EL CORAZÓN DEL CAZADOR

Dedicado a Javier Reverte,

que nos contó este país

en el grandioso «Vagabundo en África.»

 

 

Hace unos años, preparando una conferencia sobre «El papel de la educación en la consolidación de la democracia», me encontré con una información muy interesante sobre Sudáfrica: para los niños, el apartheid era algo que se estudiaba exclusivamente en los libros. Era historia. Agua pasada. Nada que afectara a su vida cotidiana o sobre lo que solieran hablar.

 

Sudáfrica será el país de moda de los próximos años. En primer lugar, por un acontecimiento tan aparentemente banal como el fútbol, aunque a nadie escapa que, en realidad, el balompié es la gran religión universal del siglo XXI y los Mundiales, su liturgia más sagrada. Además, Clint Eastwood está filmando una película basada en el último libro de John Carlin, «El factor humano», en que se cuenta cómo Mandela usó el rugby y una competición deportiva para unir a los sudafricanos y conseguir que los eternos, ancestrales y viscerales enemigos, negros y blancos, consiguieran convivir pacíficamente entre sí.

 

Y es que no tiene que ser fácil, tras décadas de odio y guerra, hacer borrón y cuenta nueva y, de repente, empezar a trabajar con el enemigo. De trabajar contra él, y sin pasar por el trabajar a parte él, en Sudáfrica se tuvo que hacer un cursillo avanzado de cómo cerrar heridas a una velocidad de vértigo para empezar a trabajar con el enemigo. Y de todo eso nos habla Deon Meyer en la excelente novela «El corazón del cazador», uno de los imprescindibles títulos que RBA está publicando en su gloriosa Serie Negra.

 

Porque la Sudáfrica del apartheid contaba, de facto, con dos estados que trabajan en paralelo. Por un lado, el blanco. El oficial. Por otro, toda la estructura de poder montada por el Congreso Nacional Africano que, alimentado y entrenado por los antiguos países del Este, tenía su propio ejército y, por supuesto, su propia central de inteligencia. Los espías, o sea. Y los asesinos a sueldo. Los miembros de La Lucha. Como Thobela Mpayipheli, un gigante zulú que, tras años y años en la clandestinidad, por fin ha conseguido enderezar su vida.

 

Pero el destino es cruel y un conflicto en que se ve involucrado un ex camarada y en que se ve metida la recién creada Agencia de Inteligencia Presidencial sudafricana le hará tener que volver a la acción. Pero ¿quiénes son, ahora, los buenos y quiénes los malos? Esa es la cuestión.

 

Porque, de repente, se supone que los antiguos enemigos ya no deben recelar entre sí y han de trabajar, todos, en pro de una Sudáfrica unida, potente y sólida. Mirando al futuro. Pero, entonces, ¿quién ha secuestrado a Johnny Kleintjes y por qué exige, a cambio de liberarlo, acceder a una base de datos con la identidad de según qué agentes? ¿Qué pinta la CIA en mitad de este embrollo? ¿Y los islamistas radicales?

 

Créanme, cada pieza termina encajando y pasado y presente acaban teniendo la lógica continuidad se les supone, aunque no resulte sencillo de entender. Y en mitad de todo ello, Thobela, un personaje proteico de los que enamoran al lector desde su primera aparición en escena. «El corazón del cazador» es una novela que pone el foco de atención en uno de los conflictos más terribles del siglo XX y que, con un ritmo endiablado y a través de unos poderosos personajes, nos traslada a la compleja realidad de la Sudáfrica actual. Altamente recomendable.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CINES DEL SUR: SOULEYMANE CISSÉ

Publicamos hoy, en IDEAL, algunas de las impresiones que nos dejó la lección magistral de Cissé. Además, siguiendo el enlace, unas notas más con la estupenda crónica que de este director nos deja Ángeles Peñalver: «En Mali podemos crear Hollywood». Toda una lección.

 

Unas cien personas asistieron en el Teatro Isidoro Máiquez de CajaGRANADA a la lección magistral del cineasta Souleymane Cissé, galardonado con el premio Alhambra de Honor del Festival Cines del Sur, que nos sigue regalando grandes momentos como el del lunes por la tarde.

 

Presentado por el estudioso Alberto Elena como «el más grande de los cineastas del África subsahariana», Cissé se mostró especialmente cercano al publico y, aunque se disculpó por no ser un gran orador, su magisterio fue extraordinariamente acogido por el publico.

 

«No es fácil filmar una película. Cada proyecto es distinto y especial y, desde luego, rodar en Mali es casi sinónimo de estar loco», señalo Cissé. En los años setenta, bajo la dictadura militar, el único cine posible era el documental y hagiográfico de los gobernantes. La censura era férrea y cada proyecto de ficción era sistemáticamente rechazado.

