LEESCRIBIR

Una de las cosas que más me gustan de nuestro Club de Lectura es la apasionada defensa que hace Ignacio Midore del acto de leer. Por una parte, le quita cualquier consideración elitista, especial o superlativa. ¡Leer no es más que coger un libro, abrirlo y disfrutar con lo que el autor ha escrito!

Por otra, Ignacio eleva la lectura al nivel de una de las Bellas Artes, convirtiendo al lector, a todos y cada uno de ellos, en una prolongación del propio escritor, en un personal, subjetivo e imprescindible intérprete de cada una de sus obras.

Leer, por tanto, se convierte en una forma más de escribir y aprender a leer y más allá de la alfabetización, nos convierte en leescritores.

Siempre he sospechado, mucho, de los escritores que dicen no tener tiempo para leer. ¿Merece la pena escribir si no te deja tiempo para leer? De hecho, ¿se puede escribir sin leer, sin haber leído?

A mí me gusta leer. Y adoro escribir. Y viceversa. A veces, cuando estoy felizmente enfangado, escribiendo un libro, un cuento o un reportaje, me duele no disponer de tanto tiempo como me gustaría para leer. O para ver películas. Y, por lo mismo, cuando me pego una tarde entera tirado en el sofá, entre lecturas y cine, me siento culpable por no estar produciendo.

Somos lo que hemos leído

De un tiempo a esta parte, sin embargo, desde que Midore me ha inoculado el venenoso concepto de “re-escribir a través de la lectura”, me paso las horas muertas, leyendo más vivo que nunca, sin sentirme culpable por mi baja productividad, dándole a la tecla. Me siento más creativo, más atento. Las lecturas me aplican mejor y veo un poco más allá que antes, cuando tengo un libro entre las manos.

Crear leyendo.

¡Por eso nos gusta tanto un buen libro! No es sólo porque el autor nos presenta a un puñado de personajes y nos involucra en sus vidas, obras y milagros, sino también porque nos necesita a nosotros, a los lectores, para recrearlos y darles vida. El autor necesita de nuestros ojos para que sus personajes se deleiten ante los paisajes por los que pasean. Necesita nuestros oídos para que escuchen el jazz que tanto les gusta o para que sientan el terror producido por las llantas de un coche que intenta frenar a toda velocidad mientras se abalanza sobre un pobre peatón… El escritor, en fin, necesita de nuestras papilas gustativas para que la fabada que se come el protagonista tenga fundamento y para que la piel que acarician sus manos sea suave y tersa o áspera y ajada, dependiendo de la ocasión.

Así, el día en que el lector está en baja forma, los personajes disfrutan menos de sus hazañas y aventuras. El amor les golpea con menos intensidad y las comidas son menos reconfortantes y sabrosas. ¡Qué gran responsabilidad, por otra parte, la de ser un buen lector!

¡Y qué bueno, este otoño, que aprendimos lo que es la leescritura!

Jesús Leescritor Lens

PD.- Si aceptamos que esto es así, ¿deben los autores escribir pensando en los lectores o, sencillamente, tienen que seguir su instinto, arte y oficio? Y, llegado el caso, ¿qué es y cómo se hace, lo de escribir “pensando en los lectores”?

DESCONTROLADO

Hace unas semanas nos vengábamos, literariamente, de este payaso. Hoy, tras mostrar esta perplejidad, ajustamos letras con los tipos más odiados del momento.

A ver si os gusta y divierte este sencillo capricho:

– Y, se pongan como se pongan, tenemos que defender nuestros derechos. Es lo que, históricamente, hemos hecho los trabajadores. Y si hay que hacer huelga, se hace. Si hay que empezar perdiendo, para después ganar, ahí estaremos. En el tajo. Luchando. ¿Qué se han pensado esos explotadores? ¿Qué nos van a doblegar? ¿Qué van a poder con nosotros? No saben. Es que ni idea tienen de con quiénes han topado.

Antonio José soltaba esa incendiaria soflama en el salón de su flamante loft de San Sebastián de los Reyes, con dos niveles y jardín privado, a solo diez minutos del aeropuerto de Barajas en que trabajaba, desde hacía diecisiete años, como controlador aéreo.

Y la soflama se la estaba endilgando a su hijo, Borja, ambos sentados en el Divatto anatómicamente adaptado que le hicieron por encargo, frente al Bang & Olufsen que, a nada que subías al sonido, atronaba la casa con los graves más brutales que jamás se escucharon en España. Hablaban, después de comer, frente a la severidad de la mirada de un cuadro muy especial: el Portrait No.2-90 de Saura que Antonio José pudo adquirir en una subasta, hacía unos años, para celebrar el convenio que sus representantes habían conseguido firmar con Aena y el gobierno.

– Pretender que perdamos poder adquisitivo es, sencillamente, una quimera. Y que incrementemos la jornada laboral. Van listos. Con el estrés que tenemos, la responsabilidad de nuestro trabajo y la tensión a que nos tienen sometidos.

Borja callaba. Era lo mejor. Cuando a su padre le salía la vena sindicalista, era lo único que se podía hacer. Una vez le comentó lo extraño que se le hacía verle hablando como si fuera un minero o un obrero de la construcción vestido de Armani, y estuvo un mes sin dirigirle la palabra. Y sin darle un euro, que era peor.

