BOABDIL

A lo largo del fin de semana hemos trabajado intensamente en este reportaje para IDEAL, páginas 46 y 47 de la Sección Vivir. Viene firmado por mí, pero sin la ayuda y la colaboración de José Antonio, Jomanalle y Claro, no habría salido como ha salido. Gracias, colegas.
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PD.- Si les interesa la historia, digan en sus Comentarios qué les parece Boabdil, ¿un vendido o una persona valiente y consciente que salvó el patrimonio de Granada, Alhambra incluida? Encuesta en la margen Derecha
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“Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. Así ha pasado a la historia Boabdil, conocido como el último rey moro, ése que, a la altura de dónde hoy se ubica Otura, marchando al sur, exiliado, hundido por el peso de ocho siglos de una historia que llegaba a su fin, giró la cabeza sobre sus hombros y exhaló el famoso suspiro que sirvió para bautizar uno de los más conocidos parajes granadinos.


Ahora, un proyecto ha vuelto a poner en candelero la figura del último rey nazarí de Granada. Se trata de la película que Antonio Banderas pretende poner en marcha y de la que ha hablado estos días en Granada, haciendo que el nombre de Boabdil vuelva a protagonizar las conversaciones de las personas de nuestro entorno.

El actor malagueño, que ya tiene escrito un guión para su película y anda buscando financiación para poder rodar la misma en árabe y español, en vez de en ese inglés universal que parece abrir todas las puertas, ha visitado diferentes escenarios históricos de la Alhambra como, por ejemplo, la famosa Puerta de los Siete Suelos en cuyo exterior, Boabdil rindió la Alhambra a los Reyes Católicos.

Pero ¿quién fue realmente Boabdil? ¿Fue el llorica melancólico que ha terminado pasando a la historia o, quizá, hay que estarle agradecido por rendir Granada y la Alhambra de forma pacífica, evitando un innecesario baño de sangre y la hipotética destrucción de los palacios nazaríes en una postrer contienda sinsentido?

Posiblemente, Boabdil fue ambos, pero también fue ninguno.

Porque la historia es, siempre, mucho más compleja de lo que se acostumbra a recordar a través de los tópicos y las leyendas. Así, por ejemplo, todo el tema de la supuesta Invasión de España por parte de los musulmanes y la consiguiente Reconquista por parte de los españoles no fue, ni mucho menos, esa sucesión de heroicas batallas que nos cuentan los cantares de gesta, los romances y las leyendas transmitidas de padres a hijos desde tiempos inmemoriales.

Ocho siglos de historia dan para mucho más que para contiendas, escaramuzas y guerras. Las fronteras de los distintos reinos fueron cambiantes, móviles y, por supuesto, permeables. Las relaciones entre los teóricos invasores y los supuestos oriundos fueron, evidentemente abundantes, feraces, habituales y, en muchos casos, difíciles y contradictorias.

La realidad de la biografía de Boabdil, el Rey Chico, nos puede servir como inmejorable ejemplo de la complejidad de esas relaciones. Aunque no sea momento ni lugar para trazar una completa, ni mucho menos compleja biografía del personaje, hay determinados pasajes de su vida que nos pueden servir para ilustrar la realidad política, personal y familiar de los protagonistas de la historia en los años del final del Al Andalus.

Comenzaremos por reseñar una interesante paradoja: en realidad, las luchas en las que Boabdil puso más empeño y en las que tuvo más éxito fueron, precisamente, las que sostuvo contra su padre, Muley-Hacén, y contra su tío, conocido como El Zagal. Boabdil derrocó a su padre del trono de Granada, aprovechando el descontento de los vecinos del Albaycín por las cargas impositivas con que les gravaba el monarca, contando para ello con el apoyo de los Abencerrajes, por instigación de su madre.

En la historia del Rey Chico, más allá de su famosa frase, Fátima tuvo una enorme importancia. Esposa de Mulay-Hacén, Fátima fue una mujer despechada que nunca pudo soportar que su marido la relegara de su lado, en favor de Isabel de Solís, una hermosa cristiana conversa que adoptó el nombre de Soraya. Aprovechando que el rey tenía la cabeza más en el disfrute de los placeres sensoriales que en la política de estado, Fátima estimuló el descontento popular de los nobles granadinos e instigó a su hijo a derrocar a Mulay-Hacén.

