100 CLÁSICOS DEL CINE

A mí me gustan los libros que son para leer. Pero adoro los libros que son para ver, tocar y acariciar. Los libros que te hacen soñar, recordar, imaginar y viajar con la mente. Libros objeto. Libros aparatosos, preciosos, hermosos.

 

Libros como éste, «100 clásicos del cine», de la editorial Taschen, cada una de cuyas páginas es una invitación a sumergirte en la magia del cine.

 

He visto buena parte de las películas que vienen reseñadas en él, pero a cada página que paso, los recuerdos de cada visionado se mezclan con las ganas de volver a verlas. Todas. Una detrás de otras. Sin excepción.

 

Este prodigioso libro es un capricho que vale más, mucho más de lo que cuesta.

 

Si tienen ustedes aprecio y cariño por una persona, aunque pese un montón y sea bastante trasto, regalarle este doble libro es una inmejorable demostración de dicho afecto.   

 

Jesús Lens, libro-adicto.   

SI LA COSA FUNCIONA

En serio, ¿cómo puede alguien con dos dedos de frente decir que «Si la cosa funciona», la última película de ese genio llamado Woody Allen, es una película menor dentro de su filmografía? ¿Menor? ¿Qué se quiere decir con ese apelativo? ¿Que es de bajo presupuesto? Porque, si no, la cosa no se entiende.

 

El gran Woody vuelve a Nueva York, tras su periplo londinense y barcelonés. Y lo hace en estado de gracia. No quiero decir con ello que las películas dirigidas durante su etapa europea hayan sido necesariamente menos interesantes que su cine americano. Así, «Match point» es una auténtica joya, pero sí es verdad que me produce un cierto regustillo volver a ver esas calles neoyorkinas, esos cafés con las mesas en las aceras, el Village, los parques, los paseadores de perros y, en general, la fauna que habita la Gran Manzana. Es como ocurre con Scorsese: puede hacer grandes películas sobre cualquier tema, pero cuando se mete con la Mafia, me gusta el doble.

 

En la película que nos ocupa, el trasunto de Woody Allen está interpretado por Larry David, un vejete deslenguado con una venenosa capacidad de zaherir con su sarcástica lengua, más letal que el mordisco de una mamba negra.

 

Profundamente desencantado con la vida y arrastrando una ostensible cojera, secuela de un frustrado intento de suicidio, Boris Yellnikoff, supuesto candidato al Premio Nóbel de Física, conoce a una chica sureña y tontuela, reina de la belleza de algún ignoto poblacho de la América rural más profunda y de la que intenta alejarse a toda costa, pero con la que termina manteniendo una intensa y variable relación, en función de cada momento.

 

Con un humor vitriólico, basado en unos portentosos diálogos y en los típicos personajes urbanitas de la filmografía de Allen, hipocondríacos, intelectuales y cargados de manías y puñetas, a través de conversaciones religiosas, filosóficas o artísticas de lo más divertido, mordaz y procaz, la película empieza y termina dando carta de naturaleza a esa premisa que incorpora al afortunado título: si la cosa funciona…

 

Porque en esta vida, aunque nos empeñemos en complicarnos y en hacer difícil cualquier relación, lo importante es tener claro que, si la cosa funciona, hay que dejarla rodar y seguir adelante. Tanto pensar en el futuro, tanta estrategia, tanta planificación, tanta complejidad… todo ello palidece ante la sencillez de que, si la cosa funciona, es que está bien y conviene aprovechar la coyuntura para disfrutar y ser felices.

 

¿Una película menor? Será porque a los críticos les gustan los artificios complejos y complicados, de forma que la sencillez y la claridad impresas al mensaje de Allen les parece demasiado poco intelectual y elaborado.

 

Valoración: 8

 

Lo mejor: los diálogos y la sencillez de la propuesta. A fin de cuentas, si la cosa funciona…

 

Lo peor: el doblaje en español.

FRAN Y HASTA DONDE EL CINE NOS LLEVE

Hace unos días presentábamos en Granada, por fin, «Hasta donde el cine nos lleve», tal y como contamos, emocionados, en ESTA ENTRADA, que terminábamos haciendo referencia a Fran, coautor del libro y amigo ausente en dicha presentación por las razones y motivos que explica en estas notas que ahora reproducimos, dedicadas a todos los buenos amigos que nos acompañasteis ese viernes tan memorable:

  

 

Amables amigos presentes:

 

Me pide Jesús, mi compañero del tan fatigoso como placentero viaje de escribir este Hasta donde el cine nos lleve, que redacte unas líneas a propósito de nuestro libro con el fin de suplir, aunque sea solo un poco, mi ausencia… como si yo fuese indispensable o algo parecido. Mi primer impulso es, como aquellas jovencitas que perseguían Alfredo Landa  y la pareja Pajares-Esteso, hacerme el sueco, y simular que no he recibido el mail, pero luego me acuerdo de que Stanley Kubrick, poco antes de morir, agradeció uno de los muchos premios que recibió pero que no recogió en persona a través de un vídeo en el que humilde -sí, Kubrick podía ser humilde- se mostraba como alguien que no merecía tanto galardón. Pues yo merezco mucha menos cancha, pero no puedo evitar el morboso placer de homenajear mediante esta nota al autor de 2001. Una odisea del espacio.

