Galveston

“La mejor novela negra y criminal del año se titula “True Detective” y la he visto en televisión”. Lo escribí en Twitter y lo mantengo. De hecho, estoy esperando a que salga una edición en Blue Ray con algunos extras que me animen a comprar la serie de Nic Pizzolatto para volver a verla, paladeándola despacio y disfrutando de esos complejos y abigarrados diálogos, de esos pútridos paisajes y de esas relaciones tan tensas como intensas.

 True Detective antihéroe

Pero, mire usted por donde, la ágil, habilidosa y atenta editorial Salamandra, en el ínterin, nos regala la mejor de las posibles rentrés literarias del año, en clave negra y criminal, con publicación de “Galveston”, novela que inaugura su colección Black Salamandra y de la que es autor, por supuesto, el propio Nic Pizzolatto.

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¡Atención! Estamos ante la primera novela de su autor, por tanto, anterior al fenómeno de “True Detective”, cuya segunda temporada está en pre-producción y de la que Nic vuelve a ser creador, guionista y productor ejecutivo. O sea, el padre de la criatura.

Estas cosas, personalmente, me dan miedo. Es decir, si “Galveston” era buena, ¿por qué no se ha publicado en España hasta el éxito de “True Detective”? Teniendo en cuenta que la novela fue, en su momento, finalista del Premio Edgar Ward de novela policíaca y que en Francia se hizo acreedora del Prix du Premier Roman Étranger; creo que estamos ante uno de esos casos de miopía… o falta de riesgo y de pocas ganas de apostar por autores nuevos y desconocidos.

 True Detective

Porque, digámoslo ya, la novela es cojonuda; justo lo que podíamos esperar de Pizzolatto: el ambiente malsano de Nueva Orleans y alrededores, un tipo de mediana edad más acabado que la Mirinda, un gángster de medio pelo, una situación complicada, un encuentro inesperado y una huida. Y, por supuesto, un largo lapso de tiempo entre una parte de la historia y la otra. ¡Ah! Y una historia de amor. O varias.

Y los diálogos. ¡Ay, los diálogos! No se acercan a la proverbial verborrea del protagonista de “True Detective”, que leída debe ser complicado de aceptar; pero son diálogos acerados, cortantes, impactantes; de los golpean el rostro como un derechazo de un buen peso pesado.

 Galveston Nic Pizzolatto

Y la historia. Una historia en la que la acción, que la hay, está al servicio de los personajes, que son lo realmente importante de la novela. Como los paisajes. Como el alcohol y las drogas. Y las armas. ¿Estamos ante una novela negra? Sí. Pero también ante un western, escrito en clave de realismo sucio. Muy sucio.

“¿Por qué no iba a hacerlo? El porqué es porque a mí me sale de los cojones. El porqué es que soy yo quien toma las decisiones.

–         Tu mente es como un nido de serpientes.

–         Lo has entendido perfectamente”.

Fragmentos como éste sitúan al lector, perfectamente, ante “Galveston”, una novela cuya adaptación a la pantalla; a la gran pantalla en este caso, ya está en marcha.

 Galveston Nic

Una novela excelente que, eso sí, no te dejará con muchas ganas de viajar a ese sur de Estados Unidos en los que ahora comienza, también en la realidad, la temporada de huracanes. Aunque, ¿qué es realidad y qué es ficción? Porque, cuando uno lee “Galveston”, encuentra mucho más real los Estados Unidos que nos narra que los que estamos acostumbrados a ver a través de los medios…

Y eso nos daría para otro debate…

Jesús Lens

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Más que una Selección

Artículo que publiqué ayer en las páginas de deporte del periódico IDEAL. A ver qué os parece.

Minnesota, Portland, Chicago, Memphis, Texas, Washington o Nueva York Todas estas son las ciudades y los estados norteamericanos que los aficionados al baloncesto nos estamos ahorrando visitar gracias al Mundial que, estos días, disputa parte de su primera fase en Granada. ¡Ahí es nada!

ÑBA

¡Qué emoción, qué sensación, qué impacto; la presentación de los jugadores! Ricky, Rudy, Marc, Pau, Ibaka, Chacho, Llull… Impresionante la nómina de estrellas que Juan Antonio Orenga tiene a su disposición para tratar de reconquistar el cetro mundial del baloncesto.

No sé qué pasará de aquí a que termine el campeonato. Para mí, hay demasiada gente que da por cantada la final entre USA y España, pero el camino es aún largo. Muy largo. ¿Cómo no recordar el triple de Teodosic de hace cuatro años, desde su casa, que nos alejó de las medallas en la anterior cita mundialista?