Una vez en el trono, Boabdil luchó con escasa fortuna contra los cristianos, quienes le obligarían a enfrentarse con El Zagal, su tío carnal, y contra los zegríes, enemigos acérrimos, a su vez, de aquellos Abencerrajes. Estas guerras civiles e intestinas fueron parte de la célebre política de los Reyes Católicos, basada en una máxima de probada eficacia a lo largo de la historia: divide y vencerás.

Y es que Boabdil, como estratega y comandante en jefe de los ejércitos nazaríes, demostró ser un auténtico desastre. El 21 de marzo de 1483, los musulmanes habían infligido a los cristianos una severa derrota en la Axarquía malagueña lo que condujo al joven e inexperto Rey Chico, que apenas llevaba un año en el trono de Granada, a intentar ganarse el honor y la gloria a través de una campaña bélica en territorio cristiano.

El objetivo: Lucena, una plaza mal defendida, cuyo comandante en jefe era un joven de diecinueve años llamado Diego Fernández de Córdoba. El 20 de abril de 1483, un muy bien pertrechado ejército nazarí chocó con las sorpresivamente reforzadas murallas de la ciudad cordobesa. La delación de un musulmán granadino hizo que se perdiera el efecto sorpresa del ataque de Boabdil, cuyo ejército agonizante terminó de ser diezmado por las tropas del Conde de Cabra, advertido de las intenciones de los nazaríes.

No sólo se quedó sin su ejército sino que, en la batalla, Boabdil perdió al célebre capitán de Loja, Alí al-Attar, que además era su suegro. Pereció, igualmente, buena parte de la aristocracia granadina y el propio monarca granadino fue hecho prisionero. Aquí es dónde comenzó la total y definitiva caída de Granada.

Porque, para ser liberado, Boabdil aceptó unas condiciones no sólo humillantes por la cantidad de riquezas que tuvo que entregar a los cristianos, sino que, sobre todo, fueron demoledoras para el destino del reino nazarí de Granada: en 1486, el Rey Chico aceptó volver a gobernar, Granada ocupada por su padre en el interín, en calidad de vasallo de Fernando el Católico, pasando Granada a ser reino tributario de una Castilla que se quedó con todos los dominios que correspondían a Muley-Hacén. Además, como ya dijimos antes, Boabdil tuvo que luchar contra su tío Al Zagal y los zegríes.

En los meses siguientes, los Reyes Católicos aprovecharon para avanzar sus posiciones y preparar su cerco contra Granada. En la primavera de 1491 se instalaron los campamentos junto a la vera del río Genil, en lo que poco después se llamaría Santa Fe, y la reina Isabel juró no lavarse hasta que cayera Granada. La suerte estaba echada y aunque las conversaciones con Boabdil hacían presagiar la rendición de la ciudad para la primavera de 1492, los acontecimientos se precipitaron y, al amanecer del día 2 de enero de 1492, Boabdil entregó las llaves de la Alhambra a Don Gutiérrez de Cárdenas, ondeando en la Torre de la Vela, desde entonces, ese pendón de Castilla que simbolizaba el sayón sanguinolento de la Reina Isabel, motivo que inspiraría, tiempo después, el grana y oro de la bandera de España.

Boabdil inició su exilio a las Alpujarras, cuyo señorío le había sido concedido por los Reyes Católicos. Posteriormente, se trasladaría a la ciudad de Fez, donde mandaría erigir castillos de inspiración andalusí y donde fallecería en torno a 1530.

Hasta aquí, las dimensiones bélica y política de la biografía de Boabdil. Sinceramente, no sabemos el tratamiento que Antonio Banderas le ha dado a las mismas en su guión para la película que quiere filmar sobre el último rey musulmán de Granada. De hecho, el único tono posible y razonable para esta historia tendría que ser necesariamente crepuscular. Una visión heroica o elegíaca de la vida de Boabdil resultaría altamente improbable e históricamente de lo más dudoso.

