Herencias envenenadas y forasteras indeseadas

Estas semanas estamos embarcados en un repaso por los orígenes del género negro y criminal en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir, pero tratamos de alternar la lectura de los clásicos de Hammett, Chandler o Cain con novelas contemporáneas escritas por autores españoles.

Entre estas últimas lecturas, ‘La forastera’, de Olga Merino, y ‘Herencias colaterales’, de Lluís Llort. Dos novelas aparentemente muy diferentes entre sí y que, sin embargo, beben de un mismo tema común: la vida en los márgenes de las personas que se salen de la autopista y deciden conducir por carreteras secundarias, comarcales y hasta por los carriles de tierra más impracticables y desabridos.

Mientras leía ‘La forastera’ me acordaba de una historia que, hace muchos, muchos años, me contaba una amiga. En las afueras de su pueblo había un árbol, no recuerdo si era un almendro o un olivo, del que se colgaba la gente.

—Colgarse en el sentido de…

—Ahorcarse. Tres vecinos del pueblo se colgaron del mismo árbol. Hasta que un día se taló. Desde entonces, ni uno más.

En ‘La forastera’, la protagonista, Angie, la de los Marotos, vuelve al pueblo de su infancia tras haber pasado unos años tumultuosos en Londres. Se instala en la vieja casa familiar, en las afueras, y vive prácticamente con lo puesto. De vez en cuando la llaman para la aceituna del cortijo de los señoritos. También recibe una prestación del Estado y el cura le echa un cable. Desde que murió su madre, vive sola. Sola, en compañía de sus perros. La loca de los perros. En el pueblo la miran mal.

Entonces aparece el cadáver del terrateniente de la comarca. Colgando, claro. A partir de ahí comienza el descubrimiento de una sucesión de secretos que podrían explicar tantas de las cosas que ocurren en la comarca… o no. Quizá no. Porque hay cosas que no tienen explicación. Ni justificación o razón de ser.

‘La forastera’ es una novela prodigiosa en la que su autora, Ana Merino, apela a los cinco sentidos del lector, que permanece en permanente estado de excitación a lo largo de sus 233 páginas. Es una novela que transmite los crujidos de las ramas de los árboles, el espesor del polvo que se te mete en los ojos y el olor a tierra quemada. Una novela que deslumbra con sus colores y sus fogonazos. Una novela que provoca sensaciones físicas en el lector.

En ‘La forastera’, publicada por la editorial Alfaguara, se dan la mano la España vaciada con el neowestern más apocalíptico. Olga Merino ha construido un universo propio al estilo del de Cormac McCarthy, pero completamente personal. Y muy apegado a nuestra tierra. Su protagonista es una heroína contemporánea que, habiéndolo perdido todo, no está dispuesta a que le arrebaten lo único que le queda: su libertad.

Libertad. Es lo que buscan los protagonistas de ‘Herencias colaterales, del autor barcelonés Llort. ¡Qué bueno que la editorial Alrevés la haya traducido del catalán! Y qué descubrimiento.

Si quieren ustedes saber qué es el humor negro, pero negro de verdad, lean a Llort. Y si en algún momento les surge la duda de si el noir casa con el humor… insisto: lean a Llort.

En ‘Herencias colaterales’ nada es lo que parece. Y como esa es la gran baza que juega el autor, no voy a contarles nada de la trama. Hablemos, pues, del contexto.

Una familia bien. De las de toda la vida de la burguesía catalana. Una familia que hace una buena inversión a través de una hipoteca inversa. Una inversión inmejorable, de hecho, sobre la vivienda de una anciana que vive sola.

Pero, como tantas veces ocurre en la vida, las cosas cambian y la circunstancias se ven modificadas. La suerte, que va por barrios. Pasa el tiempo. Y la familia bien ya no lo es tanto. Conocer a los Claramunt es conocer la deriva de una parte importante de la sociedad española contemporánea. Sin embargo, a sus miembros hay que quererles, sí o también. De forma rotunda e incondicional. Aunque, por momentos, te entren ganas de matarles.

En paralelo a la historia de los Claramunt conoceremos la de la anciana dueña de ese piso que es objeto de deseo de todos los personajes de ‘Herencias colaterales’. Una historia igualmente sorprendente. Alucinante, incluso.

Todo lo que nos cuenta Llort es improbable, pero no imposible. De hecho, a medida que vamos leyendo, lo improbable se va tornando en lo único posible. Es la magia de la buena literatura: introducirnos en un universo disparatado haciéndonos sentir que estamos como en casa.

Leo que Llort es periodista y que ha formado parte de los equipos de guionistas de dos series de humor satírico: ‘Moncloa, ¿dígame?’ y ‘Jet Lag’. Además, es autor de otras doce novelas y de varios libros infantiles y juveniles. ¿Es Llort el secreto mejor guardado del noir más irreverente y rompedor? Léanle y lo comentamos.