Sin embargo, cada vez que Pau hace un dribling imposible, Ricky roba un balón improbable, Ibaka destroza el aro con su descomunal fiereza, Marc atrapa un rebote peleando contra tres contrincantes, el Chacho da una asistencia mágica o Llull se pega una galopada salvaje por la pista; estamos viviendo momentos únicos, históricos y para el recuerdo.

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Cobré conciencia de esta alquimia cuando Pedro y mi Cuate, colegas de mi peña de baloncesto, nos recomendaron ver el documental “Una historia de amistad y baloncesto”, que repasa la trayectoria de la Generación de Oro del baloncesto español desde el mítico título de Lisboa. Antes, incluso. Porque todo empezó en Mannheim, Alemania, cuando la pléyade de estrellas que ahora deslumbran en Granada no eran sino un atajo de adolescentes hambrientos de canastas… y de hamburguesas.

ÑBA Lisboa

Desde entonces, cada verano, mientras otros cracks del baloncesto renuncian a sus selecciones para descansar y ponerse en forma de cara a la siguiente temporada, la mayoría de los mejores jugadores españoles se reúne para comenzar la preparación del Europeo, Mundial u Olimpiada de turno. Entrenamientos, giras, partidos de exhibición… Y, después, el campeonato. En total, casi dos meses de compromiso con la Selección. Y de trabajo duro. Pero también de amistad, colegueo, buen rollo, diversión y pasión. Pasión por el baloncesto.

La Eñe, como se conoce al combinado español de básket, es más que la conjunción de los mejores jugadores del año. Es un sentimiento. Es un grupo humano que, conformado y fraguado a lo largo de los años, está escribiendo una de las gestas deportivas más importantes en la historia del deporte mundial. Por eso, todos quieren formar parte de la aventura. No hay más que recordar, por ejemplo, a Garbajosa gestionando un seguro privado para que Toronto le diera permiso para jugar con la selección.

ÑBA Garbajosa

Estos días, tenemos la oportunidad de disfrutar de este milagro, en vivo y en directo, en Granada. Lástima que la cadena de televisión que tiene los derechos del Mundial no esté a la altura de un acontecimiento como este y se esté limitando a cubrir el expediente.

Lástima, también, que cuando llegue el viernes, los gritos de jugadores, entrenadores y público se apaguen y no tengan eco a lo largo de la temporada, a través de la presencia y el apoyo a un club de élite. Pero esa es otra historia.

¡Vamos Granada!
¡Vamos Granada!

El aquí y el ahora nos llevan a vestirnos de rojo cada noche y a volver al pabellón. A hartarnos de magia, talento, creatividad y emoción. A hartarnos de baloncesto. Pero sin cansarnos. Gracias a todos los que lo estáis haciendo posible.

Jesús Lens

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Lucy

No cabía un alfiler. Vale que era el Día del Espectador, pero me quedé anonadado, el pasado miércoles y todavía en plena canícula de agosto, cuando fui a ver la última película de Luc Besson y, de casualidad, pillé la última entrada de la última fila de la sala.

 CT  CTH Lucy

Hay quien dice que la razón del ¿imprevisto? y colosal éxito de “Lucy” es, principalmente, Scarlett Johansson, hoy por hoy, la actriz más interesante del panorama cinematográfico, hasta el punto de haber sido capaz de enamorar a los espectadores solo con la sensualidad de su voz en “Her”, aquella película prodigiosa, repleta de magia y romanticismo.

Es posible que sea así. Pero “Lucy” es más que Scarlett, su gran y excepcional protagonista.

“Lucy” también es una inteligentísima mezcla de thriller y utopía distópica que comienza como una película de acción trepidante y termina convertida en una alegoría científica sobre las inmensas capacidades y desafíos que aún aguardan al cerebro humano.

 Lucy Johansson

A ver cómo lo contamos para no desvelar nada: Lucy, una rubia en Oriente, de fiesta con un yanqui tan yanqui que hasta lleva sombrero de cowboy. La entrega de un maletín a unos tipos orientales notoriamente sospechosos. ¿Qué hay en el maletín? Una sustancia azul. Lógicamente. ¿De qué otro color puede ser una sustancia estupefaciente, después de Walter White y en una película del director de, precisamente, “El gran azul”?

La entrega se complica. Mucho. Demasiado. Y la vida de Lucy cambia radicalmente y por completo.

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Mientras, en París, un veterano científico interpretado por Morgan Freeman diserta sobre el escaso desarrollo producido en el cerebro humano a lo largo de su historia, de forma que, ahora mismo, solo utilizamos un 10% de su potencialidad. Y especula con lo que podría pasar si el ser humano consiguiera ampliar su capacidad de uso, hasta el 20%. O incluso el 30%. Un oyente le pregunta:

–         ¿Y qué pasaría si alguien consiguiera utilizar el 100% de sus recursos neuronales?

