GRAN MEMA

Con todo cariño, y para homenajear a esas decenas de amigos que no nos comprenden y piensan que somos unos memos por dedicarnos a correr casi todos los días, y encima sin sentido, bautizamos a la Media Maratón de Granada como la Gran MEMA. El domingo, entre las 10 y las 12 de la mañana, estaremos dejándonos la piel, los hígados y los intestinos por las calles de Granada, haciendo el recorrido que os dejamos ahí abajo. Con récord de participantes: más de 2.000. Entre ellos, un buen puñado de Verdes.

Aprovechamos esta Gran MEMA para hacer una encuesta, en la Margen Derecha, sobre lo que pensáis que significa correr. Hasta 3 respuestas podéis dar 😉

Si os animáis a echaros a las calles a animar, alentar y gritar a los corredores, debéis saber que, si todo va bien, vuestro seguro servidor irá avanzando a un ritmo de 4.45 minutos el kilómetro. Si todo fuera muy bien, iría más rápido. Y todo fuera normal, lo haría a 5 minutos el kilómetro. Y si la carrera se diera mal, pues por encima.

¡No dejéis de saludar!

Animaos a salir a las calles y a jalear y palmear a los corredores, que lo agradecemos mucho. Y es que ser MEMOS (Medio Maratonianos) también debe tener su recompensa.

🙂

Jesús MEMO Lens

POR UN PUÑADO DE ESPÁRRAGOS

O «Corriendo tras los Brotes Verdes», que también se podría haber titulado esta entrada.

 

Entiendo que haya mucha gente que no entienda que un puñado de cientos de personas nos personemos un sábado por la tarde en Huétor Tajar, con el único fin de correr diez kilómetros bajo un sol inclemente y con la única recompensa en el horizonte de… ¡un fresquísimo puñado de Espárragos de la Cooperativa San Francisco! Y una Maritoñi de chocolate, que conste.

Y entiendo que no lo entiendas porque muchas veces ni yo mismo lo entiendo.

Había pensado escribir una reseña de la Carrera del Espárrago, celebrada en Huétor Tajar y correspondiente al Circuito de Fondo de la Diputación, al estilo tradicional, para el Blog de Las Verdes (al que le prometo una próxima entrada)

Pero allí todos son unos convencidos de que esto tiene sentido. Y de lo que se trata, con estas líneas, es de intentar darle sentido a eso de participar en una carrera de diez kilómetros, en la que llegarás clasificado allá por el 300 de 700 participantes, junto a un puñado de corredores que, igual que tú, sólo se juntan por el placer de disfrutar en compañía de una actividad eminentemente solitaria.

Mi querido Alter Ego, José Antonio Flores (un abrazo y que pronto nos veamos en el asfalto), publica hoy en IDEAL unas reflexiones acerca de «De qué hablo cuando hablo de correr», de Haruki Murakami, espléndido y clarividente libro del que hablamos AQUÍ y que tiene mucho que ver con que haya vuelto a las carreras. A competir, o sea. A competir contra mí mismo y contra el reloj. Y contra el flato. Nada más. Y nada menos.

 

¿Y los rivales?

No. No hay rivales en estas carreras. Al menos, no los hay en el sentido habitual de la expresión. Por ejemplo, durante un rato fui junto a un chaval de Huétor llamado Cristian. No me acuerdo de si, al final, él llegó antes o fui yo el que pasó primero la línea de meta. Pero lo importante era cómo le aclamaban sus paisanos. Cómo le animaban. Y cómo se reía él:

– ¡Os cambio los ánimos por una bicicleta!

Y seguía corriendo, entre voces, gritos y risas.

¿Y qué me decís de Roberto, que asoma vestido de naranja y tocado con gorra, en esta foto?

Admiro profundamente a Roberto, uno de los tipos más querido del pelotón provincial, que hace de tripas corazón y no falla nunca, que entrena con la ilusión de un chiquillo y que siempre reparte sonrisas a discreción y buenas palabras por doquier.

Saludé a un par de compañeros de CajaGRANADA, con quiénes disfruté de la Media Maratón de Segovia del año pasado. Y conocí a Rubén, que duda acerca de ir o no ir a Órgiva, tras dos semanas seguidas compitiendo. ¡Has de ir, que es una carrera preciosa!

Y, sobre todo, las alegrías que te depara encontrar entre el público, emboscados, a buenos amigos, como la mujer de Roberto, sonriente como su marido, compañeros de trabajo como Ana o, después de tanto tiempo, ¡a Néfer!, con una supercámara al cuello y que es la «culpable» de que me veáis en estas fotografías y que AQUÍ cuenta su versión de los hechos.

Y, por supuesto, MJ, que se multiplicaba entre A, el coche, los columpios, la siesta y la merienda, los perritos juguetones, el tobogán, el caballito y el final de la carrera; sorprendida de que, efectivamente, hubiera tanta gente, un caluroso sábado por la tarde, dispuesta a correr nada más que por la recompensa del esfuerzo compartido y, al final, por conseguir un puñado de los únicos Brotes Verdes fiables de nuestra economía: los Espárragos de Huétor que, ganados con el sudor de nuestra frente, no sé si nos comeremos en tortilla o cocidos, con mayonesa. Ya veremos.