Jesús Lens

Volver a los clásicos del Noir

Lo que sucede, conviene. Con el confinamiento, además de las personas, también han quedado en cuarentena las novedades literarias y cinematográficas. No hay estrenos, no hay presentaciones y apenas si hay lanzamientos.

Pero ni debemos ni podemos quedarnos quietos, inermes y a la espera de que escampe. Granada Noir, por ejemplo, persevera en su empeño de que el festival patrocinado por Cervezas Alhambra no se agote en el par de semanas que duran su programa central de actividades y la extensión a la provincia, de manos de la Diputación.

De ahí que haya puesto en marcha un Club de lectura y cine en el que, con reuniones semanales a través de Zoom, se comenta la lectura y el visionado de grandes clásicos norteamericanos del género negro.

Literatura policíaca y cine negro son uno de esos maridajes artísticos y creativos que encajan como la bala en el cargador de un revólver. Pocas veces dos disciplinas artísticas se han retroalimentado con tanta fuerza, energía y pasión, contribuyendo a enriquecerse mutuamente.

El género negro literario, el hard boiled, nació y creció a la vez que el cine. Son disciplinas artísticas hijas de su tiempo que vivían de la realidad cotidiana, de las crónicas periodísticas, los sucesos, las fotografías de las primeras planas de los periódicos, las revistas, los cómics y la pintura.

Los autores, guionistas y directores de cine negro no tenían que reproducir o recrear el pasado mitológico del western ni imaginar los mundos del futuro por venir. Se alimentaban del olor a pólvora de las calles, del sonido del caucho de los neumáticos derrapando por las carreteras secundarias de los Estados Unidos, del sabor a plomo de las balas, del tacto de la tinta fresca de los periódicos, del rojo de la sangre que teñía los callejones más oscuros de las grandes urbes.

De ahí que el género policial represente el realismo social por antonomasia del siglo XX y los cuentos, las novelas y las películas de corte negro y criminal sean la crónica viva de lo que pasaba en las calles, los garitos y los barrios bajos. De lo que ocurría, también, al otro lado de los muros de las mansiones de los ricos y poderosos. Y en los despachos más altos e inaccesibles de los vertiginosos rascacielos.

El género negro es un combinado de ética y estética. De compromiso y radicalidad formal. Para disfrutar de todas las manifestaciones y posibilidades del género, Granada Noir está analizando una serie de narraciones de diferentes épocas que, después, tuvieron su traslación a la gran pantalla. En algunos casos, fueron adaptadas en más de una ocasión al cine, lo que también sirve para analizar los cambios operados en la sociedad con el paso del tiempo.

El programa diseñado por Granada Noir comenzó con ‘The killers’, el cuento seminal de Hemingway, y sus dos adaptaciones cinematográficas. La propuesta siguió con la mítica ‘Cosecha roja’ de Dashiell Hammett, fuente de inspiración de películas de gángsteres, por supuesto, pero también de samuráis y del Oeste; y ahora se encuentra en plena disección de James M. Cain, el mítico cartero que siempre llamaba dos veces y los seguros con doble indemnización.

Como el Noir es un género transversal que bebe de todas las fuentes posibles —y algunas hasta imposibles— la literatura y el cine se trufan con la pintura de Hopper, las fotografías de WeeGee, el cómic, la música, el periodismo de nota roja o sucesos y un largo etcétera de disciplinas artísticas, culturales y sociales.

Semana a semana, Granada Noir renueva su propuesta para leer, ver cine y, los domingos por la tarde, hablar de todo ello. Entre las siguientes estaciones de paso, las novelas de Raymond Chandler, Dorothy B. Hughes, Patricia Highsmith, William R. Burnett, Thomas Harris, Robert Bloch, Dennis Lehane, Gillian Flynn…

Y las películas de Raoul Walsh, Howard Hawks, Billy Wilder, John Huston, Nicholas Ray, Alfred Hitchcock, Jonathan Demme o David Fincher; entre otros.

¡Qué importante es, siempre, volver la vista atrás y releer a los grandes clásicos del género negro! Y disfrutar del cine de los años 30 y 40, filmado en un luminoso blanco y negro repleto de grises. Resulta sorprendente, sobre todo, la vigencia de sus tramas y personajes. La pestilente corrupción de la Norteamérica de los felices años veinte del siglo pasado. El pesimismo nihilista de los oscuros años treinta. La violencia. La falta de expectativas. La rebelión frente a las circunstancias. El fatum de las tragedias griegas. Eros y Tanatos.

