Las periferias de Helí

La otra noche me desperté soñando con descampados. ¿Descampados ha dicho? ¡Alerta viejuna! Descampados, sí. Era la hora en que la primera claridad de la mañana arrincona a las tinieblas de la noche. Pensé que volvería a dormirme. Pero no. Pensé que la imagen, la idea de los descampados, se desvanecería como se desvanecen los sueños con el paso de los minutos y el primer café de la jornada, pero tampoco.

Entonces tuve claro que debía volver a ver la exposición ‘Periferias’, de Helí García, en ese magno y magnífico edificio que es La Madraza.

Estuve por primera vez hace unas semanas, justo después de ver la exposición de Jesús Conde en la galería de Ceferino Navarro y de caminar por el Realejo, mezclando la realidad monumental del aquí y el ahora con la representación nada mixtificada, pero sí ensoñada, pintada por el artista, de la que escribí AQUÍ.

Las ‘Periferias’ retratadas por Helí García muestran una naturaleza perturbada por la civilización, ese campo que, a las afueras de las ciudades, está a caballo entre uno y otro mundos. Como la chavelería que transita por sus cuadros, en pleno proceso de crecimiento, descubrimiento y maduración.

El trazo de Helí García es poderoso y enérgico. Su pintura es densa y sus colores vivos, fuertes, vistosos. En puridad, en sus cuadros no hay descampados, que el verde preside buena parte de ellos y los descampados eran de un marrón grisáceo. Los lectores más veteranos se acordarán de aquellos espacios sin acotar que, vacíos y semiabandonados, se encontraban en mitad de los barrios de las ciudades en expansión. Vastos territorios que se encharcaban con las lluvias, donde los desmontes de tierra conformaban ‘altas’ cumbres montañosas. Allí jugábamos a la lima con los trozos de hierro que cogíamos de las obras y asaltábamos las cordilleras como si de un western se tratase. Ya no quedan descampados en nuestras ciudades. A lo más, solares bien vallados y protegidos.

La chavalada de los cuadros de Helí García me recuerda a los protagonistas de ‘Stranger Things’, esa serie con aroma ochentero que conecta con el imaginario de ‘Cuenta conmigo’ y ‘Los Goonies’. Cuadros cuya acción podría transcurrir en el entorno de la Fuente de la Bicha o de la Fuente del Avellano, sin ir más lejos, y en la que se conectan los jóvenes que son hoy con los que una vez fuimos. No se demoren en ir a verla, que le queda pocos días en cartel.

Jesús Lens

Idas y venidas de Jesús Conde

Lo que más me gusta de los cuadros de Jesús Conde es que no mixtifican la realidad, como hacían los pintores románticos. Si un edificio de Tánger tiene un toldillo cutre y ajado, Jesús lo incluye en su obra. Los cables y los contadores de la luz, los desconchones de las paredes, las puertas desportilladas. ¡Hasta los andamios, en según qué casos! Y, sin embargo, son hermosos, evocadores, melancólicos y nostálgicos. Invitan a soñar.

La exposición se titula ‘Estampas de ida y vuelta’ y se puede ver en la galería de arte Cefe Navarro, al comienzo de la calle San Matías. Es lo nuevo, lo más reciente de Jesús, gran amigo además de tocayo. ¡Cómo añoro aquellas largas conversaciones en su taller, cerveza en mano! La de viajes que hemos hecho juntos, sin movernos del sitio. La de libros que hemos leído y la de películas que hemos visto a través de nuestra cháchara incesante. Ahora hablamos por teléfono de vez en cuando, pero no es lo mismo. Ni parecido.

En condiciones normales, Jesús me habría conducido e introducido en la intrahistoria de sus cuadros. Me habría contado anécdotas del momento, la historia de los edificios, el porqué de cada pintura, la luz que había… Pero ahora no toca. Ahora toca asomarse en soledad a sus estampas. Por ejemplo, a ese rincón de Tánger hasta cuatro veces recreado en el que cambia la luz mientras los postigos se abren o se cierran, según la hora del día o la estación del año.

