¡ESTO ES ARTE!

Hablábamos el viernes de la Catarsis bastarda y de uno de los sentidos del arte. Pero ¿qué es el arte?

 

En una estupenda entrevista de Elvira Lindo, ese monstruo de la interpretación que es Ricardo Darín, hablaba de la última película que ha protagonizado, «El secreto de sus ojos», extraordinariamente acogida.

 

¿Te queda claro?
¿Te queda claro?

Y decía lo siguiente:

 

«La gente vuelve a verla, la exprime en charlas con los amigos. Sí. Ésa es la maravilla. Si la cabeza del espectador sigue trabajando después de ver una película es porque ese arte está vivo».

 

Un arte vivo, cuya contemplación sirve para aquilatar esa modalidad de Sabiduría de la que hablábamos anoche, y con la que no sé si están de acuerdo. Coincido plenamente con la reflexín de Darín y me apetecía compartirla. Así, «Malditos bastardos» o «Distrito 9», serían arte. ¿No creen?

 

Jesús Lens, con la cabeza a toda máquina.

 

PD.- Sobre la película de Darín, Carlos Boyero escribe lo siguiente: «Una historia dura y tierna, maravillosamente contada por Juán José Campanella… Mi economía no se atreve a asegurar que le pago la entrada a cualquier espectador decepcionado que siga desde hace tiempo mi concepción del cine, pero si saben de lo que llevo hablando toda mi vida respecto al cine y se sienten medianamente cómplices, vean esta maravillosa película.»

 

¡Ni modo!

CATARSIS BASTARDA

El domingo hablábamos de «Malditos bastardos» y anunciábamos que seguiríamos hablando de ella. Hoy, en la columna de IDEAL, así lo hacemos. A ver qué os parece.

 

Una de las preguntas recurrentes que se ha hecho el hombre a lo largo de la historia es la de para qué sirve el arte. Y las respuestas, múltiples, distintas y variadas, darían como para escribir varias decenas de tesis doctorales.

 

Entre otras muchas cosas, el arte puede servir para rescribir la Historia. Siempre me han gustado las ucronías, esos argumentos imposibles que parten de planteamientos como ¿qué habría pasado si los norteamericanos no hubieran intervenido en la II Guerra Mundial? ¿Y si los nazis hubiesen dispuesto de la bomba atómica? O, en clave local, como contó Fernando Marías en «La luz prodigiosa», ¿qué habría ocurrido si, en verdad, Lorca hubiese sobrevivido a su fusilamiento? Historias que, partiendo de hechos ciertos, juegan con la realidad para inventar situaciones nuevas, imprevisibles, sorprendentes e ilustrativas.

 

Pero, además, el arte puede ser una venganza contra esa cruda realidad histórica. Que es justo lo que hace Quentin Tarantino en su última, compleja, discutida y contradictoria «Malditos Bastardos».

 

La película comienza en 1941, en la Francia ocupada por los nazis. Encontramos a un ganadero galo, de planta impresionante, cortando leña. Llegan tres alemanes en una moto. Y comienza uno de los mejores diálogos de la historia del cine moderno, veinte fastuosos minutos en los que, armado con un vaso de leche, papel, pluma y mucha labia; Hans Landa, un nazi cazajudíos, convierte en un guiñapo al francés de noble planta, reduciéndolo a la nada.

 

Hans Landa. Peor que malo
Hans Landa. Peor que malo

El personaje de Landa se erige en uno esos malos de cine, siniestramente atractivo e hipnótico, que permite al guionista y director, en justa correspondencia, urdir una brutal trama de asesinatos, venganzas y violencia granguiñolesca que, como ocurre con los toros, ha despertado división de opiniones entre el respetable.

 

Hasta llegar a ese final del que tanto se habla y que ahora vamos a destripar. Advertido queda para que el lector pueda dejar de leer en este punto. Porque, ¿no es pura justicia poética ver cómo Hitler, Goebbels y el resto de la alta jerarquía nazi perecen asfixiados, achicharrados, tiroteados y bombardeados por la conjura judía, dentro de una sala de cine?

 

Para mí fue una auténtica gozada, qué quieren que les diga. El cine, no sólo rescribiendo la historia, sino vengándose cruel y despiadadamente de una de las mayores aberraciones de la historia de la humanidad, con el rostro de la chica judía convertido en un vengador Golem de humo que evoca el horror de las cámaras de gas.

