Cosas que no creeríais

Estas semanas, lógicamente monopolizadas por todo lo referente al coronabicho, nos han sumido en un aletargamiento narcotizante del que resulta muy difícil huir. Como si la harina con la que hemos estado horneando por encima de nuestra posibilidades fuera una sustancia estupefaciente que nos mantiene en estado semicatatónico, abducidos por la visión diaria del doctor Simón y el sonido de las cacerolas.

¿Cómo se explica, si no, que tantas de las cosas que están ocurriendo en nuestro entorno más cercano no generen debate y conversación? Polémicas más o menos agrias, incluso…

En la viejuna normalidad, la noticia de la Junta de Andalucía sacará 23 millones de la cuenta de la Alhambra para obras en Granada habría hecho correr ríos de tinta y provocado marejadas de indignación. O de complacencia.

Les confieso que, como yo también estoy ahíto de bizcochos y galletas caseras, no me siento capacitado para opinar sobre el particular. De momento. He leído la noticia varias veces, pero me falta información, reflexión, análisis y confrontación de ideas para terminar de comprender el alcance de la medida.

Es como lo de la ampliación de la superficie destinada a las terrazas de los bares y la previsible prolongación de los horarios noctámbulos en los establecimientos de hostelería. Como medida excepcional y momentánea, dadas las circunstancias, es oportuna. Pero recordando justo eso: que debe ser excepcional, mientras capeamos el temporal y saciamos la sed acumulada de tercios fresquitos, solos o en compañía de otros.

De repente, la peatonalizacion se ha convertido en la solución propuesta por el gobierno de Cs y PP para revitalizar el comercio local en tiempos de distanciamiento social. ¡Y lo único que se oye sobre el particular es el gorjeo de los pájaros en los árboles! Con la que se habría armado hace un par de meses con esta propuesta… Y no digamos lo de la ampliación de viales para peatones, bicicletas y patines o la generalización de todo lo que empieza por tele: teletrabajo, teleformación, teleconferencias, teleadicción, etcétera.

“Es un mundo extraño”, le decía la angelical Sandy al confuso Jeffrey Beaumont en ‘Terciopelo azul’. La pandemia y el confinamiento nos han sumido en una espiral de cambios súbitos y radicales en diferentes facetas de nuestra vida, individual y colectiva. Habrá que ir viendo cuáles son para mejor y cuáles para peor. Si son pasajeros, duraderos o permanentes. Y, sobre todo, cómo nos vamos adaptando a ellos, más allá de aprender a tunear nuestras mascarillas.

Jesús Lens

 

La gran oportunidad del PTS

No me tomen a mal eso de mezclar crisis y oportunidad en un mismo artículo. Sé que apesta a autoayuda de la más baja estofa. Pero sí es cierto que, preocupados por lo urgente, corremos el riesgo de perder de vista lo importante.

En Granada, por ejemplo, la lógica y necesaria inquietud que sentimos por tiendas, bares, restaurantes, hoteles y demás negocios del pujante sector servicios hace que apenas se hable de otros agentes económicos que también deberían ocupar nuestro tiempo y reclamar nuestra atención.

La crisis económica que, más que amenazar con venírsenos encima, ya nos está aplastando; ha sido provocada por una enfermedad. Una pandemia global causada por un virus. Y en Granada tenemos todo un Parque Tecnológico dedicado a la Salud. Conviene, de vez en cuando, escribirlo a lo grande. Con todas sus palabras. Parque Tecnológico de la Salud, no sea que de tanto ver lo de PTS nos olvidemos de su sentido último.

Salud. Tecnología. Enfermedad. Virus. ¿Soy yo, que estoy desnortado dentro de mi cabaña, o poco se habla del Parque Tecnológico de la Salud cuando más debería estar en boca de todos? Al menos, espero que sus gestores y nuestros responsables públicos estén pensando en cómo darle un impulso definitivo a una infraestructura que, insisto, debería estar en el centro de atención.

