Hoteles en edificios históricos

Este fin de semana en Sanlúcar nos quedamos en un hotel enclavado en un edificio histórico conformado por dos casas-palacio del siglo XVIII, en el barrio alto de la preciosa localidad gaditana. Un tres estrellas nada lujoso y muy añoso con enormes habitaciones, arcos de piedra y ladrillo y artesonados de madera. Un lugar con historia y sabor donde dejar volar la imaginación entre los aires atlánticos y los efluvios de la manzanilla.

Cuando viajo, procuro buscar este tipo de alojamientos que aportan un plus a la estancia. Casonas señoriales, edificios singulares o ventanas con vistas. A las habitaciones de hotel se las ha considerado habitualmente como no lugares, espacios por los que se pasa, pero no donde se está. Como les digo, no simpatizo con esa teoría y procuro ir a la contra, pero me genera un cierto conflicto ético: ¿suponen estos hoteles una privatización de parte del patrimonio histórico-artístico de nuestras ciudades y pueblos?

A sensu contrario y a la vista del deterioro, el abandono y la ruina de tantísimos edificios de los cascos antiguos urbanos; ¿no constituyen el turismo y la hostelería la mejor vía para la recuperación de un patrimonio en gravísimo peligro de extinción?

El debate sería interminable. Gentrificación frente a la autenticidad de la vida en nuestros barrios históricos. Gasto e inversión. Dinero público frente a financiación privada. El verano pasado, recorriendo el casco antiguo de Sabiote, en Jaén, un sueño de piedra renacentista emparentado con Úbeda y Baeza, era increíble la cantidad de carteles de ‘En venta’ que poblaban su casco histórico. Un paseo por las calles más antiguas de Guadix, en fin, te devuelve decenas y decenas de ventanas cerradas y balcones sellados.

Las administraciones hacen lo que pueden, radicando algunos de sus servicios en edificios históricos rehabilitados, además de convertirlos en museos, bibliotecas o centros culturales, pero no tiene músculo ni capacidad para hacerse cargo de todo el patrimonio histórico-artístico en peligro de abandono.

Personalmente, creo mucho en la iniciativa privada que, además, se abre al público en general y permite a la ciudadanía disfrutar de sus instalaciones rehabilitadas, la que participa de la vida cultural del lugar en que está radicada y contribuye a enriquecerla. En este sentido, el redescubrimiento que hemos hecho este año pandémico de exquisitos establecimientos hoteleros de nuestras propias ciudades ha sido algo a tener en muy cuenta y un camino a seguir explorando.

Jesús Lens

Reyno de Granada, capital Málaga

La subida a la Torre del Homenaje del Castillo de Santiago, en Sanlúcar de Barrameda, es larga y procelosa. Son ciento y pico escalones que, cada poco, permiten hacer un alto en el camino y asomarse a la biblioteca y a las llamadas Salas de los Mapas, con reproducciones de decenas de atlas históricos de diversas épocas y procedencias.

En muchos de ellos, los focalizados en el sur de España, se aprecian nítidamente las fronteras entre la llamada Andalusía y el mítico y mitificado Reyno de Granada, tan anhelado por los regionalistas de la Andalucía Oriental. Les confieso que, al leer lo de Reyno de Granada, unas veces pensaba en ‘Juego de Tronos’ y, otras, en un campo de fútbol. Hasta ahí llega mi capacidad para evocar naciones imaginarias.

Durante años y años, el PP granadino hizo suyo lo de “Sevilla nos roba”, mientras su paso por la plaza del Carmen resultaba tan inane como presuntamente delictivo. Era una forma tan sencilla como populista de criticar al PSOE por su gestión centralizada. Paradójicamente, desde que Moreno Bonilla llegó a San Telmo y amparado por Vox el Chiringuitero, en la Alhambra no se pone una grapa sin la previa autorización de Sevilla. Situación de fiscalización extrema y control absoluto extensible al resto de la administración autonómica. Como botón de muestra, el Parque de las Ciencias o la Escuela Andaluza de Salud Pública.

