RAFAEL NADAL: PODER MENTAL. PARTE II

Continuamos con la segunda parte de la entrada sobre Rafael Nadal y su fortaleza mental, dentro del Proyecto Florens. Si recuerdan, terminábamos la primera parte con la siguiente frase: “Pero no. En el caso de Rafa Nadal, pocas cosas dependen de la suerte.”

Desde niño fue moldeado para convertirse en el gran campeón que es. Moldeado física y, sobre todo, mentalmente, la auténtica clave de la solidez y la fortaleza de su juego. Nada dejaron al azar sus tutores, desde que, siendo muy niño, a los cuatro años de edad, le pusieron a Rafa una raqueta en sus manos.

Nacido en Manacor, Mallorca, el 3 de junio de 1986, es sobrino de Miguel Ángel Nadal, mítico defensa del Dream Team, el FC Barcelona dirigido por Johan Cruyff. Además, su familia está muy bien situada económicamente, por lo que nunca hubo estrecheces monetarias que pudieran limitar la carrera tenística de Nadal. Su primera competición oficial la ganó a los ocho años de edad, abandonando los estudios cuando estaba en Cuarto de la ESO, para dedicarse a jugar profesionalmente al tenis.

Sus comienzos en la ATP, en el año 2003, cuando contaba con diecisiete años de edad, fueron más que notables, derrotando a rivales de la talla de Albert Costa o Carlos Moyá. Pero su salto a la fama llegaría al año siguiente, cuando el capitán del equipo español de Copa Davis, por sorpresa, le dio la responsabilidad de jugar la final contra el estadounidense Andy Roddick, al que derrotó en un emocionante partido, contribuyendo decisivamente a que España ganara la mítica Ensaladera de Plata que tantísimo tiempo le llevaba siendo esquiva.


A partir de ahí, la carrera de Nadal es meteórica. En el mismo 2004 consigue su primer torneo de ATP en Sopot (Polonia) y en 2005 gana su primer Grand Slam, al vencer en Roland Garros, derrotando a Federer en semifinales. Sube de forma vertiginosa en la clasificación de la ATP hasta situarse como segundo jugador del mundo, puesto que no abandonará hasta que, hace una semanas, fue proclamado el número uno, dejando atrás al jugador suizo al que tan vinculada está la trayectoria de Nadal.


El juego del tenista mallorquín se caracteriza, esencialmente, por el coraje, la fuerza, la capacidad de sacrificio y, sobre todo, por su fortaleza mental. Jamás da una bola por perdida, pelea hasta la extenuación todos y cada uno de los puntos y, una voluntad de hierro, le ha llevado a protagonizar momentos espectaculares de la historia reciente del tenis, convirtiéndose en ídolo de las masas y en pesadilla de unos rivales que sienten como si se enfrentaran a un sólido muro que no se cansa de devolver todas las bolas que le envían.

Además, Nadal se ha especializado en apelar a la épica con su juego, destapando el tarro de las esencias de su caudal tenístico, precisamente, cuando las cosas le van mal. Así, en Hamburgo, en el Masters series, después de haber ganado a Federer el primer set, Rafa se relajó. El suizo se puso 4-1, dándose por seguro que irían a un tercer set, pero el español ganó de forma consecutiva los cinco juegos siguientes y terminó ganando por 7-5 y 6-4.

O la final del torneo de Roma, antológica. La némesis de Rafa sacaba para ganar el torneo, pero Rafa le dio la vuelta a un partido prácticamente imposible, desesperando a un Federer que veía como se le escapaba el torneo, sin ser capaz de apenas ganarle un puñado de puntos a un Nadal cada vez más crecido en la pista y más confiado en sus posibilidades. Al final de un partido agónico que superó las cinco horas de duración, el español doblegó al suizo en cinco sets: 6-7, 7-6, 6-4, 2-6 y 7-6.

Por todo ello no es de extrañar que, con el descaro de la juventud y sabiéndose un ganador nato, al terminar la reseñada final de Wimbledon y cuando le preguntaron por sus sensaciones cuando se jugaba los puntos decisivos del quinto set, Rafa declarase haber disfrutado cada minuto, cada segundo. Mientras cualquier otro jugador se habría dejado vencer por las circunstancias, se habría puesto nervioso y, en su fuero interno, hubiera deseado estar en cualquier otro lugar del mundo; Nadal se creció, se hizo fuerte y, gozando del momento, se alzó con el título que, de verdad, le coronó como el mejor jugador del mundo.

Después llegarían otros torneos, el Oro Olímpico, el número 1 oficial del la ATP… pero el lugar en que Rafa se labró su entrada en el Olimpo de los Dioses fue sobre la hierba inglesa, demostrando ser, además de un gran tenista, un excelente competidor de mente fuerte, cabeza dura y voluntad inquebrantable. Nadal, todo un campeón.

El Proyecto Florens fue ideado y está siendo desarrollado por José Antonio Flores y Jesús Lens.

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NADAL: PODER MENTAL

Esta entrada del Proyecto Florens no habría sido posible sin el sensacional trabajo de documentación de Néfer, a quién está dedicada con todo cariño y admiración.

