Agujas, colmillos y desprecio

Fue caminando por la exposición que Caixa Fórum dedica al fenómeno del vampirismo que me vino la inspiración. Una mandíbula en la que los colmillos fueran jeringuillas, para simbolizar a esa gentuza que, como los chupasangres mitológicos, se salta el turno de las listas y, prevaliéndose de su cargo, sus contactos o sus influencias, consigue vacunarse antes de lo que le correspondería.

Hay alcaldes y alcaldesas tanto del PP como del PSOE, consejeros de Salud —alguna consorte incluida—, altos mandos militares, cargos eclesiásticos y personal administrativo de distinto pelaje, laya y condición. Juro que, cuando empezaron a hacerse públicos los primeros casos, no daba crédito. No me lo podía creer. ¿Qué clase de miserable es capaz de hacer algo así? Alguien muy, muy despreciable. En concreto, me alucina lo del consejero de Salud de Ceuta, que se justifica diciendo que eso de las vacunas no va mucho con él. ¡El mismísimo consejero de Salud cuestionando las vacunas! ¿En qué manos estamos? ¿De verdad que un tipejo así ha sido la máxima autoridad sanitaria en Ceuta durante la pandemia?

Uno lee las declaraciones del fulano en cuestión, que ha tardado lo suyo en presentar la dimisión, y podría pensarse que se encuentra frente a un héroe, un esforzado servidor público que, vacunándose cuando no le tocaba, se ha sacrificado en pro de la comunidad.

Es lo que le pasa a tanto político que se ha tomado en serio lo que el vecino del pueblo de ‘Amanece que no es poco’ le espetaba a su regidor: “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. ¿Habrá que explicarles que no es así? ¿Que lo de José Luis Cuerda, además de ser ficción, es una de las mejores muestras del surrealismo jamás filmado?

No sé si serán ellos solos quienes se convencen de su trascendental papel en el mundo, como parece ser el caso de Almeida, el alcalde de la catastrófica Madrid; o si son sus asesores, palmeros y tiralevitas quienes les convencen de estar por encima de los demás, llamados a las más altas misiones, sin cuyo concurso, el mundo podría autodestruirse en cinco segundos.

A mí también me gustaría saber quiénes son y cómo se llaman. Sobre todo, por poder despreciarles como personas individuales con nombres y apellidos. Ya que se han inmunizado, que al menos sientan en sus carnes la vergüenza que provocan, por muy de cemento armado que tengan su repugnante jeta.

Jesús Lens