GOMORRA vs. DONNELLY & SOPRANO

Hablemos de cine y televisión: Audiovisual comprometido y con conciencia, que escarba en las contradicciones de la sociedad.

 

Ha querido la casualidad que fuera a ver «Gomorra», la celebrada adaptación del renombrado libro de Roberto Saviano (Ed. Debate) justo cuando había terminado de ver «Los Soprano» y me encontraba a mitad del visionado de otra serie basada en los bajos fondos y el lumpen más violento: «Los hermanos Donnelly».

 

Reconozco que había leído tanto y tan bueno sobre «Gomorra» que entré sugestionado a la sala, esperando una gran obra maestra. De hecho, justo antes de verla le cayeron buena parte de los Premios Europeos del Cine.

 

Lo que no sabía era que iba a durar dos horas y media y, con lo que tampoco conté fue con las nauseabundas condiciones de proyección que proporcionan los inefables Multicines Centro. Por tanto, la película se me hizo enormemente larga. Pero mucho. Muchísimo.

 

Entre los puntos fuertes de la película, tan alabados por la crítica, está el naturalismo que desprenden las imágenes. Cierto. Todos los actores parecen estar sacados de ese barrio infecto de Nápoles en que se desarrolla la acción. Gordos, calvos, sin afeitar, con esas camisetas y chándales… Secuencias como la de la piscina de plástico en la azotea del edificio o esa imagen de una puerta viniéndose abajo son perfecto reflejo de un naturalismo de carácter documental que confiere a «Gomorra» un halo de cinema verité tan crudo como creíble.

 

Pero. Ahora toca el pero. Porque la película, aunque sea una osadía siquiera pensarlo, me aburrió. Se me hizo larga, pesada y tediosa. Lo confieso. Y confusa.

 

Permítanme una digresión, en este punto, para referirme a «Los hermanos Donnelly», serie que viene firmada nada menos que por Paul Haggis, guionista de «M$B», la obra maestra de Clint Eastwood, y director de las estupendas «Crash» y «En el valle de Elah» y que es exactamente lo contrario de «Gomorra».

 

Les cuento otro a priori: al comprar «Los hermanos Donnelly» pensaba que me iba a encontrar con una serie bien negra y criminal, dura, compleja, áspera… y su arranque, sin embargo, resulta colorista, bienhumorado y hasta paródico. Hay violencia, por supuesto que sí, pero al estilo Tarantiniano o RobertRodrígueciano. Y aún así, aunque me pareció un tanto decepcionante al principio, confieso que, a base de insistir, me he acabado enganchando a los Donnelly, entrando en el juego que plantean, con ese pobre Tommy, más bueno que el pan, un cielo, un encanto, un primor de hombre al que las circunstancias alejan de todo lo que ama en la vida.

 

Pero claro, por seguir comparando, cuando relaciono a los Donnelly con esa homérica saga de hampones, Los Soprano… no hay color. La memorable serie creada por David Chase estaría a mitad de camino entre el descarnado naturalismo de «Gomorra» y los colorines de la saga criminal irlandesa. Con su estética profundamente realista y su violencia seca y cortante, los Soprano no son ni tan guapos, jóvenes y estupendos como los Donnelly ni tan macarras, feos y desagradables como los integrantes de la Camorra napolitana.

 

Los Soprano, a veces, aparecen vestidos con chándal, ojerosos, sin afeitar, borrachos y drogados, vomitando y escupiendo dientes. Otras veces, van maqueaditos, trajeados y estupendos, jugando en Las Vegas, como señores. O navegando en sus barcos, en Miami. De esta forma, sus guionistas, además de contarnos bocados de la realidad de Nueva Jersey y alrededores, nos hablan del alma del ser humano, sus demonios e infiernos.

 

En «Gomorra», sin embargo, no hay nada de esto. Como si de un falso documental se tratara, las historias cruzadas de los camorristas no tienen ni principio ni final. Ni apenas hilo argumental. Por lo que, personalmente, terminaron cansándome.

 

Aunque me gusta el cine europeo y películas como «Gomorra» me parecen esenciales, reconozco que, cuando escribo estas líneas, ardo por ver un par de episodios de los Donnelly y que pagaría dinero por convencer a David Chase de que pusiera en marcha una séptima temporada de Los Soprano. Sin embargo… mucho me temo que no estoy precisamente ansioso por ver la Versión Extendida de la película italiana, la verdad sea dicha.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

HERMANOS DE SANGRE

Para Julia y Juanjo,

personas con tacto, ambas.

 

De los diez sensacionales y extraordinarios episodios de la serie «Hermanos de sangre», producida por la imprescindible HBO, hay uno que me provocó honda impresión. Fue el titulado, sencillamente, «Bastogne» en el que se contaba cómo los miembros de la compañía Izzie aguantaron el embate del frío ambiental y del fuego enemigo en mitad de un bosque cubierto de nieve.