Si de esta no somos capaces, en Granada, de catapultar el PTS hasta el infinito y más allá, sería para darnos hasta en el cielo de la boca.

En su página web, el PTS se presenta como “un espacio de excelencia docente, asistencial, investigadora y empresarial, especializado sectorialmente en Ciencias de la Vida y la Salud”. A partir de ahí, diversas pestañas te llevan a enlaces sobre investigación, desarrollo empresarial, asistencia sanitaria y docencia.

Sería importante que, a lo largo de las distintas fases de la desescalada, nos vayamos enterando de qué planes tienen nuestros gobernantes con respecto al PTS. En qué ayudas, inversiones, subvenciones y programas de investigación se está trabajando para que el PTS sea ese auténtico motor de desarrollo de la economía granadina que contribuya al tantas veces anunciado y jamás conseguido cambio de modelo productivo.

El cerrojazo provocado por el coronavirus ha sorprendido a España —como a toda Europa— sin capacidad industrial para fabricar mascarillas, EPIs o respiradores y sin capacidad tecnológica para hacer tests a los sanitarios. El PTS está ahí, esperando a que demostremos nuestra capacidad científica.

Jesús Lens

¡Vamos! ¿Por qué no?

Al final de la mítica ‘Grupo salvaje’, los integrantes de la pandilla se aprestan a ajustarle las cuentas al general Mapache y a sus secuaces. Han tomado un baño, se han fumado unos puros, han bebido tequila y, antes de emprender su última y suicida aventura, mantienen uno de esos lacónicos diálogos tan propios del western:

—¡Vamos!

—¿Por qué no?

Así me sentía ayer, como el mismísimo Pike Bishop, cuando me puse mi camiseta de Corto Maltés y me eché a las calles, dispuesto a caminar hasta la librería Praga para recoger un puñado de libros.

En Praga estuve hace dos meses, al comienzo del confinamiento, para escribir una de las entregas de la serie ‘Abierto por coronavirus’. Fue extraño, como de película de David Lynch. Recuerdo las palabras de Javier Ruiz, el librero, cuando le pregunté por la falta de música: “Quiero mantener la librería en silencio. El barrio de la Magdalena está silencioso como jamás lo escuché, transmitiendo una extraña sensación de irrealidad”. (AQUÍ, el resto de aquel reportaje)

Ahora sí hay música. Suena Nirvana. Y el barrio de la Magdalena vuelve a bullir de vida. Y de color. El que le aporta Cósmica Café, por ejemplo. La sensación de irrealidad persiste, sin embargo.

Es el primer día en que resulta obligatorio —más o menos—llevar la mascarilla. Puesta. Y la mayoría de la gente lo cumple. Los más reacios, los fumadores. Me cruzo con una chica con la mayor parte de la cara embozada y una camiseta negra con la palabra ‘FUTURO’ escrita en pedrería fina. ¡Qué imagen tan poderosa! Siento la tentación de pedirle que pose para una foto, pero me da fatiga, la vergüenza de los granaínos. También me cruzo con un tipo vestido de impecable traje planchado y corbata rigurosa. Se me hace tan raro como ver a un caballero medieval cubierto con su armadura.

En un momento dado, siento que me ahogo. Me da pánico pensar que pueda ser ansiedad, tan alejado de la cabaña. Pero no. Es solo que voy caminando demasiado rápido y, con la mascarilla, me asfixio. Bajo el ritmo. Acompaso la zancada. Respiro. Todo va bien. Otra lección. ¡Tanta bulla ni bulla!

En Recogidas, subo por la acera de la izquierda. Una señalización amarilla me indica que voy mal. Cruzo la calle. Ahora sí. Pienso en lo disciplinado que soy. Borrego, me dirían otros.

A demasiadas personas, la señalización les trae al pairo. O no se dan cuenta o, quizá, son librepensadores. ¡A mí me va a decir nadie por dónde puedo o no puedo andar! Regreso al Zaidín. Indemne, aparentemente. Al menos, de una pieza. Como Robert Ryan al final de la película de Peckinpah.

