2007, le llevaría a no clasificarse para las rondas finales del campeonato. ¿Le faltaba a Gasol, de verdad, madera de campeón?

Por eso, si nos ponemos en la piel de Pau, estamos convencidos de que tras el último partido de play off que perdió ese año cobró conciencia de que su etapa en los Grizzlies estaba terminada. Atado por un contrato de larga duración, se rompió la magia entre el pívot español y el equipo de Memphis. Ya no se hablaba de Pau como el líder sobre el que construir un equipo ganador. Ya no había confianza. Nadie se creía las promesas que hacían los directivos del equipo de fichar con talento para apuntalar al equipo.

De hecho, las prestaciones de Gasol, bajaron notablemente en el Eurobásket de España y ese último lanzamiento a canasta que erró en la final contra Rusia es el mejor resumen de lo que se había convertido en una historia de pesadumbre y frustración. Porque a sus veintisiete años, parecía que Gasol acabaría pasando sin pena ni gloria por la historia del mejor baloncesto del mundo. Lo que al principio se consideró como una decisión acertada –jugar muchos minutos en un equipo pequeño para adquirir experiencia y tablas, contribuyendo a hacerlo grande- parecía haberse tornado en un error del que era imposible escapar.


El arranque de la temporada 2007-2008 conllevó una novedad: un íntimo amigo de Gasol, Juan Carlos Navarro, se incorporó a la disciplina de los Grizzlies. Pero en realidad, nada cambió en el equipo. Desde el principio comenzó a perder partidos, postulándose como una de las peores franquicias de la NBA. Los espectadores silbaron a Gasol y los dueños del equipo hicieron declaraciones en las que dudaban de que el español tuviera auténtica madera de estrella. Eso sí, Navarro, tras haber hecho una apuesta muy arriesgada en su carrera, estaba saliendo con bien del embite gracias, en buena parte, al apoyo de su amigo Pau.


Por eso, si podemos colegir que tras su tercera derrota por 4 a 0, Gasol empezó a plantearse la necesidad de cambiar de aires; estamos seguros de que, cuando empezara sus negociaciones con otros equipos de la NBA para forzar un traspaso, el dejar a Navarro, solo, en su aventura americana tuvo que pesar lo suyo.

La noticia saltó el viernes 1 de febrero. Gasol abandonaba Memphis. Hasta ahí, razonable. De hecho, ya se venía hablando de un posible traspaso de Gasol desde hacía meses. Ahora bien, que el destino del jugador español fuese, nada más y nada menos que los Lakers de Los Ángeles, posiblemente el equipo con más glamour de la NBA, era otro cantar.

¿Hacía bien Gasol en dejar un equipo en que era el líder indiscutible para marcharse a otro en que tendría que compartir el protagonismo con una estrella como Kobe Bryant, acusada de aburrir al mismísimo Shaquille O`Neal hasta el punto de forzar su marcha?

Es lo que tienen las grandes decisiones: que siempre son controvertidas, que siempre entrañan un riesgo, que siempre provocan vértigo.

Tras jugar los primeros cinco partidos con los Lakers, ganar cuatro de ellos, promediar treinta puntos y cerca de diez rebotes y colaborar a que Bryant anote, igualmente, más de treinta tantos por partido; Gasol decía lo siguiente: «he recuperado la motivación y la ilusión que me caracteriza como jugador. Ahora tengo una oportunidad inmensa de ganar cada noche y eso me ilusiona. Era algo que había perdido en los últimos años».

Llega un momento en la vida de las personas en que cambiar de aires, más que un deseo, más incluso que una necesidad; es una obligación. Porque los ciclos se agotan. Porque las necesidades básicas cambian. Porque el ser humano necesita estímulos que van más allá de una nómina a fin de mes o de una cierta seguridad laboral, profesional o personal.

Y tomar la decisión nunca es fácil.

¿Por qué ahora? ¿Y si esperamos un poco? ¿Y si nos concedemos otra oportunidad? ¿Y si las cosas cambian?

Pero la vida nos demuestra, una vez detrás de otra, que las cosas no mejoran por ciencia infusa. Que las cosas, para que cambien, necesitan de nuestro apoyo, de nuestro impulso, de nuestra colaboración. Y que, muchas veces, demasiadas, nos desgastamos en proyectos, aventuras, relaciones y trabajos que, por desgracia, ya están muertos.

Saber decir “hasta aquí hemos llegado”, plantarse y cambiar de rumbo, es una de las virtudes cardinales que toda persona debería cultivar desde la más tierna infancia. Saber poner fin a las cosas en el momento justo, preciso y oportuno es una de esas raras habilidades que deberían enseñarse en las escuelas.

Da lo mismo que hablemos de una inversión en la Bolsa que de una relación de pareja, de un proyecto empresarial que de una afición deportiva. Llega un punto en que es necesario cerrar una puerta para abrir otra. Eso sí. Nunca es conveniente marcharse dando un portazo ya que nunca sabemos si, alguna vez, tendremos que volver a tocar en la misma puerta.

Gasol, en ese sentido, ha sido todo un caballero: “Me voy de los Grizzlies con tristeza ya que dejo atrás años maravillosos”. Genio y figura. Grande, caballero. Pau Gasol.

Ahora le espera el glamour y la gloria, el mirar hacia arriba en la clasificación y regodearse en su primera victoria en los play offs. A Pau, a partir de ahora, le espera jugar bien, contribuir a que sus compañeros jueguen mejor y, por supuesto, conseguir que su equipo sea el mejor del mundo, soñando razonablemente con el anillo de campeón y con las mieles del triunfo.

Porque nunca se ha escrito nada de un cobarde y sólo gana el que se arriesga, el que sabe cuándo dar un paso adelante, el que apuesta a ganador, el que no escatima esfuerzos, el que tiene una mentalidad triunfadora, que no se arrostra ante las dificultades y para quién el mejor estímulo no es sino el desafío más difícil.

Antonio Jesús Florens.

GEB: NACIDO PARA CORRER

Hace unos días planteábamos un reto compartido, entre lo deportivo y lo literario. Las relaciones entra el deporte, la vida corriente y el mundo de la estrategia empresarial han hecho su debut en Diario de un corredor, el Blog hermano con el que compartiremos esta iniciativa.

Y debutamos, nada menos que con el gran Haile Gebreselassie al que conocemos en las colinas de Etiopía y seguimos hasta Berlín, cuando batió el récord del mundo de Maratón: Geb, nacido para correr.

No se lo pierdan.

Un proyecto conjunto de Antonio Jesús Florens.

SOMOS LO QUE ESCRIBIMOS

Somos lo que escribimos, lo que leemos, lo que hablamos, lo que escuchamos, lo que vemos. Por eso, Jose Antonio y yo queremos poner en marcha este proyecto sobre el deporte y los deportistas, la empresa, la vida, la gente…
Porque la vida es compleja, atractiva y contradictoria, presentando paradojas como ésta de Escher

Porque la vida, en realidad, te lleva por donde ella quiere, a través de conexiones imposibles.

Porque nos gusta, nos apetece y queremos que a vosotros también os seduzca esta idea de tender puentes entre disciplinas diversas.

A ver qué tal nos sale.

Hace un año: Mucha calle I

Hace dos años: En casita