La música del Noir contemporáneo

Si tuviera usted menos de cinco segundos para señalar con qué música se identifica más y mejor el género negro y criminal, ¿qué diría? El jazz, posiblemente. Y razón, no le faltaría. Pero, aunque no tardaremos en dedicar una entrega de El Rincón Oscuro a la influencia del jazz en el género, hoy les quiero hablar de cinco nombres alternativos que, con su música, están llevando al Noir cinematográfico a otra dimensión.

Comencemos por la más reciente, la imprescindible “Comanchería”. Es una de esas películas, extraordinaria, en la que cada pieza del puzle encaja a la perfección. Por ejemplo –y por supuesto- la banda sonora, compuesta por una de esas personalidades distintas y a contracorriente, diferente, original, única y casi siempre magistral: Nick Cave.

 

Efectivamente, el crooner australiano de la voz rota, el genio de las visiones surrealistas y las imágenes poéticas imposibles, el trovador del lado oscuro; compuso la banda sonora de “Comanchería” junto a Warren Ellis. Y ambas, música y película, se adaptan, se acoplan y se retroalimentan en perfecta simbiosis, como desierto polvoriento y serpiente ondulante, recio cowboy y espuelas desgastadas o ranchera baqueteada y gasolinera desvencijada.

 

Para “Hell or high water”, que es como se titula originalmente la película de David Mackenzie, el dúo conformado por Cave & Ellis ha creado una música elegíaca y nostálgica, crepuscular, de mundo que se termina y civilización en plena descomposición: muchos graves, mucho bajo, mucho acorde repetido una y otra vez, sin resultar reiterativo.

 

Son tiempos prolíficos para un Nick Cave que, tras la trágica muerte de su hijo, además de este trabajo ha editado nuevo disco con su banda de toda la vida, The Bad Seeds, esas Malas Semillas que germinan entre la muerte y la violencia. Y es que, para los aficionados al Noir, el disco titulado “Murder Ballads” es de escucha obligatoria.

 

Y, como compañero de viaje de Cave por la Comanchería, Warren Ellis, otro músico y multiinstrumentista australiano radicalmente fuera de modas o tendencias que lo mismo toca el piano, el violín, la mandolina, la guitarra, la flauta o el mismísimo bouzouki griego. Miembro esporádico de The Bad Seeds, ha colaborado con Cave en otras bandas sonoras. Como la igualmente reseñable y apocalíptica ”The road”, cinta basada en la novela de Cormac McCarthy y que tanto tiene que ver con el universo oscuro y decadente de las carreteras secundarias de la vida, demasiado poco transitadas y cada vez por menos gente.

 

Ahora si bien, si hablamos de tipos con personalidad propia, resulta imprescindible y obligatorio hablar de Trent Reznor, el mítico líder de la no menos mítica banda Nine Inch Nails y que, junto al músico, productor e ingeniero Atticus Ross y al cineasta David Fincher, han conformado un creativo y productivo trío estable que les ha llevado a colaborar hasta en tres películas: “Los hombres que no amaban a las mujeres”, adaptación de la famosa novela sueca de Stieg Larson, “La Red Social” y “Perdida”, ejemplo perfecto del llamado Domestic Noir.

 

La música que firman Reznor & Ross en sus incursiones cinematográficas es una prolongación de su estilo tecno, oscuro, ambiental, post industrial y electrónico. Un fascinante e hipnótico rock alternativo que conduce a la obsesión y a la ansiedad, potenciando la paranoia de los personajes.

 

Y es que Reznor, desde que vio “Taxi Driver” y escuchó la excepcional banda sonora compuesta por Bernard Herrmann para el film de Scorsese, supo que la música es un elemento esencial para la construcción de la atmósfera cinematográfica de una película. De ahí que sus composiciones para las cintas de Fincher, tan opresivas y angustiosas, contribuyan en gran medida a mostrar al público la pesadumbre que se cierne sobre los personajes. De hecho, por su trabajo en “La Red Social”, en la que se cuenta el origen de Facebook, Reznor y Ross ganaron el Óscar a la Mejor Banda Sonora Original.