 

En estas circunstancias, ¿cómo es posible la creación cinematográfica? Cissé empezó por filmar cortometrajes de diez minutos para, después, narrar los avatares de los niños y los jóvenes, contando en imágenes cinco días de sus vidas, defendiendo la necesidad que tiene la juventud de formarse y aprender un oficio para ganarse la vida.

 

Su película «La joven» supuso un punto de inflexión en la carrera de Cissé. En ella se cuenta la problemática de la mujer africana y fue un trabajo en que contó con el entusiasmo de un equipo absolutamente implicado con la película, a través de un reparto de actores amateur que consiguió transmitir la emoción que él buscaba con una enorme naturalidad. Esa es la clave de su cine: transmitir emociones sabiendo que cuenta con unos medios muy precarios, estableciendo las estrategias necesarias para sacar el mejor partido de los actores y los recursos técnicos a su alcance, siempre contando con la complicidad de su equipo.

 

Cissé, quitándole importancia a los múltiples y distintos problemas que ha encontrado a lo largo de su vida como cineasta, se mostró como un infatigable luchador que ha peleado con uñas y dientes por sacar adelante cada uno de sus proyectos, siempre en el límite de lo permisible y lo censurable por parte de un gobierno de tintes autoritarios. Cissé se mostró como un ejemplo de tenacidad y pasión por un cine profundamente humano. Para terminar, Cissé reclamó la necesidad de apoyo que tienen los cineastas africanos para que su trabajo sea distribuido y conocido internacionalmente, apelando a la complicidad de los presentes en el acto, periodistas, críticos, cinéfilos o guionistas, para que contribuyan a la popularización de estas otras cinematográficas, fuera de los circuitos tradicionales.

 

Jesús Lens

EL MURO

Gregorio, el Blogrredor, me manda este vídeo, que quiero dedicar a mi amigo Antonio Lozano, que tanto nos ha contado sobre este tema y con quien hablaremos el 24, en este evento, sobre «El viaje de la Inmigración». Les esperamos. (Si no ven la pantalla completa, PINCHEN AQUÍ para ver el vídeo íntegro)

¡Y no dejen de dejarnos on line sus preguntas para Zhag Yuan!

 

LAS MUJERES MÁS BELLAS DEL MUNDO

Dejo este estupendo artículo de Manuel Villar Raso, publicado el sábado en la sección de Opinión de IDEAL, que complementa a la perfección mi columna del pasado viernes «La mirada de África».        

 

A las mujeres más bellas del mundo las he visto en Dákar y a las orillas del río Níger, en Ségou, una de las ciudades más míseras del planeta, pero también en la exposición que hay montada en la sala de CajaGRANADA en Puerta Real, donde todavía tienen unos días para verla.

En ella, Alicia Núñez ha realizado la mejor exposición que se haya hecho tal vez  en Granada sobre África, o que yo al menos haya visto, a pesar de participar en numerosos viajes por ese continente y colaborar en el montaje de varias exposiciones con nuestra Universidad. Son una cincuentena larga de fotos (casi siempre mujeres), con la piel al desnudo y sin vestidos ni pantalones ni chaquetas, porque si  llevan alguna ropa encima parece rota a jirones. Tampoco llevan zapatos, creo, pero lo que deslumbra al espectador es la luz de sus ojos, a los que uno no se les puede enfrentar sin responder y sin quedar deslumbrado. Hay en ellas grandeza y mucha miseria. Es cierto que la miseria  ya está instalada en nuestras ciudades y en nuestras calles; pero, a diferencia de los ojos de nuestros pobres, la luz que emanan los rostros de Alicia seduce, encogen el ánimo y hacen sangrar. Son rostros que no ven, como animales sin ojos, pero que trenzan historias, convertidas en enfermedades, ya que África, como el barrio Mumbai de la película, Slumdog Millionaire, es la cuneta de la miseria.

En cierta ocasión, intenté escribir una novela sobre las mujeres que había visto en mis correrías africanas y la dejé a medio acabar; en parte porque  me daba la impresión de que sus vidas me parecían tan inverosímiles que no podría describirlas tal como eran y, en parte, porque yo no era como ellas y no podría hacerlo. Los músculos de los dedos se me agarrotaban. Quería presentarlas como lo ha hecho Alicia, sin especular, sin opinar, sin filosofar sobre sus vidas y de una manera pulcra y sencilla, como hacen siempre los grandes escritores, Hemingway o mi admirado Kapucinski y, al no poder hacerlo, la dejé. Alicia en cambio, sin recurrir a rellenos de paisajes ni a escenarios grandilocuentes y, centrándose tan sólo en sus ojos, hace todo esto de una manera precisa y con tal naturalidad que me fui de la exposición con la cabeza gacha y no sé todavía cómo me atrevo a escribir sobre ella.

