DEJADA DE LA MANO DE DIOS

La de hoy es una de esas columnas que no gustarán a algunos, pero que espero guste a otros… división de opiniones. Como en los toros. Con perdón.

Y de la de Alá. Y de la de Fátima. Y, sobre todo, dejada de la mano del gobierno. De cualquiera. De todos ellos. Granada está olvidada, arrinconada, partida y escindida. Granada oculta y misteriosa; Granada velada, vedada e imposible. Venir a Granada sigue siendo una odisea, lo hagas por tierra, mar o aire. En caso de guerra, aún en pleno siglo XXI, la Toma de Granada sería harto complicada, por culpa de las infraestructuras, claro.

Un ejemplo. El lunes, la mamá de Ainoa no pudo ir a trabajar. El domingo, la siniestra y fingida pseudohuelga de los enfermos controladores de vuelo y la dejadez habitual de IBERIA para con Granada hizo que, de Asturias hasta su casa, invirtiera más de doce horas. Ainoa todavía no tiene tres años y cuando su mamá planeó ir a visitar a su familia norteña, pensó que lo más rápido y lo más cómodo sería viajar en avión. Craso error, por supuesto. Tras los retrasos, cancelaciones, cambios y anulaciones habituales a la conexión aérea entre Madrid y Granada, Ainoa y su mamá entraron por las puertas de su casa pasada la una de la madrugada del domingo al lunes.

Y lo peor fue que la nena, con los aires acondicionados, las chucherías para tranquilizarla y sin poder dormir en mínimas condiciones, agarró una infección de órdago que le disparó la fiebre hasta los cuarenta grados. Conclusión: médicos y medicinas, vomitonas, horas de trabajo perdidas, gastos de la seguridad social, en la farmacia…

El martes, miles de personas se echaron a las calles de Almuñécar y Motril, para reivindicar la conclusión, de una puñetera vez (por decirlo decorosamente), de la famosa T invertida de la A7 que convierte a Granada en el hazmerreír de toda España, obligando a miles de granadinos a irse a las playas de Málaga, Almería o Cádiz, sólo por no soportar los atascos veraniegos.

¡Qué envidia, en Semana Negra de Gijón, escuchar los planes de vuelta de la gente de Córdoba, Málaga y Sevilla! En tren. Hasta Madrid, seis horas. Pero después… ¡el AVE y, en un pis pas, en casita! Un sueño imposible, otro más, en esta Granada despreciada, acartonada y silenciada. Y todo ello sin hablar de la faraónica obra de la inútil y vergonzante presa de Rules, que no parece servir absolutamente para nada.

¡Qué cansancio, escribir las mismas columnas un año tras otro! ¡Qué aburrimiento! Pero, sobre todo, ¡qué tristeza! Especialmente, cuando ves a la pequeña Ainoa echando la pota tras tomarse los medicamentos para que le baje la fiebre. Una imagen demagógica, maniquea, manipuladora y tendenciosa, lo reconozco sin empacho alguno, pero una imagen de la que conviene acordarse a la hora de elegir la papeleta a introducir en la urna, en las próximas elecciones.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿QUIÉN NECESITA A CLEOPATRA?

Durante la divertida presentación que hicieron Cristina Macía y Elia Barceló de su novela, ambas dos pusieron mucho énfasis en que nos quedara claro a todos que el protagonista-narrador de “¿Quién necesita a Cleopatra?” era un cabrón. Así. Con todas las letras. Un auténtico cabronazo.

Y la pregunta que se cernía sobre la mesa era una y clara: ¿cuánto de dicho protagonista-narrador hay en el propio autor de la novela?

Steve Redwood ponía los ojos en blanco y miraba al cielo, haciendo como que no entendía bien y, después, al explicarse, hacía como que farfullaba por lo bajo, intentando soslayar la cuestión.