 

Es una pena que los próximos proyectos cinematográficos de Fincher sean, sobre el papel, tan poco excitantes: remakes de “Extraños en un tren”, sobre la novela de Patricia Highsmith que ya fue llevada al cine por Hitchcock, y una continuación de “World War Z”. Menos mal que, con Netflix, sí está desarrollando proyectos televisivos interesantes, como “Mindnunter”, sobre la unidad especial que el FBI creó para combatir a los asesinos en serie. Se estrena en octubre de este año y, por supuesto, estaremos muy atentos a ella.

 

Y el quinto elemento de esta hornada de músicos que, con su arte y su trabajo, están llevando al Noir a dimensiones sónicas desconocidas hasta la fecha, es Jóhann Jóhannsson, nacido en Islandia en 1969. Tras estudiar idiomas y literatura y tocar la guitarra en un grupo indie, en 1999 contribuyó a poner en marcha el proyecto Kitchen Motors, que es a la vez un grupo de reflexión, una organización de arte y un sello discográfico que propicia y fomenta la colaboración interdisciplinar entre artistas de punk, jazz, música clásica, metal y música electrónica.

 

Y fue de estas experiencias musicales de las que nació el propio estilo de un Jóhann Jóhannsson que ha hecho pareja creativa con el cineasta Dennis Villeneuve, firmando las bandas sonoras de sus películas más negras y criminales: “Prisioneros” y la excepcional “Sicario”, uno de los grandes títulos del Noir contemporáneo cuyo sonido metálico y acerado contribuye a crear esa opresiva atmósfera, cruel, fría y desapasionada, que tanto impone al espectador.

 

Un Jóhann Jóhannsson que, en estos momentos, está trabajando en la banda sonora de “Blade Runner 2049” y que, dirigida por Villeneuve, es una de las películas más ansiadas por cientos de miles de espectadores que la esperamos con tantas expectativas… como temores, miedos y suspicacias.

 

Jesús Lens

Metáforas animales

Les hablaba yo de “Cantábrico” en esta columna porque el documental de Joaquín Gutiérrez Acha, además de ser fabuloso, incluye una serie de pequeñas historias sobre diferentes animales que se convierten en auténticos microrrelatos cargados de sentido y significación. Y de ello hablo hoy en IDEAL, que sigo muy enganchado a los temas de naturaleza tras el fastuoso viaje por tierras de Doñana y Huelva de estos días, y que he contado en varias columnas del periódico que podéis enlazar desde AQUÍ.

Podría hablarles de la solidaridad de los lobos durante la caza del ciervo y de cómo el líder de la manada es el que se más se arriesga, jugándose la vida al enfrentarse a la cuerna del animal herido que lucha por sobrevivir. ¡Un líder, arrimándose y apostándose el cuello para cobrar la presa y, de esa manera, mantener el respeto de la manada!

 

Pero el lobo está muy trillado, desde los tiempos de Esopo, Caperucita y Félix Rodríguez de la Fuente. Así las cosas, ¿qué tal si nos quedamos con la historia del gusano, el capullo y las laboriosas hormigas?

Gutiérrez Acha, naturalista y documentalista español que ha trabajado para la BBC y National Geographic, filma espectaculares secuencias aéreas que muestran cabras monteses, rebecos, osos o urogallos y sumerge al espectador en las aguas de los ríos de montaña para contar la historia de los salmones. Pero las secuencias protagonizadas por insectos también resultan espectaculares. Por ejemplo, la de ese gusano que cae al suelo desde la flor en que ha nacido, y al que se acercan, amenazantes, las siempre activas y trabajadoras hormigas.

 

El gusano segrega una sustancia, en forma de apetitosa bolita nacarada, que resulta ser ambrosía para las hormigas: la prueban y enloquecen de gusto. De hecho, se ponen tan eufóricas que se llevan consigo al gusano, resguardándolo en el hormiguero donde lo cuidarán durante todo un año, como si fuera uno de las suyas.