 

El protagonismo de dicho episodio recaía en una de las figuras esenciales en los ejércitos que participen en cualquier conflicto armado: el Sanitario, popularmente conocido como Doc.

 

Con su brazalete de la Cruz Roja en el brazo y con una sencilla bolsa verde colgada del hombro, el sanitario es la única frontera que separa a los soldados de la muerte. Tan sencillo como espeluznante. Y «Bastogne» así lo refleja, con toda su crudeza, con toda su grandeza.

 

Comienza el episodio con uno de esos sanitarios, hiperactivo, recorriendo las distintas posiciones del frente que ocupan las tropas norteamericanas, sin suministros, varadas en mitad de un bosque, en lo más crudo del crudo invierno. Busca morfina, vendas, plasma y unas tijeras. No para quieto. Aconseja, vigila, comprueba, cura…

 

Pero, de repente, empiezan a pasarle cosas raras. El fuego enemigo siembra de muerte y destrucción el frente y el sanitario ha de ir a retaguardia, acompañando a los heridos, que son alojados en una iglesia que hace las veces de hospital. Allí se encuentra con una enfermera francesa con la que se genera una corriente de simpatía muy especial. La ve trabajar con las personas y, emocionado, le dice una de las frases más hermosas que jamás escuché: «Tu tacto calma a las personas.»

 

¿Se puede decir más con menos palabras? Como si hubiera presenciado un milagro, como si se hubiera encontrado con un Ángel, el sanitario vuelve al frente, pero se ve invadido por una especie de catatonia paralizante, arrasado por la repentina lucidez adquirida sobre lo inútil de su esfuerzo: un hombre, nada más, enfrentado a la más perfeccionada maquinaria bélica de la historia.

 

Le asaltan las dudas, inconscientemente reniega de su labor y cada vez que se requiere de sus servicios, tarda más tiempo en reaccionar, hasta el punto de que su superior le manda de vuelta a retaguardia. Pero allí se ha desatado el infierno. En la iglesia donde conoció a su Ángel ha caído una bomba y sólo quedan los restos humeantes de los muros… y una prenda azul que el Doc identifica como de su enfermera, desaparecida. La guarda con delicadeza y vuelve al frente.

 

De inmediato, reclaman su atención. Ha de socorrer a un herido. Por instinto, coge la prenda azul de su Ángel para usarla como apósito. Duda. Amaga con guardarla de nuevo, pero la mira con detenimiento y, de repente, lo ve todo claro: los únicos Ángeles de la Guardia con que cuentan esos soldados son otros hombres. Hombres como ellos mismos. Hombres que portan el distintivo de la Cruz Roja. Así, el sanitario rasga la prenda azul y la aplica sobre la herida del soldado, consiguiendo que deje de manar la sangre. A fin de cuentas, su tacto también calma y cura a las personas.

 

Un episodio repleto de poesía, onírico, fantasmal, en que el rojo de la sangre sobre el blanco de la nieve confiere a las imágenes una fuerza sin igual. Los personajes apenas tienen nombre. Lo importante es, sólo, la persona. Su actuación, su comportamiento. Y los sanitarios de la Cruz Roja, convertidos en los verdaderos protectores, ángeles de la tropa, son el mejor exponente de la honestidad, la valentía y el compromiso del ser humano, aún en las situaciones más difíciles.

Antes de terminar, pinchen en este enlace, que nos llega desde la propia Cruz Roja. Se trata de colaborar con ellos al encendido de Más de un millón de luces de Esperanza. Merece la pena.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

GENERATION KILL

– ¿Qué se siente al matar?
– No sé. Supongo que está de puta madre


No terminó de engancharme el primer episodio de la nueva serie de HBO. Y, la verdad, pienso que quizá no me pilló en buen momento porque los dos siguientes me han parecido espectaculares, extraordinarios y muy, muy clarividentes.

El diálogo con el que empieza esta reseña transcurre después de las imágenes nos mostraran la más feroz ejecución llevada a cabo por un francotirador que jamás vi en pantalla alguna. Con la dosis justa de distanciamiento, sin apreciar los rostros de los ejecutados, pero viendo cómo sus cabezas explotan en la distancia.

Algo brutal y sobrecogedor. “¿Qué se siente al matar? No sé. Supongo que está de puta madre.” Y lo dice un tipo que pretende cuidar su karma, por encima de todo.

 


Los protagonistas de “Generation kill” son los jóvenes Marines norteamericanos desplazados a Irak que, mayoritariamente, tienen un sólo anhelo: matar enemigos. O, más precisamente, matar. Y punto.

