Volver a los clásicos del Noir

Lo que sucede, conviene. Con el confinamiento, además de las personas, también han quedado en cuarentena las novedades literarias y cinematográficas. No hay estrenos, no hay presentaciones y apenas si hay lanzamientos.

Pero ni debemos ni podemos quedarnos quietos, inermes y a la espera de que escampe. Granada Noir, por ejemplo, persevera en su empeño de que el festival patrocinado por Cervezas Alhambra no se agote en el par de semanas que duran su programa central de actividades y la extensión a la provincia, de manos de la Diputación.

De ahí que haya puesto en marcha un Club de lectura y cine en el que, con reuniones semanales a través de Zoom, se comenta la lectura y el visionado de grandes clásicos norteamericanos del género negro.

Literatura policíaca y cine negro son uno de esos maridajes artísticos y creativos que encajan como la bala en el cargador de un revólver. Pocas veces dos disciplinas artísticas se han retroalimentado con tanta fuerza, energía y pasión, contribuyendo a enriquecerse mutuamente.

El género negro literario, el hard boiled, nació y creció a la vez que el cine. Son disciplinas artísticas hijas de su tiempo que vivían de la realidad cotidiana, de las crónicas periodísticas, los sucesos, las fotografías de las primeras planas de los periódicos, las revistas, los cómics y la pintura.

Los autores, guionistas y directores de cine negro no tenían que reproducir o recrear el pasado mitológico del western ni imaginar los mundos del futuro por venir. Se alimentaban del olor a pólvora de las calles, del sonido del caucho de los neumáticos derrapando por las carreteras secundarias de los Estados Unidos, del sabor a plomo de las balas, del tacto de la tinta fresca de los periódicos, del rojo de la sangre que teñía los callejones más oscuros de las grandes urbes.

De ahí que el género policial represente el realismo social por antonomasia del siglo XX y los cuentos, las novelas y las películas de corte negro y criminal sean la crónica viva de lo que pasaba en las calles, los garitos y los barrios bajos. De lo que ocurría, también, al otro lado de los muros de las mansiones de los ricos y poderosos. Y en los despachos más altos e inaccesibles de los vertiginosos rascacielos.

El género negro es un combinado de ética y estética. De compromiso y radicalidad formal. Para disfrutar de todas las manifestaciones y posibilidades del género, Granada Noir está analizando una serie de narraciones de diferentes épocas que, después, tuvieron su traslación a la gran pantalla. En algunos casos, fueron adaptadas en más de una ocasión al cine, lo que también sirve para analizar los cambios operados en la sociedad con el paso del tiempo.

El programa diseñado por Granada Noir comenzó con ‘The killers’, el cuento seminal de Hemingway, y sus dos adaptaciones cinematográficas. La propuesta siguió con la mítica ‘Cosecha roja’ de Dashiell Hammett, fuente de inspiración de películas de gángsteres, por supuesto, pero también de samuráis y del Oeste; y ahora se encuentra en plena disección de James M. Cain, el mítico cartero que siempre llamaba dos veces y los seguros con doble indemnización.

Como el Noir es un género transversal que bebe de todas las fuentes posibles —y algunas hasta imposibles— la literatura y el cine se trufan con la pintura de Hopper, las fotografías de WeeGee, el cómic, la música, el periodismo de nota roja o sucesos y un largo etcétera de disciplinas artísticas, culturales y sociales.

Semana a semana, Granada Noir renueva su propuesta para leer, ver cine y, los domingos por la tarde, hablar de todo ello. Entre las siguientes estaciones de paso, las novelas de Raymond Chandler, Dorothy B. Hughes, Patricia Highsmith, William R. Burnett, Thomas Harris, Robert Bloch, Dennis Lehane, Gillian Flynn…

Y las películas de Raoul Walsh, Howard Hawks, Billy Wilder, John Huston, Nicholas Ray, Alfred Hitchcock, Jonathan Demme o David Fincher; entre otros.

