Comerciante de armas, vendedor de muerte

A lo largo de este infausto 2020 he aprovechado para leer, completas y en orden, todas las aventuras de Tintin escritas y dibujadas por Herge. Al terminar el último álbum, en las postrimerías del verano, me quedó una cierta desazón. Y miren ustedes por dónde, la lectura de una novela de lo más interesante, ‘El mercader de la muerte’, ha hecho que me reencuentre con él. Con ellos. Con el personaje de ficción y con su autor.

Basil Bazaroff fue un personaje secundario de uno de los primeros álbumes de Tintin, ‘La oreja rota’. Se trataba de un traficante de armas que, en el tebeo, le vendía tanto a la república de San Theodoros como a su vecino, el estado de Nuevo Rico. Que es tanto como decir a tirios y a troyanos.

El escritor Gervasio Posadas lo recuerda en la introducción de su novela: “Como la inspiración aparece en los lugares que menos te esperas, recientemente empecé a releer a Tintin y me encontré de nuevo con este personaje. La curiosidad me llevó a Google y a descubrir que Bazaroff era el trasunto poco disimulado de Basil Zaharoff, una figura ahora olvidada de la que apenas existen media docena de fotografías, pero de enorme trascendencia, especialmente en los primeros años del siglo XX”.

No sé ustedes, pero yo jamás había escuchado hablar de este fulano. Tras zamparme las cerca de 500 páginas de ‘El mercader de la muerte’, no entiendo cómo no sabía nada de él. De hecho, empiezo a mirar por encima del hombro a todo aquél que lo ignora todo sobre su vida, obra y milagros. Que fue azarosa, tempestuosa, canallesca y contradictoria.

El personaje principal de la novela de Gervasio Posadas se llama José Ortega, al que llaman Pepe. Y es periodista. Como Tintin. Además, ambos plumillas comparten una misma e inveterada tradición: no dan ni una sola noticia. Es que ni la buscan. Ambos se mueven por una Europa en plena tensión, que vive el auge del nazismo y del comunismo. Y se dejan llevar por los acontecimientos.

Pepe es menos ingenuo, menos naif que Tintin. Ambos practican el noble arte de la amistad, pero Pepe es más viciosillo, menos casto y menos puro que rubicundo personaje de Herge.

La aventura que Pepe protagoniza en ‘El mercader de la muerte’, cuya estética portada nos recuerda aquellos míticos anuncios de viajes de la Belle Époque, le lleva de Berlín a Montecarlo. En la capital alemana ya se las vio con ‘El mentalista de Hitler’, la primera de sus aventuras. Al principado llega con una mano delante y otra detrás. ¿Y dónde hace por buscar su fortuna? Efectivamente: en un casino.

Como si del Glenn Ford de ‘Gilda’ se tratara, Pepe se encuentra viviendo en un mundo que no es el suyo, rodeado de personas que no son las suyas y en mitad de una época que le excede y le desborda.

El ritmo ágil que Posadas le imprime a la narración, la simpatía que generan la mayor parte de los muchos secundarios que acompañan a Pepe Ortega en su periplo monegasco —sobre todo Emile, el camarero del fastuoso hotel donde acaba parando— y la inquietante presencia de Zaharoff hacen que la lectura de ‘El mercader de la muerte’ sea de lo más agradable y disfrutona.

Además, está el tema del comercio de armas y el cuestionable proceder de quienes lo ejercen, que van ustedes a flipar con la historia de Isaac Peral y la patente para su submarino, si no la conocen. Y tesis tan provocadoras como esta, que permite hacer un juego de espejos entre el pasado y el presente de más rabiosa actualidad: “La corrupción es necesaria. Nos guste o no, es un motor económico de nuestra sociedad. El mundo la necesita de la misma forma en que necesita los sueldos, las retribuciones de todo tipo, es un incentivo, un acicate para la productividad. Sin la corrupción pasaríamos a estar dominados por la dictadura de la burocracia… la corrupción engrasa los mecanismos del estado, los hace permeables a ideas innovadoras”.

Y están las bromas. Si son ustedes lectores de Tintin —y si no lo son, ¿a qué esperan?— sabrán que, cuando hay problemas de conexión en Moulinsart, el teléfono acaba sonando en una carnicería. Posadas no tiene empacho en hacerle guiños a momentos cómicos como ese.

Lo primero que harán cuando terminen de leer ‘El mercader de la muerte’ es buscar información sobre el misterioso Basil Zaharoff. ¿Y qué se encontrarán? Entre otras cosas, que el misterioso personaje también sirvió de inspiración para una película: nada más y nada menos que ‘Mr. Arkadin’, de aquel otro loco visionario que fue Orson Welles y que me apresto a ver en los próximos días, faltaría más.

Tebeos que llevan a libros que te reconducen a películas que… ¡Ah, ese prodigioso azar encadenado!