Igual que resulta extraordinario descubrir las innovaciones estéticas propiciadas por el cine negro norteamericano, el desembarco del expresionismo alemán, el mestizaje, la asimilación, la irrupción del color y la adaptación de los argumentos y la atmósfera a las cambiantes circunstancias estéticas y sociales de cada momento.

En la página web de Granada Noir (ver AQUÍ) se van subiendo las reflexiones que surgen en este largo y tortuoso camino a la perdición. Una senda tenebrosa que nos conduce a las fuentes del género y al redescubrimiento de clásicos imprescindibles que siguen vivos, salvajes y de palpitante actualidad.

Operación: salvar a Kennedy

El magnicidio de Dallas del 22 de noviembre de 1963 ha pasado a la historia universal de la infamia como una de sus fechas más señaladas. El asesinato de Kennedy marcó a toda una generación y cambió el rumbo de la historia de los Estados Unidos y, por extensión, la del resto del mundo.

Al comienzo del confinamiento por el Covid-19, el mítico Bob Dylan sorprendía a propios y a extraños lanzando a través de las redes una nueva canción original. Y no era una canción cualquiera: con más de 17 minutos, es la más larga de su descomunal discografía.

Recitando más que cantando, casi al modo de un juglar, Bob Dylan se apunta a la teoría de la conspiración y denuncia al comienzo de ‘Murder Most Foul’, que Kennedy fue llevado al matadero como un chivo expiatorio: “le abatieron como a un perro a plena luz del día, era cuestión de tiempo y el momento era ideal. Tiene usted deudas sin pagar, hemos venido a cobrar. Te mataremos con odio; sin ningún respeto. Nos burlaremos de ti, te sorprenderemos, y lo haremos a la cara. Ya tenemos a alguien para sustituirte”. Y una de las frases más demoledoras de la canción: “miles de personas estaban mirando, pero nadie vio nada”. ¡El truco de magia más perfecto de la historia del crimen!

El lanzamiento de la canción de Dylan me sorprendió leyendo ’22/11/63’, la novela en que Stephen King fabula con la posibilidad de retroceder en el tiempo… y evitar el asesinato de Kennedy.

Se trata de un novelón de más de 800 páginas narrado en primera persona en la que el protagonista se traslada del mundo actual a un día muy concreto del pasado: el 9 de septiembre de 1958. A partir de ahí, tiene que vivir como un ciudadano más de aquella época mientras espera a que llegue el infausto 22 de noviembre de 1963. Y cinco años de vida dan para mucho. Por ejemplo, para convertirse en vecino ejemplar de un pequeño pueblo de cerca de Dallas. Y para enamorarse.

Lo más interesante de la novela de King es el comportamiento del pasado. Un pasado ominoso que se resiste a ser cambiado y que lucha con uñas y dientes contra el viajero en el tiempo que trata de interferir en la historia ya escrita. Un pasado que le pone mil y una trabas y dificultades, complicándole enormemente la vida y comprometiendo su compleja y bienintencionada misión.

Jesús Lens

Cultura negra y criminal

Desde que comenzó el confinamiento, en Granada Noir tratamos de ofrecer propuestas culturales diferentes y variadas que, los domingos a través de Zoom, comentamos desenfadadamente, de forma que estar conectados nos sirva para desconectar de la cruda realidad que nos rodea.

Esta semana tenemos un triple plan: leer uno de los clásicos por excelencia del género negro: ‘Cosecha roja’, de Dashiell Hammett. Recuerden que se publicó por entregas en la revista Black Mask desde febrero de 1929, en plena Ley Seca y antes del Crack del 29. Y máxima atención a la utilización de lagrimear persona.

Ver la película ‘Quien a hierro mata’, de Paco Plaza, con un soberbio Luis Tosar. Una extraordinaria película sobre el destino, la venganza y la justicia. Está en Filmin y en Movistar.

Escuchar la penúltima canción de Bob Dylan, ‘Murder most foul’, un true crime cantado casi a modo de recitación que impresiona por su erudición y crudeza. (AQUÍ la tenéis con subtítulos en castellano)

Además, aconsejamos recordar uno de los crímenes más espeluznantes de la crónica negra granadina, a través de ESTE REPORTAJE de Maria Victoria Cobo en IDEAL: el exorcismo del Albaicín.

Anímense a pasarse al lado oscuro de la cultura.

Recuerden que Darth Vader y su mascarilla tenía razón desde el principio.

