LA ÚLTIMA CARAVANA

«Entonces el gobierno hizo lo único que puede hacer un gobierno que no esté dispuesto a desempolvar la guillotina: decretó el cierre de todos los bancos. Fue como si Dios hubiera decidido irse de viaje para siempre».

 

Raúl Argemí.

 

«La última caravana.» Editorial Edebé.

 

Otro autorregalo. Patefuá. Pata Negra. Una exquisitez a la que hincaré el diente en breve.

 

Qué frase ¿verdad?

 

«Fue como si Dios hubiera decidido irse de viaje para siempre.»

 

Me recuerda a otra de esas Imágenes Imposibles, en este caso, de Carlos Amorales.

 

¿Crisis? ¿Qué crisis?

 

Gracias, Raúl.  

APPALOOSA

«Probablemente no hay emoción más fuerte

que la amistad entre dos hombres»

 

Howard Hawks

 

Ustedes ya saben que, junto al negro, el western es mi género cinematográfico favorito. Y, como escribimos hace unos meses, con motivo del estreno de «El tren de las 3.10 a Yuma», pocas sensaciones más reconfortantes en una sala de cine que la de ver la imagen de un vaquero cabalgando hacia el horizonte.

 

Por eso, en cuanto se estrenó «Appaloosa» me fui al cine. Un western, además, protagonizado por tres pesos pesados de la interpretación: Viggo Mortensen, Jeremy Irons y Ed Harris, que también es el director de la cinta.

 

Arranca la película con una secuencia dura, seca, áspera, en línea a ese neowestern de carácter hiperrealista y desmitificador que tanto éxito ha tenido en los últimos años. Y, después, continúa en base a un guión muy influenciado por algunos westerns clásicos de Howard Hawks, aunque metiéndole una excelente cuña protagonizada por el personaje de Renée Zellweger.

 

Es curioso cómo la historia del cine se va retroalimentando a sí misma. Howard Hawks decidió filmar «Río Bravo» como respuesta a la indignación que le produjo «Solo ante el peligro», en la que el sheriff va mendigando la colaboración ciudadana. Hawks, en buena parte de sus películas, defendía la seriedad, la profesionalidad y el compromiso de sus personajes. Fueran un sheriff y su ayudante, un grupo de cazadores en África o unos corredores de coches; a Hawks le gustaba reivindicar la profesionalidad de esas personas que vivían peligrosamente, por lo que el comportamiento de Gary Cooper le pareció vergonzoso.

 

En «Appaloosa», partiendo de una idea muy parecida a la de la película de Hawks, Ed Harris da una vuelta de tuerca al universo del western al conceder un extraordinario protagonismo al personaje femenino de la función. Si una esplendorosa Angie Dickinson conseguía conquistar a John Wayne en «Río Bravo» comportándose como una prudente señorita, Renée Zellweger pone sobre la mesa sus armas de mujer y demuestra cómo se las tenían que ingeniar las mujeres en el Far West para sobrevivir.

 

«Appaloosa» es una película estupenda que no llega a ser una maestra como las de Howard Hawks, pero que se disfruta y paladea fotograma a fotograma. Un canto a un tiempo que ya no volverá y, sobre todo, a esa generosa amistad que se fragua cabalgando junto a un amigo en pos del horizonte, un vínculo que une más que la propia hermandad de sangre.

 

Lo mejor: La caracterización de los personajes y la excelente resolución de la historia.

 

Lo peor: Algún bajón en el ritmo, hacia la mitad de la película.

 

Valoración: 8

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL ZAPATO DEL FUTURO

Ahora que llegan las fiestas, hay quien piensa que los regalos (y los autorregalos) que yo propongo son un rollo. Que lo mejor, ¡dónde va a parar!, es un buen par de zapatos.

 

Como éste.

 

El zapato del futuro. Aunque pueda parecer una de esas Imágenes Imposibles, bien sabemos que hay quiénes se lo pondrán, cuando la moda así lo ordene.

 

Que ustedas lo sufran bien.

GOMORRA vs. DONNELLY & SOPRANO

Hablemos de cine y televisión: Audiovisual comprometido y con conciencia, que escarba en las contradicciones de la sociedad.