Final de Wimbledon 2008, el campeonato de tenis más antiguo y prestigioso del mundo. Después de haberse llevado los dos primeros sets por sendos 6-4, Rafael Nadal se aprestaba a ganar el torneo que le conduciría al reinado del tenis mundial. Su contrincante era el suizo de hielo, Roger Federer, incontestable número uno del mundo durante cuatro años consecutivos.

Comenzó a llover. Y comenzaron los aplazamientos del partido. Unas bolas, unos puntos… y a los vestuarios. Los operarios de la pista central de Wimbledon desmontaban la red, cubrían la cancha de juego con una lona a una velocidad de vértigo… y a esperar.

Nadal empezó a desquiciarse, a fallar bolas y a perder puntos, hasta el punto de que Federer igualó el partido a dos sets, ganados ambos por sendos y dolorosos 6-7, en dos muertes súbitas, esos tie breaks tan emocionantes como angustiosos.

Pocas cosas más dolorosas, en tenis, que perder un set en la muerte súbita. Y más, en la final de Wimbledon. ¿Podemos imaginar cómo se sintió Nadal cuando perdió el tercer y el cuarto set de, posiblemente, la final más importante de su vida, por dos 6-7?

Quinto y definitivo set. Iguales a cinco. Iguales a seis. Otra vez. Por tercera vez consecutiva… 6-6. Sólo que, llegados a este punto, ya no hay muertes súbitas. El reglamento obliga a los jugadores a seguir en cancha hasta que uno gane al otro por dos juegos de diferencia.

7-7.

En este momento, da igual que te guste o no el tenis. No importa que seas un vago redomado o que detestes la televisión. El deporte ofrece momentos únicos, especiales e irrepetibles. Y éste era uno de ellos. Porque Nadal ganó los dos siguientes juegos y se alzó con el triunfo en Wimbledon 2008, jugando el que, en palabras de John McEnroe, fue el mejor partido de tenis de la historia.

Aunque no soy aficionado al tenis, vi, sufrí, padecí y disfruté aquellos momentos decisivos de la ya mítica final. Y para mis adentros pensaba que a Nadal no debía llegarle la camisa al cuello. La tensión, los nervios, el jugarse el todo por el todo en cada golpe, la incertidumbre en cada bola, el lastre de haber perdido los dos últimos sets en la muerte súbita, el miedo de tener delante al número uno del mundo, saber que estás bajo los ojos escrutadores de millones de espectadores de todo el mundo… En pocas palabras, en aquellos instantes no me habría cambiado por Nadal ni por todo el oro del mundo.

Pero ganó. Sobreponiéndose a todas las dificultades y contratiempos, Rafa venció al célebre fatalismo español del “jugó como nunca y perdió como siempre” para llevarse a casa el triunfo más prestigioso del mundo del tenis.

A lo largo de aquellos juegos, mientras la pelota iba y venía de un lado a otro de la cancha, recordaba el impresionante y sensacional arranque de la película “Match point”, de Woody Allen, que tanto tiene que ver con el mundo del tenis:

“Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuantas cosas se escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en el que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia adelante y ganas, o no lo hace y pierdes.”

Pero no. En el caso de Rafa Nadal, pocas cosas dependen de la suerte.

CONTINUARÁ

El Proyecto Florens fue ideado y está siendo desarrollado por José Antonio Flores y Jesús Lens.

SATURNO

Ustedes saben que tengo un Alter Ego, José Antonio Flores, con el que me une una relación amistosa, periodística, bloguera, virtual, atlética, etc. Vemos la vida de forma similar, nos interesan las mismas cosas, somos viscerales y apasionados y nos gusta contar, hablar, escribir, discutir, debatir y hasta pelear.

Luego, hemos seguido caminos paralelos en algunas facetas de nuestra vida, llegando a trabajar juntos en un proyecto, al que denominamos Florens, sobre deporte, vida, empresa…

Muchos de ustedes sabrán que José Antonio era responsable del famoso “Diario de un Corredor”, punto virtual de encuentro entre deportistas que trascendió las pantallas del ordenador y los bytes cibernéticos para convertirse en un vivero de amigos, que nos fuimos convirtiendo en esas Las Verdes que tantas alegrías nos han reportado.

Y, sin embargo, había algo que no estaba del todo bien. Yo lo intuía. Porque, como muy expresivamente ha expuesto José Antonio en uno de los comentarios a la última entrada de su Bitácora “Un momento para nacer, un momento para morir”, ese “Diario de un corredor” amenazaba con devorarle, al potenciar casi hasta el infinito sólo una de las dimensiones del autor, sepultando las demás casi por completo.

Por eso, anticipándose, como si de un Saturno virtual se tratara, mi Alter Ego ha hecho algo que, siendo doloroso, era necesario: devorar a su propio hijo, cerrar el Diario de un Corredor y, sobre la marcha, abrir un nuevo espacio en el que verter un amplio caudal de impresiones, sensaciones y pensamientos sobre los temas más distintos.

Por supuesto, ya lo tenemos enlazado y le haremos el estrecho seguimiento que el mismo se merece.

