¿POR QUÉ?

Antes de echarle la culpa de todo a ZP y/o Rajoy:

¿Por qué se empeñaron en una librería en tomar nota de mi teléfono para llamarme cuando tuvieran un libro que les llegaría en tres o cuatro días y aún no me han llamado, dos semanas después?

¿Por qué una tienda que vende por Internet y me manda un e mail con las novedades no me responde a la pregunta concreta que le hago a vuelta de correo sobre uno de los productos ofertados?


¿Por qué estoy todavía esperando a que esos grandes almacenes de corte británico tan famoso me llamen para decirme si recibirán o no la temporada 1 de una afamada serie de TV?

¿Por qué, dos horas después de instalado el Canal + en casa, ya no funciona su mando a distancia?

¿Por qué no me han llamado de la imprenta que tiene que editarme un boletín a la mayor urgencia, después de que, primero, su comercial no viniera a la hora convenida a mi lugar de trabajo y, después, quedaran en llamarme a primera hora de la tarde para ver unos cambios que tenemos que hacer en el mencionado boletín?

PD I.- (Continuará)

PDII.- ¡¡¡Continuad!!!

LA TRILOGÍA DE BOURNE

Sacai y yo habíamos declarado el mes de febrero como “Mes Bourne”, teniendo la firme intención de ver las tres partes de su trilogía, cosa que efectivamente hemos hecho. No sé si será muy ortodoxo hablar de las tres películas como si fueran una, pero realmente parecen concebidas como una sola entrega, dividida en tres entregas, sucesivas y complementarias.

No sé qué razón me llevó a dejar de ver estas pelis en el cine. Porque uno, aunque no frecuente el whisky, hace ya tiempo que se ha hecho adicto a la combinación de J y B: James Bond, Jack Bauer y, ahora, Jason Bourne.

Significa eso, por supuesto, que me ha gustado, y mucho, la saga de Bourne. Me ha gustado cómo empieza, en lo que debe ser un homenaje a Corto maltés, el personaje de Hugo Pratt que surgió de los mares, hizo de la madre naturaleza. Me gusta el ritmo, bestial, de cada una de las entregas. Todo lo que pasa y cómo pasa a una velocidad de vértigo.

Me gusta cómo Bourne va al grano, sin desviarse de sus objetivos, aún estando amnésico. Hay momentos esplendorosos, como cuando se da cuenta de sus habilidades, sin saber para qué las necesita ni por que las tiene. Me gusta la actualización tecnológica al mundo del siglo XXI del cine de espías de toda la vida, con esos centenares de cámaras por todos sitios, convertidas en el Ojo que todo lo ve; esos móviles que dejan rastro y señal, esas combinaciones por voz de las cajas fuertes, los satélites, las transacciones bancarias… Los espías de siempre, reciclados al mundo de hoy.

Me gusta el mensaje de la película, entre conservador y crítico con el sistema USA. Crítico porque habla sobre la manipulación de las mentes de las personas, el adoctrinamiento, los parasistemas alegales de las agencias de información, etc. Conservador porque siempre son unos locos extremistas quienes ponen en marcha este tipo de iniciativas, unos exaltados mafiosos que van más allá de lo que marca la política oficial del sistema.

Pero si dejamos de lado esa cuestión, Bourne nos sigue gustando. Por las peleas, secas, dañinas, duras, contundentes. Sin artificios y sin saltos a lo Mátrix (aunque en la tercera de la serie, se le va algo más la pinza al director) con las coreografías suscintas para demostrar que en este vida, además de aprender álgebra y geografía, hay que memorizar hasta la extenuación según que movimientos de lucha… si te quieres dedicar a eso del espionaje posmoderno. ¡Qué jartá palos, se pegan los amigos!

Y nos gustan las persecuciones. Porque desde “Ronin” no veíamos persecuciones tan falsamente realistas como las de Bourne, tan bien rodadas, tan magistralmente filmadas, de las que te tienen pegado a la butaca (sofá) conteniendo el aliento. Sencillamente, y en dos palabras, aco-jonantes.

Y los paisajes. Los países. Las ciudades. Que Bourne es un catálogo promocional de las ciudades más in del momento, de Berlín a Goa, pasando por Nueva York. Y dos lugares muy especiales: Madrid y Tánger.

Más allá de cualquier otro baremo, para saber qué lugares son los que petan en el mundo, películas como las de Bourne resultan de lo más esclarecedor. ¿Querrá decir algo que Barcelona sea el escenario de la última película de Woody Allen y Madrid lo sea de la Bourne?