Jesús Lens

La unidad, televisión de alto voltaje

Una sola temporada de seis episodios ha bastado para que la miniserie ‘La unidad’, recién estrenada en la plataforma de Movistar +, se haya convertido en obra referencial del noir televisivo español.

Hablamos de una serie policíaca sobre una unidad especializada en la lucha contra el terrorismo yihadista, radicada en la Comisaría General de Información. Una serie que transmite verismo y autenticidad: desde el primer momento te crees lo que pasa en pantalla. Realismo. Es la piedra angular sobre la que se proyecta ‘La unidad’. Realismo en las tramas, en los personajes y en la ambientación.

Empezando por la trama, es obligatorio hacer referencia a dos de las grandes series de espías de la televisión contemporánea: ‘Homeland’ y ‘Oficina de infiltrados’, de las que tanto —y tan bueno— hemos escrito en esta sección.

Terrorismo yihadista. La gran amenaza global que atenaza a los cinco continentes. Un tema complejo y difícil de abordar sin caer en maniqueísmos, repleto de aristas que cortan como las concertinas. Tráfico de drogas. Tráfico de armas. Tráfico de personas. Van de la mano del terrorismo: usan las mismas rutas, las mismas tácticas y los mismos intermediarios. Se nutren y se retroalimentan entre sí.

En el arranque de ‘La unidad’, rebosante de nervio, adrenalina y tensión, asistimos a una redada que se desarrolla de forma simultánea en Tánger, Melilla y Tolouse. Hemos disfrutado de espectaculares planos aéreos que, sobre todo, se centran en Melilla y en su controvertida frontera. La redada sale bien. Mejor que bien, incluso. Lo que parecía una operación más o menos rutinaria para evitar que unas chicas captadas por redes yihadistas acabaran en Siria, termina con la detención de uno de los terroristas más buscados del mundo. Abrazos, felicitaciones y champán para celebrarlo. Y el actor Luis Zahera, que interpreta a Sergio, dando uno de sus habituales recitales de verborrea desatada. ¡Cómo amo a ese hombre!

Las risas no tardarán en trocarse en lágrimas, nervios y preocupación. Porque tras el electrizante comienzo, que marca uno de los puntos álgidos de la serie, toca bajar el pie a tierra y empezar a conocer a los miembros que componen ‘La unidad’. Y a las miembras, como dijera la ministra Aído. Porque el equipo es mixto y, de hecho, la jefa de todos ellos es Carla, interpretada por Nathalie Poza.

A través de una narración más pausada iremos conociendo a todos y a cada uno de los integrantes de un equipo que combina el valor de la experiencia con la osadía de la juventud. El análisis de los datos con el impulso de la intuición. Y el trabajo de los infiltrados, lo que emparenta a ‘La unidad’ con la referida serie protagonizada por el imprescindible Mathieu Kassovitz.

Personajes creíbles, de carne y hueso. Ni duros de novela pulp, ni superhéroes de acción ni atormentados de película introspectiva de arte y ensayo. Personajes reales que cargan con sus historias de amor y desamor y para los que organizar la comunión de su hija o conciliar la vida familiar y laboral es una carga extra de ansiedad, por muy jefazos que sean.

Personajes que aciertan y que yerran, que discuten, se pelean, se perdonan —o no— y siguen adelante. Como los malos la función. Esos villanos crueles, cabrones, fríos y calculadores, pero nunca archienemigos de ciencia ficción. Los hay taimados. Los hay ambivalentes. Los hay repletos de certezas. Los hay que dudan y titubean. ¡Como la vida misma!

No es de extrañar que en la promoción, tanto el director de ‘La unidad’, Dani de la Torre, como el guionista de la serie, Alberto Marini; se harten de explicar cómo se empotraron en la Comisaría General de Información y tuvieron acceso a su forma de trabajar, a los infiltrados e, incluso, fueron testigos directos de alguna operación. No es por tirarse el moco. Es que así se explica el realismo que exuda la pantalla.