El pasado viernes, después de ver la exposición, me fui en busca de algunos de los edificios y monumentos retratados por Conde. Dado que Tánger nos queda insoportablemente lejos, me subí al Realejo en busca del Lavadero del Sol, uno de los paisajes que inspiran a Jesús, con la torre y la cúpula de la Catedral asomando en lontananza, como si flotaran en el espacio. Disfruté como nunca de aquella perspectiva. La contemplaba con otros ojos. Unos ojos diferentes a los míos de siempre.

Es lo bueno del arte. Hace que veas la realidad de una manera distinta, nueva y original. Sirve, también, para moldear tus recuerdos. Para hacerlos más luminosos. Para darles color. Hagan la prueba.

Asómense a las ‘Estampas de ida y vuelta’ de Jesús Conde y, después, dense un paseo por algunos de los edificios granadinos estampados por el pincel del artista. Será una experiencia doblemente enriquecedora.

Jesús Lens

La artista que no pudo pintar

Ha sido leyendo el ‘Ida y Vuelta’ de Antonio Muñoz Molina en el último Babelia que he conocido la historia de Aurelia Navarro, una artista granadina nacida en 1882 que, con su cuadro ‘Desnudo femenino’, ganó una tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908. Una obra que ahora mismo saluda a los visitantes que pasen por el Museo del Prado para ver la exposición ‘Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931)’.

Cuando consiguió aquel galardón, Aurelia Navarro tenía 26 años, todo el tiempo por delante y el mundo entero por conquistar, con una beca para Roma a su entera disposición. Sin embargo y pese a la medalla, el Estado no adquirió una obra que fue considerada polémica y escandalosa por mostrar un desnudo femenino… pintado por una mujer.

Y ahí comenzaron a torcerse las cosas para Aurelia: las presiones familiares y sociales la lastraron y, abrumada por una asfixia ambiental que no la dejaba respirar, renunció a una vida mundana y artística para ingresar de por vida en un convento de monjas. Aunque todavía pintaría algunos cuadros de índole religiosa, su vocación fue menguando hasta desaparecer por completo. ¿Qué hubiera llegado a pintar Aurelia Navarro si las circunstancias, en vez de penalizarla, paralizarla y aparcarla la hubieran acompañado, se pregunta Muñoz Molina, teniendo en cuenta que, longeva, fue coetánea tanto de Picasso como de Warhol? Podemos imaginarlo, pero nunca saberlo.

Espoleado por la curiosidad, busqué más información sobre Aurelia Navarro, encontrando un artículo de IDEAL de 2009 en que se hablaba del ‘Diccionario de Mujeres Pintoras en Andalucía, siglo XIX’, de Matilde Torres López, doctora en Historia del Arte, que rescata del olvido a más de 300 creadoras. “Saber pintar quedaba muy bien cara a la galería, pero era una educación de adorno con el objetivo de casarlas mejor”, señalaba la autora.

Y otra referencia imprescindible, haciendo una visita al museo virtual de la Diputación de Granada. ¿Saben qué cuadro aparece? Efectivamente: ‘Desnudo femenino’. Y una larga y apasionante contextualización de la misma Matilde Torres, entresacada de su tesis doctoral.

Le pregunté a Fátima Gómez Abad, diputada de Cultura, si podremos ver el cuadro en Granada a su vuelta de la exposición del Prado y me confirmó que probablemente sí. Será una estupenda manera, si no de reparar una injusticia irreparable, sí al menos de homenajear a una gran artista granadina y de soñar con los cuadros que habría podido pintar si, en vez de mujer, hubiera sido hombre.

Jesús Lens

Un Juan Vida a libre disposición

Ayer a mediodía se percibió una gran perturbación en la Fuerza. Pasaba media hora de las doce cuando el artista Juan Vida alertaba desde su página de Facebook —altamente recomendable, por cierto— de la desaparición de una de sus obras: sus pinturas del techo del antiguo cine Aliatar habían volado, literalmente hablando.