El África de Alicia es tan fantástica que, creo, debería trabajar para las mejores revistas de fotografía de París o Nueva York y, de ahí, que les anime a  que no se la pierdan si quieren saber lo que es una fotógrafa de verdad y lo que es África, un continente grandioso, un océano inmenso, un planeta aparte, con la mayor explosión de belleza y luz, que ella saca de una sencilla cámara, con la que se adentra en el fondo perturbador de unos ojos africanos, en sus rostros y rasgos físicos, como si no formaran parte de un mundo que es el nuestro; pero que es real. Nunca me ha entusiasmado la fotografía, pero creo que el arte es contar cómo te sientes y así es cómo ha trabajado Alicia en África, dejándonos  a solas y en silencio con sus personajes, en una dimensión que no es la nuestra y entusiasma; porque se trata de una artista maravillosa, de una depredadora visceral que, con tan sólo la herramienta de su cámara, nos habla de calamidades naturales, de gentes que no tienen hospitales, ni nada que ver con nosotros, con el mundo en general, como si su vida no tuviera sentido o no hubiera vida para ellos. Por unas cosas  o por otras, Alicia Núñez crea unos personajes, que no pertenecen al mundo en el que nos hallamos, bien porque  su existencia sea fantasmal o porque en él no haya vida para ellos y sí para nosotros.

Nos miran de frente, buscan nuestros ojos y nos obligan a mirarlos,  pidiendo que les demos paso como diciéndonos que están vivos y son  reales, como pidiéndonos que los redimamos del hambre, de la sed, del sarampión, de los piojos, de la sífilis, de la poliomielitis, y les ayudemos a escapar de la condición infernal en la que viven, pero sin echarles en cara el estar vivos y en nuestro mundo. Y todo ello contado con sencillez, de forma  precisa y de una manera sencilla e, irónicamente, sin ambiciones formales, pero invitándonos a participar en verdades complejas, que dicen mucho sobre nosotros mismos y sobre el mérito de una autora tan sensible a la condición humana. Vean la exposición y luego compren su pulcro catálogo y completarán un recuerdo imborrable.

LA MIRADA DE ÁFRICA

La columna de hoy viernes de IDEAL, dedicada a mis compañeros de viaje, los que ya hemos hecho y los muchos que están por hacer. Va por ustedes, lobos y aldeanos, los veteranos y los nuevos.

 

Ha querido la casualidad que estos días coincidan, abiertas al público, dos exposiciones fotográficas de temática parecida: una mirada hacia y desde África. Y en ambas he tenido participación, de forma más o menos directa, al haber estado en varios de los viajes en que se hicieron las fotografías.

 

Una es la de Alicia Núñez, que está siendo todo un éxito y que se puede visitar en el Centro Cultural Puerta Real de CajaGRANADA. De ella, aunque haya otras fotos más espectaculares, me quedo con las realizadas en Etiopía y Tanzania. Sobre todo, con la de Toro y otras dos niñas Hammer que, para mí, representan el futuro de África, la ilusión y la esperanza, pero también el miedo y la incertidumbre.

 

La exposición de Alicia, que ya ha sido visitada por miles de personas, es de una calidad técnica impecable y muestra una mirada limpia hacia los rostros de los habitantes del continente más pobre de la tierra.

 

La otra exposición, «De Dakar a Saint Louis», colectiva, está conformada por las imágenes que un grupo de viajeros tomamos a lo largo de nuestro periplo por Senegal. Fotografías de unos aficionados que, sin más pretensión que la de mostrar lo que íbamos viendo en nuestro viaje, se pueden visitar en la acogedora calidez de La Tertulia, ese impagable e imprescindible garito de la calle López Mezquita tan cargado de historia y simbología, auténtico dinamizador cultural de nuestra ciudad.

 

Cuando buscaba un título para esta columna, una palabra era obligatoria: mirada. Porque el común denominador de estas dos exposiciones es precisamente ése, el de la mirada. Una mirada en dos sentidos y dos direcciones. La primera, por supuesto, es la mirada del fotógrafo hacia África, sus paisajes, sus curiosidades, su especial idiosincrasia, su colorido. Es una mirada descubridora y sorpresiva de una realidad que, estando ahí al lado, nos resulta abismalmente ajena.

 

Pero hay otra mirada, más profunda e intensa: la que las personas retratadas devuelven al espectador. Son miradas que hablan, que cuentan cosas. Son miradas que, si bien te cautivan, también provocan que te hagas preguntas y te cuestiones algunas teóricas certezas.

 

Y ahí es donde radica el auténtico interés de una exposición como ésta: en el cariño con que los viajeros intentamos captar las vidas cotidianas de algunas de las personas con las que nos cruzamos en esos caminos perdidos de África que glosara Javier Reverte. Voluntariosos y aficionados intentos de mostrar estampas que nos hablan de un África dura, pero también alegre y esperanzadora, luminosa, optimista.

 

Si tienen un rato, déjense caer por La Tertulia y, tomando un café, una cerveza o una infusión, sumérjanse tranquilamente en la voluntariosa ruta que, uniendo Dakar y Saint Louis, pretende acercarnos a un país tan hermoso como Senegal, a sus paisajes, a sus mercados y, sobre todo, a sus gentes.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.