¡Qué importante es, siempre, volver la vista atrás y releer a los grandes clásicos del género negro! Y disfrutar del cine de los años 30 y 40, filmado en un luminoso blanco y negro repleto de grises. Resulta sorprendente, sobre todo, la vigencia de sus tramas y personajes. La pestilente corrupción de la Norteamérica de los felices años veinte del siglo pasado. El pesimismo nihilista de los oscuros años treinta. La violencia. La falta de expectativas. La rebelión frente a las circunstancias. El fatum de las tragedias griegas. Eros y Tanatos.

Igual que resulta extraordinario descubrir las innovaciones estéticas propiciadas por el cine negro norteamericano, el desembarco del expresionismo alemán, el mestizaje, la asimilación, la irrupción del color y la adaptación de los argumentos y la atmósfera a las cambiantes circunstancias estéticas y sociales de cada momento.

En la página web de Granada Noir (ver AQUÍ) se van subiendo las reflexiones que surgen en este largo y tortuoso camino a la perdición. Una senda tenebrosa que nos conduce a las fuentes del género y al redescubrimiento de clásicos imprescindibles que siguen vivos, salvajes y de palpitante actualidad.

Apocalipsis de nuevo cuño

Me resistía a leer ‘Apocalipsis suave’ durante la cuarentena. Lo compré justo al principio del confinamiento en Librería Praga, recomendación de Javier Ruiz, el sabio librero de la blanca barba; pero no le he metido mano hasta hace unos días, cuando empezó la desescalada.

Les confieso que le tengo más miedo a estos días de desfase en los que impera el ‘sí pero no’ y el ‘no pero sí’ que a las semanas más duras de la cuarentena, cuando había una consigna clara: no pisar la calle más que para lo estrictamente imprescindible.

De ahí que la lectura de ‘Apocalipsis suave’, de Will McIntosh, publicada por la editorial Gigamesh; me haya resultado tranquilizadora y terapéutica. ¡Cómo! ¿Pero no se trata de una distopía? Sí. Un distopía muy creíble, además. Una distopía posible. Si me apuran, hasta probable. Y precisamente por eso me ha resultado relajante: ahora que vivimos en una distopía real y auténtica, es agradable salir a la calle y comprobar que aún no ha llegado el Apocalipsis. Aunque sea suave.

“Vas a leer una novela acerca de lo lento y progresivo que puede ser el final de tu especie. Y te va a gustar. Te hará pensar en cómo el tiempo se convierte en un vector crítico a la hora de estudiar las reacciones en cadena”, escribe el escritor Emilio Bueso en un prólogo que vale su peso en tinta. China. El autor de la mítica ‘Cenital’ explica en muy pocas palabras de qué va la novela: “de fijar a cámara lenta el foco de los acontecimientos”.

La novela comienza con un grupo de gente que, en su fantasmagórico deambular, se cruza con una tribu de mexicanos que se abren camino por la cuneta de la autopista, hundidos en la maleza hasta las rodillas. ¡Ahí está todo! Grupos de nómadas que transitan por un escenario que, hasta hace unas semanas, era inimaginable. Por ejemplo, ¿quién iba a suponer que las cabras montesas saltarían por encima de las barcas de la playa de Calahonda, con un gran tiburón como testigo de sus cabriolas, a escasos metros de la orilla?

Ingeniería genética, bandas salvajes, tribus errantes, drogas y placebos en una novela que, ojo, no tiene zombis ni mutantes. Una historia de anticipación cuya lectura resulta terapéutica en tiempos de confinamiento porque nos hace pensar que el Covid-19 ha sido un aviso y aún tenemos tiempo y margen para redefinir nuestro papel en el mundo.

Jesús Lens

Maj Sjöwall, pionera del nordic noir más comprometido

La autora sueca y su compañero de vida, Per Wahlöö, escribieron a cuatro manos una reivindicativa serie de novelas policíacas de tintes políticos que abrió el camino a los populares Henning Mankell, Camila Läckberg o Stieg Larsson 

Sus ojos, de una claridad abrumadora, mostraban una mirada limpia y transparente, pero también inquieta e inquisitiva. Así lo pensaba mientras la escuchaba hablar hace años, en una lejana edición del festival BCNegra, sobre la serie de novelas policíacas protagonizadas por su personaje de cabecera: el inspector de policía Martin Beck.

