‘Pirineo Noir’ nos traslada a ‘Twin Peaks’

Mientras leía las galeradas de ‘Pirineo Noir’ recordaba para mis adentros el célebre verso de Félix Grande… pero al revés: “Donde fuiste infeliz alguna vez (tanto que saliste tarifando, haciendo fú como los gatos y donde no te quieren ver ni en pintura) no debieras volver jamás”. Aunque en realidad, Alice Leclerc también fue feliz en As Boiras, el pequeño y asfixiante pueblo pirenaico donde transcurre la acción de una novela que me ha fascinado. ¿Feliz he dicho? Quizá no sea la palabra exacta…

Leí ‘Pirineo Noir’ el pasado verano. Me enviaron de la editorial Reservoir Books una copia artesanal pillada con canutillo y sus hojas fueron cayendo (y quedándose esparcidas) entre Málaga, Vilnus, Riga, Tallin y Helsinki. Fue una lectura gozosa y compartida que nos deparó grandes conversaciones, anticipaciones, sospechas, sorpresas y adivinaciones. Entre aviones, autobuses y cervezas, la joven escritora María Pérez Heredia nos hizo muy felices.

Como ya saben ustedes que no soy de contar las tramas, sólo les diré que ‘Pirineo Noir’ cuenta la investigación de la muerte de la joven francesa Emma Lenglet en As Boiras, un pequeño pueblo pirenaico del Alto Aragón. Lo que convierte en singular a este crimen es que el asesino ha seguido los pasos del conocido como ‘Carnicero del Valle’, un serial killer que mató y descuartizó a seis adolescentes treinta años atrás y que, aquejado de una enfermedad terminal, acaba de ser excarcelado. 

El crimen no sólo asusta a la gente, sino que remueve las aguas de un pasado demasiado turbulento. Un experto francés especialista en capturar a este tipo de asesinos seriales llega al pueblo para ayudar a la Guardia Civil. Y con él, su mujer, una famosa escritora llamada Alice Lecrerc cuya carrera se cimentó precisamente al escribir un libro sobre aquellos asesinatos de los años 90. Un caso que conocía bien porque ella misma vivía en As Boiras por aquellos entonces. Ni que decir tiene, su presencia en el pueblo no es precisamente bienvenida y despertará todo tipo de malestares y resquemores.

¡Uf! Al final me he enrollado como un pitillo, pero es que el planteamiento de ‘Pirineo Noir’ es tan rico y ambicioso que no se podía contar en menos palabras. A partir de ahí, pasado y presente se entrelazan en una narración que te transporta a aquel ambiente rural, a la nieve, las carreteras de montaña, los hoteles de piedra con chimenea y las cabañas en el bosque. 

Para los amantes de las etiquetas: cojan un rural noir con toques de mountain noir y denle un barniz de domestic noir. Porque de todo ello hay, aunque les suene a coña trufada de ironía. Que no lo es. Se lo prometo. He leído referencias a Gillian Flynn y a Joyce Carol Oates en un blurb* de la novela. Me parecen muy bien traídas. ¡Y no son mancas!

Pero si a mí me pidieran uno, tiraría de clasicismo televisivo y diría algo así como que ‘Pirineo Noir’ es la traslación del fascinante universo de ‘Twin Peaks’ a la España más rabiosamente contemporánea. Porque quiero entender que usted no sólo sabe qué es la famosa serie que trataba de desentrañar el misterio de quién mató a Laura Palmer, sino que ha visto la magna obra de David Lynch. Y varias veces, además. ¿Verdad? ¿VERDAD? 

Si no, ya tarda usted en alternar la lectura de la excitante novela de María Pérez Heredia con el visionado de la mejor serie de la historia de la televisión. ¡Menudo otoño!       

*Los blurb son las frases promocionales de una novela escritas por otros autores o por especialistas en el género. 

‘As bestas’, el rural noir más descarnado

El género negro está aparejado a ambientes urbanos desde hace un siglo, cuando los maestros estadounidenses nos contaron las guerras de bandas, la corrupción y el gangsterismo de ciudades como Chicago, Boston, Nueva York o Los Ángeles. En sociedades como la española, sin embargo, mucho más rurales, los problemas de lindes, aguas y atávicas enemistades entre familias han estado a la orden del día y han generado innumerables derramamientos de sangre. Además, en el campo hay más armas, de fuego y convencionales, que en las ciudades, por lo que es más fácil que, al calor de una discusión, una escopeta, un hacha o un azadón hagan su trágica aparición en escena.

Lo hemos podido comprobar en ‘As bestas’, la película más reciente de Rodrigo Sorogoyen de la que todo el mundo habla. No les voy a contar nada de una trama que tiene mucho de western noir y que comienza en un bar de pueblo. De aldea, en realidad. Los saloones del Lejano Oeste tenían más glamour. Pero en esta película, todo está despojado, reducido a su mínima expresión. Porque lo que importa no son los paisajes, sino los paisanajes. 

Un forastero ha llegado a la aldea. El francés. Por cierto que, si les ha gustado la interpretación del gran (en todos los sentidos), busquen ‘Custodia compartida’, de Xavier Legrand. ¡Impresionante! Antoine y Olga han llegado a una pequeña localidad gallega para cultivar su huerta, vender sus productos en los mercadillos y rehabilitar algunas viviendas. Pero algo pasa, porque su presencia no es bien acogida por los Anta: los hermanos Xan y Loren, como veremos desde el arranque de la película, un perfecto ejemplo de comienzo in medias res.

El trabajo actoral es soberbio. El elenco está unánimemente impresionante. Sobresale, claro, esa bestia parda que es Luis Zahera, uno de los pocos actores españoles contemporáneos que pueden presumir de ser un género en sí mismos. Marina Foïs, igualmente espectacular, está mucho más contenida, aunque Marie Colomb, su hija en la ficción, pueda llegar a tensionarla en algún momento. Y ojo a Diego Arnido, que desde lo del caballo…

‘As bestas’ es una película discursiva de cocción lenta en la que las palabras, los gestos y las miradas son clave. Y los detalles. Los franceses, por ejemplo, viven en lo alto de una cuesta. Sus vecinos siempre quedan por debajo de ellos, física y metafóricamente. De los forasteros vemos el mimo en el cuidado de la huerta, en el interior de su vivienda, en su relación de pareja. Sin lujos, han construido un hogar. A los nativos solo les vemos con sus vacas, en el corral, acarreando mierda. Esa mierda que está en la base de un diálogo que ya forma parte, por derecho propio, de la historia de nuestro cine.    

Una película de tesis. Y antítesis. Una película en la que todos los personajes tienen sus razones, sin que ninguno de ellos tenga por qué tener necesariamente la razón. Incluido el sobrino. 

Corría el riesgo Sorogoyen de deslizarse por una peligrosa pendiente que oscilara entre ‘Perros de paja’ y ‘Deliverance’. Que están ahí, como marco referencial para los cinéfilos, pero nada más. ¡Y nada menos!

‘As bestas’ habla de algunos de los problemas de la España contemporánea a la vez que conecta con la España negra que, desde los tiempos de Goya y Gutiérrez Solana, nos acompaña como la sombra de Caín. Imprescindible. 

Jesús Lens