El Centro descentrado

La entrevista que Elena de Miguel le hizo a Ángeles Orantes, consejera delegada de La Cueva 1900, dejó varias perlas para el análisis. Pero, sobre todo, un dato muy ilustrativo: tras reabrir sus restaurantes, los del centro de Granada nunca superaron el 40% de facturación, mientras que, en los barrios residenciales y los más alejados de dicho centro, fue del 70%.

El turismo, claro. Su falta de, por supuesto. Pero en su análisis, Ángeles Orantes iba más allá: “locales que antes eran premium ahora facturan menos. Las empresas hemos aprendido que tenemos que ir más ligeros de equipaje, de estructura, y un alquiler en un centro de una gran ciudad es duro”. Y como remate, un aviso a navegantes: además de negociar mejor, “hay que intentar ubicaciones alternativas”.

Coincidió esta entrevista con la lectura de un interesante artículo de Ricardo de Querol en que antepone el concepto de ciudad sabia al de ciudad inteligente, la smart city que nos venden como panacea. Mientras que en la ciudad inteligente prima una recopilación de datos que busca la rentabilidad —lo que no es malo en sí mismo— la ciudad sabia “es la que invita al ciudadano a tener una vida buena, consciente de su dignidad, que se puede resistir a veces a esa rentabilidad”, en palabras del filósofo Javier Gomá.

Ambiente por el centro de Granada.
FOTO: RAMON L. PEREZ
DIARIO IDEAL DE GRANADA

Y todo ello entronca, también, con la revolucionaria propuesta de Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, y la llamada ‘ciudad de los 15 minutos’ en la que prima lo cercano. La vida de barrio, sin que sea necesario hacer grandes desplazamientos en nuestro quehacer cotidiano. Barrios con todos los servicios y las prestaciones, de forma que podamos limitar nuestros movimientos obligatorios.

Les reconozco que, incluso antes de la pandemia, había ocasiones en que me pasaba varias semanas sin pisar el centro de Granada, hasta el punto de que, cuando por fin llegaba a Puerta Real, Mesones, Alhóndiga, Reyes Católicos o la Gran Vía; me descubría atónito frente a las tiendas de nueva apertura y el cierre de comercios históricos.

Si de esta crisis no aprovechamos para repensar Granada en su conjunto, analizando sus fortalezas y sus debilidades, perderemos una ocasión de oro. Lo vimos —y lo sufrimos— durante el puente del Pilar, con la ciudad y buena parte de los enclaves turísticos más conocidos de la provincia completamente atestados. Y atascados. Desbordados. Otra vez.

¿Qué tal si empezamos por reflexionar sobre el centro descentrado que nos está quedando en las ciudades?

Jesús Lens

Cuando Laura vuelve de la muerte

Disculpen el spoiler, pero como hablamos de una película de 1944 universalmente conocida, pienso que ha pasado el tiempo suficiente como para hablar con libertad de una de las secuencias cumbre de la historia del cine: la resurrección de Laura en la película homónima, filmada por Otto Preminger.

El pasado miércoles por la noche me planteé preparar unos martinis o un whisky on the rocks para acompañar el enésimo visionado de ‘Laura’, siguiendo el ejemplo de lo que solemos ver en las películas norteamericanas, pero luego pensé que era puro postureo, un recurso cinematográfico —como lo de fumar— para que los actores tengan entretenidas las manos y no parezcan unos pasmarotes en pantalla.

Cambié los sofisticados combinados por una Milno helada y una tapilla de torreznos, algo mucho más de aquí, y me volví a sumergir en aquella ardiente noche de verano en la que Laura fue asesinada.

Y me pasó algo curioso: aunque me volvió a emocionar la secuencia de la ‘resurrección’ de Laura, haciéndose carne frente al precioso retrato con su imagen que preside su apartamento en Manhattan; la película me dejó más frío que en ocasiones precedentes. ¿Por qué? Porque la vi nada más terminar de leer la novela de Vera Caspary en que ‘Laura’ está basada.

Este 2020 hemos puesto en marcha un Club de lectura y cine clásicos en Granada Noir. Leemos novelas negras y policíacas del pasado siglo, vemos las películas basadas en ellos y lo hablamos, comentamos y desentrañamos por Zoom y a través de hilos específicos en las redes sociales.

De joven, amaba el cine negro norteamericano y el western (casi) por encima de todas las cosas. Solo le prestaba atención a las películas, sin preocuparme de los textos literarios en que estaban basados sus guiones. De ahí que en un 2020 tan nefasto para tantas cosas, esta vuelta a los orígenes literarios y cinematográficos del género negro, esté resultando apasionante.

En ‘Laura’, la combativa escritora Vera Caspary narra la investigación de su asesinato a través de diversas voces, comenzando por la de uno de sus más íntimos amigos: el excéntrico columnista y escritor de historias policíacas Waldo Lydeker. En la novela, la autora nos lo describe como un hombre mayor bien entrado en carnes. En la película fue interpretado, sin embargo, por el esquelético y flemático Clifton Webb que, años después, prestaría su afilada figura al Mr. Belvedere del consultorio de la mítica Fotogramas, la de antes.