El caso es que, a mi llegada a Madrid, la víspera de partir para Gijón, estuve viendo el España – Alemania del Mundial con Cristina y con Steve. Éste, fino humorista inglés donde los haya, pronosticaba un 0-4… para los teutones, poniendo en duda la sapiencia futbolística del mismísimo y veneradísimo Pulpo Paul.

Como quiera que España ganara aquel partido y que, a la hora de la verdad, cuando la Roja marcó su gol, Steve pegó un brinco de alegría, le cogí afecto al Hijo de la Gran Bretaña. Unos días después, como atestigua esta foto, la consecución del Campeonato Mundial terminó de crear un lazo de indisoluble amistad con ese barbado británico de quijotesca figura y patricio aspecto.

Así las cosas, y volviendo al principio de esta reseña, ¿cuánto de cabrón habría en el Narrador de la novela de Steve? ¿Y cuánto de Steve en el cabrón del narrador?

“¿Quién necesita a Cleopatra?” se lee de un tirón. Si eres una persona carente de humor. En caso contrario, tendrás que interrumpir varias veces su lectura. Para despelotarte de la risa. Porque Steve, efectivamente, es un cabrón sarcástico, ácido, malévolo y corrosivo, perteneciente a esa estirpe de humoristas ingleses que saben iluminar el lado más vergonzante del ser humano, para desnudarlo y sacarle los colores, jugando, retorciendo el lenguaje, sacando afilada punta a cualquier situación…

En la historia hay varios misterios que, en una u otra ocasión, todos hemos querido desvelar. ¿De qué se ríe la Mona Lisa? Porque todos sabemos que, detrás de la Vaca que Ríe hay un Toro que Empuja. Pero, ¿qué hace sonreír a la Mona Lisa? Tras matar a Abel, ¿cómo hizo Caín para perpetuar la Humanidad? ¿Y qué pasa con Rasputín? ¿No molaría estar presente en su tempestuosa muerte? ¿Y en la del mismísimo Jesucristo, contada de forma tan distinta en cada uno de los Evangelios?

Redwood, de joven. Digo... ¡¡¡Rasputín!!! Con perdón.

El caso es que N, un personaje tan arribista e insensible como trepa y miserable, se “inventa” una máquina para viajar en el tiempo. Y, para sacarle rendimiento, se alía con un magnate de la televisión para viajar a algunos de los momentos estelares (o no) de la historia de la humanidad y grabar en vídeo lo que realmente ocurrió. Emitido en prime time, el programa está llamado a convertirse en un brutal éxito. Pero el magnate exige una condición para poner a N al mando de las operaciones: su hijo Bertie, enamorado de la Mona Lisa desde que era niño, le acompañará en todas y cada una de las aventuras… para su desgracia.

¡Hacedlo vuestro!

A partir de ahí, que el lector imagine la cantidad de desgracias, encuentros y desencuentros, escarceos sexuales, aventuras y desventuras que protagonizarán el infame N y el pobre Bertie… o, mejor aún: que el lector se compre “¿Quién necesita a Cleopatra?” y que disfrute como un marrano en charco o lodazal del humor de Steve Redwood, uno de los descubrimientos más refrescantes de la pasada Semana Negra.

¡Carcajadas aseguradas!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL ELEFANTE DE MARFIL

Querido Cuate, amigo Pepe, no sabes, en estos momentos, cuanto te agradezco que nunca me hayas invitado a jugar una partida de ajedrez, tú que eres versado en el juego de la guerra sobre el tablero cuadriculado. Porque, hasta ahora, yo pensaba que el ajedrez era un juego. Nada más, pero nada menos. Sin embargo, acabo de ver la luz:

“Vencer en una partida de ajedrez es como saciar la sed guerrera que todos llevamos dentro. Los pacíficos pretenden hacernos creer que el ajedrez es inofensivo. ¡Mentira! Mienten, Guiomar, mienten porque son unos cobardes. Al ajedrez se juega para vencer y si no… no se juega.”