Sin embargo, un tratamiento crepuscular sí que serviría para reflejar el final de una cultura, Al Andalus, que daría paso a otra totalmente distinta. La reivindicación de la dimensión trágica de la figura de Boabdil, uno de los grandes perdedores de la historia de España, sí que haría ganar muchos enteros al proyecto de Banderas. Pero, por lo general, los tópicos del cine histórico, van por otros derroteros…

Ahora bien, ¿qué sería de una película histórica sin una bonita historia de amor? En la vida de Boabdil sólo hubo lugar para una mujer: Morayma, hija de Aliatar, a la que conoció en Loja, de la que se enamoró locamente, a la que convirtió en su esposa y sultana y con la que convivió hasta su fallecimiento, en Láujar de Andarax, durante su exilio forzoso de Granada.

No fue, sin embargo, una relación sencilla. Entre batalla y batalla, Morayma se consumía en soledad. Máxime cuando los Reyes Católicos secuestraron a los hijos de la pareja para forzar a Boabdil a luchar contra su tío y, después, rendir la ciudad de Granada. Así describe el Conde de Benalúa uno de los momentos en los que la pareja se separaba, cuando el monarca partía para la guerra: “Es tradición que Morayma, anegada en lágrimas, vióle partir desde el alto de un torreón, inmóvil, como la imagen del dolor, y no apartó su vista de aquel ejército hasta que los torbellinos de polvo desaparecieron en el horizonte de la vega».

Paradójicamente, cuando el Rey Chico marchó a su exilio alpujarreño, su vida familiar debió ser especialmente feliz. La familia pudo reunirse y la pareja de monarcas destronados consiguió recuperar a sus hijos. Sin embargo, no duró mucho la alegría. Apenas pasados unos meses de la marcha hacia sus dominios alpujarreños, no sólo falleció Morayma sino que Boabdil se vio obligado a enterrar a uno de sus hijos.

Es más que posible que, devastado por el dolor, el Rey Chico decidiese marcharse a Marruecos e instalarse en Fez, intentando sepultar a base de kilómetros y distancia el sufrimiento provocado por el recuerdo de su mujer fallecida. De hecho, aunque volvió a guerrear y batallar, recuperando un cierto impulso vital en su existencia, jamás volvió a contraer matrimonio con mujer alguna.

Hasta aquí, un breve resumen de la vida de Boabdil. ¿Hay o no hay una historia que contar? Por supuesto que sí. Aunque, para saber si el proyecto es solvente, habrá que atender, sobre todo, al tono que el guión conceda a la figura del Rey Chico. Antonio Malpica, Director del Departamento de Historia, Toponimia y Arqueología del Reino de Granada, considera que el proyecto de Banderas será un acierto siempre y cuando se centre en el declive del reino de Granada y en el final de una época, más que en los avatares de la figura de un personaje que no es sino un gran perdedor. Si el guión presta atención a la realidad social y política del momento, puede resultar una película de lo más atractiva. Si se basa en la mitología sobre Boabdil y nos presenta a un monarca lloroso en las lomas de Otura, el resultado sería mucho menos interesante. Un guión, además, que será examinado con lupa, más allá de lo políticamente correcto. Por ejemplo, ¿estarán bien utilizados los gentilicios que distinguen a los árabes, de los moros y los granadinos nazaríes? ¿Estaremos ante un ejercicio de reivindicación de la Alianza de Civilizaciones, cinco siglos antes de su propuesta ante la ONU? Interesantes dudas e incógnitas que, esperamos, se vayan despejando en los próximos meses.

Hay quién piensa, sin embargo, que la figura de Boabdil no tiene la dimensión humana e histórica de otros personajes que, como León el Africano, serían merecedores de un proyecto de la enjundia del que está preparando Antonio Banderas. El Rey Chico, ni fue un militar brillante que permita reivindicar la dimensión épica de su biografía, ni un ilustrado hombre de letras o ciencias que aportara nada perdurable a la historia de la humanidad. Sencillamente, le tocó vivir una coyuntura compleja, de la que terminó escapando con más pena que gloria.