El gusano, a lo largo de ese tiempo, se alimentará de los huevos de las hormigas que, ignorantes, lo siguen alojando con cariño, mimo y delectación. Llega un momento en que el huésped se convierte en capullo. Y de él surge una hermosa mariposa, para sorpresa -y no poco escándalo e indignación- de unas hormigas que, sintiéndose engañadas, tratarán de atacarla. Pero la mariposa, avisada por su código genético, no tardará en localizar la salida del hormiguero para echarse a volar en busca de una flor en la que depositar sus huevos; dando comienzo, de nuevo, a uno de esos inmutables ciclos de la vida salvaje que tanto, tantísimo, se asemejan a ciertos comportamientos humanos.

 

Jesús Lens

La isla del tiempo

Viajar es, siempre, atracar en una isla espacio-temporal que te separa y aleja de la vida normal y corriente: cambias los paisajes, las vistas, las comidas, los horarios y la gente con la que te relacionas.

El fin del viaje supone, por desgracia, regresar a la normalidad vigente, empezando por conectar alarma del móvil que, hoy lunes, habrá sonado a la maldita hora de todos los días. Y, a partir de ahí… ¿qué les voy a contar que ustedes ya no sepan?

 

Escribo estas líneas rodeado de verde, con el calzado de montaña todavía lleno de la arena de las dunas de Doñana y la ropa oliendo a las mil y una fragancias del bosque mediterráneo de ese majestuoso e inabarcable Parque Nacional. Que no es fácil que un mismo espacio protegido albergue cuatro ecosistemas tan distintos: dunas fósiles y dunas vivas en la playa virgen, bosque y marismas. Y es que, como anticipaba aquí, este viaje fue al paraíso, con emociones fuertes, como la que conté aquí de esta tirolina de 720 metros y alguna decepción, como el churro en que han convertido la Peña de Arias Montano, que podéis leer aquí.

Ayer apuramos nuestro viaje hasta bien entrada la tarde, caminando por los alrededores del sorprendente -y fantasmal- Palacio del Acebrón, sin querer despedirnos de ese paraíso en la tierra al que sé, positivamente, que volveré, a no mucho tardar. Con más tiempo y con más conocimiento, gracias a la estupenda experiencia compartida con cuatro entusiastas compañeras de viaje y excelentemente organizada por la empresa Faro del Sur, radicada en Isla Cristina.

 

Toca volver a Granada. Deshacer el equipaje, ducharse, afeitarse y tratar de dormir, recordando las mil una experiencias de estos días mientras en el subconsciente se apelotonan tantas y tantas imágenes que ya están prendidas en la retina, por siempre jamás.

 

Toca, en los próximos días, repasar las fotos, seguir reflexionando, ordenando la mente y escribiendo, consolidar los conocimientos adquiridos estos días y profundizar en tantas informaciones apuntadas por Mónica y Alberto, nuestros excepcionales guías. Empezando, por supuesto, por ese animal, el lince, sobre el que es necesario volver, una y otra vez.

Y queda, ni que decir tiene, empezar a pensar en el próximo viaje. Más o menos próximo. Más o menos largo. Más o menos lejano. Desde que confesé tener una deuda pendiente con parte de Extremadura, he recibido un montón de propuestas, ideas y consejos.

 

Pero reconozco que, ahora mismo, y por mor del tan esquivo como atractivo lince, una Sierra alta, delgada y salada -como su madre- se me aparece en el horizonte más cercano. ¿Consejos?

 

Jesús Lens

La Peña del fiasco

Cuando, tras un par de horas de caminata por la Sierra de Aracena, llegué a la peña de Arias Montano, no me quedó más remedio que darle la razón a Félix Grande cuando escribió aquello de «Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta. El tiempo habrá labrado, paciente, tu fracaso mientras faltabas, mientras ibas ingenuamente por el mundo conservando como recuerdo lo que era destrucción subterránea, ruina».

Les comentaba hace un par de días que uno de los objetivos de esta escapada a Huelva era revivir las sensaciones que me provocó un lugar mágico: la  referida peña de Arias Montano. ¡Y qué fiasco, oigan!

 

Aquello es una horterada de sitio que solo merece la pena por la vista de la Sierra y del hermoso pueblo de Alájar, abajo. Por lo demás: una cutrez, todo lleno de pasamanos, barandas, puestos de venta de cosas feas, bar, quiosco de helados, párkings… Un adefesio.