 

Ha querido la casualidad que fuera a ver «Gomorra», la celebrada adaptación del renombrado libro de Roberto Saviano (Ed. Debate) justo cuando había terminado de ver «Los Soprano» y me encontraba a mitad del visionado de otra serie basada en los bajos fondos y el lumpen más violento: «Los hermanos Donnelly».

 

Reconozco que había leído tanto y tan bueno sobre «Gomorra» que entré sugestionado a la sala, esperando una gran obra maestra. De hecho, justo antes de verla le cayeron buena parte de los Premios Europeos del Cine.

 

Lo que no sabía era que iba a durar dos horas y media y, con lo que tampoco conté fue con las nauseabundas condiciones de proyección que proporcionan los inefables Multicines Centro. Por tanto, la película se me hizo enormemente larga. Pero mucho. Muchísimo.

 

Entre los puntos fuertes de la película, tan alabados por la crítica, está el naturalismo que desprenden las imágenes. Cierto. Todos los actores parecen estar sacados de ese barrio infecto de Nápoles en que se desarrolla la acción. Gordos, calvos, sin afeitar, con esas camisetas y chándales… Secuencias como la de la piscina de plástico en la azotea del edificio o esa imagen de una puerta viniéndose abajo son perfecto reflejo de un naturalismo de carácter documental que confiere a «Gomorra» un halo de cinema verité tan crudo como creíble.

 

Pero. Ahora toca el pero. Porque la película, aunque sea una osadía siquiera pensarlo, me aburrió. Se me hizo larga, pesada y tediosa. Lo confieso. Y confusa.

 

Permítanme una digresión, en este punto, para referirme a «Los hermanos Donnelly», serie que viene firmada nada menos que por Paul Haggis, guionista de «M$B», la obra maestra de Clint Eastwood, y director de las estupendas «Crash» y «En el valle de Elah» y que es exactamente lo contrario de «Gomorra».

 

Les cuento otro a priori: al comprar «Los hermanos Donnelly» pensaba que me iba a encontrar con una serie bien negra y criminal, dura, compleja, áspera… y su arranque, sin embargo, resulta colorista, bienhumorado y hasta paródico. Hay violencia, por supuesto que sí, pero al estilo Tarantiniano o RobertRodrígueciano. Y aún así, aunque me pareció un tanto decepcionante al principio, confieso que, a base de insistir, me he acabado enganchando a los Donnelly, entrando en el juego que plantean, con ese pobre Tommy, más bueno que el pan, un cielo, un encanto, un primor de hombre al que las circunstancias alejan de todo lo que ama en la vida.

 

Pero claro, por seguir comparando, cuando relaciono a los Donnelly con esa homérica saga de hampones, Los Soprano… no hay color. La memorable serie creada por David Chase estaría a mitad de camino entre el descarnado naturalismo de «Gomorra» y los colorines de la saga criminal irlandesa. Con su estética profundamente realista y su violencia seca y cortante, los Soprano no son ni tan guapos, jóvenes y estupendos como los Donnelly ni tan macarras, feos y desagradables como los integrantes de la Camorra napolitana.

 

Los Soprano, a veces, aparecen vestidos con chándal, ojerosos, sin afeitar, borrachos y drogados, vomitando y escupiendo dientes. Otras veces, van maqueaditos, trajeados y estupendos, jugando en Las Vegas, como señores. O navegando en sus barcos, en Miami. De esta forma, sus guionistas, además de contarnos bocados de la realidad de Nueva Jersey y alrededores, nos hablan del alma del ser humano, sus demonios e infiernos.

 

En «Gomorra», sin embargo, no hay nada de esto. Como si de un falso documental se tratara, las historias cruzadas de los camorristas no tienen ni principio ni final. Ni apenas hilo argumental. Por lo que, personalmente, terminaron cansándome.

