ENFERMOS DE ÁFRICA

Para mis amigos, que vuelven enfermos de África.

Para que mis amigos vayan y enfermen de África.

Sí. Pocas veces una expresión tuvo tanto sentido. Porque volver enfermos de África no significa venir con la malaria o la fiebre amarilla. Sentirse enfermo de África no es abominar de los niños que se te acercan y te tocan, los hombres que quieren que les compres su arte o las mujeres que bromean sobre tu altura. El ruido, el caos, el contacto humano son inherentes a África, claro.

Y los espacios abiertos, los paisajes sin igual, las puestas de sol más espectaculares y los amaneceres más misteriosos.

No. Estar enfermo de África es, nada más haber venido, querer volver. Es echar de menos los rostros de la gente, el polvo de los caminos y la sencillez de una vida que, siendo como la nuestra, no se parece en nada. Estar enfermo de África es no entender qué demonios hacemos aquí cuando, en realidad, queremos estar allí.

Ayer me preguntaba María del Mar por cuál era el país, de todos los que conozco, al que más cariño le tengo. “El Malí”, respondí sin dudarlo. Porque el Malí fue el país que me envenenó de África. Porque esté durmiendo, corriendo, paseando o en la ducha, recurrentemente vuelvo al Malí.

Pero si el Malí es el síntoma más apreciable, la enfermedad se llama África. Hoy lo reconocía MagoMigue, en las páginas de IDEAL, cuando recordaba el subidón que le provocó hacer magia en Senegal. ¿Se acuerdan? Lo contábamos hace unos meses. Magia negra, por supuesto.

¿Y de Burkina? ¿Qué no decir de la maravillosa, deliciosa, única y necesaria Burkina? El país de los hombres íntegros…

Mis amigos Pepe y Panchi están en Kenia. Quiero que vuelvan. Les echo de menos. Cada día me mandan un SMS diciéndome por dónde andan. Quiero verles y que me cuenten. Que me cuenten la sabana, los grandes Parques y las cristalinas aguas del Índico. Que me cuenten Zanzíbar, por dónde navegaron en una silenciosa faluca de vela, llenándose los pulmones del aire más puro que imaginarse pueda.

Pero también quiero que vuelvan por una razón más egoísta: se llevaron mi bolsa de viaje consigo. A África. Conociéndoles, cuando lleguen querrán lavar el petate antes de dármelo. Pero eso no será así. Quiero coger esa bolsa y acariciarla, disfrutar del contacto con los restos de la tierra de los caminos perdidos de África, de Masai Mara, de la orilla del lago Turkana, de Naivasha o Nakuru.

Anoche, una amiga se indignaba volviendo a ver, en casa, “El jardinero fiel”. Porque una cosa es verla antes de estar en África y otra muy diferente, redescubrirla estando aún convaleciente de la enfermedad, teniendo en la retina imágenes de lugares que son exactamente como nos cuenta la película: vertederos del primer mundo. Me decía que no le indignan las imágenes de la película, ante las que estamos anestesiados, sino el haber visto con sus propios ojos que lo que muestra la película es tristemente real.

El pasado viernes ella me inyectó una buena dosis de moral, a través de la música. Hoy, no se yo si hago bien o no, pero le quiero dedicar esta dosis de nostalgia africana a través de la ventana que me resulta más próxima y accesible.

Va por ti, amiga mía. Y ya te contaré qué me gusta de cada uno de estos músicos…

La música es un arma de doble filo. Tiene la capacidad de elevarte a los altares… o de conducirte al infierno, sin paradas. Con mis mejores deseos, amiga africana.

Aunque mitiguemos los síntomas, ya para siempre enfermos de África…

Jesús Lens.