Jesús Lens

Grandes Temas del Wéstern

Ayer estuve en Fort Bravo, Tabernas, hablando de los grandes temas del wéstern, que son los grandes temas de la vida. Invitado por el Almería Wéstern Film Festival, presenté el libro que con ese título, ‘Grandes temas del wéstern’, reúne treinta ensayos de autores diversos que han reflexionado sobre cuestiones como la ambición, la amistad, el racismo, la redención o, la que me tocó a mí: la violencia.

También hay trabajos sobre el nacimiento de una nación, los Estados Unidos, de la tierra de frontera a la importancia del ferrocarril. Le tengo que agradecer a Fernando Marías, ese terremoto creativo, que me propusiera unirme a un proyecto que, tras dos azarosos años, por fin ha visto la luz gracias a Dolmen, que ha hecho una preciosa y preciosa edición en tapa dura.

Me gusta escribir de cine. Para mí, es la mejor manera de saber qué pienso realmente de una película, un director, un guionista o un compositor. Escribiendo ordeno mis ideas. Además, escribir de cine es la mejor coartada posible para que te llamen para hablar de cine, otra de mis pasiones. Y otra de las mejores maneras de afinar el pensamiento crítico y articular un discurso coherente.

Escribir de cine hace que te inviten a sitios tan interesantes como el Almería Western Film Festival, repleto de amantes del cine del Oeste entregados a la causa. Este año, el de su décimo aniversario, faltan los grandes desfiles que inundan Tabernas de música y color. Pero hay cine en la plaza, cortometrajes en el teatro y un buen número de actividades diversas en torno a un género mítico.

Estos días, leyendo todos los trabajos de ‘Grandes temas del wéstern’, me han dado unas ganas horrorosas de ver y volver a ver varias películas. Las miraré con otros ojos. Leer de cine amplía horizontes y hace que lo veas todo con una óptica diferente.

Además, no dejo de acordarme de lo que podría haber hecho nuestro cine con temas tan apasionantes como la aventura equinoccial americana, el fenómeno fronterizo entre cristianos y musulmanes en la Península, compartido durante siglos y siglos, o las grandes figuras del bandolerismo. Pero esa es ya otra historia. Ahora sigo imbuido por los paisajes horizontales en pantalla grande, la música de Ennio Morricone, los duelos en la cantina y las cabalgadas por el desierto.

Jesús Lens

Como si no existiera

Una boutade. Una folletá. Una salida de pata de banco. Esto que voy a escribir les puede parecer eso y más, pero me sorprende la cantidad de gente que parece no haberse enterado del virus. O que lo ha olvidado, a pesar del machaque constante de noticias sobre el tema.

Gente que actúa, opina y se conduce como si no estuviéramos sufriendo una pandemia mundial que ha matado a un millón de personas en todo el mundo. Más de 50.000 muertos en España según cálculos no oficiales, pero muy creíbles.

El parte diario de muertos, entre 100 y 200 personas fallecidas cada día por la Covid-19, ya forma parte de nuestro paisaje. ‘Hay que vivir con ello’, es uno de los mantras. ‘Si no nos mata el virus lo harán el paro y la pobreza’, reza otro de los más invocados. Y no les falta razón, pero con matices. Porque muchos de los comportamientos más irresponsables de estos días nada tienen que ver con la economía, entre botellones, abrazos y celebraciones más o menos familiares. De ello escribía el viernes, anticipando lo se nos venía encima. AQUÍ lo puedes leer.

Salir fuera en el Pilar se convirtió, durante un par de días, en casus belli. No parecía haber nada más importante en el mundo. Irse de puente era la máxima expresión de la libertad, individual y colectiva. Ni el William Wallace de ‘Braveheart’ se mostró jamás tan bravo y decidido como los puentistas en la M-40. No bastaba con salir por la propia ciudad, comer en sus terrazas o pasear por sus avenidas. En mitad de la segunda ola, con tasas de contagio insoportables, había que salir… fuera.

La vida es lo que pasa mientras 200 personas mueren cada día por coronavirus con buen tiempo, sol y ventanas abiertas. Pero lo que pasa es que la vida, sin irse de puente a 500 kms. de casa, para algunos no tiene sentido.

En España, la nueva normalidad ha derivado en una fantasía inconsciente que, con la excusa de salvar la economía, corre el riesgo de convertirse en una pesadilla que nos devuelva al peor escenario posible, con el sistema sanitario tensionado hasta límites insoportables.

Frente al cuestionable ejemplo dado por determinados políticos, solo cabe la responsabilidad individual. Y con ello volvemos al principio de esta columna: demasiada gente no parece consciente del punto crítico en que nos encontramos y considera más importante tomarse otro gintónic frente al mar que preservar la salud. La suya y la ajena. Con todo mi cariño y añoranza por los combinados de ginebra.