 

Precisamente 2001 es una de las primeras películas que aparecen en nuestro libro, que seguro que nuestro maestro de ceremonias Andrés Sopeña Monsalve y el bueno de monsieur Lens les presentarán como ustedes merecen. O sea, muy bien. Pero aunque Kubrick es un director al que idolatro, mi recuerdo primordial a la hora de dirigirme a ustedes es para David Lynch, posiblemente el realizador que me enseñó a amar el cine, y para Una historia verdadera, la película en la que el por lo general inquietante y desconcertante cineasta norteamericano reveló su faz más luminosa y fordiana… de John Ford, el director, no de Henry Ford, el de los coches. Porque Alvin Straight no necesitó de ninguna ayuda del Sr. Ford, de Henry digo, para cruzar varios estados y reencontrarse con su hermano enfermo; le bastó con una vieja segadora John Deere.

 

Las líneas sobre Una historia verdadera fueron las primeras que, al menos en lo que a mi parte concierne, se escribieron de este libro. Luego llegaron muchos más viajes, largos y fugaces, célebres y anónimos, y muchas más películas, míticas o no muy conocidas, buenas o menos buenas. Pero todas con la idea del viaje como eje central y nexo de unión.

 

Hoy no puedo estar con ustedes porque me he visto embarcado en otro viaje, uno muy especial: el de la paternidad, condición inminente que cualquier día de estos llega de sopetón y no quiero ni puedo permitir que me pille a demasiados kilómetros de mi hogar en Alicante. Así pues, espero me disculpen, y créanme que lamento muchísimo no estar ahí con ustedes… por puro egoísmo, por volver a visitar la ciudad que tanto me deslumbró cuando estuve allí hace un par de años, si bien estoy tranquilo porque, como decía al principio, dejo el asunto en las mejores manos.

 

Mi único consuelo es que no tendré que escuchar por enésima vez, con esto de publicar un libro y tener un hijo en el mismo año, que solo me queda plantar un árbol, algo que a un urbanita como yo se le hace muy monte arriba. Eso se lo dejo a Jesús Lens, la mitad más aventurera y viajera del equipo.

 

Lo dicho: que muchas gracias por asistir y por interesarse en un proyecto en el que hemos puesto mucha dedicación y todo el cariño del mundo. Les deseo, de todo corazón, la posibilidad de hacer muchos viajes de verdad allá a donde quieran ir, y deseo que nos dejen que los viajes de mentira, los del cine, los pongamos nosotros. Un fuerte abrazo para todos.

 

Francisco J. Ortiz.

FROZEN RIVER

El comienzo de «Frozen river» lo cuenta todo. Un niño se levanta de la cama porque ha llegado un camión que, en su remolque, transporta una gran casa prefabricada. Pero a los cinco minutos, el camión se da media vuelta y se va: la madre no tiene dinero para pagar los 4.500 dólares que completan los primero 1.500 que entregó como señal: su marido ha cogido el dinero y se ha marchado. A Atlantic City, seguramente. A jugárselos.

 

Sin grandes dramatismos ni excesos, pero con una enorme carga de emoción y profundidad, «Frozen river» cuenta una historia de mujeres pobres, pero dignas. De supervivientes natas. De una amistad que está más allá de las convenciones habituales.

 

Porque, cuando Ray, la protagonista, sale a buscar a su marido, se encuentra con Lila Littlewolf, una india mohawk. El escenario, los gélidos paisajes de la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Porque estamos justo en las semanas anteriores a la Navidad. Y, como en toda zona fronteriza que se precie, y más si parte de ella está ocupada por una reserva india que tiene sus propias autoridades; el contrabando prolifera. Inevitablemente, de la mano de Lila, Ray acabará participando en algunas de estas actividades delictivas.

 

A través de una narración tranquila y premiosa en la que el frío y el hielo sirven como perfecta metáfora de la vida de las protagonistas, la película discurre sin grandes aspavientos, contando de una forma muy naturalista la relación que se establece entre dos mujeres a las que la vida no ha sonreído, precisamente.

 

Mujeres que se dedican a transportar, en el maletero de su coche, a inmigrantes que pasan de Canadá a los Estados Unidos. Unas veces son chinos, otras veces son chicas provenientes de los países del Este y, también, una pareja de pakistaníes. Para evitar los controles de la policía, han de atravesar un río helado. Y cuanta menos vigilancia hay, más fina es la capa de hielo que han de cruzar y, por tanto, más arriesgado el tránsito…

 

«Frozen river» es una de esas joyitas que, sin hacer ruido y con total discreción, se cuelan en las carteleras españolas entre grandes estrenos multitudinarios, cargados de todo tipo de pirotecnia, ruido y furia mediáticos. Una película tan sencillita como emocionante, de las que te hacen sentir que, más allá de los grandes presupuestos, el marketing, los efectos especiales o la nacionalidad de una producción; lo importante es el talento, la sensibilidad y las ganas de contar una historia que llegue al público.

 

Y, en este caso, desde el principio de la película, el espectador conecta con Ray y con Lila. Y con los hijos de la primera, tan vulnerables, tan contradictorios, tan reales; simpatizando con una historia tan triste como creíble. Porque nunca sabes hacia dónde te puede conducir la vida ni lo que estarías dispuesto a hacer para darle un hogar a tus hijos.

 

Y el final, tan justo, tan apropiado, tan redondo, tan perfecto, tan emocionante…

 

«Frozen river». Una película pequeña para hablar de las cosas grandes e importantes de la vida.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

Valoración: 8

 

Lo mejor: la fortaleza de las mujeres.

 

Lo peor: que no haya más películas como ésta.