Que nadie sea feliz

Hay una frase del periodista y editor H. L. Mencken, conocido como ‘El Sabio de Baltimore’, que no deja de rondarme la cabeza “Miedo persistente a que alguien, en alguna parte, pueda ser feliz”.

Esta idea del fundador de la revista pulp Black Mask me parece de una actualidad absoluta y aplica a la perfección a las puertas de la Semana Santa, cuando los españoles no podemos salir de nuestros límites perimetrales mientras los turistas alemanes se vienen de vacaciones a las Baleares o las Canarias.

Así escrito, a mí también me subleva. ¡Cómo! Nosotros condenados a no salir de Granada mientras que los bávaros pueden achicharrarse impunemente bajo el sol chicharrero. ¡Qué injusticia! Luego lees las explicaciones de la ministra Darias, lo de las PCR, los controles en los aeropuertos, etc. y se te pasa un poco el cabreo mientras piensas en la que nos espera cuando empiece a aplicar el pasaporte de vacunación.

Si lo analizamos en frío, cada turista extranjero que venga a España, siempre y cuando acredite no estar contagiado, debería ser recibido con los brazos abiertos. Si le imaginamos convirtiéndose en salmonete y poniéndose púo de cerveza en Maspalomas mientras que nosotros estamos encerrados en los ¿estrechos? límites de nuestra provincia, nos sublevamos. Por mucho que pudiéramos imitarle en los chiringuitos de nuestra Costa Tropical.

Había empezado a mirar alojamientos en la Zona Norte de Granada cuando la alerta de que lo mismo vuelve a adelantarse el toque de queda y el horario de cierre de la hostelería me ha hecho recular. Por un lado me cabrea, que ya me había consentido y me veía haciendo turismo activo, trajinando por el Geoparque y visitando los yacimientos arqueológicos de Orce, Galera y alrededores. Por otra parte y a la vista de los datos de contagios, lo entiendo, lo comprendo y lo veo lógico y natural.

Arriesgarnos a precipitar una cuarta ola en plena campaña de vacunación por Salvar la Semana Santa es una temeridad, un absurdo y un sinsentido. Máxime porque significaría comprometer el verano. Y eso sí sería una hecatombe económica, empresarial, laboral y social.

A la espera de saber qué se decide, asumo que poco meneo voy a tener. Solo pido, en compensación, que no me bombardeen con información diaria sobre cada turista que llegue a España, por favor. Si alguien puede ser feliz sin comprometer nuestra salud, que lo disfrute, pero que no nos lo restrieguen mañana, tarde y noche.

Jesús Lens

Las periferias de Helí

La otra noche me desperté soñando con descampados. ¿Descampados ha dicho? ¡Alerta viejuna! Descampados, sí. Era la hora en que la primera claridad de la mañana arrincona a las tinieblas de la noche. Pensé que volvería a dormirme. Pero no. Pensé que la imagen, la idea de los descampados, se desvanecería como se desvanecen los sueños con el paso de los minutos y el primer café de la jornada, pero tampoco.

Entonces tuve claro que debía volver a ver la exposición ‘Periferias’, de Helí García, en ese magno y magnífico edificio que es La Madraza.

Estuve por primera vez hace unas semanas, justo después de ver la exposición de Jesús Conde en la galería de Ceferino Navarro y de caminar por el Realejo, mezclando la realidad monumental del aquí y el ahora con la representación nada mixtificada, pero sí ensoñada, pintada por el artista, de la que escribí AQUÍ.

Las ‘Periferias’ retratadas por Helí García muestran una naturaleza perturbada por la civilización, ese campo que, a las afueras de las ciudades, está a caballo entre uno y otro mundos. Como la chavelería que transita por sus cuadros, en pleno proceso de crecimiento, descubrimiento y maduración.

El trazo de Helí García es poderoso y enérgico. Su pintura es densa y sus colores vivos, fuertes, vistosos. En puridad, en sus cuadros no hay descampados, que el verde preside buena parte de ellos y los descampados eran de un marrón grisáceo. Los lectores más veteranos se acordarán de aquellos espacios sin acotar que, vacíos y semiabandonados, se encontraban en mitad de los barrios de las ciudades en expansión. Vastos territorios que se encharcaban con las lluvias, donde los desmontes de tierra conformaban ‘altas’ cumbres montañosas. Allí jugábamos a la lima con los trozos de hierro que cogíamos de las obras y asaltábamos las cordilleras como si de un western se tratase. Ya no quedan descampados en nuestras ciudades. A lo más, solares bien vallados y protegidos.

