Las prisas de Marc Márquez

Es una máxima que siempre nos hemos aplicado quienes salimos a caminar por la montaña: paso a paso. Despacio. Piano, piano; como dicen en Italia. Pole pole, en swahili. Calmados. Sin prisas. Fue la frase más escuchada durante los días de ascenso al mítico Kilimanjaro, tantos años ha. Cada vez que nos veníamos arriba y empezábamos a caminar con más ligereza, el guía nos invitaba a ralentizar el ritmo: pole pole. Y así fue como conseguimos coronar el mítico Uhuru Peak, el Pico de la Libertad.

Más expeditivo era nuestro guía por el Atlas marroquí: durante la ascensión al Jbel Toubkal no dejaba de insistir: “tranquilo, tranquilo; que la prisa mata”. Me lo grabé a fuego aunque, en general, ya era poco amigo de bullas antes. Bastante tengo con ser embarullado y caótico como, para encima, ir a toda mecha.

Me acordaba de todo mientras leía el calvario por el que está pasando Marc Márquez, el campeonísimo de Moto GP, desde su accidente de Jerez. Se fracturó el húmero y pasó por el quirófano. Cuatro días después trató de volver a la competición. Fracasó en el intento. Para colmo, un accidente doméstico terminó de jorobar las cosas. A partir de ahí, todo ha ido de mal en peor y, además de perderse esta temporada, llegará tarde a la que viene. Y a saber en qué condiciones.

Marc Márquez trató de volver a toda mecha y se estampó, metafóricamente hablando. El más veloz sobre la moto, el más rápido de los circuitos, no tuvo la paciencia necesaria y se quedó en el dique seco. Las prisas no fueron buenas consejeras.

En unas declaraciones recientes, al piloto no le ha temblado el pulso a la hora de buscar un culpable: el médico que, según él, no le paró. El galeno que le permitió la machada de tratar de conducir una moto a toda velocidad cuatro días después de instalarle una placa de titanio en el brazo roto.

¡Ay, la historia, qué veleidosa puede llegar a ser! A la vista de todo lo que le ha pasado, Marc Márquez se muestra convencido de que aquello fue una temeridad. Un error. Que debió tener más cuidado. Más paciencia. Más sentido común, posiblemente. Una lección aprendida.

Porque con la experiencia acumulada, ni Marc Márquez ni el médico habrían repetido los errores y las precipitaciones que tan fatales consecuencias han tenido para el piloto.

Jesús Lens

Que conste la Consti

Vaya por delante que no me gustan los diminutivos. Cómo será la cosa que ni siquiera ahora que lo ha admitido la RAE me veo usando el socorrido ‘finde’. Para mí, un fin de semana es algo demasiado serio e importante como para despacharlo de forma frívola. Así las cosas, se me ha hecho raro escribir ‘Consti’ en el titular de esta columna, pero yo, por un juego de palabras, mato.

Entre mis pasiones bibliófilas no se encuentra la busca y captura de primeras ediciones. Sin embargo, hace unos años, en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión sentí una enorme emoción al tener en mis manos una primera edición de la Constitución de Cádiz de 1812. No era precisamente barata. Dudé. Me debatí interiormente con la misma ferocidad que un atormentado personaje de Dostoievski… y terminé por devolvérsela al librero, marchándome de Puerta Real con los hombros encogidos y las manos en los bolsillos.

Tiempo después, en Cádiz, entregado a una larga y completa visita temática a los espacios relacionados con la Pepa, me maldije mucho y bien por mi prudente tacañería. Habría sido toda una experiencia leer aquel magno documento frente al soberbio Monumento a las Cortes, paseando por la Alameda o en el recogimiento inmersivo que proporciona el oratorio de San Felipe Neri donde se debatió el articulado del texto constitucional. (Aquí conté aquel viajecillo tan chuli)

Uno de los efectos colaterales de la Cosa ha sido que este año infausto hablemos más que nunca de nuestra Constitución. La actualmente vigente. La del 78. Qué es y qué no es constitucional forma parte del debate cotidiano, desde los límites del estado de alarma a los confinamientos perimetrales, pasando por el lenguaje vehicular y la organización del poder judicial; amén de las pertinaces tensiones nacionalistas.

