De cara al debate

No sabía si lo vería o no.

Por un lado, tenía ganas. ¡Me gusta la política! Y siempre hay que estar abiertos y atentos a aprender cosas nuevas.

Por otro, hace apenas un par de semanas que vi en la séptima temporada de “El Ala Oeste de la Casa Blanca” el famoso episodio, emitido en directo, en que los candidatos a la Presidencia del Gobierno rompían con las absurdas reglas pactadas de antemano por sus equipos acerca de tiempos, turnos, etcétera y debatían libre y naturalmente.

¡Lo sé, lo sé!

Aquello era una serie de ficción y esto es la vida real. Vale. Es cierto. ¿Y? ¿Qué más da? Que ya lo escribíamos hace unos días…

Sencillamente, no me parecía posible que Rajoy y Rubalcaba pudieran estar a la altura de Alan Alda y Jimmy Smits.

¡Ya las veo!

Ya estoy viendo las muecas de algunos de vosotros.

¡Leo vuestros pensamientos!

“Frívolo”, “Inconsciente”, “Ingenuo”…

Venga va. Dadme un poquito más de cancha y cuartelillo.

Insisto, no tenía muchas expectativas en el teórico debate que el lunes enfrentará al Presidente in pectore del Gobierno español con el pequeño aspirante peleón. ¡La confianza contra la pelea, como escribíamos aquí!

Y no tenía muchas intenciones de verlo porque la crisis que nos invade, corroe y paraliza nos ha demostrado que las cosas que realmente nos importan a los ciudadanos, si hay un sitio donde NO se deciden, discuten o debaten, ese sitio es Madrid.

Ni el Congreso, ni el Senado, ni la Moncloa.

A los ciudadanos de a pie, lo que nos afecta es lo que sale de la Plaza del Carmen (lástima de no-debates), del Palacio de San Telmo… y de Bruselas.

Y punto.

Lo siento mucho por Rajoy y por Rubalcaba, pero cualquier cosa que digan el lunes, cualquier promesa que hagan, plan que presenten o ideas que desgranen, hay que ponerlos en cuarentena: necesitarán el visto bueno de las autoridades monetarias, el aval del G-20 y, por supuesto, la anuencia de los Mercados. Y de la prima de riesgo, sobre la que «bromeábamos» hace unas semanas.

Me refiero a ideas, programas o proyectos de una cierta entidad, del calado que se espera en dos candidatos a la Presidencia del Gobierno.

Que pretendes bajar/subir impuestos

PER-DO-NA.

¿Quién eres tú para dictaminar tal cosa?

Que vamos a recortar/incrementar el déficit

PER-DO-NA.

¿De dónde sacas semejante teoría?

Y, en consecuencia, no me cuentes cuentos ni me hagas cuentas sobre sanidad, educación, defensa y demás.

Porque, Estimado Futuro Presidente: tú harás lo que te digan que hagas.

Y punto.

Salvo que, si hablamos de Educación, nos estemos refiriendo a la Educación para la Ciudadanía y si hablamos de Sanidad, nos quedemos con la ley de plazos. Porque ése es el margen de maniobra que tendrás.

La paradoja griega así lo ha demostrado: ciudadanos europeos respirando tranquilos al confirmarse que los ciudadanos de un país europeo no podrán expresarse en las urnas.

Esto, por sí solo, ya es bastante indicativo del punto en que nuestros regímenes democráticos se encuentran ahora mismo ¿no?

Así que, no. No tenía muchas expectativas puestas en el debate.

Curiosidad por conocer los sesudos análisis que hagan los expertos sobre el color y el nudo de la corbata de los candidatos, sí.

Y el morbo de comprobar si Rajoy iba a tener lo que hay que tener para llevar de la mano a su famosa Niña, también. O si la dejaba acostada y arropada. Porque, con la que está cayendo, lo mismo se resfría.

Era lo potencialmente más excitante, a priori, del debate.

Ironías aparte, sí me gustaría escuchar algo sobre esto: Después del ya célebre 15-M, ¿vendrá el 15-N? ¿Influirá en las elecciones? ¿Habrá una cantidad significativa de sobres en las urnas que, en vez de papeletas, incluyan rajas de chorizo, como se dice en los mentideros? O, quizá, serán UPyD e IU quiénes consigan capitalizar el voto del descontento…

Seguro que os estáis preguntando la razón de que haya estado escribiendo, hasta ahora, en pretérito imperfecto: no iba a ver, no tenía muchas esperanzas, no sabía sí… etcétera.

