ZOMBILIZACIÓN

El caso es que ha dado juego ESTA imagen. Y para seguir animando el cotarro, le hemos escrito el cuento que sigue. Porque la pregunta se mantiene. Llegado el momento, ¿qué preferirías ser?

Jejejejeje.

Aquel domingo amaneció como cualquier otro domingo cualquiera: los pajaritos cantaron, las nubes se levantaron y las jodidas campanas de la puta iglesia le despertaron. Como todos los domingos. De los cojones.

Pero aquel domingo no iba a ser como otro domingo cualquiera.

Porque, por fin, llegaron los zombies.

Y él fue uno de los que les abrió las puertas de su casa, prestándose felizmente a que le succionaran la sangre y le devoraran las entrañas. ¡Él quería ser zombie!

Pero zombie de verdad.

Llevaba cuatro años siendo drogadicto y decir que estaba hasta los cojones de las miradas de sus vecinos sería decir poco. ¡Hasta los cojones y más allá! Y hasta los cojones del Más Allá. Porque, por encima de todos, el mamonazo que peor le hacía sentir, que más le irritaba y… ¡sí!… el mariconazo que más le tocaba los cojones era el mariconazo del cura, siempre dándole por culo a su madre con que si el niño se va a condenar y que con esa vida que lleva nada bueno le espera.

Y el puto comandante de la Guardia Civil. Que a ver para qué necesitaba aquella mierda de pueblo de cuatrocientos habitantes, en el que nunca pasaba nada, un cuartelillo de la Guardia Civil.

Y más. Había más mamonazos, esas fuerzas vivas del pueblo, incluyendo al cabrón del maestro y al miserable del tabernero, que ya no le fiaba ni una birra. Por no hablar del director de la caja de ahorros, que ya no le descubría la cuenta ni por cortesía.

¿Qué iban a hacer, ahora, para defenderse del ataque de los zombies? Sus hermanos estaban allí. Su hora había llegado.

Ni dos horas tardaron en hacerse con el control del pueblo.

¡Joder!

Qué gusto, sacarle los intestinos a la guarra de Margarita, que siempre se cruzaba de acera cuando le veía venir. Y destrozarle la cara al Abundio, siempre al servicio de las damas. Ya era hora de comerse las tripas de Angustias, que dejó de ser su amiga cuando le pilló chutándose de nuevo, nada más volver del Proyecto Hombre. Qué momentazo, encular finalmente al Franco, el figura del equipo de fútbol comarcal.

Pero ya no le miraban raro.

Ya no le miraban mal.

El Franco estaba tirado encima del Polo, el portero de su equipo, con restos de carne y sangres colgándole de la boca. Y Angustias no dudó en acuchillar a su madre, a la que nunca le gustaron las malas juntas de su niña. ¡Y Abundio, dando rienda suelta a tanto instinto reprimido, follándose viva a la pija de Lucrecia! Y Margarita, que seguía cruzando las aceras, pero ahora para agarrar a los niños que huían despavoridos, cuando le veían su cara demudada, sus ojos a punto de salirse de las órbitas, su boca babeando sangre…

Ya no somos tan distintos, ¿verdad? Se acabaron las reglas, los tabúes, las obligaciones, los horarios… Se acabó el ir a trabajar, el estudiar, el ganar dinero, pagar una hipoteca y salir de fin de semana con el coche. No.

Todo eso ya es historia.

Ahora se trata, tan sólo, de comer. Carroña. Carne humana. Se acabaron las clases sociales. Se acabaron las etiquetas. Se acabó el decoro, la educación y la apariencia. Ha llegado la zombilización de la sociedad.

Y, en la taberna, las fuerzas vivas, siempre juntas, siempre protegiéndose entre sí, se han hecho fuertes. Allí están. Cinco. Frente a trescientos noventa y cinco.

Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Ha llegado la Era Zombie igual que, en su momento, llegó la Era Glacial. Pero ahí siguen, emboscados. Resistiendo. Quieren seguir siendo humanos. Y nosotros les miramos. Y nos reímos. En cuanto queramos, acabaremos con ellos y los convertiremos en nuestros hermanos sin sangre.

Pero a esos hijos de puta queremos hacerles sufrir. Como ellos nos hicieron sufrir a nosotros. Y les vamos a dejar que piensen que tienen posibilidades de supervivencia. Una vía de escape. Un hálito de vida. Que hagan sus planes. Que se organicen. Que se preparen.

Ellos también caerán. En cuanto queramos. Pero les dejamos creer que pueden evitarlo. Les dejamos macerarse en su propio miedo, sudar en su miserable y extinta humanidad, recociéndose en su propia mierda.

Be Zombie, my Friend.

Pero antes, ten miedo. Mucho miedo.

Las cónicas reales de la Guerra Zombi en España