Desde mis años de carrera, empapándome de derecho constitucional, nunca había tenido tan presente el texto básico y esencial por el que se rige nuestro ordenamiento jurídico. Con el frío que hace y confinados en nuestros municipios, no estará de más dedicarle un rato de lectura y reflexión a la Constitución del 78. Para unos, ha envejecido mal, como ciertas películas. Para otros, ya nació coja. Manca, incluso. Los hay, en fin, que lo consideran un texto traicionero.

Es muy posible que necesite una mano de chapa y pintura en algunos aspectos, pero con sus defectos, la Consti nos ha deparado 42 años bastante aceptables. ¡Que conste!

Jesús Lens

Bienvenido a Granada, Mr. Biden

El pasado domingo estuve hablando un buen rato con un amigo, entre otros temas, de las elecciones norteamericanas. —Qué interesante— pensarán ustedes—. ¿Y a nosotros, qué?

No les falta razón. Sobre todo si se rieron con un chiste que a mí también me hizo mucha gracia: ojalá se quedara despierto toda la noche electoral española un granjero de Wisconsin, pendiente del último escaño por adjudicar en Ciudad Real.

Como chiste, insisto, tiene su punto. Pero la realidad es que a todos nos influyen los resultados de las elecciones norteamericanas.

—¿Incluso a los de la Chana y el Zaidín?

Sí. Incluso a nosotros. Por ejemplo, que haya ganado Biden supone que Estados Unidos volverá al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Y que retornará a la OMS, de la que era uno de los grandes financiadores. Convendrán conmigo en que, sobre todo ahora, una OMS fuerte y robusta nos interesa a todos.

—Sí, muy bien. Pero eso afecta por igual al resto de países del mundo. ¡Cuan largo y lejano me lo fiáis, amigo Sancho!

Cierto. ¿Pero qué me dicen de los aranceles al aceite de oliva y a las aceitunas negras que impuso Trump? Eso ya nos toca un poquito más de cerca, ¿verdad? Eso sí que incide de forma directa en nuestro bolsillo, que el sector olivarero es uno de los puntales de la socioeconomía andaluza.

Al margen de filias y fobias, ideologías, ética y estética; los resultados de las las elecciones norteamericanas nos condicionan más de lo que creemos. Y si no, que le pregunten a mi amigo, CEO de una empresa tecnológica radicada en Granada que ha visto frenados sus planes de expansión por culpa de las políticas proteccionistas del gobierno de Trump.

Más allá de ser un lema pegadizo, el MAGA, Make America Great Again, ha supuesto un problemón para una empresa granadina que, además del lucro cesante por no poder competir en los Estados Unidos (la meca del liberalismo y la libre competencia, ya saben ustedes) está perdiendo dinero todos los meses por culpa de los gastos derivados de una inversión frenada en seco por cuestiones políticas.

¿Le supone mucha diferencia que haya ganado Biden? Sí. Para empezar, la nueva petición de visado hecha para el comercial de su empresa no ha sido rechazada de plano, como ocurrió estos últimos años. Está en estudio, lo que ya es todo un avance.

Jesús Lens

A palos con la resiliencia

Es una palabra fea. Resiliencia. No sé si habría otra que sirviera para explicar el concepto, pero cada vez que la oigo me acuerdo de Mayra Gómez Kemp y el ‘Un, dos, tres’: Loli y Andrés, amigos y resilientes en Granada.

Pedro Sánchez, que ya escribió su particular ‘Manual de resistencia’, acaba de presentar el llamado ‘Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia’, todo así, con mayúsculas. Y menudo barullo, oigan.

Se supone que el Plan es el instrumento a través del que se ejecutarán las ayudas europeas por la pandemia, resumiéndolo mucho. Lo de recuperación y transformación es más fácil de entender. Lo de la resiliencia requiere algo más de atención. De acuerdo a la interpretación del término que le da su creador, el neuropsiquiatra y psicoanalista Boris Cyrulnik, se define como la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación.

