El Torreón

Lo único que tenía claro, al diseñar la nueva casa que se iba a hacer en primera línea de playa, era la necesidad de un torreón.

Porque desde allí, contemplando el mar, en silencio y desde las alturas, a buen seguro que daría rienda suelta a su creatividad, demasiado tiempo embridada por las obligaciones, los negocios y los quehaceres del día a día.

Unos meses después, durante la enésima barbacoa de la temporada, su primo le preguntó por el torreón:

En confianza: un coñazo. Al final, para lo único que me sirve es para ver el porno más tranquilo.

Mientras, su vecino, con quién no se hablaba desde que le construyera aquel mamotreto justo delante de su casa, seguía limpiando el AK47 que había comprado a un serbio de los alrededores, mientras descontaba los minutos que faltaban para la una, hora límite que él mismo se había marcado para que apagaran la música…

Jesús Lens

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Inteligencia Artificial

– ¿Sí?

– ¿Oye? ¿Antonio? ¿Eres tú?

– No. No soy yo.

– Antonio, ¿eres gilipollas o estás otra vez borracho? ¿Cómo que no eres tú?

– ¡Que no soy yo! Es decir, que sí. Que soy yo. Pero que no he sido yo quién te ha llamado.

– ¿No? ¿Y entonces, a qué debo el placer de esta surrealista conversación?

– A Siri.

– ¿A quién?

– A Siri. Mi asistente.

– ¿Qué asistente ni qué ocho cuartos, si la última vez que nos vimos me dijiste que te habías quedado sin trabajo y que prácticamente no tenías ni donde caerte muerto?

– Siri es la jodida asistente virtual del iPhone.

– Mira Antonio, no sé si echarme a reír o llamar a los loqueros para que te internen. ¿Qué pasa, que ahora tienes a una App haciéndote el trabajo sucio?

– ¡Ana, te juro que yo no quería llamarte! Pero Siri ha marcado tu número, motu propio. ¡Y mira que le he insistido en que no lo hiciera, bajo ningún concepto! Hasta he intentado quitar la batería del teléfono antes de que contestaras.

– ¿Y por qué esa negativa tan rotunda a llamarme?

– ¿Cómo?

– Sí. Que a santo de qué ese no querer hablar conmigo, ni por lo civil ni por lo criminal…

– Lo sabes. Y lo zanjamos en su momento. Porque no tengo nada que ofrecerte.

– Perdona, pero lo zanjaste tú solito. Que a mí no me dejaste ni opinar.

– Porque…

– ¿Lo ves? Ya estás otra vez interrumpiéndome.

– Lo siento. Pero es que si entonces estaba la cosa mal, ahora está peor. De hecho, no debería tener saldo y no sé cómo estoy hablando contigo. Mejor lo dejamos aquí…

– ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Un minuto. Treinta segundos nada más. ¿Serás capaz de escucharme medio minuto sin interrumpirme?

– Sí.

– ¿Lo prometes?

– Prometido.

– Me acaba de tocar la lotería. Y no. No es un pellizco, una pedrea o una miseria por el estilo. Antonio, me han caído una morterada de millones. Y estoy acojonada. Paralizada. No sabía qué hacer ni a quién acudir. No sé cómo se habrá enterado la Siri ésa, pero su llamada, es decir, tu llamada; ha resultado providencial. Así que déjate de lloriquear y ven a buscarme, a ver cómo hacemos para no cagarla esta vez. ¿Vale, asesor financiero que acaba de salir del paro?

Jesús Lens

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