–         Ni idea. Lo ignoro por completo.

Con estas mimbres, Luc Besson nos regala hora y media de adrenalina pura, con momentos vertiginosos trufados de una mística cientifista que está cabreando e indignando a muchos espectadores, para los que “Lucy” no es más que una tontería pretenciosa o una imbecilidad con ínfulas.

 Lucy Johansson

A mí me ha gustado, tanto en la forma como en el fondo. Esas imágenes documentales que van pespunteando el planteamiento de la trama, con los guepardos y los antílopes y, después, toda esa imaginería colorista y arrebatadoramente visual.

Y, por supuesto, lo puramente negro y criminal, la acción y las persecuciones de coches, las peleas y los disparos, los acuchillamientos, las vendettas, las palizas y las muertes; están brutalmente bien conseguidas.

Por todo ello, el éxito de “Lucy” me tiene un poco descolocado. Dando por sentado que estará gustando a los modernos, a los amantes del cine de acción, a los estetas y a los fieles adoradores de la Johansson; hay otra mucha gente que echa pestes y reniega de la cinta.

Aunque, bien pensado, será por eso. Porque no deja indiferente. Y porque cuando un compañero de trabajo te habla maravillas de una película, pero tu vecino la pone a parir… te picas. Y las posturas encontradas suscitan la curiosidad de ir a verla y participar en el debate.

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Así las cosas, está rentré cinéfila tras el parón de agosto nos obliga a tomar partido: ¿Y a ti, qué te ha parecido “Lucy”?

Jesús Lens

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No lo sé

Este artículo lo publiqué en IDEAL durante el mes de agosto. Pero sigue teniendo vigencia. ¿Quién no conoce a un sabelotodo?

Me pasó hace unos días. Estaba tomando unas cañas con unos amigos cuando planteé en alta voz una sencilla pregunta, cuya respuesta yo ya conocía de antemano. Una pregunta, por tanto, que solo admitía dos posibles respuestas: sí o no lo sé.

 No lo sé

Dos de ellos, efectivamente, dijeron que no tenían ni idea (uno añadió que tampoco le importaba, pero esa es otra historia). Mi pasmo y mi sorpresa llegaron cuando el tercero en discordia respondió con un sonoro, inequívoco y rotundo: “No”.

A ver: no se trataba de recabar una opinión, de pulsar un ánimo, de una pregunta abierta… No. Era una pregunta sobre el conocimiento de una cuestión precisa y puntual. Y la respuesta era que sí. Así que insistí:

–         ¿Estás seguro? Mira que, por lo que yo sé, sí que…

–         Te digo yo que no. Para nada. En absoluto.

¿Por qué hacemos cosas así? Estaba claro que mi colega no sabía de lo que hablaba, pero una vez que había soltado su primer “No”, ya no iba a recular. ¡Faltaría más! Bien es cierto que podría yo haber sacado el móvil para conectarme a Internet y demostrarle que no tenía razón, pero la cuestión no era tan importante y, sobre todo, se habría generado una de esas situaciones incómodas que nos hubieran fastidiado la noche. Así que pasamos a otro tema y allí paz y después gloria.

 Bla bla

Unas cañas después, mi rotundo amigo nos preguntó que si nos habíamos enterado de lo que le había pasado a Fulanito, conocido de los cuatro. Mientras nos contaba la historia, yo no podía dejar de pensar en la jeta, en el morrazo que le había echado antes, así que no le presté mucha atención. Por eso, cuando terminó de desgranar el sucedido y nos pidió nuestra opinión, yo me limité a mirar el partido de fútbol que, sin sonido, emitía la televisión.

¿Qué problema tenemos en admitir que no sabemos una cosa? O, en positivo, ¿por qué esa compulsiva necesidad de demostrar que lo sabemos todo, hasta lo más nimio e intrascendente? ¿Qué nos lleva a mentir y, en muchos casos, a hacer el ridículo delante de la gente; por una necesidad de aparentar que atesoramos conocimientos de los que, en realidad, adolecemos?

 No lo se

En situaciones como ésta le asalta a uno la tentación de acudir a tópicos y a frases hechas y manidas como las del mentiroso y el cojo o a fábulas como la de Pedro y el lobo. Porque una cosa es, de vez en cuando, sacar al Seleccionador Nacional que todos llevamos dentro o dar rienda suelta al Arreglador Internacional de Problemas Universales que surge en la barra del bar cuando llevas tres birras encima; y otra muy distinta es convertirte en el Pepito Grillo que todo lo sabe y siempre tiene respuesta, consejo o admonición para cualquier consulta, momento o situación. El Síndrome del Tertuliano Compulsivo, o sea.

Jesús Lens

Firma Twitter