Serían argumentos para sacar pecho y reivindicar lo del Reyno de Granada. Sin embargo, si le echamos una mirada a las inversiones realmente significativas realizadas en la capital en los últimos lustros, tenemos el Metro, el PTS y… y… esto… ¿y…? Y nada más. Dos infraestructuras de la Junta. El resto, promesas y palabrería hueca. Y la LAC, claro. Aquel memorable invento que contribuyó a la ruina del Ayuntamiento gracias a la gestión de Torres Hurtado y su equipo.

¿Reyno de Granada? ¡Claro que sí, guapi! Con el califa Salvador al frente, ¿verdad? Al ritmo que llevamos, cumpliremos dos ciclos de gobierno municipal sin proyecto de ciudad. Ocho años perdidos en peleítas, broncas, amenazas, mociones de censura, chantajes, mayorías imposibles y quítate tú para ponerme yo. Y a los míos.

Bien pensado, lo mismo sí habría que reivindicar el Reyno de Granada, pero con capital en Málaga. ¿Se acuerdan de ‘El mejor alcalde, el rey’, de Lope de Vega? Quizá convendría plantearse que, el mejor alcalde de Granada, Paco de la Torre. Y ya.

Jesús Lens

Baquetas, neuronas y humor

En un momento de ‘Viaje al centro de mi cerebro’, Eric Jiménez escribe una de esas verdades incontestables que conviene recordar de vez en cuando: “Hay mucha gente que cree haber vivido cosas que en realidad no ha vivido. Se las ha bebido”.

Seguro que si, libro en mano, le preguntáramos a los protagonistas de las historias relatadas por Eric, dirían que no ocurrieron exactamente igual a como el batería de Lagartija Nick y Los Planetas las cuenta. O, directamente, que no ocurrieron. Es lo que tiene la memoria; frágil, veleidosa y caprichosa.

Pero lo bueno de Eric, la persona y el escritor, es que exuda autenticidad por todos y cada uno de los poros de su piel. Cuenta las historias como recuerda que ocurrieron. Y si no ocurrieron como las cuenta, el problema es de las historias, no del autor. ¡Imprime la leyenda!

“Quizá el centro de la Tierra sea como el centro de mi cerebro: repleto de pensamientos, historias y recuerdos que arden a una temperatura tal que resulta imposible subsistir”, escribe Eric al final de su apasionante recorrido por las mil y una aventuras atesoradas en su vida en la carretera… y en casa. Que de todo hay. Por ejemplo, la Granada pandémica: “Una ciudad sin ruido es una ciudad muerta, y una ciudad muerta acaba matando a sus habitantes”.

Lo que más me ha gustado de estas nueva memorias de Eric Jiménez es la fusión/disociación entre la persona y el personaje. La extrañeza que le provocan las diferencias entre lo que él ve cuando se mira al espejo y lo que los demás creen ver cuando se encuentran frente a él. “Como daba tantas hostias a la batería, pensaban que podía hacer lo mismo con su cara. No se fijaban en el ritmo que generaba, solo en los mandobles que metía”. ¿Se puede expresar mejor con menos palabras? Sí: “Mis únicas armas son las baquetas y el sentido del humor”.

Hace un par de veranos, tomando unos tragos en Salobreña, Eric nos contaba cómo arrancaría el segundo tomo de sus memorias: el público expectante y él, desde lo alto… tirándole caramelos, vestido de Mago en la Cabalgata de Reyes. Al final, ‘Viaje al centro de mi cerebro’ no empieza así, pero es uno de los capítulos más emocionantes, en el que aparece el Ernesto más familiar, sentimental y, de nuevo, auténtico.

Jesús Lens

Vergüenza ajena

A mí también me da  vergüenza ajena. Gerardo Cuerva, el presidente de los empresarios, hablaba ayer de espectáculo y perplejidad. Exigió al Partido Popular y Ciudadanos, «a todos los niveles», una «resolución inmediata» de la crisis municipal «que devuelva la estabilidad al Ayuntamiento de Granada». Además, consideró «absolutamente intolerable» la situación que vive el gobierno municipal de la capital. En román paladino: que le produce sonrojo lo que viene ocurriendo en la plaza del Carmen en la última semana.