Un Blog ha muerto. ¡Larga vida al Blog!

Con ustedes, las Opiniones Intempestivas de José Antonio Flores.

Jesús Lens.

MARATÓN RECORDMAN: HAILE

Cuando estuve en Etiopía y le pregunté a nuestro querido guía por Bekele, el entonces joven corredor que había destronado a Gebreselassie, Yndal no terminaba de entender. Hasta que, preguntando al conductor, éste le dijo que me refería a Kenenisa.

Y es que en el país africano, a la gente que aman y respetan, como a su cantante Gigi, por ejemplo, la conocen por el nombre de pila.

En Etiopía, el atletismo tiene tintes mitológicos.

Como a Haile.

El hombre que, esta mañana, en el Maratón de Berlín, ha batido su propio récord mundial en la distancia de los 42 kilómetros y 195 metros, bajando por primera vez en la historia de las dos horas y cuatro minutos.

Una salvajada.

Y, en homenaje al gran Haile, dejamos enlazado los dos artículos que José Antonio Flores y yo le dedicamos en nuestro Proyecto Florens. Por una parte, “Nacido para correr”. Por otra, “Gebre, pequeño gran hombre”.

Hoy, más grande que nunca.

Jesús Lens.

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MIL DOLORES PEQUEÑOS

Hoy publicamos en la sección de Opinión de IDEAL este artículo que, espero, suscite polémica, controversia y debate, y que, con permiso de mi Alter Ego, José Antonio Flores, unimos al Proyecto Florens, que vuelve tras el letargo agosteño.

Escribía Jorge Garbajosa, hace unos meses, mientras estaba convaleciente de su grave lesión, (escribimos sobre ello en «Cúrate despacio aunque tengas prisa») que echaba de menos los dolores que todo jugador de baloncesto siente después de un partido. Los moratones de los codazos, los golpes en el costado y la cadera, los arañazos, los manotazos en los dedos, los dolores musculares tras someter al cuerpo a un castigo excesivo…

Y, aunque pueda parecer un poco demencial, coincido plenamente con Jorge: cuando estoy de vacaciones o en paro deportivo forzoso por alguna lesión o compromiso laboral, echo de menos esos mil dolores pequeños con que un grupo de rock de los noventa tuviera el acierto de bautizarse.

Mil dolores pequeños. Hace años que los vengo sintiendo. Y, lejos de molestarme o irritarme, me gustan. Porque te hacen sentir vivo. Como deportista aficionado y tardío, no he tenido grandes lesiones en mi vida. Y toco madera. Esguinces de tobillos y muñecas, claro. Alguna costilla fisurada, una ceja rota, alguna tendinitis… pero poco más. A Dios gracias.

Así, me gusta levantarme por las mañanas y, al salir de la cama, descubrir algún resto de dolor muscular, los tendones excesivamente tensos, alguna pequeña contusión o un crujido en las articulaciones que me recuerde que la víspera me fajé en un buen partido de baloncesto o forcé la máquina, intentando correr más rápido o más tiempo de lo habitual.

Igual que detesto los estragos de una resaca, por buena que fuera la cogorza, disfruto con las secuelas de una buena sesión de deporte y ejercicio. Por eso, también, me gusta practicarlos en condiciones extremas. Con mucho frío o con mucho calor. Con viento, lluvia, nieve y granizo. Así, las mejores y más excitantes travesías montañeras que recuerdo son las que hice con un tiempo de perros.

Nunca ganaremos nada, pero…

¿Y lo bien que pasamos?

Sé que es demencial, pero me gusta salir a correr en verano, a medio día, cuando el sol derrite el asfalto, en mitad de una ola de calor sahariano. O en invierno, cuando el frío polar hace que el sudor se te congele en las pestañas. Porque desafiar los límites, siempre dentro de lo razonable, te proporciona momentos de placer sin igual.


Mil dolores pequeños, que te recuerdan que eres humano, que eres carne y eres hueso. Que eres finito, frágil y débil. Que venimos del polvo, que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Sí. Pero que, entre medias, podemos hacer mucho más que estar sentados en el sofá o tumbados en la cama. Podemos utilizar las potencialidades de nuestro cuerpo, educarlo, cuidarlo, mejorarlo y dulcificarlo. Y, aunque parezca contradictorio, para ello hay que maltratarlo. De vez en cuando y en su justa medida. Y de ese íntimo maltrato llegan esos incómodos, apreciables y necesarios mil dolores pequeños.


El pinchazo en una rodilla. Una uña del pie que se pone negra. Los gemelos sobrecargados. Los abductores demasiado estirados. Los codos, inflamados. O esas tendinitis en la tibia y el peroné, producto del sobreesfuerzo.

Los aficionados al deporte no vamos a batir ningún récord mundial ni a participar en las Olimpiadas. No aspiramos a aparecer en las portadas de los periódicos o a abrir los telediarios. De hecho, no pretendemos ganar carrera alguna… excepto la más importante de todas: la carrera contra el acomodamiento, la molicie y pereza.

Una carrera contra la permanente elección del camino más fácil que debe resultar toda una declaración de principios.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.