Pues porque ahora, salvo causas de fuerza mayor, sí garantizo que voy a ver el debate. Y a comentarlo. On line. Vía Twitter.

Porque voy a estar con la gente de Efecto Global y un buen grupo de tuiteros granadinos, analizando la previa, el desarrollo y el post debate, así, en plan futbolero.

Y con Luis Salvador y José Torrente, dos buenos y ejemplares políticos on line.

Y no. No es que por verlo en compañía tenga mayores expectativas en el debate. Es solo que, en compañía, espero que sea más divertido.

¿Nos seguimos y leemos?

¡El lunes! ¡En Twitter! Hay que estar atentos al hashtag #debatweetGr

Jesús tuitero descreído Lens

Hace tres, dos y un año; también blogueamos, tal día como hoy: 2008, 2009 y 2010.

¿Dónde estaba la blasfemia?

A mí me gusta hacer las cosas bien así que, cuando me di de alta en Amazon, no me limité a hacer una compra sino que rellené todos los datos de mi Perfil, tal cuál eran exigidos por la web.

En esto de Internet, yo soy muy disciplinado.

Como he contado esta mañana, me hacía ilusión ver que la web vende libros de dos Jesús Lens, padre e hijo.

El caso es que, animado y después de rellenar las casillas con el nombre, fecha de nacimiento (espero que me regaléis cositas de Amazon cuando llegue el día de mi cumpleaños), dirección y demás, Amazon nos pide que nos “describamos” como clientes, que digamos algo sobre nuestros gustos.

Yo escribí lo que sigue:

“(Me gustan) La novela y cine negro, las grandes series de televisión que están revolucionando el medio, westerns, jazz y música africana.”

Y cuando le dí a “Enviar”, el sistema no me dejó seguir, por la siguiente razón:

Corrige los errores en los campos que se indican. Cuando hayas terminado, haz clic en “Terminar” para volver a enviar la información.

*(1) El texto introducido no puede contener blasfemia.

¡Blasfemia!

Volví a leer el texto, aunque estaba seguro de no haber blasfemado. De hecho, desde que mi tía me afeara una vez que usara una interjección poco apropiada, procuro no usar expresiones que desagraden a las personas con creencias.

¿Me podéis decir dónde está la blasfemia?

Primero me puse en clave capitalista y antimarxista: ¿sería posible que Amazon no permita que hablemos de revoluciones?

Cambié “revolucionando” por “ennobleciendo”, en clave Francia pre-guillotina, dí a “Enviar” nuevamente y… ¡error! Seguía blasfemando.

Entonces pensé que, lo mismo, Amazon consideraba que nombrar a África en su web era algo de mal gusto.

Pero tampoco.

Y entonces lo vi claro.

¡Por favor!

Vivimos en el imperio de lo políticamente correcto y lo auténticamente inadmisible es escribir “negro”.

Así que tuve que sustituir “negro” por “policíaco”, sin dejar de sorprenderme por la mentecatez y la sandez de según qué cosas.

En fin.

Jesús negro blasfemo Lens

¿Blasfemaríamos los tres últimos 5 de noviembre? Comprobémoslo: 2008, 2009 y 2010.

¿Crisis por bribonería colectiva?

Sí. Los de arriba son culpables. ¡Démoslo por descontado! Pero, ¿Y los de en medio? ¿Y los de abajo?

En nuestra encuesta de la Margen Derecha, un 63% de los votantes no creían tener culpa alguna de la crisis que nos azota.

¡Abrumadora mayoría!

Hace unos días comentábamos la intervención de Amando de Miguel en el Aula de Cultura de IDEAL, en que decía que todos tenemos nuestra parte de culpa en la crisis.

Las reacciones fueron furibundas. Tanto que me recordaban al célebre “¿Seré yo, Señor, seré yo?” del célebre chiste de la Última Cena, Jesuscristo y Judas.

Este fin de semana podíamos leer un espectacular e incendiario artículo en Babelia: “Yo no he sido”, de Javier Gomá Lanzón.