Y está la producción. Digámoslo en román paladino: ahí hay billetes. Pasta. Hay parné. Muy bien gastado, por cierto. ¿Cuántos escenarios diferentes hay en ‘La unidad’? La producción combinada de Movistar + y Vaca Films (‘Celda 211’, ‘Quien a hierro mata’ o ‘Cien años de perdón’) ha dado unos frutos extraordinarios.

De todos los escenarios, me quedo con los ya mencionados planos aéreos de Melilla, que tanto dicen. Y, por supuesto, con Lagos, la capital nigeriana. ¡Qué 10 minutos, los de Pepinillo en busca de un agente infiltrado de la CIA! Son como una versión redux y concentrada de ‘El corazón de las tinieblas’.

Déjenme que termine esta introducción a ‘La unidad’ comentando uno de los momentos más fuertes, impresionantes y sorpresivos. Uno en el que se recrea una modalidad de atentado terrorista que estremece y pone los pelos de punta y que, sin embargo, está filmado con el máximo respeto y miramiento.

Así las cosas, ‘La unidad’ es una de las grandes series del año y su formato, seis episodios de 50 minutos, la convierten en una inmejorable propuesta para disfrutar en un fin de semana.

Jesús Lens

Lorca global y ministérico

El martes por la noche volvía al Zaidín presa de un ataque de viejuna realidad. El trayecto entre la casa de mi hermano y la mía fue un auténtico y restrospectivo viaje en el tiempo.

Miraba la hora en el móvil y me desesperaba frente al semáforo, esperando a que se pusiera verde. Iba tarde. Calculaba lo que me quedaba para llegar a casa, ducharme y preparar algo de cena antes de que dieran las 22.40. Porque a esa hora exacta tenía una cita inexcusable e impostergable. Una cita con el televisor para ver el episodio semanal de ‘El Ministerio del Tiempo’. Televisor. ¿No suena viejuno, a televisión gorda y culona, de las de antaño?

Caminaba por las calles semidesiertas y me sentí transportado a los jueves de la primavera de 1990, cuando todo el mundo se encerraba voluntariamente en casa para ver ‘Twin Peaks’ y tratar de descubrir quién mató a Laura Palmer.

‘El Ministerio del Tiempo’ ha conseguido lo más difícil en estos tiempos de streaming, televisión a la carta, algoritmos y plataformas de distribución: que el estreno de cada uno de sus episodios sea un acontecimiento en sí mismo, acaparando la mitad de los trending topics del momento y generando conversación y emoción compartida por telespectadores e internautas.

El episodio del martes, con la vuelta de Federico García Lorca a la serie, convertido en el imprescindible recuperador de la memoria perdida de Julián, me arrancó las lágrimas y me conmovió hasta el tuétano. Federico volvía a Granada, en 1979. Fue a una zambra del Sacromonte y se encontró con Camarón de la Isla cantando ‘La leyenda del tiempo’, basada en uno de sus poemas. En concreto, el que abre el tercer acto de su obra ‘Así que pasen cinco años’.

“Ese es mi poema”, exclama Lorca, estupefacto y maravillado. “Tanto tiempo después, ¡España se acuerda de mí! Entonces… ¡he ganado yo, ellos no!” Y sonríe. Amplia y generosamente.

Nada más terminar el episodio, los responsables de las redes sociales de ‘El Ministerio del Tiempo’ lanzaban esos 2,40 minutos al ciberespacio y, en unos instantes estaban viralizados, con miles y miles de internautas viéndolos en bucle, una y otra vez.

El final de ‘Perdidos’, el gol de Iniesta, el desenlace de ‘Juego de Tronos’, el último lanzamiento de Jordan contra Utah, Lorca en ‘El Ministerio del Tiempo’… instantes compartidos por millones de personas en un mismo tiempo y en lugares completamente diferentes. La globalización también era esto.

Jesús Lens