La sequía negra y criminal

A la sequía atmosférica, me refiero. Que en cuestión de producción literaria, el Noir es uno de los géneros más fértiles, pujantes y ricos del panorama nacional e internacional.

 

Hablemos, pues, de la sequía, del campo y del entorno rural como tema para las tramas negras y criminales, recuperando la estela de la entrega que radicamos en Almería y en la que hablamos de “La mala hierba”, de Agustín Martínez, que transcurría en los áridos parajes del Cabo de Gata. Y del crimen de Níjar, cometido en el Cortijo del Fraile, en el que se inspiró García Lorca para “Bodas de sangre” y que puedes leer AQUÍ.

El género negro, a priori, pide a gritos ambientes urbanos, noche, callejones oscuros, edificios ominosos, barras clandestinas, niebla y clubes de jazz. Es la imagen prototípica que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en Noir. Y, sin embargo, el género desborda las fronteras urbanas con creciente asiduidad y pasión. Como el crimen y el delito propiamente dichos, que no saben de delimitaciones ni catalogaciones.

 

¿Quién les iba a decir, por ejemplo, a los habitantes de Kiewarra, un pequeño pueblo del sureste de Australia, que el bueno de Luke Hadler iba a perder la cabeza y asesinar a tiros a su mujer y a su hijo, antes de volarse la tapa de los sesos?

 

(Sigue leyendo AQUÍ, en nuestra revista hermana, Calibre 38)

 

Jesús Lens

República Andaluza Independiente

Ustedes saben que a mí, eso de los nacionalismos, del signo que sean, me provoca sarpullido. Que no lo entiendo. Que no va conmigo. Sin embargo, debo reconocer que la propuesta realizada por la Asamblea Nacional Andaluza (ANA), me seduce. Y mucho.

Que Ana sea precisamente el nombre que los meteorólogos le han dado al temporal que nos acosa estos días no es más que una feliz coincidencia, una metáfora sobre el terremoto emocional que la propuesta de la Asamblea Nacional ha provocado en mis poco sólidas certezas y en mis todavía menos inmutables convicciones.

 

Porque la cosa va de proclamar la independencia de la República Federal de Andalucía. Pero ojito a la Andalucía de la que hablamos: a las ocho provincias de nuestra actual autonomía habría que sumar la región de Murcia, el Algarve y Alentejo portugueses y el Rif marroquí. Hablamos, por tanto, de una auténtica reunificación en torno a la herencia cultural andaluza.

Reconozco que soy de ideas y apetitos básicos, pero la idea de formar parte de una nación que, al jamón serrano y al aceite de oliva, le sume el cuscús y la cataplana, me hace salivar de gusto. Y ser nacional de un país que lo mismo bebe vino tinto que verde o gris, me haría compatibilizar, sin remordimientos, la cerveza Alhambra con la Flag y la Sagres.

 

¿Y la de fusiones musicales que surgirían de la mezcla del flamenco y el amazigh bereber, por ejemplo? Mi querida novela negra también se vería beneficiada, que Tánger es tierra abonada al Noir. Lo que me hace pensar que no sé nada de novela negra portuguesa. ¿Ven? Esto de la Nación Andaluza transnacional no trae más que cosas buenas, abriéndonos la mente y fomentando nuestra curiosidad por saber.

Lo que no entiendo es por qué tendríamos que quedarnos en una Andalucía circunscrita a esos estrechos límites geográficos: dado que ANA declara la independencia a través de las redes sociales, deberíamos ser más imaginativos e integrar las Andalucías lejanas. Las de la cuenca del Níger, por ejemplo, que el Malí es andalusí. ¿Y qué me dicen de la cantidad de Granadas y Alhambras que hay por el mundo? ¿Y la huella andaluza en Florida o California, que Los Ángeles fue fundada por un tío de Jaén?

 

¡Madre mía! Y yo que pensaba que era inmune al virus nacionalista…

 

Jesús Lens

El año, echado por alto

Si son ustedes usuarios de Facebook habrán notado que, en los últimos días, la red social por excelencia nos ha preparado un vídeo, a todos y cada uno de nosotros, con un balance de lo más reseñable de nuestro año, de acuerdo con el parecer del algoritmo de Zuckerberg.

¿Por qué este empeño en dar por liquidado el 2017, cuando todavía estamos a 11 de diciembre, le pregunto a SOY, mi robot, al que hace tiempo que no traigo a esta columna?

 

Y mi YO artificial me responde que el problema es nuestro, de los humanos, que somos unos ansia viva. Por ejemplo, me recuerda, este año ha encontrado a gente que celebraba la tradicional comida de empresa/peña deportiva/club/amigos antes incluso del Puente de la Constitución Inmaculada. “Lo que no tengo claro es si se juntan tan pronto porque no pueden aguantar las ganas de verse… o para quitarse cuanto antes de encima el engorroso trámite”, apuntilla SOY, con una retranca sospechosamente parecida a la malafollá granaína.

 

Insiste SOY: “pregunta en Casa Pasteles, que tienen clientes que ya han ido hasta tres veces a comprar nuevas reservas de mantecados y polvorones”. Pero lo dice con un tono de envidia insana, que él no sabe disfrutar de esos navideños manjares. “¿Navideños? ¡Si hay gente que en el Pilar ya estaba empezando a darle al anís y las peladillas!”, me responde airado.

Entonces decide cambiar de tercio, obviando las fiestas y las comilonas. “¿Y qué hay de las listas con Lo mejor del Año? ¿Acaso no ironizabas tú, ayer, con la peregrina e inenarrable selección de películas que ha hecho Cahiers du Cinema, situando al regreso de “Twin Peaks” en lo alto de la clasificación?”