La sabiduría popular atribuye a los chinos la invención de una célebre maldición: “Te deseo que vivas tiempos interesantes”. Parece que, en el caso de Boabdil, la misma se cumplió a rajatabla.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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CENTAUROS DEL DESIERTO

El pasado año se celebró el cincuenta aniversario de la que es, posiblemente, mi película favorita. Hoy quiero recordar este artículo, publicado en IDEAL. El jueves se entenderá el porqué, hoy recordamos este artículo.

(Si no han visto la película, en vez de perder el tiempo con esta entrada y con los vídeos que la acompañan, deberían busca una copia y disfrutar de lo mejor del séptimo arte…)

Este artículo está dedicado a mi padre,
que me enseñó a amar el cine.

En su “Recorrido personal por el cine norteamericano”, el conocido director Martin Scorsese, hablando de “Centauros del desierto”, señalaba que, tras años de búsqueda, cuando Ethan finalmente encuentra a su sobrina, secuestrada por los comanches siete años atrás, no se sabe si la va a matar o la va a salvar. Insiste en que no hay que esperar un final feliz, ya que Ethan no encontrará ningún hogar o familia al final del camino. Ethan está maldito, condenado a seguir siendo un ser errante, destinado a vagar eternamente por el mundo.

Y es que pocos finales de una película han hecho derramar tantos ríos de tinta a lo largo de la historia como esa memorable secuencia en que, después de que todos los protagonistas hayan entrado en casa, por parejas, muy despacio; Ethan, el personaje interpretado por John Wayne, que ha permanecido en el exterior, mirándoles, se da la vuelta y, con un andar entre pausado y desganado, dirige sus pasos de nuevo hacia el horizonte mientras la puerta de la casa se cierra para él y las palabras “the end” aparecen en pantalla, mientras las voces del grupo “The sons of pioneers” comienzan a desgranar la canción de Stan Jones, compuesta para la película:

¿Qué lleva a un hombre a vagar?
¿Qué lleva a un hombre a vagabundear?
¿Qué lleva a un hombre a dejar su cama, montar su caballo
y volverse a casa?
Cabalga lejos, cabalga lejos, cabalga lejos.

Se cumplen ahora cincuenta años del estreno de “Centauros del desierto” una de las grandes obras maestras imperecederas de ese genio del cine llamado John Ford. Cincuenta años que no han restado un ápice de fuerza y emoción a un western de una intensidad arrebatadora que, a través de unas imágenes de una belleza sin igual, nos cuenta la obsesiva búsqueda de una joven secuestrada por los indios, protagonizada por su tío, el enigmático y atormentado Ethan, y por su hermano de adopción, un mestizo llamado Martin.

En “Centauros del desierto”, la historia de un largo y complicado viaje por todo el Suroeste de los Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión, John Ford traslada al universo del western, al espectacular decorado natural del Monumental Valley, el mito del eterno retorno, subiendo a lomos de caballo el célebre aforismo de Pompeyo: “Vivir no es necesario; navegar sí.”

Y es que estamos ante una de las películas más importantes de la historia del cine, uno de esos títulos fundacionales que consolidaron toda la mitología del western y algunos de sus iconos esenciales, como el del viejo pistolero solitario y errabundo o el de esa camaradería que sólo puede surgir entre dos personas que cabalgan, una junto a la otra, durante semanas y meses, durmiendo al raso y teniendo que vencer todo tipo de peligros y dificultades.

El racismo y las siempre difíciles relaciones con los indios, el Séptimo de Caballería, las secuelas de la Guerra de Secesión, los amores frustrados e imposibles, la necesidad de venganza, la contradicción entre seguir el camino o volverse a casa, entre continuar la búsqueda o rendirse, entre seguir esperando el retorno del ser querido o renunciar a él y casarse con otro…

Son tantos los temas que John Ford aborda en “Centauros del desierto” que, cada vez que vuelves a ver la película, le encuentras detalles, giros y aspectos nuevos, distintos y, sobre todo, hermosos. Como el cariño con que Martha dobla y acaricia el capote de Ethan ante la comprensiva mirada del singular reverendo interpretado por Ward Bond.