Esa noche llegaba Angelique, su novia belga, y Borja quería tener la fiesta en paz. Venía para compartir el Puente de la Constitución, que no se habían visto desde el verano. Y la separación le dolía como si le hubieran amputado una pierna. Que ya se sabe, a la edad de los Erasmus, lo mal que se llevan los alejamientos forzosos.

– Bueno, no estés inquieto. Ya verás como el decreto aprobado por el gobierno es recurrido y no termina por entrar en vigor.

– No pensarás que vamos a entrar en el juego del gobierno ¿verdad?

– ¿Qué quieres decir?

– Dentro de un rato lo vas a saber. Pero te aconsejo que llames a Angelique y le digas que no se moleste en ir al aeropuerto.

– ¿Cómo?

– Borja, hijo, no puedo decirte más. Pero es mejor que lo sepas: Angelique no va a pasar este Puente con nosotros.

Efectivamente. Angelique no pasó el Puente en Madrid. Pero eso no significó que Borja y ella no disfrutaran de aquellos días juntos. Porque el polluelo, tras confirmar que su padre y sus compañeros iban a secundar una huelga ilegal que cerraría el espacio aéreo español por un tiempo indeterminado, preparó el petate, arrambló con todo el dinero que encontró en la casa paterna, cogió las llaves del coche de Antonio José y salió rumbo a Brujas, a dónde llegaría, extenuado, un par de días después, tras verse obligado a atravesar por carretera media Europa, helada y arrasada por un gélido frente frío.

Meses después, Antonio José mandó una carta a su hijo, a una dirección de Brujas en la que le dijeron que recibía correo postal. Entre otras cosas decía lo siguiente:

“Como sabes, nuestra huelga consiguió terminar de socavar a un gobierno que ya estaba tocado del ala. La convocatoria anticipada de elecciones trajo el triunfo del partido de la oposición, con el que nos fue más fácil negociar. Entre otras cláusulas, conseguimos que nuestros familiares tuvieran derecho al uso de la tarjeta que te acompaño, para viajar gratis e indefinidamente en cualquier compañía aérea. Espero que la aceptes como signo de paz y la uses para venir a casa, que podamos hablar y arreglar las rencillas pendientes.”

Por toda contestación, Borja le envió un folio manuscrito en el que, bajo una reproducción del cuadro de Saura, había añadido lo siguiente:

“Querido Padre. ¿Te acuerdas que siempre dijiste que lo que más atraía de este cuadro era el misterio de su mirada, el enigma sobre lo que querrían decir sus ojos?

Creo que, a lo largo de estos meses, he conseguido averiguarlo.

En dos palabras: “Eres gilipollas”.

E incluyó la tarjeta de vuelos indefinidos, decorada con un artístico graffiti:

Jesús Vendetta Lens

ESPAÑA: ESTADO DE ALARMA

Ea. AQUÍ, nuestra venganza literaria contra los controladores descontrolados. A ver si os divierte.

Desde que ayer empezaron a llegarme mensajes al móvil, comentando la locura desatada en los aeropuertos españoles, no podía dar crédito. Por la noche, sentados en ese exquisito local que es “El gato montés” de Monachil, estábamos escuchando a Martín Favelis tocar al piano un montón de canciones distintas y espectaculares, de «El Padrino» a clásicos del western como “El bueno, el feo y el malo” o “Los siete magníficos” (qué torrente de emociones, escuchar este temazo). Mientras, el caos se extendía por toda España. ¡Qué sensación tan extraña! Era como estar en una nube, en un limbo, refugiados del intenso frío exterior, a salvo de la mafia aérea, bebiendo vino y margaritas, escuchando música, después de haber estado por la tarde paseando por el Albaycín y fumando una cachimba.

Y llegó el mensaje definitivo: el ejército tomaba el control de los aeropuertos.

“¿Cómo hemos llegado a esta situación?” –se preguntaba Don Corleone, precisamente en “El Padrino”, cuando una guerra de bandas se había llevado por delante a su hijo Santino, Sonny.

Esta mañana, pegado a la tele, se me descuelga la mandíbula al escuchar que se ha declarado el Estado de Alarma en nuestro país, por primera vez en la historia de la democracia.

Cientos de miles de personas están secuestrados en los aeropuertos españoles. ¿Qué os voy a decir sobre la impotencia que siento, aunque esta vez no hubiera tenido previsto viajar y, directamente, no me afecta la salvaje huelga de los Controladores?

Escucho a un representante del PP, que aprovecha para zarandear al gobierno y a ZP, claro. Y alaba la “actitud cívica” de los ciudadanos. Y es verdad. Hay que mantenerse firmes y serenos. Aunque, por dentro, una palabra es la que se abre paso en las tripas: Vendetta!

VENDETTA!

No sé.

No sé en qué terminará todo esto. Pero hoy, España está en vilo. Otra vez. Cuando no es el acoso de los mercados y los especuladores, son los controladores de AENA.

Chantaje, latrocinio, vergüenza, corrupción…

¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? ¿Qué sucede?

Jesús Perplejo Lens

PD.- Parece que, una vez militarizados, los Controladores ya no son tan gallitos y valientes y vuelven al tajo. ¡Qué asco! ¡Qué vergüenza!

PD II.- PSOE y PP, machacándose mutuamente, por cuenta de la Mafia de los Controladores. ¡Qué pena! ¡Qué tristeza!