CASTRIL

Dejamos la columna de hoy de IDEAL, en clave memorístico-ecologista.

UNA de las Nocheviejas y, por extensión, día de Año Nuevo más espectaculares de mi vida los pasé en Castril, tiempo ha. Unos amigos alquilamos un impresionante cortijo, la Saludá Alta, enclavado en pleno Parque Natural. Llegamos el mismo 31, ya de anochecida, e inmediatamente nos enamoramos de aquella exquisita casa y su inteligente diseño. Preparamos la cena entre risas y bromas y, para las uvas, salimos al patio, donde nuestra anfitriona hizo sonar las campana- das con un martillo, de forma artesanal.

Empezó a nevar, pero todavía pudimos disfrutar del influjo de una enorme y memorable luna. Volvimos adentro del cortijo y, mientras el exterior se cubría de un espeso manto de nieve, nos dimos a las copas, la música y el buen humor.

El día 1 nos sorprendió lógicamente resacosos. Pero en cuanto asomamos a la puerta del cortijo, nos despejamos. Un sol luminoso hacía que la nieve virgen reverberase esplendorosamente. Nos pusimos las botas y salimos a caminar. Y pronto llegamos a la conocida como Cerrada de la Magdalena y al nacimiento del Río Castril.

Pocas veces he visto un paisaje más impresionante y majestuoso. Dado como soy a la fabulación, me transporté mentalmente a la Alaska de Jack London y a su universo blanco del Río Yukon, los buscadores de oro, los trineos y los pioneros. En pocas palabras, disfruté de aquella naturaleza como nunca. De hecho, jamás he vuelto a tener la misma sensación de estar en un paraje virgen, salvaje, único e indómito. Cuando volvimos a Granada, nos dijeron que habíamos estado aislados durante dos días. Y nosotros, sin enterarnos. Ignorantes. Felices.

He vuelto alguna otra vez a Castril. Y, aunque no volvió a surgir una magia como aquélla, siempre me maravillé con el espectáculo del atronador y brutal nacimiento del Río Castril. Habiendo leído mucho acerca de la mitología celta y el simbolismo de los manantiales, sinónimos de pureza, nacimiento y regeneración; la potencia, el poderío con que el Castril ve la luz, abriéndose paso abruptamente entre las rocas, siempre me pareció de una belleza sin parangón.

Verano del 2008. Volvemos a Granada tras unas semanas fuera y, desde el Fondo Norte provincial, un amigo internauta me alerta sobre algo que jamás hubiera podido suponer, ni en la peor de mis pesadillas: por aquello de los trasvases y la guerra del agua, el Río Castril va a ser entubado, desviado y redireccionado.

Me quedé mudo. ¿Desde dónde? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Me hice todas esas preguntas, pero me las guardé para mí. Porque, en realidad, no quiero saber. No quiero ni pensar que las burocracias de los despachos van a despachar, para siempre, un paraje singular y único, atractivo, incontaminado y espectacular, de una hermosura sin igual. Uno de esos paisajes que se te incrustan en la retina y se fijan para siempre en la mente. Un territorio mítico que ni imaginar puedo que, de verdad, va a desaparecer. Por favor, ¿pellízquenme y despiértenme de este mal sueño!

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Jesús Lens.