La chavalada de los cuadros de Helí García me recuerda a los protagonistas de ‘Stranger Things’, esa serie con aroma ochentero que conecta con el imaginario de ‘Cuenta conmigo’ y ‘Los Goonies’. Cuadros cuya acción podría transcurrir en el entorno de la Fuente de la Bicha o de la Fuente del Avellano, sin ir más lejos, y en la que se conectan los jóvenes que son hoy con los que una vez fuimos. No se demoren en ir a verla, que le queda pocos días en cartel.

Jesús Lens

El incansable, temible y pertinaz Zaroff

Una mezcla sutil de refinamiento y animalidad, de distinción y salvajismo primitivo. “Un aristócrata que, bajo el barniz de la civilización, se muestra como una bestia sangrienta obsesionada con su presa”. Así se describe al protagonista de nuestro Rincón Oscuro de esta semana en ‘Zaroff’, el tebeo de Runberg y Miville-Deschênes recién publicado por Norma Editorial.

Nikolai Zaroff es uno de los grandes personajes de ficción del último siglo, al que hemos visto y leído en novelas, películas y tebeos. Debutó oficialmente hace casi un siglo, que el escritor Richard Connell le dio vida en 1924 en su novela ‘El juego más peligroso’.

Pocos años después, en 1932, la novela fue llevada al cine por Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, famoso por ser el productor de ‘King Kong’. De hecho ambas películas compartieron decorados. En España —¿quién dijo miedo al spoiler?— el filme, de apenas una hora de duración por cuestiones de censura, se estrenó con el revelador título de ‘El malvado Zaroff’, arruinando al espectador parte de la sorpresa. La tienen en Filmin.

Contaremos muy brevemente la trama: tras naufragar el barco en que viajaba, un veterano cazador alcanza una isla donde encuentra un misterioso castillo en el que se refugia un ruso escapado de la revolución bolchevique. Amante de la caza, propondrá a su invitado, rápidamente convertido en prisionero, un siniestro juego: pelear por su libertad convirtiéndose en la presa de una cacería humana.

El juego de roles y la figura del cazador cazado forman parte de la esencia de una historia que, si funciona, es porque el malo, el villano de la función, resulta extremadamente atractivo e interesante. El actor protagonista, Leslie Banks, con la cara cruzada por una cicatriz de guerra y una insidiosa mirada, le da perfecta réplica al héroe de la función, interpretado por un jovencísimo Joel McCrea. Y ojo a la presencia de Fay Wray, que sería la gran heroína de ‘King Kong’.

Años después, en 1943, Orson Welles interpretaría a Zaroff en una versión radiofónica y posteriormente, el famoso asesino del Zodíaco que asoló la Costa Oeste de Estados Unidos usó pasajes de la novela en los anónimos que enviaba a los periodistas de San Francisco, poniéndola de cruel actualidad.

Sagas famosas como ‘Los juegos del hambre’ se inspiran también en la figura del ruso loco, aunque su reinterpretación más fiel en el cine contemporáneo la encontramos en la muy apreciable ‘Blanco humano’, la primera película estadounidense del mítico director hongkonés John Woo. Y sí, el protagonista era el inefable Jean-Claude Van Damme. Pero aún así.

El cómic titulado sencillamente ‘Zaroff’ le da una estupenda vuelta de tuerca al siniestro personaje, que se las verá con una sorprendente némesis, una archienemiga singular: la hija de un capo de la mafia irlandesa de Boston cuyo padre fue asesinado en una de las cacerías humanas pergeñadas por el pérfido ruso.

Si de algo adolecía la película de 1932 era de realismo en los decorados. A pesar del ritmo y la velocidad que los directores le imprimieron a la cinta, el cartón piedra cantaba demasiado. No pasa nada, ojo, que la artesanía y el cine de época es lo que tienen.

El cómic de Runberg y Miville-Deschênes se desquita y muestra la exuberancia de la selva con todo lujo de detalles en viñetas de tamaño XXL, recreándose en los cocodrilos, los monos y los jaguares. En los ríos, los escarpados acantilados, la lluvia, los pantanos, los troncos de los árboles, las lianas… ¡qué despliegue gráfico! Y la historia, que está muy bien. Anímense a adentrarse en el universo del malvado Zaroff. Al final, le cobrarán cariño. O, al menos, respeto y algo de admiración.

Jesús Lens

El sábado fui feliz

El domingo también fui feliz, pero lo importante era serlo el sábado. Y (de)mostrarlo públicamente. El sábado fui feliz, que leí, paseé, escribí y vi baloncesto. Fíjense si fui feliz que hasta comí Roscón de Reyes. Con eso se lo digo todo. Fui feliz, pero no hice ostentación de ello y, cuando caí en la cuenta de que era el Día Mundial de la Felicidad, ya era tarde para sumarme a la fiesta. Pero fui feliz. Se lo juro por la cicatriz de Al Capone.