Jesús Lens

Nueva normalidad marxista

¿Se acuerdan de aquella parábola protagonizada por San Agustín, cuando paseaba por la orilla del mar tratando de desentrañar un insondable misterio y se encontró con un niño que corría hacia el agua, llenaba un cubo y vertía su contenido en un agujero excavado en la arena?

San Agustín le preguntó al niño por aquel extraño proceder. La respuesta del infante le pareció enternecedora: “Estoy vaciando el mar. Lo voy a meter dentro de este agujero”. Sonriendo ante la ingenuidad del niño, el docto hombre le dijo que aquello era imposible. Mirándole fijamente, el niño le respondió: “Tan imposible como lo tuyo: tratar de comprender el misterio de la gestión de la pandemia en la Comunidad de Madrid”.

Y es que hacer un recopilatorio de las incongruencias de estos días sería una de esas misiones imposibles que tanto le gustan a Tom Cruise. Así es la nueva normalidad. Marxista a saco. La nueva normalidad es Madrid, donde el caos, el sinsentido y el carajal que hay montado no lo entenderían ni los cerebros de Ramón y Cajal, Einstein y Hawking trabajando a la par.

La nueva normalidad es que los madrileños pasen de estar confinados a petar los buscadores de hoteles donde pasar el Puente, pasando olímpicamente de los ruegos y las admoniciones de su alcalde y su presidenta. ¡Una ola a ese fallo del TSJM!

La nueva normalidad es, también, que nos indignemos por ello a la vez que nos frotamos las manos por el llenazo turístico que se prevé en Granada: las entradas a la Alhambra están agotadas, los hoteles que siguen abiertos empiezan a quedarse sin habitaciones y más vale reservar mesa para comer o cenar durante el largo fin de semana.

La nueva normalidad es que todo eso ocurra mientras las cifras de contagios están disparadas en Granada, previéndose pasar de la fatídica tasa de 500 personas afectadas por 100.000 habitantes en los próximos días.

La nueva normalidad es que, con índices de contagio que en otros países harían que estuviéramos todos confinados, aquí te hartes de leer 100% Covid Free, Entorno Seguro y no sé cuántas etiquetas chorras más.

La nueva normalidad es que, en mitad de este maremágnum, yo me largue dos días a disfrutar del Almería Western Film Festival y a presentar el último libro de cine en que he colaborado. Porque la nueva normalidad parece escrita por los guionistas de las mejores películas de los Hermanos Marx. ¡Todos somos Groucho, Chico y Harpo!

Jesús Lens

Me van a hacer monárquico

Hasta hace un mes más o menos y desde un punto de vista racional, intelectual, emocional y estético; me consideraba republicano. En estas últimas semanas, sin embargo, esa parte emocional está cambiando y empiezo a mirar la monarquía de Felipe VI con otros ojos.

Acabo de volver a leer ese primer párrafo y me los he tenido que frotar. A los ojos, me refiero. A los de la nueva mirada. ¿He escrito yo esas palabras? Sí. De verdad de la buena. Seguro que más de uno y más de dos lectores ya habrán dejado de leer esta columna, indignados. De hecho, es posible que sean lectores perdidos para siempre. Lectores que pensarán que esta columna es interesada y está escrita al dictado de los poderes fácticos del Estado.

Se lo confieso: de todos los debates recurrentes, el de Monarquía / República es uno de los que más me aburren. Eso sí, cuando sale el tema en una conversación y los amigos critican furibundamente la cuestión de la sucesión hereditaria, me gusta recordar el ejemplo de los hermanos Castro en Cuba, la familia al-Ásad en Siria o los Bush y los Clinton en Estados Unidos. Sin olvidarnos de los Kennedy, que hace unas semanas fue noticia que uno de ellos perdiera unas elecciones en Massachusetts por primera vez desde 1947.

Pero nada de esto tiene que ver con mi copernicano giro emocional de estas semanas. La culpa de que cada vez mire con mejores ojos a Felipe VI la tienen Carlos Lesmes por un lado y el independentismo catalán de corte radical por otro.

Que el presidente del Poder Judicial filtrara una llamada protocolaria del Rey, poniéndole de esa manera en el centro del pimpampum político, con la que está cayendo, me pareció una grosería. Y una torpeza.

Que la presencia de Felipe V en Cataluña se haya convertido en un problema recurrente, me parece inquietante. Las máximas autoridades se borran de la agenda y la ANC (que no recuerdo qué es, pero tampoco tengo ganas de buscarlo) convoca una quema masiva de fotos del Rey. Pues qué bien.

El nacionalismo radical es excluyente, xenófobo y fascista por naturaleza y, con iniciativas como esta, tengo la sensación de que se aprovecha la causa del republicanismo para exacerbar el odio hacia todo lo español, lo que me  incluye a mí mismo en el odioso paquete. Insisto: todo esto son sensaciones. Impresiones. Imagino que pasajeras. También lo deseo. Fervientemente.

Jesús Lens