Y está Tánger, claro. Con un momento muy especial, cuando la acción acontece en ese Café de París en cuya terraza, un día de febrero de hace tres o cuatro años, hicimos un estimulante ejercicio de escritura automática, dada la enorme y apasionante cantidad de estímulos que llegaban, desde todos los rincones de una ciudad que tiene el aroma a un pasado fastuoso, un presente melancólico y un futuro incierto.

En fin, que el visionado de las tres entregas de Bourne ha constituido todo un placer. Que Matt Damon da el perfil perfecto de joven idealista metido en un berenjenal que no entiende y del que lucha denodadamente por escapar. Y que el cierre marítimo de la saga, circular, es el más apropiado para una historia en que continente y contenido están a la altura de lo que se espera de una película de estas características.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

FAMILIA

Dedicado a La Madrina, que sabe mucho de familias buenas.

Hace unas semanas, tras la charla de nuestro amigo Corricolari sobre “Los mundos del corredor”, coincidimos en La Casa de la Cultura de Armilla, que también es un bar, un grupo de corredores aficionados, para tomar unas Verdes, sana costumbre que ha dado nombre a un colectivo de amigos del atletismo… y la cerveza.

Habíamos ido a escuchar a José Antonio, la mayoría acompañados por nuestras mujeres, parejas y, en algún caso, hasta hijos. Como éramos bastantes, aunque juntamos dos de las mesas del bar, no había sillas para todos y, por tanto, ranciamente caballerosos, los hombres nos quedamos de pie y las mujeres, sentadas.

Los Verdes & familia. Juntos y bien avenidos.

Cuando volvíamos a casa, le pregunté a Sacai por los temas de conversación que hubo entre las mujeres.

-Que estáis locos- me dijo.

Al principio me quedé un poco parado. Pero, a nada que lo pensemos, es verdad. Somos unos tipos raros que se visten de colorines para echarse a los caminos, a sudar, a las horas más intempestivas, haga calor, frío, lluvia o viento.

Organizamos nuestra agenda en base a la hora de salir a correr, condicionamos las comidas, los eventos y hasta las relaciones sociales a algo tan aparentemente banal como es el hacer deporte. Pero lo peor no es eso -¡ cada loco con su tema!- Lo peor es que, sobre todo, condicionamos la vida de nuestras parejas, que siempre están ahí, solícitas, apoyándonos en nuestras chalaúras, animándonos cuando las cosas no salen bien, cuidándonos cuando nos lesionamos, mimándonos siempre. Porque en esto del correr, la comprensión, el apoyo y la complicidad de la familia son esenciales.


Y, si no, miren lo que cuenta Manu Leguineche: “un ejecutivo amigo corre la maratón, mientras su mujer, eso es amor, le sigue de estación en estación de metro. Le espera entre el público, le saluda, le anima y otra vez al subterráneo.” Sin palabras.

Y quien dice en el correr dice, por supuesto, en cualquier otra actividad de nuestra vida cotidiana. Parafraseando a Vito Corleone, y sin buscarle otras connotaciones a esta aseveración, la familia es lo más importante que tenemos las personas: “un hombre que no vive con su familia no es un hombre”, decía el Padrino. O, como Francisco González Ledesma pusiera en labios de su carismático Inspector Méndez, “la familia es la red de seguridad y auxilio social más importante con que cuenta la sociedad española.”

Cientos, miles de chistes y chascarrillos se han hecho a lo largo de la historia a cuenta de cuñados, suegros, abuelos y demás parientes, cercanos o lejanos. El más paradigmático, posiblemente, el archiconocido “familiares y trastos viejos, mejor cuanto más lejos”.

En ciertos momentos, puede ser cierto. Pero, a la hora de la verdad, cuando queremos compartir una alegría o llorar una pena, es a la familia a la que necesitamos, la que nos gusta que esté ahí cerquita. A veces, es imposible. Por distancia física, geográfica o, en algún desdichado momento, por distancias emocionales.

La otra noche, sin embargo, tomando unas verdes, nos sentíamos parte de dos comunidades tan distintas como complementarias. Una era la de los compinches, los colegas de aficiones comunes. La otra, la familia. A veces, parecen ser antagónicas y enemigas, las unas y las otras. Pero en noches como la de ese viernes, cuando se conjugan amablemente, resulta un enorme placer el sentirnos partícipes de dos grupos que, como los astros y los planetas, a veces se alinean favorablemente, lo que siempre es símbolo de dicha y buena fortuna.

Se trata de conseguir que dicha conjunción se repita más veces. Es sano y reconfortante para todos.


Madrina, y que no haga falta una boda para juntarnos. Ojalá.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.