 

Aunque me gusta el cine europeo y películas como «Gomorra» me parecen esenciales, reconozco que, cuando escribo estas líneas, ardo por ver un par de episodios de los Donnelly y que pagaría dinero por convencer a David Chase de que pusiera en marcha una séptima temporada de Los Soprano. Sin embargo… mucho me temo que no estoy precisamente ansioso por ver la Versión Extendida de la película italiana, la verdad sea dicha.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

SUBIDA AL CONJURO

Dedicado a Antonio, el Padrino

que ha sufrido más que ninguno

por no haber podido subir.

 

«Hola Jesús has sido 64 en la carrera Subida al Conjuro con un tiempo de 01:30:15».

 

Este mensaje, recibido en el móvil al rato de terminar la Subida Pedestre al Conjuro, contrasta con lo que escribía minutos antes de comenzar la carrera: «Acabamos de coger dorsal. Llueve. Hace frío. ¿Qué hacemos aquí?»

 

Contrasta porque, a decir de los entendidos, el tiempo que empleas subiendo los 17 kilómetros que separan Motril del Alto del Conjuro son equivalentes al tiempo que harían en una Media Maratón normal, por lo que me sentí mucho más que contento al alcanzar la meta.

 

Frío, jirones de lluvia y mucho, mucho viento, en una carrera que tenía apuntada en la agenda desde que Antonio, el Padrino, nos habló de ella a los amigos de Las Verdes. Primero, porque me encantan las subidas. Vale que sufro como un perro y que mover mis casi dos metros de altura y mis noventa y pico de kilos por esas rampas me cuesta sangre, sudor y lágrimas. Pero me gusta. Me encanta subir. Casi tanto como detesto bajar. Ley de vida.

 

Pero, además, esta carrera era muy especial ya que, como carchunero adoptivo, me he criado bajo la atenta mirada de las célebres Bolas del Conjuro, que contemplábamos todas las mañanas desde la playa, en lo alto de la montaña, lejanas, inalcanzables.

 

Si no hubiera sido por esa doble componente, este domingo me habría quedado en casa ya que el sábado fue duro. Muy duro. Primero, me pasé toda la mañana tecleando este portátil, casi con saña, terminando trabajo pendiente. Después, a las 15.30, me fui a jugar un áspero partido de baloncesto del Torneo del Patronato de Deportes de Granada, contra los rocosos chicos del Carmelo, cuyo alero Ariel nos hizo un traje, dejándome para el arrastre.

 

Me vine a casa, me tumbé en la cama a leer «A timba abierta» y de buena gana me hubiera quedado allí. Pero había que ver al CeBé Granada, intratable en casa. Con un Curtis Borchardt colosal, pasamos por la piedra al Gran Canaria. Unas birras, con sus tapas en el Pepe Quílez, nos condujeron a la Sala el Tren, a disfrutar del concierto de Asian Dub Foundation, que comenzó al filo de la media noche y nos tuvo dando brincos hasta las dos, y sobre el que Juanje ha escrito una crónica fantástica en IDEAL y de quién hemos tomado presada esta foto del concierto.

 

Unos Charros Negros nos condujeron a tomar… una tónica. Al menos a mí. Que una cosa es competir con escasas tres horas de sueño encima y otra muy distinta, hacerlo resacoso perdido.

 

Y la carrera… bueno, para saber de la carrera, lo mejor es que se pasen al Blog de Las Verdes, donde Javi, Onio, José Antonio, Víctor y yo comentaremos, en un máximo de veinte líneas, las sensaciones de la carrera.

 

Y ahora, en casa, con los Calcetines Rojos (pinchen para saber qué es eso 😉 viendo Madagascar, leyendo, escribiendo, descansando… que buena falta hace. Aunque aún nos queda trabajo por delante. ¡Maldición! J

 

Jesús Lens.

 

PD I.- Enhorabuena al club motrileño «Pazito a pazito» por la organización de la prueba. Comenzó de forma un tanto caótica, pero en lo esencial, genial.

 

PD II.- Ayer me olvidé de dos Autorregalos. Dos novelas doblemente negras, por estar escritas por autores africanos y acontecer en dos ciudades como Bamako y Dakar: «El asesino de Bankoni», de Moussa Kanoté, publicada por Almuzara.

 

Y «Ramata», de Abasse Ndione, publicada por Roca Editorial.

 

Im-prescindibles.