La mirada de Ethan, perdida en el horizonte, impotente, mientras seca el sudor de su caballo, sabiendo que no va a poder ayudar a su familia en peligro. O diálogos tan sugestivos como éste:

– “Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?
– No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…
– Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?
– El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.”

“Centauros del desierto”, además, nos depara, posiblemente, la mejor interpretación de la larga carrera John Wayne. Su Ethan es tan duro e implacable como tierno y socarrón. Tan sólido y frío cuando dispara contra los indios como sensible y vulnerable cuando tiene que enterrar a una de sus sobrinas, con sus propias manos. Una personalidad compleja y contradictoria que llega al paroxismo cuando, por fin, encuentra a la pequeña Debbie, convertida en una hermosa comanche.

Y, como decía Scorsese, no se sabe si la va a salvar… o la va a matar, he ahí la gran tragedia de una excepcional película que, a sus cincuenta años de edad, sigue emocionando al espectador, sacudiéndole en su asiento, hablándole de algunos de los temas que preocupan al hombre desde el inicio de los tiempos, haciendo que se le salten las lágrimas cada vez que la ve.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CRISIS vs. POBREZA

Hoy tenemos en IDEAL las siguientes reflexiones sobre la Crisis y la Pobreza. Pero, además, les invito a que lean las reflexiones que, hoy más que nunca, mi Alter Ego José Antonio Flores publica en la misma página del periódico: Capitalismo herido.

Se calcula que, con 125.000 millones de dólares, se erradicaría la pobreza extrema en el mundo. El economista Jeffrey Sachs, autor del excelente y esencial libro “El fin de la pobreza”, publicado por la editorial Debate, lo ha cifrado exactamente, a través de un riguroso y apasionante estudio que, dejando atrás las abstracciones de siempre, demuestra que, si queremos, podemos. Y así se subtitula, precisamente, el libro de Sachs: “Cómo conseguirlo en nuestro tiempo.”


A lo largo del tiempo, cada vez que se han planteado estas cifras y estas necesidades, a todos se nos ha venido a la boca una palabra: utopía. Estemos más o menos concienciados por el problema de la pobreza en el mundo, siempre nos hemos refugiado en las excusas más peregrinas para justificar nuestra imposibilidad terminar con una lacra que, en el siglo XXI, resulta inconcebible.

Por si no queremos perdernos en las macrocifras, recordemos, a título de ejemplo, que por el precio de dos SMS, un niño del Malí comería tres veces al día, en vez de esa única comida a base de mijo que hace ahora. Que unas Nike cuestan lo que dos años de escolarización de ese mismo niño o que un profesor gana 120 € al mes.

Y, sin embargo, estos meses nos están sirviendo para llevarnos un restregón de realidad que, la verdad, no sé si nos hará abrir los ojos o, por contra, nos llevará a cerrarlos total y definitivamente. La crisis, ya lo sabemos todos, ha dado cerrojazo el mercado interbancario y la falta de liquidez ha provocado un contagio sistémico de pánico, poniendo en jaque al sistema capitalista en su conjunto.


Aún así y de momento, no parece que nadie se haya suicidado, como ocurriera el año 29, tirándose desde un rascacielos. Han desaparecido cientos de miles millones de euros, vale. Pero parece ser dinero improductivo, virtual, ficticio, como el del Monopoly. La crisis, en fin, parecía haber hundido un castillo de naipes insostenible, cimentado en pies de barro.

Y, así las cosas, ¿cómo han reaccionado nuestras autoridades?

Pues de una manera muy curiosa: poniendo en marcha, de forma inverosímilmente rápida, un plan de salvación del sistema neocapitalista que, sólo en Estados Unidos, se ha cifrado en 750.000 millones de dólares.

Bidonvilles africanas: ¿Por qué aquí no hay subprime?