 

Chavales que comen golosinas a destajo, que se filman con sus cámaras digitales de vídeo con la esperanza de conseguir imágenes espectaculares que vender a la CNN y cuya prioridad, cada día, es encontrar un momento y un lugar adecuados para cagar. Chavales que se pasan el tiempo cuestionando su hombría y/o sus tendencias homoeróticas.

Impresiona el despliegue de medios que los americanos gastan en Irak. Pero, sobre todo, impresiona que luego no tengan pilas para las gafas de visión nocturna o que el lubricante para las ametralladoras no vaya bien con la arena del desierto. ¿Los despropósitos de la mayor maquinaria bélica de todos los tiempos?

 

Y, luego, los personajes protagonistas. Empezando por ese Padrino con problemas en las cuerdas vocales, que tanto recuerda al Kilgore de “Apocalypse Now”. Lo importante para él no es la guerra, sino las batallas. En concreto, cualquier escaramuza o escarceo bélico que le pueda reportar una distinción, un reconocimiento o, sencillamente, el destacarse de las demás unidades en liza. Así, cuando uno de sus ayudantes le dice que la orden que acaba de dar convierte un reconocimiento en un asalto, el Padrino responde, fríamente: “Cuestión de semántica”. Aunque ello suponga, en realidad, la muerte de personas.

Luego está el fanático, suicida y a la vez cobarde Capitán América, absolutamente inescrupuloso con los protocolos, y para el que cualquier persona con chilaba, hombre, mujer o niño, es un enemigo potencial. Tenemos al sargento que se preocupa de otros protocolos: los de aseo, que medirá con lupa el tamaño del bigote de los soldados, para evitar que el ejército se convierta en un nido de hippies.

Más personajes curiosos. El traductor que traduce lo que le da la gana porque los psicólogos le han dicho que lo importante es mantener alta la moral de la tropa o el periodista de la revista Rolling Stone que se ha comprado un flamante chaleco antibalas por E-Bay.

 

Y está la tropa, claro, con un Hombre de Hielo que hace maravillas con un Ton Tón casero, más efectivo que la información de la inteligencia americana o el atolondrado postadolescente que sólo quiere matar, matar y matar, a cualquier precio. Como se aburre, en un momento dado, quiere disparar a dos perros que andan desorientados, al alcance de su arma. Su compañero le hace entrar en razón:

– “No matamos a los perros. Matamos a la gente.”

Un postadolescente que se presta al fuego enemigo porque dice que se pone más nervioso viendo un partido de baloncesto en casa que en el frente de Irak. “¡Cuánto daño han hecho los videojuegos y el rap a la juventud, banalizando la violencia!”, sostiene un sargento después de asistir al disparatado comportamiento del soldado.

Y está la radio, el elemento que amalgama a toda la tropa y les mantiene en contacto. Tipo Duro 1 hablando con Tipo Duro 2, éste con Caos y aquél con Asesino. Las comunicaciones por radio, que se quedan grabadas en el recuerdo del espectador, efectivamente.

 

“A partir de ahora vamos a ganarnos la fama”, dice uno de los personajes cuando empieza la acción. De momento, poca fama, mucha miseria, mucho dolor, incomprensión… y poco más. Y ahí es donde radica, precisamente, la grandeza de esta serie: en contar con todo lujo de detalles el sinsentido de una contienda que sigue abierta y que nadie entiende por y para qué.

Sí. Me está gustando, y mucho, esta “Generation Kill”.

Seguimos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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BOYERISMO

“Es imperdonable que en las tiendas de este país sólo se pueda encontrar en DVD (y desde hace un mes) la primera temporada de una obra de arte llamada The wire cuando hace tiempo que en Estados Unidos exhibieron la quinta y última temporada.

Que no conozcamos el desenlace de ese complejo y grandioso western titulado Deadwood.

Que presumiblemente haya que esperar un tiempo intolerable para disfrutar sin interrupciones, en tu soledad (deja de morder, desaparece si tienes a mano una serie genial) o en elegida compañía, los bergmanianos infiernos de En terapia o el aroma a cine hipnótico y perturbador que desprende Mad men.”

¿Entienden por qué adoro a Carlos Boyero?

Jesús Lens.

EL TÍO SAM ANTE LAS CÁMARAS. PARTE II

Subimos a esta bitácora, el día de las elecciones americanas, la segunda parte del reportaje publicado en IDEAL sobre los presidentes americanos televisivos. Así arrancaba “El tío Sam ante la cámara” y, si recuerdan, terminábamos hablando de Bill y Hillary. Por ahí seguimos. ¿Qué les parece la conclusión del reportaje, a todo esto?.

