El ejecutivo y el macarra

– Entonces, ¿lo ves posible?

– Por un precio, colega. Siempre por un precio…

– ¿Qué precio?

– Joder, hermano. Teniendo en cuenta lo que tú vas ganar, cincuenta mil me parece justo.

– ¿Cincuenta? ¿Nada más? ¡Hombre, ya puestos, que sean cien mil! ¡Qué menos!

– Cuarenta.

– Diez.

– ¡Anda y vete a cagar! Por esa pasta no es solo que no movería un dedo. Es que no haría ni por pensar en moverlo.

– Mira, no tengo toda la noche. Y nunca me ha gustado el regateo. Veinte mil. Última oferta. Lo tomas o lo dejas.

– Gastos aparte.

– Gastos aparte. ¿Cuándo estará hecho?

– Si todo sale bien, a fin de mes.

– Un trabajo limpio, doy por supuesto. Sin líos, complicaciones o efectos colaterales…

– Eso, Bro, ni se pregunta.

El ejecutivo y el macarra sellaron el pacto por el viejo rito de darse la mano aunque, la verdad sea dicha, ninguno confiaba excesivamente en el otro.

 El ejecutivo y el macarra

Se volvieron a encontrar, tal y como acordaron, a primeros del mes siguiente. En el mismo bar. En la misma mesa.

– ¿Todo arreglado?

– ¿Por quién coño me tomas? ¿Por uno de esos niñatos con los que estás acostumbrado a trabajar?

– ¡Cierra el pico de una puta vez! Solo quiero verlo con mis propios ojos.

En silencio, el ejecutivo abrió su cartera de cuero y sacó la escritura de la casa que le había conseguido al macarra, en subasta judicial, tras haber movido unos hilos y tocado las teclas precisas para que el juzgado y la policía lanzaran al legítimo propietario, que había acumulado algunos impagos.

El ejecutivo, enchaquetado y encorbatado, también sacó un puñado de llaves y las arrojó sobre mesa, junto al caos de papeles que había ido desplegando.

– Toda tuya. Las cerraduras están cambiadas. Nuevas. Puertas blindadas. De las alarmas te encargas tú.

 El ejecutivo y el macarra

Las carcajadas del macarra, vestido para la ocasión con una sudadera y un medallón de oro macizo, hicieron enmudecer al resto de parroquianos. Era una de esas risas desmesuradas, de las que salpican. Como si estuviera lloviendo saliva. Y es que no podía parar de reír, pensando en la cara que pondría el payaso de su vecino, aquel pijo de mierda, cuando se enterara de quién se había quedado con su casa. ¡Con la de veces que el muy mamón había llamado a los municipales, quejándose por el jaleo que montaban sus jóvenes camellos cuando daba una de sus habituales fiestas!

Jesús Lens

Este relato es una nueva libre interpretación de uno de los Garabatos Digitales de Colin Bertholet. En este enlace y en este otro tenéis otras de esas improvisaciones.

 

¡Seguimos!