 

He de reconocer que no le falta razón a SOY. ¿No puede estrenarse, en las próximas tres semanas, una buena película? Vale que la perturbación en la Fuerza que provocará Star Wars el próximo viernes convertirá en invisible al resto de la cartelera, pero la última de Woody Allen, sin ir más lejos, se estrena antes de fin de año.

Así que, no sé ustedes, pero yo estoy firmemente dispuesto a demostrar que 2017 no ha terminado todavía y que aún nos quedan muchos, muy buenos y muy interesantes momentos por disfrutar. Que ya nos vale, con la acelerada obsesión por adelantar al tiempo.

 

Jesús Lens

La Granada social

A Francisco Cuenca se le critica que no tenga modelo de ciudad, que vaya de improvisación en improvisación y que el gobierno municipal de Granada sea gris, ceniciento y de perfil bajo. También se le critica que salga mucho en la foto, pero eso es consustancial a cualquier político presente, pasado o futuro. Y si no, tiremos de hemeroteca.

Imagino que, cuando uno llega a ser máximo responsable de su ciudad, pueblo, pedanía, barrio, calle o comunidad de propietarios; anhela hacer cosas grandes. Dejar huella. Que su impronta quede en los anales de la historia. Que se hable de él. Bien, por supuesto. De ahí, determinadas obras faraónicas que, con el paso del tiempo, parecen erigidas más en loor de quienes las encargaron -e inauguraron- que en beneficio de los vecinos.

Y, sin embargo, Paco Cuenca sí tiene un modelo de ciudad, certificado hace unos días: la Granada social, reconocida como “Excelente” por la Asociación de Directores de Servicios Sociales y que supone una inversión de más de 100 euros por vecino en gasto social, obligando a que dicha partida no se recorte, represente más del 10% del presupuesto total no financiero del Ayuntamiento y a que las cuentas que soportan esas partidas estén desglosadas y publicadas on-line.

Demi Sánchez en la Junta de distrito. Foto: Ramón L. Pérez

Tiene mérito, con las arcas municipales albergando más telarañas que el apartamento de Spiderman, haber consolidado una inversión de dicho calibre  en materia social. Hay que darle la enhorabuena a la concejala del ramo, Jemi Sánchez, y a todo su equipo, por conseguir un logro de semejante enjundia.

Por supuesto, sigue habiendo muchas carencias en nuestra comunidad. Ahora que el frío arrecia, eso que se ha dado en llamar “pobreza energética” nos debería sacar los colores. Y el descomunal trabajo del Banco de Alimentos es buena prueba de las necesidades que aquejan a mucha más gente de la que creemos.

Precisamente por eso hay que destacar el esfuerzo económico del gobierno municipal en inversión social. En España solo hay 25 ayuntamientos de más de 20.000 habitantes que cumplan con los ratios reseñados, el 7,1%. Granada es uno de ellos.

El reto es, a partir de ahora, exigir a esta corporación municipal y a todas las que vengan, que Granada siempre esté en ese ranking. Jemi Sánchez lo asume como suyo. Los granadinos tenemos que hacerlo nuestro. Es cuestión de dignidad. De orgullo.

Jesús Lens

 

Deflection

En el baloncesto, como en el resto de deportes profesionales, las estadísticas tienen cada vez mayor importancia a la hora de confeccionar equipos y establecer estrategias. Vean la maravillosa película “Moneyball” para comprobar hasta qué punto, un tipo con un ordenador y un programa estadístico, sabe más de su equipo que el aficionado más fiel, constante y recalcitrante del mundo.

En la NBA, además de las estadísticas habituales -mejores anotadores, reboteadores o repartidores de juego- cada vez se estudia con mayor atención la llamada estadística avanzada. Y ahí reside un concepto que me parece maravilloso y de la mayor actualidad, con múltiples lecturas y aplicaciones: Deflection.

Su traducción al español tendría un doble sentido. Por un lado, deflection sería equivalente a desviación. Aplicado al básket, sería ese leve toque al balón que, sin suponer una recuperación o una pérdida para el contrario, evita que la bola circule con normalidad, impidiendo que llegue a las manos del destinatario del pase, desbaratando la jugada diseñada por el entrenador.

Aparejado, el segundo sentido del concepto: deformación. Ese sutil toque al balón, realizado por un defensor abnegado, enmaraña el juego y rompe los esquemas y la dinámica del partido, tanto a los atacantes como a los propios defensores.

En muchos casos, la deflection convierte el partido en un caos momentáneo: el balón queda sin dueño, los jugadores se lanzan como posesos por él y el resto de la jugada resulta impredecible, pudiendo terminar con los propios atacantes machacando el aro a placer, al haberse desestructurado la defensa, o con un cambio de posesión y un letal contrataque.

Pero es que, además, la deflection es la jugada que más efectos colaterales provoca, tanto en los propios jugadores como en los espectadores de las canchas de la NBA: al generarse el caos, los jugadores se ven obligados a salirse del guion y, a menudo, protagonizan extraños escorzos y aparatosas caídas, tratando de recuperar el balón. Y, como en los pabellones estadounidenses hay asientos a pie de pista, no es extraño ver a morlacos de 120 kilos aterrizando sobre el regazo de privilegiados espectadores… cuyas cervezas y refrescos quedan esturreados por el parqué.

¡Vuela amigo, vuela alto…!

¡Cuántas lesiones, también, provocadas por el fragor de la batalla desencadenada tras ese mínimo toque que desvía la trayectoria de un balón, generando el caos y el desconcierto en la cancha! Como la vida misma, oigan.

Jesús Lens