En “Presidente por un día”, en fin, la pareja formada por Kevin Kline y Sigourney Weaver se reían a mandíbula batiente del affaire Lewinsky, la becaria más famosa de la historia, en una sátira que, siendo divertida, no buscaba hacer sangre.

Pero no todo son demócratas en la filmografía presidencial yanqui. En “Ciudadano Bob Roberts”, un impresionante Tim Roberts dirigió e interpretó la historia de un cantante folk que, ataviado con sombrero de ala ancha y armado con una guitarra, se lanzaba a una teóricamente imposible carrera como senador, detrás de la que se agazapaba una trama racista, militarista y económicamente elitista, tal y como descubrió un desconocido periodista. Filmada con la apariencia de documental, la película sirvió para descubrir a un comprometido Robins que, en su faceta como director, rayó a la altura de su ya apreciable carrera de actor.

Pero volvamos a los padres fundadores de la patria norteamericana. Comenzábamos esta semblanza cinéfilo-presidencial habando de una serie de televisión, “John Adams”. En ella, aprovechando que se repasa pormenorizadamente la biografía del segundo presidente de los EE.UU. asistimos a la independencia del país, a la redacción de la Constitución y a las tensiones entre los Estados y el poder central. Y, por supuesto, en todo ello participaron Washington y Jefferson, primer y tercer presidentes americanos, respectivamente.

En “Jefferson en París”, James Ivory ya trabajó sobre la figura de una persona a la que Adams definiera como “una contradicción andante”, posiblemente la figura más interesante, novelesca o cinematográfica de aquella transición económica y política en el Nuevo Mundo. Sobre Washington también hay algunas series y películas, como “George Washington: la leyenda”, en que Jeff Daniels interpretaba al famoso general.


Sin embargo, fue Abraham Lincoln el presidente americano que más proyección tuvo en las pantallas de cine, desde que el mismísimo y pionero D.W. Griffith filmara su apasionante historia. John Ford, por su parte, filmó “Prisionero del odio” y “El joven Lincoln”, basándose en una figura histórica que le apasionaba especialmente. Y, mirando adelante, Steven Spielberg ha anunciado varias veces su intención de revisitar el mito, con Liam Neeson como protagonista.


LA OBSESIÓN PRESIDENCIALISTA DE OLIVER STONE

Ya hablamos anteriormente sobre el asesinato de Kennedy y las repercusiones que tuvo en la sociedad americana. La película que con más lujos de medios intentó arrojar luz al magnicidio de Dallas fue “JFK”, dirigida por Oliver Stone, que se había hecho famoso al ganar el Óscar con su drama bélico “Platoon”.

A través de un ingente reparto coral y de un preciosista ejercicio de montaje, “JFK” es una extraordinaria película que pareció abrir una especie de obsesión presidencialista en su director ya que, después de trabajar sobre Kennedy, Stone ha filmado las biografías de Richard Nixon y del propio George Bush Jr.

Comenzando por esta última, diremos que ya antes de su estreno, “W” viene revestida de una agria polémica, no en vano, el estreno europeo iba a producirse en el Festival de Roma y el mismísimo Silvio Berlusconi ha censurado su proyección. Promete ser, por supuesto, una película que dará mucho que hablar y que nos permitirá a los periodistas derramar litros de tinta.

Tras el fulgurante éxito de “JFK”, Stone fichó a Anthony Hopkins para que le ayudara a componer a un Nixon amargado, alcoholizado y paranoico. Una película oscura, tibiamente acogida por la crítica y a la que el público dio la espalda, quizá porque sobre el famoso Watergate, el listón que pusieron Robert Redford y Dustin Hoffman en “Todos los hombres del presidente” ya estaba demasiado alto.

Y, sin embargo, estos retratos de los políticos en activo resultan de lo más estimulante. En Francia o en Inglaterra, diversos cineastas se han acercado a las figuras de Mitterrand o de Margareth Thatcher. Incluso al de la reina Isabel II. ¿Y en España?

En España nada de esto es posible. ¿Por la baja talla intelectual, moral o histórica de nuestros presidentes? ¿Por cobardía? O quizá pensamos que al público no le interesarían… El caso es que en nuestro país, a lo más que llegamos es a esos documentales hagiográficos y de medio pelo, de encargo, cuyo único fin es ensalzar al personaje de turno, pero nunca analizar las luces y las sombras de sus vidas, públicas y privadas. Lo que en el paraíso del Tomate y la telebasura debería darnos que pensar.

Y, desde luego, por si alguien lo dudaba, la fiebre presidencialista no remite en el país norteamericano: en la nueva película de Philip Noyce, Tom Cruise sería un joven presidente que, a su llegada a la Casa Blanca, se tiene que enfrentar a un singular complot, película que contaría también con la presencia de Denzel Washington.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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