¿Es o no es para ser feliz?

Les confieso que me quedó una cierta desazón. Por la mañana había alabado las virtudes del gorrión, que también celebraba su Día Mundial. “¡Menos gorrones y más gorriones!”, escribí en Twitter. Pero sobre la felicidad intrínseca de la jornada, ni una palabra.

Firmemente dispuesto a que el domingo no me pasara lo mismo, el sábado noche, antes del irme a dormir a eso de las once, sin fiebre ni nada, dejé tirado en mitad del pasillo un libro de Lorca para acordarme del Día Mundial de la Poesía. En realidad, no me habría hecho falta: ayer no hubo muro o línea del tiempo en las redes sin su poema correspondiente.

No soy lector de poesía, lo confieso. Es una más de mis muchas taras y carencias, de la que no me siento precisamente orgulloso. Aun así, decidí sumarme a la fiesta y publicar una poesía. En principio, opté por el “Estos días azules y este sol de la infancia”, tan evocador y simbólico… como francamente cortito y agradecido. Pero temí que se me viera el plumero y opté por otro clásico machadiano: el crimen fue en Granada. De esa manera, conectaba con mi yo más negro y criminal.

Satisfecho, salí a comprar la prensa y desayunar. Leí al Defensor del Ciudadano, que escribía sobre el Día Mundial de la Eliminación de la Discriminación Racial, que también se celebraba ayer. En la Fuente de las Batallas, de hecho, había una concentración alusiva muy bien organizada. Pensé subir algo sobre el tema, pero me pareció que iba a resultar excesiva tal multiplicación de causas reivindicativas, dicho sea sin intención de hacer gradación alguna.

No me da la vida para estar al día de tanto Día Internacional. Está claro que hay más causas nobles y necesarias que días tiene el año. Pero si no hablamos de ellas, no es porque no nos importen o no las compartamos. Es una mera cuestión de tiempo.

Jesús Lens

Cultura mendicante

Llevo tiempo dilatando esta columna porque me daba un no sé qué volver a criticar la alarmante situación del tejido cultural granadino. Ocurre como con todo lo que tiene que ver con La Cosa, de las vacunaciones a las fiestas clandestinas, los excesos de aforo, botellones y desenmascarados: cansa. Cansa leerlo un día tras otro. Cansa hablar de ello con cualquier persona que te encuentres. Cansa escribirlo, sea en columna, tuit o post. Y, sin embargo, hay que seguir haciéndolo.

Estos días, dos cartas han copado la actualidad sobre el mundillo cultural de Granada, ambas remitidas por la Dirección de dos espacios que deberían ser emblemáticos. Paco Barranco se despachó con una larga misiva en la que detallaba las fallas, faltas y carencias del Palacio de Congresos, que dirige desde final de 2019. Y no son pocas.

Sara Navarro, por su parte, también detalló, negro sobre blanco, las necesidades del Centro Lorca, del que esta semana hemos sabido que se encuentra sin archivero, sin bibliotecario y con escasez de operarios, por lo que se aconseja mantener un horario reducido de apertura al público. (Leer AQUÍ la información completa)

 Resulta doloroso escuchar la cantinela del 2031 y la candidatura de Granada a la capitalidad cultural europea y, a la vez, enterarse de esas cosillas. Que el Legado de Lorca por el que tanto se luchó esté sin bibliotecario y sin archivero dice tanto, tantísimo del estado de la cultura de esta ciudad…

Qué fácil es llenarse la boca con la palabra Cultura y hacerse la foto. Qué triste, sin embargo, constatar que todo es de cara a la galería. Que lo importante son las tablas de Excel cargadas de datos y cifras, siempre en números rojos cuando se trata de cuestiones culturales.

Hace un par de semanas, Remedios Sánchez, la directora del Festival de Poesía, hablaba de la sensación de mendicidad que nos embarga a quienes nos dedicamos a la gestión cultural en Granada. ¡Qué bien lo describió!

Los informes emitidos por las direcciones del Palacio de Congresos y el Centro Lorca no son sino una muestra más de la absoluta y lamentable precariedad cultural en que vive esta ciudad. Si no fuera por la UGR y la Diputación, esto sería un erial, más allá de los estragos del pandemia.

Cansa escribir otra vez de esto igual que usted estará cansado de leerlo. En mi cabeza chocan el lamento por la cultura con la cultura del lamento. Y resulta desesperante.

Jesús Lens