Vamos, que el ajedrez es la prolongación de la guerra, pero por otros medios. Aproximadamente. Al menos, es la conclusión (pelín exagerada, que ya me conoces) que he sacado después de leer la última novela de Nerea Riesco, “El elefante de marfil”, mi Estimado Cuate, impepinablemente, la novela que tienes que poner en la cabecera de la lista de Libros Pendientes.

El caso, y ahora lo puedo reconocer, es que empecé a leer el libro con cierto resquemor. Porque, como hemos tenido ocasión de comentar en más de una tertulia cervecera, el peligro que tiene ir a Semana Negra es que, después de haber leído un libro que nos encanta, corremos el riesgo de conocer al autor… y que el mito se nos venga abajo. Es cierto que Semana Negra, por su especial idiosincrasia, saca lo mejor de nosotros mismos, pero el riesgo siempre está ahí.

¡Apunta, Cuate!

La cuestión es que, en este caso, la cosa podría ser al contrario. Si te acuerdas, cuando hablamos tras la consecución de la Copa del Mundo por parte de España, te comenté que la había visto en Semana Negra, con varios autores y ya incipientes amigos: Paco Jurado, Javier Márquez, Steve Redwood y una insultantemente joven escritora sevillana, apabullante y tremenda, un auténtico terremoto, en el sentido flamenco del término: Nerea Riesco.

¡Esa lengua!

A partir de entonces, los integrantes de la llamada Andalucía Connection, de la que hablamos AQUÍ y sobre la que volveremos muy pronto, trabamos una excelente relación de amistad que se ha traducido, entre otras cosas, en la adquisición de nuestros respectivos libros. Entre ellos, por supuesto, este “El elefante de marfil”.

El temor, por tanto, era a que el libro no estuviera a la altura de su autora. Y el listón, créeme, estaba alto. Muy alto.

Pero, mira por donde, fue empezar a leerlo y el temor se disipó. Como por arte de magia. O sea, la magia de la buena literatura. Literatura histórica, a la que no estoy muy acostumbrado. Pero es que lo mejor de Semana Negra es precisamente el mestizaje que propicia, de forma que, a la vuelta de Gijón, me encuentro con la maleta llena de libros de ciencia ficción, tebeos, novelas históricas, ensayos… un despelote, querido Cuate.

Y me centro, que se me escapa el santo al cielo. ¡Vámonos a la Sevilla del siglo XVIII! A una imprenta regentada por una mujer, a través de la que entraremos en contacto con la familia Montenegro, toda una saga familiar de cuyas aventuras y desventuras seremos testigos, en el contexto de una España que se debatía entre la Ilustración propiciada por los Afrancesados y la rancia esencia conservadora de terratenientes, nobles y eclesiásticos. Tiempos vibrantes en los que los bandoleros y las bailaoras (te enamorarás de Candela, y si no ya me cuentas) se daban la mano con los más sesudos y avanzados intelectuales del momento. Y todo ello con el ajedrez como telón de fondo. En concreto, con una mítica y fabulosa partida organizada nada más y nada menos que por Alfonso X el Sabio.

Y está Sevilla, por supuesto. Una Sevilla que, a través de la prosa de Nerea, se siente, se escucha y se huele. Como Carmona, sus veredas y sus cortijos. Una Sevilla compleja y contradictoria, como el propio ser humano, con su Catedral como centro neurálgico.

Termino ya, Cuate. Verás que, cuando leas “El elefante de marfil” (y tu cumpleaños ya está cerca, aviso para “regalantes” tardíos y olvidadizos), tendremos que montar otro On the road para irnos a Sevilla y conseguir, por lo civil o lo criminal (y de esto último, en Semana Negra se aprende mucho) que Nerea nos haga de Cicerone por los diferentes espacios y paisajes que pueblan su novela.

Si alguien se anima…

Ya sabéis. “El elefante de marfil”. Estupenda novela histórica. Publicada por Grijalbo. En todas las librerías.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.