 

«Malditos bastardos» es una película de Tarantino al 100%, con sus diálogos prodigiosos, sus largas secuencias en las que la acción es puramente verbal y gestual y, después, por supuesto, con sus ejercicios de salvaje violencia desatada, en los que no se salva ni el apuntador. Una película que irrita tanto como enamora, pero que no deja indiferente a nadie, algo que debería ser obligatorio en cualquier manifestación artística que se precie.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

MALDITOS BASTARDOS. ENTRADA 1

Azares diversos me impidieron ver la última película de Tarantino en las idóneas y deseables condiciones que me hubiera gustado por lo que el pasado sábado entré en la sala de cine cargado de reticencias y malos presagios.

 

Y es que, como ocurre con todas las actividades importantes de la vida, el ánimo con que las afrontamos resulta trascendente. Y, sin embargo, fue arrancar el Capítulo 1 de «Malditos bastardos», en esa Francia ocupada por los nazis, en 1941, y las nubes se disiparon de inmediato, hasta el punto de que, veinte minutos después, tras haber disfrutado como un hipopótamo en un lodazal con el interrogatorio a un lugareño francés, llevado a cabo por Hans Landa, posiblemente el mejor nazi de la historia del cine; mande a mi querida Burkina uno de esos SMS que te salen de lo más hondo de las entrañas: «Capítulo 1 portentoso. ¡Qué diálogos! Brutal. Hay que escribir. ¡Hay que escribir más!» Y es que hay momentos que, si no se comparten, no son lo mismo. ¡Ni modo, parecido! ¿Verdad?

 

El caso es que una película como «Malditos bastardos», para quiénes nos gusta escribir (casi) por encima de cualquier otra cosa, es una auténtica revelación. No me extraña que Tarantino diga, en sus entrevistas, que con escribir guiones como éste se siente más que satisfecho y que, después, cuando empieza el rodaje, su mayor temor es ensuciarlo, mancharlo o degradarlo, temiendo no ser capaz de estar a la altura de las circunstancias.

 

El Capítulo 2, con Brad Pitt como protagonista, sería el más tarantiniano de los cinco que conforman esta película, si por tal entendemos esa propensión a la violencia más grand-guiñolesca, socarrona y bienhumorada de la historia del cine, protagonizada por un comando de judíos americanos que disfrutan cortando cabelleras o bateando enemigos, con saña y delectación.

 

Pero el gran protagonista de la película es esa criatura mágica y maravillosa, inquietante, malvada, cruel, inteligente e hipnótica, Hans Landa, interpretado por un Christoph Waltz en estado de gracia, que le aporta a su personaje la dosis necesaria de ritual cinismo y preclara clarividencia del estratega que siempre va tres pasos por delante de los demás. El manejo de todas las situaciones y el juego que plantea con cada gesto, desde el hitchcockiano vaso de leche a ese strudel sin nata, da buena muestra del impresionante y singular talento de Quentin para crear personajes destinados a perdurar en la memoria del espectador.

 

Un Tarantino al que admiro, sobre todo, por su capacidad de hacer lo que le da la real de las ganas. Todas las noticias que hemos ido recibiendo de sus «Malditos bastardos» ponían el acento en las referencias a los spaghetti westerns o a películas bélicas como «Los doce del patíbulo» o «Los violentos de Kelly». Y, sin embargo, el gran mérito de la misma es su profunda carga literaria y, para mí, lo mejor son los dos capítulos más íntimos y opresivos: el primero, ya comentado, y, por supuesto, el que se desarrolla en esa minúscula taberna llamada La Louisiane, aunque de Tarantino y sus bares ya hablaremos, largo y tendido, en otro momento. Y, espero, en otro formato.

«Me gusta concebir un guión como una novela, con capítulos, para que sean muy diferentes y tengan una atmósfera distinta».

 

Y, por eso, hay que hacerse con el guión de «Malditos bastardos», publicado en España por la editorial Mondadori. Porque es toda una lección de la que tenemos mucho que aprender.

 

¡El guión, el guión!
¡El guión, el guión!

Nos queda mucho por hablar sobre «Malditos bastardos». Sobre todo, de su final. Pero vamos a esperar unos días para que vayáis viendo la peli, de aquí al viernes, cuando abriremos una nueva tertulia virtual sobre una de esas películas que pide a gritos volverse a ver, mejor antes que después.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.