Jesús Lens

Muerte en el hammam

Hace unos días, visitando la exposición que El Legado Andalusí ha dedicado a los baños en al-Ándalus, las comisarias de la muestra me contaban que el hammam era mucho más que un mero espacio higiénico donde bañarse. Que formaba parte activa de la vida de la gente y era lugar de encuentro, charla y conversación donde, por ejemplo, se cerraban importantes negocios y se ultimaban pactos y alianzas. (Lean AQUÍ)

Inmaculada Cortés y Carmen Pozuelo, buenas conocedoras de mi vena negra y criminal, además de contarme mil y una apasionantes cosas sobre el exotismo y la mixtificación romántica del hammam, me desvelaron la historia criminal del rey taifa al-Mutadid. Porque, efectivamente, “muchos baños fueron escenario de conjuras y asesinatos en diferentes momentos de la historia”, tal y como señala Inmaculada. Y me acordé del recorrido por baños históricos de hace dos veranos, con Blanca Espigares. (Leer AQUÍ)

Sevilla. Año 1053. Al-Mutadid cita a los reyes de las taifas de Ronda, Morón y Arcos para tratar de negociar una paz que diera tranquilidad al territorio. Cuando los tres reyes llegan a la ciudad, a pesar de ir acompañados de algunos de sus mejores caballeros, son arrestados. Un tiempo después, al-Mutadid libera al rey de Ronda y le deja marchar en paz. Entonces les llega el turno a los monarcas de Morón y Arcos. El soberano de Sevilla les dice que también quedarán libres, por lo que organiza un banquete en su honor y les invita a disfrutar de un buen baño perfumado que les quite el olor del cautiverio.

Los esclavos conducen a los dos reyezuelos al conocido como Baño de los Pergamineros y, una vez dentro, tapian la puerta con cal y ladrillo. Entonces, al-Mutadit ordena al calderero que avive el fuego. El baño se puso tan ardiente que los presos no tardaron en morir, entre asfixiados y escaldados.

Mientras me iba enterando de estos pormenores, impresionado por las historias criminales que se pueden esconder en escenarios tan insospechados como los hammam, recordé la película ‘Promesas del Este’, de David Cronenberg. En 2007, el perturbador cineasta se marcó un noir de muchos quilates, protagonizado por un inquietante Viggo Mortensen. Una de sus secuencias más impactantes transcurría, precisamente, en un baño. Turco, en este caso.

Que los mafiosos, gángsteres y delincuentes se reúnan en saunas y baños de vapor para hablar de sus cosillas tiene todo el sentido del mundo, a nada que lo pensemos. En esos espacios se entra a cuerpo gentil, por lo que nadie puede llevar un micro camuflado entre la ropa. De ahí que, sin necesidad de esos incómodos cacheos que siempre despiertan suspicacias, los baños se conviertan en lugares que permiten conversar abierta y libremente.

La desnudez de Kirill, el personaje interpretado por Mortensen, le confiere a la secuencia del baño de ‘Promesas del Este’ una dureza especial. El cuerpo está completamente expuesto al dolor. Los tajos que le infligen los sicarios enviados para matarle penetran en la carne con una fisicidad extraordinaria. Pocas veces, una lucha cuerpo a cuerpo ha sido mejor descrita en la pantalla, hasta el punto de que, por momentos, el espectador tiene la tentación de apartar la mirada de la pantalla.

Así las cosas, le sigo preguntando a Inmaculada y a Carmen por la historia negra de los hammam, recordando vagamente el asesinato de Yusuf II en la Alhambra, envenenado a través de una prenda que vestiría al salir del baño. Y pensando si este ritual anual de despedir el año en un hammam no puede ser peligroso. Leer AQUÍ.

Y me hablan de lo acaecido Córdoba al califa Ibn Hammud, muerto el 22 de marzo de 1018. En plena pugna contra el omeya de Jaén y mientras contrataba a un ejército de mercenarios beréberes para guerrear, fue asesinado por sus esclavos en los Baños del Alcázar califal. Y también se trató de una muerte extremadamente violenta: le arrojaron un cubo de cobre a la cabeza y, a continuación, fue pasado a cuchillo y rematado a puñaladas.

Pocos años después e igualmente en Córdoba, en el año 1024, Abderramán V, conocido como el Breve, murió a los dos meses y medio de mandato, asesinado por su primo, que había alentado una revuelta popular en su contra. La plebe enfurecida asaltó el palacio califal y el monarca trató de escapar a su furia escondiéndose en el depósito de leña de los baños reales, de donde ya salió con los pies por delante.

Excitado y nervioso por todo este aluvión de información, recuerdo que aún tengo pendiente de leer ‘El perfume de bergamota’, de Gastón Morata, sobre la enigmática muerte el citado Yusuf II. Imperdonable.

Y no me quiero olvidar de cierto proyecto, igualmente pendiente, sobre la historia noir de la Alhambra, a cuatro manos con mi querida Blanca Espigares Rooney, que dejará reducido a un juego de niños la famosa Boda Roja de ‘Juego de tronos’. Me relajo, eso sí, pensando en lo mucho que da de sí una visita a una buena exposición, cuando tienes la suerte de contar con las mejores guías posibles. ¡Gracias!

Jesús Lens