 

¿Fue este el lugar que me embrujó con su magia y esoterismo, hace veinte años? ¿Ha cambiado tanto el entorno o he cambiado yo? O, lo más probable, ¿me había construido un recuerdo a medida?

Como era antes

Recuerdo que caía la noche. Que hacía viento. Y frío. Y que un señor mayor, delgado y enjuto, de pelo blanco y ojos intensamente azules, nos contó la historia de Arias Montano y de los monjes-guerreros celtas que se instalaron en la zona, haciéndonos sentir la espiritualidad y el magnetismo que impregnan la zona desde tiempo inmemoriales.

 

Ahora es un lugar zafio y tosco lleno de gente que grita y que escucha música en sus móviles sin que sea en absoluto posible sentir nada más que… una enorme decepción.

Detalle del lugar, actualmente

Ojo. Hablo solo de la Peña. Los 15 kilómetros de travesía a través de la montaña, bajando a Alájar y llegando a Linares de la Sierra, son una gozada. Pocos ejemplos de bosque mediterráneo tan extraordinarios como éste, con sus alcornoques, encinas y robles.

 

Y está la visita a Río Tinto, que se merece una columna para él solo. Pero cuando uno viaja, a veces, sufre chascos y decepciones. Y, hoy, más allá de las bondades del jamón ibérico, quería hablarles de la importancia de no tratar de revivir un pasado que jamás volverá.

 

Jesús Lens

Por vía aérea

Ayer entré en Portugal por vía aérea… y no fue utilizando el avión, precisamente. Porque, dejándome llevar por el típico «¡Venga hombre, si esto no es ná!, que ya verás que después te alegras!» me precipité los 720 metros que separan Sanlúcar del Guadiana de la villa lusitana de Alcoutim utilizando un medio tan improbable como… la tirolina.

El célebre escritor Bruce Chatwin pasó a la historia, también, por titular uno de sus libros más conocidos con el célebre aforismo viajero: ¿Qué hago yo aquí?

 

Justo eso me pregunta yo, a eso de las dos de la tarde, mientras me ajustaba el arnés, sobre una plataforma de madera sobre la que había un cable de acero. Nada menos. Pero nada más.

 

¡Con la buena mañana que había pasado, recorriendo unos diez kilómetros, caminando, por el fértil entorno del Guadiana!

 

A mí, que ya saben ustedes que me me gusta trotar, lo que realmente me apasiona es caminar a través de la naturaleza. Y entornos fluviales como el del Guadiana, si bien no tienen vistas espectaculares que cortan el aliento, sí resultan enormemente vivificadores.

Alcoutim , 23/10/2014 – Travessia de barco Alcoutim-Sanlúcar de Guadiana e descida no slide de 720 metros que une as duas localidades.
(Gonçalo Villaverde / Global Imagens)

Al haber salido temprano, antes de que el sol y el calor lo aplastaran todo, el camino estuvo jalonado por esa banda sonora, única y especial, que interpreta la naturaleza viva y palpitante.

 

Abejarucos, cucos, verdecillos, abubillas, pitos reales, verderones y, por supuesto, el rey: ese ruiseñor, chiquito y marrón, pero que canta como el mismísimo Joselito; nos acompañaron durante todo el recorrido.

 

Y está el bosque mediterráneo, con los árboles de hoja perenne que, este año, aprovechando que ha sido muy húmedo, han aprovechado para renovar la hoja, conviviendo en el mismo árbol la blanquecina con seis o siete años de edad y la nueva, verde, tierna y jugosa.

 

Regalos que hace la naturaleza al viajero que decide pasar estos días entre agua, árboles y plantas, respirando el aire puro de naturaleza… y poniéndose púo de gurumelos, coquinas, ventresca de atún y vinos blancos del Condado.

Pero esa es otra historia. Que estábamos estirando los brazos mientras nos aferramos a la polea, encogiendo las piernas para saltar al vacío sin tropezar y esmorrarnos antes siquiera de salir. ¿Y saben que les digo? Que han sido unos de los 700 metros más espectaculares de mi vida, sobrevolando el río Guadiana y disfrutando de la irresistible atracción del abismo…

 

Jesús Lens