Volviendo al principio de estas notas… terminar con la pobreza extrema que mata, cada año, a millones de personas, costaría 125.000 millones de dólares. Y no estamos, ni de lejos, en el camino para conseguirlo. Sin embargo, en apenas unos días, aparecen 750.000 millones, sólo en Estados Unidos, para salvar la banca.

Llámenme simplista, maniqueo, infantil, soñador, iluso… Llámenme lo que quieran, pero piénsenlo y sólo podrán llegar a una conclusión racional, harto sencilla: ¡Esto es una ignominia!


Por mi parte, estoy feliz de que se salve el sistema, no se pierdan los ahorros de la gente, podamos cobrar la nómina a final de mes y ver el fútbol el domingo. Me quedo profundamente tranquilo al contemplar que el mundo sigue girando y las Bolsas engordando. Y, sin embargo, no puedo evitar sentir rubor y vergüenza por cómo Occidente está salvando las excrecencias de un sistema corrupto hasta la médula mientras seguimos dejando que, cada cinco segundos, un niño muera de hambre en África.

Para nosotros, todo. Para ellos, nada.

Tengo esa sensación que te embarga en las noches de verano, cuando te has tomado tres sangrías y te tumbas a mirar el cielo estrellado. Empiezas a pensar en el cosmos, en las distancias siderales y en la vastedad del universo; te abrumas, te levantas y te vuelves a la orza, por otra sangría. Y a la barbacoa, por un pinchito, a charlar con algún amigo y reír con el último chiste del momento.

Así somos.

Ojalá que, al menos, la historia nos juzgue con la severidad que nos merecemos. Porque somos culpables de la muerte de decenas de millones de personas. Si no por acción, sí por omisión. Por omisión. Usted y yo. Somos culpables.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Más reflexiones sobre la Crisis: Subcrime organizada, IMG el Dólar del Pánico, y aquélla respuesta a una carta al director basada en el artículo Manda crisis.

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VENCIENDOME A MI MISMO

El sábado por la mañana me desperté temprano. Ya no tenía sueño, pero no me apetecía salir de la cama así que cogí el libro de la mesilla de noche y me apresté a terminar ese “Bomarzo” que me ha acompañado durante las últimas semanas, dentro del proyecto Liblogs.


Ya me quedaba poco para acabarlo, pero no me esperaba ese final. Concretamente, hubo un párrafo que me conmocionó y que leí varias veces, arrebujado entre las mantas. Lo reproduzco a continuación:

“El propio Samuel trazó sobre las palabras SIC ERIS FELIX, las sentencias: NOSCE TE IPSUM; VINCE TE IPSUM y VIVE TIBI IPSUM; así serás feliz: conócete a ti mismo, véncete a ti mismo; vive para ti mismo. Yo. Yo mismo, siempre yo mismo, conociéndome, venciéndome y viviendo para mí y para alcanzar la felicidad.”

Un puñado de palabras que resumen una novela de un calado extraordinario y una profundidad estremecedora. Pero no es momento, todavía, de hablar de “Bomarzo”. Porque, lo que yo quería contarles, es lo que pasó unas horas después, cuando salí a correr.

El viernes había hecho 16 kilómetros bastante potentes, con cambios de ritmo y demás y la exigente Media Maratón de Granada aún estaba muy reciente. Por tanto, el sábado pensaba despachar 13 tranquilos kilómetros. Estaba nublado, hacía fresco, tenía mucho trabajo pendiente y la tarde y la noche las tenía comprometidas con el CB Granada y el concierto de Extremoduro.

Me puse las zapatillas, una camiseta cualquiera y me eché al camino. Cuando dejé atrás la Marcha Verde de los sábados, en los aledaños del nuevo Los Cármenes e intenté alargar la zancada, vi que no iba con punch, que tendría que limitarme a rodar. En esas que salió el sol. Cuando iba por el camino de la Fuente de la Bicha, me adelantó una chica, sacándome del sopor en que iba sumido, pensando en el reportaje sobre Boabdil que había dejado a medias y tenía que terminar al volver a casa. La chica corría bien, fuerte y con ganas. Me puse a su lado y rodamos a la par unos kilómetros. Luego, ella giró hacia otro lado y yo seguí mi camino. Iba a gusto y me encontraba bien. Por tanto, no di la vuelta donde había pensado.