Foto de Ramón L. Pérez

Sobre la marcha, un alud de comentarios criticando semejante barbaridad. ¡No será posible que las hayan destruido! Afortunadamente, no. En menos de cuatro horas, el periodista Javier Morales removió cielo y tierra para aclarar lo sucedido: tras varios años cerradas, las galerías comerciales del edificio Aliatar se van a convertir en una perfumería y sus dueños decidieron retirar las pinturas de Juan Vida “ante el progresivo deterioro de la obra, trazada sobre lienzos en el año 94”, sustituyéndolas por una plancha de escayola ondulada.

No sé cómo quedará la decoración de la perfumería, pero hay que ser muy osado para renunciar a tener un original de Juan Vida en su techo. De encontrarse en un mal estado alarmante, podrían haber tanteado la opción de una restauración. O lo mismo les rompía radicalmente la estética y prefirieron partir de cero…

Foto reciente de los lienzos, subidos por el propio Juan Vida a su pagina de Facebook

Lo que resulta inadmisible, en cualquier caso, es que nadie le dijera al artista que se iba a quitar sus pinturas de allí. Ni los dueños del local ni los funcionarios del servicio de bienes de la Junta de Andalucía que dieron el OK a la operación.

Porque los lienzos, tal y como relata Morales, se encuentran sanos y salvos, retirados por una restauradora y almacenados “con el objetivo de cederlas gratuitamente a cualquier institución se interese y quiera hacerse cargo de su instalación, conservación y exposición”.

Académico de Bellas Artes de Granada, Juan Vida es uno de los mejores artistas de nuestra tierra. Su pintura, a caballo entre lo figurativo y lo narrativo, en muchas ocasiones cargada de una importante carga de denuncia social, es imprescindible.

Foto de Juan Ortiz

Esperemos que, efectivamente, alguna institución granadina se haga cargo de esos lienzos, los restaure y los exhiba en las mejores condiciones. Dejarlos enterrados en un oscuro almacén, por bien conservados que estén, no sería sino una muestra más de la indolencia cultural de una ciudad incapaz de consolidar proyectos a medio y largo plazo, como bien denunciaba Mariano Sánchez Pantoja hace unos días.

Pendientes de la cultura-espectáculo y de los (supuestos) eventos y acontecimientos más o menos mediáticos, nos olvidamos de ese patrimonio artístico que tanto nos enriquece.

Jesús Lens

La mujer y el cuadro

Hace unos días, mientras me documentaba para escribir sobre la Córdoba de Julio Romero de Torres para Sol y Sombra, la sección de verano que estamos publicando estas semanas en IDEAL, me encontré con una historia fascinante.

Todo comenzó con el billete de 100 pesetas acuñado en 1953. Me pareció curioso para el despiece que acompañaba el texto principal del reportaje. En el anverso, aquel billete mostraba al propio artista, muy serio y formal. En el reverso se representaba el detalle de uno de sus cuadros: una mujer morena, joven, con los brazos echados sobre un cántaro y un gran sol iluminando la escena.

Seguí googleando y supe que la imagen estaba tomada de un cuadro llamado ‘La Fuensanta’. En el original, la mujer del cuadro era mucho más atractiva y misteriosa que la del billete, que parecía desvaída, mayor, alicaída. La mujer del cuadro resultaba más natural, más real y más auténtica.

‘La Fuensanta’, pintado en 1929, un año antes de su muerte y cuando Julio Romero de Torres ya era un artista consagrado, es un lienzo de 100×80 centímetros pintado al óleo y temple. Las confusiones con el cuadro comienzan con la modelo que posó para el mismo. Quizá fuera Natalia Castro, gitana que ya posara para Sorolla de niña y amante del artista cordobés, además de musa.

Pero también pudo ser Maria Teresa López, inequívocamente retratada en ‘La chiquita piconera’, último cuadro de Romero de Torres y, posiblemente, el más famoso. A esta popularidad contribuyó que se representara en forma de sello de 5 pesetas.