En este caso, la diferencia de volumen corporal es una licencia poética que en nada condiciona la narración: el carácter corrosivo de Lydeker, el gordo y el flaco, funciona igual en la versión literaria que en la cinematográfica, que hablamos de uno de los grandes personajes secundarios de la historia del Noir. A través de un lenguaje florido y cargado de ironía y dobles sentidos, Waldo tira de subjetivismo y libre interpretación de los hechos.

A partir de la mitad de la novela toma el testigo de la narración el policía encargado de la investigación, McPherson, interpretado en la película por el siempre solvente Dana Andrews. Con un estilo mucho menos alambicado que el de Waldo Lydeker, hace avanzar la historia desde un punto de vista objetivo: el del policía que sospecha de todo y de todos. Su herramienta predilecta serán los interrogatorios, tanto por lo que responden los interrogados como por sus reacciones gestuales al ir recibiendo las cápsulas de información que les da el polizonte.

La parte final de la novela, tras la lectura de unos escuetos informes policiales y la transcripción de unas escuchas telefónicas, corresponde a la propia Laura. Esa Laura fantasmal que, vuelta a la vida, se encuentra en el ojo del huracán. Una Laura que tiene mucha más presencia y protagonismo en la novela que en pantalla. La belleza sin igual de Gene Tierney fijó a Laura, para siempre, en nuestra retina. Su alter ego en papel, más profundo, más complejo y más interesante; la consolida en nuestro imaginario como una de las grandes heroínas del género negro y criminal.

Lean ‘Laura’ y descubrirán una novela excelente que les llevará a querer saber más de su autora, Vera Caspary, sobre la que volveremos próximamente.

Vean ‘Laura’, también. Una película que en el año 1999 fue considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos así como seleccionada para su preservación en el National Film Registry. Nominada a cinco Óscar, se alzó con el premio a la mejor fotografía en blanco y negro para el operador Joseph LaShelle. Y un aliciente especial: ver a Vincent Price convertido en una especie de latin lover de lo más resultón.

En estos tiempos semiconfinados, seguiremos leyendo a Patricia Highsmith, Chester Himes o Jim Thompson y viendo las películas surgidas de sus novelas. Porque en el mundo del género negro, literatura y cine van total y absolutamente de la mano.

Jesús Lens

De mírame y no me toques

Qué espectáculo era Granada ayer. Aunque amaneció algo nublado, no tardó en despejar, quedándose un día de lujo. Como les anticipaba AQUÍ, salí a pasear, igual que hicieron miles de granadinos a todo lo ancho y lo largo de la provincia, según podíamos ver en las redes sociales.

Caminábamos disfrutando de los mil y un colores del otoño, ahora que no se puede subir al robledal del Guarnón o visitar la dehesa del Camarate. No poder salir fuera a sumergirnos en el corazón la naturaleza hace que seamos más conscientes de la naturaleza urbana que nos rodea, que es mucha, generosa y feraz.

Nuestro objetivo era asomarnos a diferentes miradores de la ciudad, para verla desde lejos, que ya saben ustedes que Granada está de mírame y no me toques. De hecho, culebreando por los bosques de la Alhambra no dejaba de acordarme de Radio Futura y su «no tocarte y pasar todo el día junto a ti. No tocarte. Es lo que se espera de ti. No tocarte… ¡podría devorarte!»

Primera parada, en la Churra, para disfrutar de las mil y una capas del Albayzín, visto de frente y (casi) desde abajo. Más arriba, desde la terraza del Manuel de Falla, nos deleitábamos con la Granada urbana de fondo, la contemporánea del PTS y la eclesiástica de la Catedral, los monasterios y nuestro añorado hotel Alhambra Palace.

Seguimos subiendo hasta un espacio tan singular como nuestro cementerio de San José, desde donde nos asomamos al cauce del Genil y a las altas cumbres de Sierra Nevada, todavía tan poco blancas. Y, de seguido, la Silla del Moro y su espectacular panorámica de todo el recinto de la Alhambra visto desde atrás, de las huertas de Generalife a la iglesia de Santa María. 16 kilómetros de caminata desde el Zaidín, dejándonos para otro día San Miguel Alto, San Nicolás, San Cristóbal, los Carvajales y el callejeo por el Albayzín.

El cuerpo nos iba pidiendo una cerveza en La Mimbre, un cóctel en María de la O al bajar del Realejo o, antes de llegar a casa, unas cañas con unas tapas en el Ríos. Pero no toca y no puede ser. Estos días, paciencia y pasos largos.