Entre los años 1965 y 1975, la periodista Maj Sjöwall y su compañero sentimental, el también combativo periodista Per Wahlöö, se embarcaron en un proyecto editorial muy especial: escribir diez novelas, una por año, de treinta capítulos cada una y en las que se describiría minuciosamente la investigación de un crimen. Y para ello se inventaron al inspector Beck.

Titularon a su serie de novelas como ‘La historia de un crimen’ y la utilizaron para sacar a relucir las contradicciones de la socialdemocracia sueca, que distaba de ser el paraíso en la tierra que tanto se ha publicitado. Se trataba de utilizar la novela negra para diseccionar la realidad política y social del país nórdico.

Gracias a Sjöwall y Wahlöö, la literatura sueca rompía con el modelo de novela-enigma imperante hasta entonces. Una literatura de divertimento en la que lo único importante era la resolución del misterio y descubrir al culpable, sin cuestionar al sistema. En sus novelas, publicadas en España en la Serie Negra de RBA, Martin Beck no es un héroe solitario o un maestro del ingenio. Es parte de un equipo que trabaja en conjunto para investigar un crimen. Y en el proceso salen a relucir las muchas miserias y los graves problemas de la sociedad nórdica, escarbando en sus rincones más oscuros.

En palabras de Sjöwall, recogidas en el libro ‘Sangre en los estantes’, del añorado Paco Camarasa: “Queríamos ser muy realistas y mezclar la política y el discurso con el entretenimiento. Realismo y humor. Esta es la clave. Queríamos que nos leyeran”.

En la última novela de la serie, titulada ‘Los terroristas’, los autores anticipaban un atentado mortal contra el primer ministro sueco. Les tildaron de alarmistas y fantasiosos. Once años después, Olof Palme era asesinado en plena calle cuando volvía a casa caminando, después de ver una película en el cine.

Tras la muerte de Per Wahlöö en 1975, la serie de Martin Beck quedó finiquitada. Maj Sjöwall se entregó a la traducción literaria, ejerció como profesora universitaria y escribió cuentos y relatos.

También escribió otras dos novelas a cuatro manos, con dos autores diferentes: ‘Intermezzo danés’, en 1989; y ‘La mujer que se parecía a Greta Garbo’ en 1990; ambas inéditas en España.

Jesús Lens

Los pajaritos y la radial

Sí. A mí también me gusta despertarme escuchando a los pajaritos. O me gustaba. Les confieso que sus diálogos matutinos cada vez me interesan menos.

Será porque echo de menos las conversaciones de los estudiantes de la academia de debajo de casa cuando salían a tomar un poquito de sol o echar un pitillo entre clases.

O la cháchara de los abuelillos que se sentaban en el banco de enfrente, cuando hacía buen tiempo, a hablar de sus cosas. No estoy tan desesperado, eso sí, como para añorar la cháchara de los mangurrinos que, de madrugada, okupaban el banco para escuchar reguetón y decir gilipolleces.

Me gusta el gorjeo de los pájaros. Su arrullo constante. Escucharles tan felices y contentos. O me gustaba. Ahora me gustaría volver a oír las órdenes de los entrenadores que enseñan a sus pupilos en el campo de fútbol de la Federación y los silbatos de los árbitros durante los partidos de fin de semana.

Añoro el jaleo de las actividades de la Feria de Muestra y, en sábados y domingos alternos, el bullicio del público que llenaba Los Cármenes para ver los partidos del Granada C.F.

Empiezo a sentir el pío pío de los pajaritos como la banda sonora de esta cuarentena. Sé que los pobres no tienen culpa de nada, amimalicos. Pero es que empiezo a echar de menos hasta la radial del taller de ahí al lado, cortando chapa y metal.

Jesús Lens