Si en ‘La Fuensanta’, el personaje femenino mira de frente al espectador sin atisbo de rubor alguno, en ‘La chiquita piconera’ parece desafiarle directamente. Muestra las piernas, los brazos y un hombro desnudo y calza unos zapatos de tacón, interpretados por los especialistas como de carácter fetichista. Además, se agacha de una forma sensual, sugerente y… ¿provocativa?

Cuando posó para Julio Romero de Torres, Maria Teresa López tendría unos 13 o 14 años de edad y, ni que decir tiene que, de acuerdo con la pacata moral de la época, fue todo un escándalo. No tardaron en comenzar las habladurías, rumores y maledicencias. Que si la modelo tenía una relación con el artista, muchos años mayor que ella y de notoria vida disoluta y bohemia; que si era una descocada y descarada mujerzuela…

Por mucho que Maria Teresa se hubiera convertido en la auténtica morena de la copla, en el ideal de la mujer andaluza de acuerdo al imaginario colectivo, su vida fue bastante desgraciada. La gente la fue dando de lado, dejándola aislada y condenada al ostracismo. Como la propia Maria Teresa López dijo durante el homenaje que le tributaron en Córdoba, ya en el año 2000, “la gente se ha hinchado, ha dicho todo lo que ha querido de mí”. De hecho, se casó con un hombre que trató de prostituirla y del que tuvo que huir, ganándose la vida como costurera.

La modelo frente al cuadro

Una vez terminado ‘La Fuensanta’ y antes de mandarlo a la Exposición Iberoamericana de Sevilla, donde se expuso en el Pabellón de Córdoba, el artista le hizo la foto que, años después, se utilizaría como modelo para el billete de 100 pesetas. ¿Y el cuadro original? Un coleccionista desconocido lo compró y se le perdió la pista. Solo quedó la foto. Y el billete. Además de las habladurías.

Muchos años después, ya en el siglo XXI, Mercedes Valverde, directora de los museos municipales de Córdoba, recibe una llamada desde Argentina. Una persona le dice que tiene el original de ‘La Fuensanta’, adquirido a un particular en 1994, y que le gustaría que fuera autentificado. Mercedes desconfió, no en vano, estaba acostumbrada a que aparecieran ‘auténticos’ cuadros de Julio Romero de Torres de vez en cuando. Entre ellos, uno de Manolo Escobar, al que le habían pegado el palo.

Y, sin embargo, el cuadro era el auténtico y original. Fue tasado entre los 600.000 y los 800.000 euros y, tras infructuosas negociaciones con el Ayuntamiento de Córdoba para su adquisición, el 14 de noviembre de 2007 fue subastado en Sotheby’s. Con un precio de salida de 600.000 euros, finalmente fue adjudicado a un comprador privado anónimo, que pujó por teléfono hasta los 1.173.375 euros.

Nuevamente fuera de la circulación pública, ‘La Fuensanta’ reapareció en el año 2013, en una exposición temporal del Museo Thyssen de Málaga. Era la primera vez que se veía en España en los últimos 80 años y constituyó toda una sorpresa.

Aunque, para sorpresa, la bomba que lanzaron los teletipos en abril de 2017: ‘La Fuensanta’ había aparecido en un chalé marbellí, en el marco de una operación contra la corrupción. La Udyco entró a registrar la casa de Antonio López, exgerente de la empresa de vivienda pública de Ceuta y viceconsejero de la materia del gobierno del Partido Popular, y se encontró con el famoso cuadro colgando en la pared, junto a litografías de Picasso y Miró.

Unas semanas después, un informe pericial encargado por el juzgado desmentía que fuera el cuadro original. Al parecer, se trataba de la obra original de un alumno del propio Julio Romero de Torres. Se tasó en la nada desdeñable cantidad de 100.000 euros, pero no se trataba de ‘La Fuensanta’ original, un cuadro que no deja de generar complicadas tramas e intrigantes misterios allá por donde pasa. Y por donde cuelga.

Jesús Lens