Jesús Lens

Hoy será raro. Otra vez

Ya he perdido la cuenta de los días raros que llevamos sumados este año. A los días raros, raros; me refiero. A los raros de verdad. Porque salir a la calle con una mascarilla y cruzarte con (casi) todo el mundo embozado ya forma parte de esa extraña cotidianidad en que no nos ha quedado más remedio que instalarnos.

Pero hoy será más raro aún. Porque hoy estarán cerrados la mayoría de comercios esenciales legitimados para abrir durante la semana mientras que los bares y restaurantes que le daban calor y color a los domingos siguen chapados a cal y canto.

Sé que debería quedarme en casa, pero creo que no lo haré. A fin de cuentas, los mismos responsables institucionales que clamaban el miércoles ante los medios de comunicación suplicando por el confinamiento domiciliario de los granadinos, el jueves se sumaban a una manifestación, sin empacho en retratarse tocando a gente y hablando a menos de treinta centímetros de sus interlocutores; haciendo caso omiso a todos los consejos médicos, científicos y gubernamentales sobre la distancia social. Lo del ‘consejos vendo que para mí no tengo’, ya saben ustedes…

Así las cosas, hoy aprovecharé para salir a pasear, actividad lúdica y recreativa que, de momento, no está prohibida, siempre que no excedamos nuestros límites perimetrales. Pasear, caminar, andar… Durante el primer confinamiento, era lo que más echábamos de menos. Poder salir de casa y, sencillamente, dar una vuelta más allá de los límites del pasillo y de una sala de estar de la que estábamos hasta el colodrillo. (Salimos efectivamente a pasear, una Ruta de Miradores, y lo contamos AQUÍ)

Caminar como ejercicio de suprema libertad. ¡Con qué poco nos conformamos ya! ¿La culpa? De un virus. La tentación es responsabilizar al Gobierno. Al autonómico o al central, dependiendo de nuestros colores. Que es cierto que se han equivocado y hecho las cosas mal, los unos y los otros, pero tampoco podemos perder de vista que estamos en mitad de una pandemia mundial, sufriendo los embites de su terrible segunda ola.

Estos días estoy leyendo toda la literatura científica a mi alcance sobre la vacuna y mucho me temo que el desaforado entusiasmo del ministro Illa no es más que voluntarismo positivista, una vez más. Nos quedan muchos meses muy complicados por delante. Meses de distancia social y de no juntarse. De no quitarse la mascarilla ni para rascarnos. De seguir aprendiendo a diferenciar el bouquet de los hidrogeles. De no hacer más planes que salir a caminar, aunque sea en días tan raros como el de hoy.

Jesús Lens

Leer el Día de las Librerías

Siempre he defendido que el columnista que escribe sobre el Día Internacional de cualquier cosa que se celebre ese día, o es flojo, o estaba en blanco y recurrió a la inspiración inducida, convirtiendo en musa al calendario. Dicho lo cuál, procuro no fallar ningún año a esta cita con el Día de las Librerías, aunque caiga en amenazador viernes 13.

Como todo lo que ocurre en 2020, este año también será rara y diferente la celebración del día dedicado a uno de mis establecimientos favoritos, junto a los bares. Mentiría si les dijera que hoy pasaré por mis librerías favoritas para pasar tiempo en su interior, bicheando entre los anaqueles. Aunque están abiertas por haber sido consideradas un servicio esencial, hoy me quedaré en casa y aprovecharé para leer.

Estas últimas semanas he ido varias veces a mis librerías de cabecera, sobre todo por las mañanas, aprovechando la libertad de horarios de esta vida entre seminómada y semiconfinada. Y me he hartado de comprar, claro. Mucha novela policíaca y varios títulos relacionados con la gastronomía, los viajes y la naturaleza. Y con el cine, por supuesto. Y algo de ciencia y filosofía, también.

La mayoría de esos libros siguen en sus bolsas, esperando ese confinamiento que, de facto, ya está aquí. Las iré abriendo poco a poco, sacando los libros para ojearlos y hojearlos despacio antes de colocarlos en su estantería correspondiente. O en mi mesa de trabajo. O en la mesilla de noche. ¡A saber dónde acaba cada uno de ellos!

También seguiré pidiendo nuevos títulos, claro. Pero a través de güasap o por correo electrónico. Ahora no toca pasar mucho rato en ningún sitio que no sea nuestra casa y a mí, en las librerías, me gusta demorarme y ‘perder’ mucho tiempo, charlar con los libreros, mirar, buscar, encontrar y seguir remirando.

Si la festividad de Halloween está enraizada en la tradición celta del Samhain, cuando se celebraba el final de las cosechas y la oscuridad de las largas noches; la terrible situación en que nos encontramos hace que la mejor manera de celebrar el Día de las Librerías sea permanecer en casa y leer el fruto de la cosecha libresca. Y hablar de libros de través de las redes sociales y el Zoom. Anoche, por ejemplo, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos entregamos a ‘Laura’, la novela de Vera Caspary y la versión fílmica de Otto Preminger. ¿Y usted, estimado lector, qué está leyendo?

Jesús Lens