¿Y si, en realidad, este bochornoso espectáculo no fuera más que una performance en homenaje al maestro Luis García Berlanga, del que este año se cumple su centenario? Sin embargo, el esperpento de los concejales y socios de gobierno haciendo lo posible y lo imposible por no ser fotografiados junto al alcalde, más que berlanguiano, es buñuelesco. Surrealista, o sea. Ver cómo le hacen la cobra debería darnos risa. Pero estamos en Granada, una de las ciudades con más paro de España. Y no estamos para comedias de enredo, precisamente.

Salvador se ha encomendado a Inés Arrimadas para que trate de resolverle la papeleta. Habla de la dirección nacional de Ciudadanos como si tuviera algún empaque, cuando no es más que una ficción, un partido fantasma cuyos diputados y concejales ya no representan a la mayor parte del electorado que les votó en su momento. Si hubiera unas elecciones ahora mismo, ¿cuántos votos sumarían los de Juan Marín en Andalucía? ¿Y los de Salvador en Granada, teniendo en cuenta que están más divididos, fragmentados y enemistados que las escisiones de las izquierdas en las últimas municipales?

O el próximo alcalde de Granada es del PP, y a no mucho tardar, o vamos a unas elecciones anticipadas en Andalucía. No hay otra. La posición de Salvador es insostenible: nadie puede confiar en un gobierno municipal cuyos miembros se niegan a posar juntos aunque sea para la foto. La farsa tiene que acabar. Granada no se merece esto.

Jesús Lens

La llamada de la ciencia

Una llamada que fue una llamarada. Una llamada que me sacó la sonrisa, me inflamó el ánimo y me hizo respirar, por fin. Una llamada que terminó con una zozobra constante. Una llamada que compartí con la familia y los amigos más cercanos. Fue LA llamada que (casi) todos deseamos recibir. La llamada tras la que dejé de comprobar el móvil una y otra vez, esperando desesperadamente que entrara un SMS.

Hacía lustros que no miraba los SMS con tanta ansiedad y frenesí. Ni la confirmación (o no) de los amores de juventud me generaba tanto desasosiego como el silencio administrativo de la Consejería de Salud, que parecía haberme olvidado. O tener mal mi número. O estar sin cobertura. ¡Ays!

Entonces, la llamada. Y la cita. Para ayer martes por la tarde en mi centro de salud. Y la confirmación. El recuerdo. Para dentro de tres semanas. Como habrán supuesto ustedes, ¡me han pegado el primer chute de vacuna! Ya tengo al ARN mensajero haciendo de las suyas dentro de este cuerpo de señor mayor, que lo ha recibido con alegría y alborozo. Eso sí, como dejé escrito este texto antes del chute, por lo que pudiera pasar tras el pinchazo, no les puedo hablar de los efectos secundarios.

Las redes sociales me devuelven todas las mañanas los recuerdos de años anteriores. En 2020 por estas fechas estábamos en plena desescalada y cada espacio de libertad recuperada lo celebrábamos como el triple decisivo de nuestro equipo de baloncesto. Un café, una cerveza, un corte de pelo, un paseo, una carrerita… De la vacuna, ni una palabra.

Lo comentábamos el pasado domingo, comiendo con unos amigos: “La ciencia. Joder con la ciencia”. Vale que no es un análisis especialmente profundo y que la frase no aparecerá impresa en los sobrecillos de azúcar que endulzan nuestros cafés mañaneros, pero el sentimiento de rendida admiración estaba ahí.

Me siento afortunado. La vacuna es un logro sin precedentes conseguido en tiempo récord que ha vencido las reticencias de los más pesimistas sobre plazos, autorizaciones, pruebas, etc. Aun así, la pandemia dista mucho de haber terminado y marcha a diferentes velocidades en todo el mundo. Mientras todos los países no dispongan de las dosis necesarias para vacunar al 70% de su población, como mínimo, será un logro incompleto. Pero hoy solo tengo una cosa que decir: ¡gracias a ciencia, que nos ha dado tanto!

Jesús Lens