Jesús Lens, obviamente, vestido de Verde y que echó de menos a sus amigos de Las Verdes y a Álvaro Fernández, el bravo director de CajaGRANADA que suele dejarse la piel por las carreteras de Huétor y al que, otros ineludibles compromisos, no le permitieron estar presente en una cita a la que no suele (ni quiere) faltar nunca.

DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE CORRER

El dolor es inevitable.
El sufrimiento es opcional

 

Posiblemente, leyendo el título del más reciente libro de Haruki Murakami y viendo la portada del mismo, pienses que, cuando el autor habla de correr, habla de correr. Y, por supuesto, Murakami habla de correr. Pero también de otras muchas cosas, (casi) tan importantes como correr: de su vida como escritor, de su juventud, de los tiempos en que regentaba un garito de jazz, de sus novelas, de sus procesos creativos… de la vida, en una palabra.

«Creo que este libro es algo así como unas Memorias. Sería exagerado llamarlo autobiografía, pero se me hace muy difícil calificarlo sólo de ensayo… Por lo que a mí respecta, me apetecía tratar de ordenar, a mi manera y utilizando como mediador el hecho de correr, mis ideas sobre cómo he vivido durante los últimos veinticinco años, en tanto que novelista y en tanto que persona normal y corriente.»

El título del libro, tan ambiguo como ambicioso en su planteamiento, es un sentido homenaje a ese grandioso cuentista, Raymond Carver, que en los títulos que elegía para sus recopilaciones de relatos ya escribía auténticos microrrelatos cargados de sentido e intención: «De qué hablamos cuando hablamos de amor» o el memorable «¿Quieres hacer el favor de callarte por favor?» que Su Mismísima Majestad le podría haber espetado al Gorila Rojo, de una forma mucho más cortés y cortante que su célebre «¿Por qué no te callas?»

Pero dejémonos de digresiones y vayamos a lo que realmente nos importa. ¿Por qué escribe de algo tan aparentemente banal un tipo como Murakami, novelista admirado en los cinco continentes? Pues porque, de no haber sido corredor, sus libros no serían lo que son. Podrían ser mejores o peores, pero serían distintos. Porque correr, como yo mismo he insistido tantas veces cuando escribía de correr, es más, mucho más que un deporte.

No me quiero poner místico y hablar de religión, de zen o de cosas por el estilo. Muchas veces lo hice antes y, en no pocas ocasiones, me encontré con cariñosos comentarios vuestros, del tipo: «tú estás zumbao» o «se te ha ido la pinza, chaval». Y precisamente por eso, en cuanto empecé a leer las intentas doscientas y pocas páginas del libro y vi de lo que iba, les puse un SMS a algunos de mis amigos de Las Verdes, diciéndoles que había que leer a Murakami, claro, pero, sobre todo, que había que dárselo a leer a esas personas de nuestro entorno que, queriéndonos y apreciándonos, no terminan de entender nuestra fijación con eso de correr.

«De qué hablo cuando hablo de correr» es uno de esos libros que parece que el autor lo ha escrito pensando en ti. En tu forma de ser, de entender el deporte, de entender la literatura y, por tanto, de entender la vida. Me acuerdo, hace un tiempo, cuando estaba trabajando con mi jefe y, notándome particularmente espeso, me soltó lo siguiente:

– «Anda Jesús, vete a tu casa, sales a correr un rato, y esta tarde seguimos trabajando».

Ni que decir tiene que, después de correr, rendí mucho mejor. ¡La de artículos, columnas, cuentos, relatos y reportajes he «escrito» mientras corría! La de ideas que se me han ocurrido. La de problemas que se me han desatascado, trotando por esos caminos.

Para mí no hay diferencia entre correr, escribir y pensar. Como bien dice Murakami en este libro, «yo, como debe ocurrirles a la mayoría de los que se dedican a escribir, pienso cosas mientras escribo. No es que ponga por escrito lo que pienso, sino que pienso mientras elaboro textos. Doy forma a mis pensamientos mediante la labor de la escritura. Y, al revisar los textos, profundizo en mis reflexiones.»

Y me acuerdo de algunas de las sufridas carreras en las que he participado, como aquella Media Maratón de Montaña de La Ragua, en que terminé desfallecido. O mi primera Media Maratón, en Motril. O la Maratón de Sevilla, claro. Y leo a Murakami cuando dice: «Participar en la carrera y acabarla es para mí lo esencial. Alcanzar la meta, no caminar y disfrutar de la carrera: éstos son, en ese orden, mis tres objetivos fundamentales.»

Y los míos. Que tantas veces, cuando hablo de las carreras, la gente me pregunta eso de «¿y en qué puesto quedaste?» En fin.