Seguí corriendo. Y, de forma impremeditada, decidí que era una buena ocasión de hacer 20 Kms. No iba demasiado fuerte y me encontraba con ganas. Se había quedado un día excelente y no tenía ninguna prisa por terminar. Entonces, me dije que también era una inmejorable ocasión de alargar mi carrera hasta los 25 kilómetros, haciendo la tirada más larga de mi vida como corredor. Así que decidí ir hasta Pinos, con la mente puesta en esa fuente de tres caños de agua fresca que me descubrieron mis amigos de Las Verdes.

Una decisión como ésta, mientras estás en el camino de ida, no pesa. A fin de cuentas, la mitad de 25 kilómetros son trece y medio, una distancia cómoda y muy razonable. De hecho, de una decisión tan osada te empiezas a arrepentir cuando, a los 18 o 20 kilómetros, el esfuerzo empiece a pasar factura.

A ver. No me había hidratado convenientemente. No me había alimentado cómo debiera para una tirada tan larga. Item más, ni siquiera me había echado vaselina en las partes del cuerpo que tanto sufren con el roce continuo, cuando vas corriendo. Nadie sabía que me había embarcado en esa quimera, nadie me esperaba y a nadie le importaba, claro. No llevaba un céntimo en los bolsillos, ni un teléfono, obviamente.

Tras beber agua en la fuente de Pinos y estirar los músculos durante un minuto, emprendí el camino de vuelta. No me gustan las vueltas. Soy más amigo de los caminos de ida, pero siempre hay que terminar volviendo. Y me hice, claro, la famosa pregunta con que Bruce Chatwin resumió la esencia del ser viajero: “¿Que hago yo aquí?”

La respuesta, en esta ocasión, salió sola: conocer mis límites, desafiarlos y vencerlos. Sí. Bomarzo, el gibado príncipe renacentista italiano, me había puesto, desde las páginas de un libro, en un camino duro y exigente, pero muy satisfactorio. Se me pasaron los nervios y la inquietud. A fin de cuentas, estoy viviendo para mí mismo y nadie me espera al final del camino, sea de ida, sea de vuelta. Me relajé y disfruté de la carrera.

Dos horas y media conmigo mismo, corriendo, sin sufrir, apreciando el camino, el paso del tiempo y los kilómetros. Terminé el recorrido muy cansado, por supuesto, pero aparentemente entero. Tenía bastantes rozaduras, claro. Algunas muy dolorosas. En casa, bebí agua, estiré unos músculos cargados y apelmazados y me duché. Sin embargo, al caer en el sillón, me sobrevino la extenuación de haber sometido el cuerpo a una prueba, quizá demasiado dura. Me dio tiritera, apenas podía comer y me sentí mal… pero se pasó pronto. Bebí mucha agua. Me tomé una buena ensalada con patatas, fruta y yogur y me pude poner a trabajar. Me había vencido.

No se me va la frase de Bomarzo de la cabeza. Tiene muchas connotaciones. Muchos sentidos. A quiénes, como le pasa al personaje de Manuel Mújica Lainez, la vida nos hizo físicamente complicados, vencernos a nosotros mismos es un reto que asumimos con especial dedicación. Yo conseguí, en un momento difícil de mi vida, derrotar fantasmas, vencer una timidez compulsiva y terminar con una buena cantidad de complejos. Pero la lucha continúa, día a día. Conocernos, asumirnos, pero vencernos. Lo malo es que, a veces, vencernos supone derrotarnos a nosotros mimos. Y eso no es bueno.

Dejo aquí estas notas. Pero volveré, claro que sí, sobre esta frase que, es evidente, me ha impactado. “Así serás feliz: conócete a ti mismo, véncete a ti mismo; vive para ti mismo.”

Continuará.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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