La máquina de pelar

Desde que tenemos en casa la máquina de pelar gambas, las celebraciones familiares son otra cosa. ¡Qué gusto, poder tomar el preciado marisco sin que las manos te sigan apestado cuatro o cinco horas después a los sabrosos productos de la mar. Y de lamer. O el pegajoso olor al limón artificial de las toallitas que te dan en los restaurantes, que no sé yo qué aroma es más perjudicial para nuestro sex appeal.

Digo máquina de pelar gambas por ser modesto, dado que la Gambing hace muchas más cosas. Por ejemplo, extraer el cadmio de las cabezas de los crustáceos para que las podamos rechupetear con fruición y sin miedo. Y cocinar. Que menuda sopa de mariscos hace el robot. O las gambas al pil-pil, que las borda. Y las gambas al ajillo, ni les cuento.

Me costó dejarme convencer de la utilidad de la Gambing, pero cuando aquel vendedor llamó a mi puerta, me cambió la vida. ¡Es que ni el señor del Círculo de Lectores al traer la revista bimensual exudando libros, oigan!

Ni que decir tiene, si han leído ustedes hasta aquí, que la Gambing no existe y que la única y auténtica máquina de pelar gambas que hay en mi casa, soy yo. Sirva la esta folletaíca a modo de inocentada, que para algo es 28 de diciembre. ¿Son ustedes de gastar bromas hoy? ¿Les gusta que se las gasten?

En la prensa ya no suele haber inocentadas. Normal. En los tiempos de las noticias falsas o fake news, hasta la información más descabellada es susceptible de pasar por auténtica. Y la realidad, ojo, que sigue empeñada en superar a la más imaginativa de las ficciones una y otra vez. De ahí el auge de los diarios satíricos, cuyos titulares llegan a parecernos más verosímiles que muchas noticias de verdad.

Vivimos tiempos complicados para el humor, con legiones de ofendiditos erigidos en guardianes de las esencias. Hasta la inocentada más inocua chocaría con el muro de la incomprensión y la intransigencia de los avinagraos y muy avinagraos. Además, después de que el Granada le ganara al Barça de Messi y fuera líder de Primera, ¿qué más podemos contarles?

Jesús Lens