CATARSIS BASTARDA

El domingo hablábamos de «Malditos bastardos» y anunciábamos que seguiríamos hablando de ella. Hoy, en la columna de IDEAL, así lo hacemos. A ver qué os parece.

 

Una de las preguntas recurrentes que se ha hecho el hombre a lo largo de la historia es la de para qué sirve el arte. Y las respuestas, múltiples, distintas y variadas, darían como para escribir varias decenas de tesis doctorales.

 

Entre otras muchas cosas, el arte puede servir para rescribir la Historia. Siempre me han gustado las ucronías, esos argumentos imposibles que parten de planteamientos como ¿qué habría pasado si los norteamericanos no hubieran intervenido en la II Guerra Mundial? ¿Y si los nazis hubiesen dispuesto de la bomba atómica? O, en clave local, como contó Fernando Marías en «La luz prodigiosa», ¿qué habría ocurrido si, en verdad, Lorca hubiese sobrevivido a su fusilamiento? Historias que, partiendo de hechos ciertos, juegan con la realidad para inventar situaciones nuevas, imprevisibles, sorprendentes e ilustrativas.

 

Pero, además, el arte puede ser una venganza contra esa cruda realidad histórica. Que es justo lo que hace Quentin Tarantino en su última, compleja, discutida y contradictoria «Malditos Bastardos».

 

La película comienza en 1941, en la Francia ocupada por los nazis. Encontramos a un ganadero galo, de planta impresionante, cortando leña. Llegan tres alemanes en una moto. Y comienza uno de los mejores diálogos de la historia del cine moderno, veinte fastuosos minutos en los que, armado con un vaso de leche, papel, pluma y mucha labia; Hans Landa, un nazi cazajudíos, convierte en un guiñapo al francés de noble planta, reduciéndolo a la nada.

 

Hans Landa. Peor que malo
Hans Landa. Peor que malo

El personaje de Landa se erige en uno esos malos de cine, siniestramente atractivo e hipnótico, que permite al guionista y director, en justa correspondencia, urdir una brutal trama de asesinatos, venganzas y violencia granguiñolesca que, como ocurre con los toros, ha despertado división de opiniones entre el respetable.

 

Hasta llegar a ese final del que tanto se habla y que ahora vamos a destripar. Advertido queda para que el lector pueda dejar de leer en este punto. Porque, ¿no es pura justicia poética ver cómo Hitler, Goebbels y el resto de la alta jerarquía nazi perecen asfixiados, achicharrados, tiroteados y bombardeados por la conjura judía, dentro de una sala de cine?

 

Para mí fue una auténtica gozada, qué quieren que les diga. El cine, no sólo rescribiendo la historia, sino vengándose cruel y despiadadamente de una de las mayores aberraciones de la historia de la humanidad, con el rostro de la chica judía convertido en un vengador Golem de humo que evoca el horror de las cámaras de gas.

 

«Malditos bastardos» es una película de Tarantino al 100%, con sus diálogos prodigiosos, sus largas secuencias en las que la acción es puramente verbal y gestual y, después, por supuesto, con sus ejercicios de salvaje violencia desatada, en los que no se salva ni el apuntador. Una película que irrita tanto como enamora, pero que no deja indiferente a nadie, algo que debería ser obligatorio en cualquier manifestación artística que se precie.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.