Murakami. Un autor que, para mí, fue una revelación, como ya comenté en ESTA entrada. Murakami, un tipo que escribe perlas como ésta: «Para mí, escribir una novela es enfrentarse a escarpadas montañas y escalar paredes de roca para, tras una larga y encarnizada lucha, alcanzar la cima. Superarse a uno mismo o perder: no hay más opciones. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente.»

Y que me recuerda que, desde que corro, he publicado libros, colaboro con IDEAL, he ganado concursos de cuentos y mi vida profesional no ha hecho sino ir hacia arriba. Y, por eso precisamente, es hora de volver a las carreras. Es hora de perder peso. Es hora de volver a pensar en grandes desafíos. Es hora de volver.

Gracias, Haruki.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

USAIN BOLT Y EL INSTANTE DECISIVO

Entrada destinada al Proyecto Florens, dedicado a Usain Bolt, el padre del Viento, y los cien metros lisos.

 

Del atletismo me gusta todo. Los lanzamientos, las pruebas combinadas, las carreras largas y el medio fondo. Pero, aunque los españoles jamás mojemos en ellas, las pruebas más excitantes son las de velocidad pura. Los cien metros lisos, o sea.

 

De rodillas hay que ponerse ante su gesta
De rodillas hay que ponerse ante su gesta

Con mi abuelo, nunca me perdía ninguna. Desde la época de los duelos entre Ben «El Fraude» Johnson y Carl «El hijo de viento» Lewis, he seguido fielmente las carreras de velocidad.

 

Y la razón por las que me apasionan estas carreras es porque son la mejor representación atlética de eso que el fotógrafo Cartier Bresson vino a definir como «El Instante Decisivo».

 

En los 100 metros no hay tácticas, no hay liebres ni compañeros. No hay codazos, no hay colocación. Sólo hay ocho calles, un cronómetro, una pistola y cien metros lisos y rectos por delante.

 

Nada más.

 

Como un duelo entre pistoleros del Oeste.

 

Instantes Decisivos.

 

Como los tiros libres en el baloncesto, con un partido empatado y pocos segundos en el reloj. Como los penaltis en el fútbol, después de una prórroga. Como un tie break en el quinto set de un Grand Slam de tenis.

 

Solo que, en los cien metros, el Instante Decisivo no es un accidente o un recurso necesario para terminar una competición. No. Los cien metros están concebidos como el Instante Decisivo por excelencia.

 

«Corro tan deprisa porque, desde niña, he tenido que correr más rápido que las balas para no morir».

 

Así habla Verónica Campbell-Brown, ganadora olímpica, nacida en Jamaica, como la última hornada de los mejores velocistas mundiales.

 

«Tenía que correr rápido para ir a hacer la compra y no hacer esperar a mis hermanos, y también tenía que ser la más rápida para hacerme un hueco en la mesa. Me pasaba el día compitiendo con mis hermanos, y ganándoles.»

 

Partiendo de esas mimbres, no es de extrañar que Verónica asombrara a sus profesores y que, desde muy pequeña, ya dejara traslucir la bestia que se escondía bajo su aparentemente frágil cuerpo.

 

La prueba reina
La prueba reina

Instantes Decisivos.

 

Momentos en los que no caben titubeos ni vacilaciones. En los que el error no puede existir ya que no hay rectificación posible. Una mala salida, un calentamiento inadecuado, una zancada errónea, una centésima de segundo marcan el éxito del fracaso en los cien metros.

 

Como, a veces, ocurre en nuestra vida cotidiana. Dependiendo de la vida que llevemos y del trabajo que desempeñemos, tendremos la ocasión de disfrutar de más o menos Instantes Decisivos. Pero a todos nos llegan. Una declaración de amor, una ruptura sentimental, una oferta de trabajo, una presentación en público, un examen, la palabra oportuna o el silencio inadecuado en una reunión… todos ellos pueden ser esos momentos que marquen un antes y un después en nuestra vida, sin que haya posibilidad de rectificación.

 

No es fácil ser el Número 1
No es fácil ser el Número 1

Evidentemente, para consagrarse como Campeón Olímpico de los cien metros, además de dar la talla en los menos de diez segundos que dura la final, hay que tener la genética adecuada. Y entrenar duramente, años y años. Y tener suerte, estando en el momento oportuno en el lugar adecuado. Y que te respeten las lesiones.

 

Pero, por supuesto, con todo ello no basta. Porque, una vez cumplidos todos los requisitos previos, algo que suelen hacer decenas, cientos de candidatos; hay que saber aguantar la presión de los Instantes Decisivos. Disfrutarlos. Gozarlos. Crecerse ante ellos, demostrando la verdadera pasta de la que se está hecho.

 

Aceptar el reto, disfrutar del Instante Decisivo.
Aceptar el reto, disfrutar del Instante Decisivo.

Porque es en los Instantes Decisivos cuando la vida pone a cada persona en su lugar, aupando a los ganadores, a los líderes y a los campeones sobre el resto del grupo. Quizá no sea el mejor de los sistemas posibles, pero no por casualidad, los cien metros lisos son la prueba reina del atletismo mundial y la que más espectadores convoca frente a los televisores de las casas de todo el mundo.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.