Aunque lo hayamos linkado, no me puedo resistir a transcribir algunas de sus perlas:

En los últimos quince años el tenor de vida de los españoles se ha parecido mucho al del nuevo rico, pero sin su riqueza. El dinero barato y fácil, junto a un juego perverso de emulación inversa -yo en todo igual o más que mi amigo, mi vecino, mi cuñado, mi compañero de trabajo-, hizo aflorar nuestro grosero apetito de bienes consumibles, que reclama una satisfacción inmediata, sin tolerar demora. Y pedimos préstamos bancarios, que permiten una rápida gratificación y una devolución retardada. Al hacerlo, la ostentación nos hacía parecer más ricos a los ojos de los demás, pero en la realidad éramos más pobres porque nuestra deuda crecía. Aun así no permitimos que la realidad nos estropeara la fiesta. Compramos una vivienda familiar, más un apartamento en la playa; reformamos la cocina; nos encaprichamos de algún cuadro de pintura contemporánea; nos aficionamos al buen vino y a los gadgets tecnológicos; visitamos lejanos países y celebramos a lo grande, sin ahorrar gastos, la boda de nuestra hija. Un amigo me contaba que no hace mucho un sacerdote, durante una homilía de primera comunión, hubo de exhortar a los padres que lo escuchaban a que no solicitaran una ampliación de hipoteca para financiar el banquete…

Ahora la crisis ha roto el jarrón en mil añicos y no podemos pagar todas las facturas ni devolver el dinero que un día nos adelantaron a condiciones pactadas. ¿De quién es la culpa? De los políticos, de los bancos, de los mercados, de los fondos de inversión, qué sé yo. En todo caso, yo no he sido. Durante aquellos alegres años, pedimos a los alemanes que nos prestaran su ahorro para comprarnos los todoterrenos que fabricaban los alemanes. Hete aquí que ahora no tenemos dinero para devolver lo prestado. ¡Malditos alemanes!

Y seguimos:

La crisis ha disparado súbitamente el índice de culpabilidad de los otros. En nuestras conversaciones privadas y en la opinión pública se repiten las palabras de menosprecio hacia nuestros políticos. Son tan gruesas que se diría que éstos merecen ser vendidos como esclavos trans Tiberim. Al llamarlos incompetentes y mediocres y al culpabilizarlos de nuestra frustración nos reconciliamos con nosotros mismos y sentimos nuestra superioridad moral. Ahora bien, nada nos autoriza a pensar que los políticos sean una raza aparte, una cepa genética nueva traída por un meteorito desde Urano: son como los demás, vienen de la ciudadanía y vuelven a ella. No voy a ensayar ahora una desesperada apología de los políticos y desde luego muchos banqueros y financieros merecen pasear por la plaza pública con grandes orejas de burro. Que hay sobradísimos motivos de indignación, nadie lo duda; que escandaliza ver a tanta gente sufrir injustamente, tampoco. Pero la distinguida ciudadanía, ¿no tiene nada que reprocharse? ¿Nada que reflexionar sobre ese tren de vida dispendioso, pródigo, gárrulo, autocomplaciente, imprudente, antiestético exhibido largos años? ¿Es todo, absolutamente todo, culpa del otro?

El jarrón roto de la crisis está promoviendo reformas de las instituciones políticas, financieras, educativas. Bienvenidas sean, pues conocemos la inmensa influencia social de un marco institucional y regulatorio favorable. Pero cuando parte de la crisis obedece a la generalización de hábitos torpes y vulgares que convierten al ciudadano crítico en consumidor ávido -y uno que en lugar de gastar su propio ahorro ganado con esfuerzo y tiempo pide prestado alegremente el de los demás-, cabe preguntarse si no estaremos reformando las instituciones para que el ciudadano no tenga que reformarse a sí mismo y, como el niño de la pelota, pueda seguir culpando al perro o al viento de sus errores. Si así fuera, no quedaría jarrón por romper.

Es muy duro. Sin duda. Pero creo que tiene más razón que un santo. ¡Estamos pagando los platos rotos de un festín de bribonería colectiva en el que unos comimos más que otros, pero en el que todos quedamos saciados, ahítos e indigestados, al borde del vómito que, obligatoriamente, terminó llegando!

Y tú, ¿cómo lo ves?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿Y en 2008, 2009 y 2010, tal día como hoy, fuiste tan reventón?