La resiliencia, por tanto, es más, mucho más que resistir los embates de la vida o que adaptarse al cambio. Para que haga su aparición en escena son necesarios dolor, trauma y sufrimiento. De ahí que, para mi gusto, se hable demasiado alegremente de ella en los discursos buenistas tipo autoayuda. Cuando oigo lo de ‘tiene que ser resiliente’, así como consejo, se me eriza el vello. Para desarrollar dicha capacidad es necesario que te vapuleen. Como si fuéramos sacos de boxeo. ¿Debemos de asumir, por tanto, que nos van a estar sacudiendo como a una estera de aquí en adelante?

Desde un punto de vista meramente físico, la segunda cualidad de esta propiedad permite que el cuerpo resiliente, una vez sometido a la fuerza, vuelve a su estado primigenio, sin acusar desgaste. Para Cyrulnik, yendo un poco más allá, las personas más resilientes son las que salen incluso fortalecidas de una situación traumática. El clásico ‘lo que no te mata te hace más fuerte’ de Nietzsche, o sea.

Ojito, no se nos vaya a ir de las manos el concepto, que esto de las bondades de sufrir para ser mejores personas nos retrotrae a épocas felizmente dejadas atrás. ‘No pain, no gain’, defienden los deportistas. Y no les falta razón. Sin dolor no hay mejora. Una frase pistonuda a la hora de salir a entrenar sin ganas. Pero, insisto, cuidadín con convertir la vida en una sufrida y exigente competición. Recuerden que, para que ganen unos pocos elegidos, son muchos más quienes deben perder.

Jesús Lens

No es fácil escribir esto

No es nada fácil escribir esta columna. Hoy les quería hablar de la resiliencia, un concepto equívoco que empieza a usarse mucho y no siempre de manera correcta. Recordé que tengo un XL Semanal con una entrevista con el creador del concepto y, al ir a buscarlo entre los papeles que siempre amenazan con sepultarme, di con un dossier de ciencia ficción española de una revista antigua. Y me enredé.

Una llamada de teléfono me devolvió a la realidad y decidí pasar de la documentación impresa a la digital. Antes de googlear ‘resiliencia’ y probar suerte, me pasé por twitter. Con las redes pasa como con lo de salir de tranquis o lo de una rápida y me voy: te acabas liando. Otra vez.

Tengo descargada una App en el móvil que, cuando llevo X tiempo en una misma aplicación, empieza a soltar descargas eléctricas. Varios calambrazos después, cuando el despacho ya apestaba a piel de pollo pasada por una hornilla antigua, empecé por fin a escribir.

Justo en ese momento, el portero automático rompió mi concentración. Un mensajero con un paquete de libros. ¡Albricias! Me entretuve un rato disfrutando del pedido y, de vuelta al teclado, decidí poner el móvil en modo avión para concentrarme de una maldita vez. Antes, eso sí, consulté el güásap, no fuera a ser que hubiera llegado algo de vital importancia que requiriera urgente contestación.

Un buen rato después y una vez arreglado el mundo a través de emoticonos, memes e interjecciones varias, ya sí que sí estaba presto y dispuesto para la tarea. Antes de lanzarme a teclear, fui a la cocina a prepararme un café. Entonces caí en la cuenta de que se me había acabado la leche. Me cambié de ropa y bajé en una ‘volá’ a la tienda de la esquina, donde me entretuve pegando la hebra.

Al volver a casa, consulté la bandeja de entrada del correo electrónico, no fuera a ser que… y miré las ediciones digitales de los periódicos, que no es lo mismo saber lo que pasa que estar informado. Y justo cuando había tecleado el título de la columna, las tripas empezaron a rugir. Sin saber cómo, era hora de comer.

Y aquí me tienen, compuesto y con los deberes sin hacer, pero mucho más sabio, informado y discutido que a primera hora de la mañana, cuando salté de la cama presto y dispuesto a escribir esta columna.

Jesús Lens